XLI

La mañana ya estaba avanzada cuando abandoné el apartamento. Mi idea de vestir bien siempre ha sido dar prioridad a la comodidad, y por ello llevaba puesta la gastada túnica añil, mi favorita, y calzaba mis botas más recias, puesto que el día era desapacible; por esa misma razón, me cubría con una capa e iba tocado con un sombrero para protegerme de la luz, que me molestaba terriblemente. Me dolía la cabeza y notaba pesados todos mis órganos internos. Tenía resentidas las articulaciones y la postura erguida me resultaba antinatural.

En primer lugar, acudí a ver a Petronio. Estaba en el cuartel de la guardia, aburrido, fingiendo escribir informes mientras se protegía del mal tiempo. Por eso se alegró de tener una excusa para despejarse y ponerse a insultar a un amigo.

—¡Cuidado, muchachos! ¡Acaba de asomar por la puerta una resaca con piernas! Falco, tienes el aspecto de un estúpido que ha pasado toda la noche consumiendo vino barato en malas compañías.

Petronio me había visto hacerlo en otras ocasiones. De hecho, lo habíamos hecho juntos.

—¡No empecemos! —le dije.

—Bueno, pongámonos serios, entonces. Supongo que has venido a poner a mi disposición un juego de tablillas perfectamente empaquetado en las que se detalla quién mató a Censorino Macer, qué oscuro motivo tuvo para hacerlo y dónde puedo hallarlo atado a alguna pérgola, esperando a ser detenido.

—Supones mal.

—¡Era absurdo esperarlo!

—Tengo un par de pistas.

—Menos es nada —respondió él, malhumorado.

—¿Qué me cuentas tú?

—Sigo como estaba. Me gusta sentirme seguro. ¿Para qué empezar a jugar con indicios y pruebas? —Afortunadamente, después de esta frivolidad, Petronio se serenó y se mostró más razonable. Había efectuado las investigaciones de rigor y hablado con todos los que se hallaban en la bayuca de Flora la noche del asesinato, pero no había descubierto nada útil—. Nadie vio acompañado a Censorino, o que alguien subiera a su habitación.

—Entonces, estamos en un callejón sin salida.

—Exacto. He apretado las tuercas a Epimando varias veces. No me gusta esa mirada furtiva que pone. Es un tipo raro, aunque no puedo probar nada contra él.

—Sospecho que es un esclavo fugado. De ahí su aire furtivo.

—Pero lleva muchos años empleado en el local…

—Es cierto. —Estiré los brazos, tensos y doloridos—. Siempre parece estar pendiente de si alguien lo sigue. —Lo mismo podía decirse de media Roma, de modo que Petro se tomó la noticia con calma—. Creo que Festo sabía algo de su pasado.

—¡Sería muy propio de tu hermano!

—¿Merece la pena detener a Epimando como sospechoso?

—¡Si tuviera que detener a alguien por meras sospechas, tú serías el primero! —replicó Petronio con aire estricto.

—¡Eso ya lo has hecho!

—¿Quién empieza ahora, Falco? En el caso del condenado camarero, he decidido no hacerlo, aunque todavía tengo a un hombre vigilando ese tugurio de Flora. Para mí que Epimando no ocultaría nada que pudiera exonerarte. Me parece muy leal a ti. Demasiado, incluso.

—No sé por qué habría de serlo —reconocí sinceramente.

—Yo, tampoco —dijo Petronio con su actitud amistosa habitual—. ¿Le has pagado para que corrobore tu historia, quizá? —Fruncí el entrecejo y él se aplacó—. Aunque también puede que Festo tuviera algo que ver en ello, si los dos estaban en buenas relaciones. En cualquier caso, Epimando tiene auténtico pánico a haber sido el causante de tu roce con Marponio, aunque le he asegurado que eras perfectamente capaz de hacerte detener bajo una acusación infundada sin la ayuda de un servidor de guisos atontado.

—¡Seguro que esto me vale una copa gratis la próxima vez que ponga los pies en el local! ¿Y qué tal nuestro amado Marponio?

Petronio Longo soltó un gruñido despectivo.

—¿Cuáles son esas pistas que has descubierto?

