Todos asomaron la cabeza por la puerta de la habitación, por si Sue tenía algún problema. Pero la pequeñita sonreía, feliz. El sol de la mañana arrancaba destellos en su cabello, mientras la niña sacudía las manos, con nerviosismo.
—¡Es tío Russ! ¡Ya está aquí!
Sue corrió al lugar donde se aparcaban los coches. Los chicos se vistieron, apresuradamente, y la siguieron. Las dos señoras Hollister y las niñas llegaron a tiempo de ver a tío Russ sacando su equipaje de un reluciente coche rojo.
Balam estaba con Russ Hollister, y caminaba en torno al vehículo, admirándolo.
Cuando Teddy y Jean hubieron besado a su padre, tía Marge le abrazó con fuerza.
—¡Pensábamos que no llegarías nunca! —dijo, muy contenta.
—Me han retardado algunos negocios —explicó tío Russ—. Al llegar a Mérida me encontré con Balam y decidimos alquilar este coche.
—¡Tío Russ! ¡Tío Russ! —gritó Holly, interviniendo—. Hemos atrapado a un malo.
—¿Cómo? ¿Es cierto?
Los niños, muy emocionados, explicaron cuanto había ocurrido.
—Se llama Vargas —dijo Pam—. Es alto y delgado y…
La niña se interrumpió, de pronto, porque acababa de ocurrírsele una idea.
—¡Tío Russ! ¡Puede que ese hombre sea Águila!
—Pronto os lo diré —repuso el tío—. ¿Dónde está?
El dibujante fue llevado rápidamente hasta la habitación que había servido de celda aquella noche, y se avisó al señor Cortez. El director del hotel hizo girar la llave en la cerradura.
—Échele una mirada. Puede que reconozca usted a este hombre —dijo, mientras abría.
De repente, todo el mundo quedó sin aliento. ¡La habitación estaba vacía! Las dos cuerdas con que el hombre fue atado se encontraban en el suelo y, en la pared había huellas de zapatos, señalando que el prisionero había huido por la ventana.
—¡De prisa! —apremió Pam—. Puede que acabe de marcharse y todavía le alcancemos.
Los niños corrieron por toda la hacienda. Bajo la ventana encontraron arbustos rotos, sin duda debido al salto del fugitivo. Pero al hombre no se le veía por parte alguna.
Pero sus huellas conducían a la carretera, lo que hizo comentar a Pam:
—Puede que el camión se escondiese cerca, en espera de que el hombre escapase.
—Lo más fácil es que el conductor volviera, subiese a la ventana y ayudase a Vargas a salir.
Jean exclamó:
—¡Apuesto lo que queráis a que el conductor era el señor Punto!
—¿Le conoces tú, tío Russ? —preguntó Pam, muy nerviosa.
—Nunca he oído hablar de tal persona —replicó el tío—. Mejor dicho, Balam sí me ha puesto al corriente de la aparición de ese hombre y de su compañero.
—¿Estás seguro de que Skeets Packer nunca te mencionó al señor Punto? —preguntó Pete.
Tío Russ reflexionó unos momentos.
—Estoy seguro de que no —dijo al fin.
En seguida se produjo una confusión tremenda. Todos hablaban a un tiempo.
—¡Calma! ¡Calma! —pidió Russ Hollister—. ¿Qué os parece si nos sentamos en alguna parte y empezáis a explicarlo todo, desde el principio?
Cuando su equipaje estuvo recogido, tío Russ se sentó en una silla del patio, toda la familia le rodeó y empezaron a contarle todo lo sucedido desde su llegada al Yucatán.
—¡Es formidable! —dijo tío Russ, con un alegre brillo en los ojos—. ¡Esto va a ser un espléndido tema para una historieta de aventuras!
—¿Entrarás tú también? —preguntó Holly.
—Naturalmente, aunque todos, menos yo, tendréis diferentes nombres.
En aquel momento, Balam llamó por señas al tío Russ, quien se excusó con su familia y prometió seguir haciendo planes a la hora de la comida.
Luego se marchó con el guía maya para hacer los preparativos para el viaje a la jungla.
Los niños fueron al taller de los Rico, para verles pintar figurillas.
El señor Rico les dijo que había recobrado la caja de los Magos, en la lavandería, sin que ninguna figura hubiera sufrido desperfectos. Y tanto él como su esposa dieron calurosamente las gracias a Pete y Teddy por su ayuda.
La señora Rico insistió en dar a cada niño la figurita de un indio maya.
Un poco confusos, los chicos dieron las gracias al matrimonio y fueron a ponerse los bañadores, para meterse en la piscina.
A la hora de comer, tía Marge y la señora Hollister reservaron una gran mesa en un rincón del comedor. Tío Russ ocupó la cabecera de la mesa, y pronto la conversación versó sobre el misterio del Yucatán.
Tío Russ dijo que se había puesto en contacto con la policía y que aquel señor Punto era para las autoridades un misterio tan grande como para él mismo.
—No planea nada bueno. De eso estoy seguro —dijo el dibujante y añadió que la policía estaba alerta para detener a cualquiera que se llevase objetos antiguos de los templos del Yucatán.
—Ese señor Punto confía en que tú le conduzcas al Templo del Ídolo Risueño —dijo Pam—. Entonces, él robará todo lo que pueda.
—Y si pudiera conseguir el mapa, iría por su cuenta —añadió Pete.
—Yo creo que esos dos hombres robarían cualquier cosa que no esté clavada en el suelo —dijo Ricky—. Seguramente uno de ellos fue quien me robó el anillo. Punto sabía que yo lo tenía.
Mientras la familia hablaba, entraron en el comedor dos hombres, que fueron a sentarse cerca de los Hollister. Pete bajó inmediatamente la voz.
—Hay que tener cuidado —concordó Teddy—. Esos hombres pueden estar aquí con la intención de escucharnos.
—No, no —dijo Pam, con tono de compasión—. ¿No veis que están hablando con signos?
Los Hollister habían conocido en Shoreham a un muchacho sordo, que les había ayudado a resolver un misterio. Y, desde entonces, los niños sentían una simpatía especial por la gente que no oía.
Seguros de que aquellos comensales no podían oír su conversación, tío Russ siguió hablando del viaje a la jungla.
—El mapa es muy importante —dijo—. Yo creo, Pete, que sería conveniente tener un duplicado. Yo llevaré el original en mi bolsillo y tú puedes guardar la copia en ese compartimento de tu cinturón.
Después de comer, Pete y Teddy consiguieron papel de calco en la oficina de la hacienda y, en poco rato, hicieron una copia del mapa y entregaron el original a tío Russ, que lo guardó en la billetera.
Pam y Jean, entre tanto, se encontraban sentadas a la sombra de un árbol, con las cabezas inclinadas hacia una mesa. Ante ellas tenían una tabla con letras y números.
—¿Qué estáis haciendo? —les preguntó Pete, mientras se metía el duplicado del mapa en el cinturón.
Jean hizo señas a los chicos para que se aproximasen y en voz baja, explicó:
—¡Estamos haciendo una clave secreta!
—¿Para qué la necesitamos? —preguntó Teddy, inclinándose a mirar el papel.
Pam explicó que, puesto que el viaje por la jungla iba a ser peligroso, tal vez tuvieran que enviar algún mensaje secreto.
—Interesa que nadie pueda comprenderlo.
—Es una buena idea —aplaudió Pete.
Los Hollister de Shoreham ya habían hecho, en otra ocasión, una clave secreta que usaban con frecuencia en sus trabajos detectivescos.
Sobre la mesa tenían las chicas un libro relativo al Yucatán, abierto en la página en que se daban los meses y los días.
—Aquí está lo que hemos hecho —dijo Pam.
Señaló los dieciocho meses. Había colocado las letras juntas, en cuatro líneas de diociocho caracteres.
POPUOZIPZOTZTZECXU
LYAXKINMOLCHENYAXZ
ACCEHMACKANKINMUAN
PAXKAYABCUMHUUAYEB
—¿Y cómo vais a hacer una clave con eso? —preguntó Teddy.
Su hermana replicó:
—Es muy sencillo. Tomemos, por ejemplo, el nombre de Pam. La P está en la primera línea y es, además, la primera letra. Por lo tanto, la representamos con un uno. La A aparece en la segunda línea y es la tercera letra. De modo que la representamos como dos sobre tres. La M aparece en la segunda línea y es la octava letra; por lo tanto, es dos sobre ocho.
—Ya comprendo —dijo Pete—. Parece aritmética, pero no lo es, en realidad.
Pam se apresuró a añadir algunas letras que no aparecían en la clave.
—Así aún será más difícil que alguien lo adivine —dijo.
Pam y Jean hicieron cuatro copias, para los dos chicos y ellas. Más tarde ya hablarían de aquello a Ricky y Holly.
—Tomad cada uno un lápiz, también —dijo Jean, sacando un puñado de ellos—. El señor Cortez ha dicho que podemos quedarnos con éstos.
Cuando hubieron devuelto el libro al director del hotel, salieron al patio. La señora Hollister se acercó a ellos para preguntar:
—¿No habéis olvidado algo, hoy?
—No. ¿Qué? —preguntó Pete.
—Creí que ibais a ir a ver el rodaje de la película.
—¡Zambomba! Han ocurrido tantas cosas que me había olvidado de eso.
—Puede que hoy filmen todo el día —comentó Teddy.
—Vamos. Hay que darse prisa, si queremos ver algo —decidió Ricky.
La señora Hollister y tía Marge decidieron quedarse, y a Sue le convenía hacer su siesta diaria.
—Pero yo me sentiría mucho más tranquila, si tío Russ os acompañase —dijo la señora Hollister.
Los niños encontraron al dibujante en su habitación, con Balam, afilando dos grandes cuchillos.
—Son machetes —explicó el tío—. Con ellos tendremos que abrirnos paso en la selva.
—Tío Russ, guapo, acompáñanos a ver cómo ruedan la película —pidió Holly.
Tío Russ repuso que él iría, encantado, pero Balam se quedaría a reunir los suministros para su viaje a la jungla. Pocos minutos después salía el grupo, camino de los rieles que les llevarían hasta el lugar del rodaje.
Cuando llegaron a aquella zona, Pete quedó muy sorprendido al oír gritar al mismo pájaro de la otra vez.
—Debe de ser alguno que vive en las profundidades del bosque —dijo—. Nunca lo he oído, estando en la hacienda.
Pronto surgió de los bosques un actor, disfrazado de guerrero con escudo y todo, que les saludó levantando su extraña hacha de seis puntas.
—Os esperábamos —dijo a los niños—. Estamos a punto de hacer una toma interesante.
Los visitantes fueron conducidos a la gran extensión que se hallaba ante el templo antiguo. Funcionaban las cámaras, mientras unos «esclavos» cargaban sacos, llenos de escombros de la ruinosa pirámide.
Holly tiró del brazo de su hermano mayor, diciendo:
—¡Mira esos sacos! Son iguales a los que llevaban aquellos chicos, cargados con patatas.
Antes de que Pete hubiera podido responder, Víctor Grattan se acercó al grupo.
—Llegan a tiempo de ver una escena maravillosa —dijo—. Los nativos atacarán a una pantera con arcos y flechas.
El director dio la señal y un hombre apareció, llevando atada de una correa una pantera amaestrada. Llevó al animal hasta delante del templo. Se dejó suelta a la pantera y las cámaras empezaron a funcionar.
De pronto, cuando el gran felino se encaminó a la selva, desde todos los puntos del templo surgieron gritos de «los mayas». Y las flechas empezaron a cruzar el aire.
—¡Van a hacerle daño a la pobre pantera! —se lamentó Holly.
El director sacudió la cabeza y, riendo, dijo:
—Son flechas trucadas. Las puntas son de gomaespuma. No pueden herir a nadie.
—Ni siquiera caen cerca de la pantera —observó Pam, deseosa de tranquilizar a su hermana.
—¡Corten! —gritó el señor Grattan.
El «cameraman» interrumpió la filmación y el domador puso el collar a la pantera.
—¡Canastos! ¡Qué emocionante! —exclamó Ricky.
Pero, de pronto, otra flecha surcó los aires, pasó rozando el brazo de tío Russ y se hundió en tierra.
—¡Papá! —gritó Jean, corriendo hacia donde estaba su padre, oprimiéndose el brazo—. ¡Ésa era una flecha de verdad!