—No es mucho, pero tengo dos nuevos nombres que investigar. Uno es el de Orontes Mediolano, un escultor que conocía a Festo y que desapareció hace varios años.

—Una pista poco prometedora, yo diría…

—Sí. Deja que me ocupe de ella, si te parece. Soy especialista en rastros imposibles… El otro nombre es el de un centurión llamado Laurencio, que ha estado en Roma recientemente haciendo las mismas preguntas que Censorino.

Petronio asintió.

—Yo me encargaré de eso —dijo—. Encaja con mis datos. He conseguido que tu madre recordara que Censorino, en efecto, hizo un par de salidas nocturnas anunciando que iba a ver a un amigo.

—¡Mi madre no me contó nada de eso!

—Porque tienes que hacer las preguntas oportunas —se apresuró a replicar Petronio—. Deja esto a los profesionales, ¿quieres, Falco?

—¡A los profesionales tocahuevos! ¿Quién era ese amigo?

—Tu madre no lo sabe. Censorino sólo se refirió a él por encima. Pero ese Laurencio es un buen candidato. Es posible que Censorino fuera enviado deliberadamente a alojarse en casa de tu madre para acosar a la familia mientras el segundo individuo se instalaba en otra parte y se ocupaba de otros asuntos. —Petronio se echó hacia atrás en el taburete y encogió los hombros como si él también notara los efectos de la humedad matinal. Mi amigo era un tipo grandullón y musculoso que odiaba los días lluviosos. Excepto cuando iba a casa para jugar con sus hijos, necesitaba estar siempre al aire libre; ésta era una de las razones de que le gustara el trabajo que tenía—. ¿Llegaste a echar un vistazo al recibo de la mansión de la Campania?

Lo dijo con los ojos entrecerrados y reprimiendo cualquier gesto que pudiera entenderse como que había estado en connivencia conmigo cuando inspeccioné los efectos personales del muerto en la bayuca.

—Sí —confirmé, también con una expresión imperturbable.

—Me dio la impresión de que eran los gastos de dos personas.

—No reparé en ello.

—No venían pormenorizados, pero yo diría que, a precios del campo, cubrían el pienso necesario para dos caballos o mulas y el coste de más de una cama. —Bajó el tono de voz y añadió—: Ese albergue no está lejos de la casa de campo de tu abuelo, ¿verdad?

—En efecto, está bastante cerca. Me gustaría darme una vuelta por allí, pero eso sería quebrantar la libertad provisional.

—¿Y qué? —Petronio me sonrió de improviso—. ¡Al fin y al cabo, ya has ido a Ostia!

¡Por el Hades!, ¿cómo se había enterado?

—¿Estás haciendo que me sigan, maldita sea?

Petro hizo caso omiso a mi pregunta.

—Gracias por darme el nombre de ese Laurencio —se limitó a responder—. Haré averiguaciones entre las autoridades militares, aunque, si sólo estaba en Roma de permiso, es posible que su presencia no conste oficialmente.

—Si él y Censorino estaban aquí haciéndose pasar por inocentes legionarios de vacaciones —apunté—, el tipo debería haberse presentado tan pronto como tuvo noticia del asesinato.

—Es cierto —asintió Petronio—. El que no lo hiciera resulta sospechoso. Si es preciso, escribiré a la Decimoquinta para inquirir acerca de él, pero eso llevará semanas.

—Meses, más probablemente. Si allí no tienen nada contra el tipo, es posible que se nieguen a colaborar en una investigación civil.

—Y si tienen alguna cuenta pendiente con él —replicó Petro con un leve sarcasmo—, es probable que se ocupen de ello discretamente y tampoco me informen. —Los soldados sólo tenían que responder ante la ley militar. Por supuesto, Petronio podía interrogar a un centurión y, si había pruebas de que Laurencio era responsable de la muerte de Censorino, podía denunciarlo formalmente… pero si el asesinato había sido cometido por un compañero de armas, serían las legiones quienes se encargaran del culpable (lo cual significaba que echarían tierra sobre el asunto). Aquel giro de la situación podía resultar frustrante para Marponio y para Petro—. Hay otros medios mejores de avanzar en la investigación. Haré que mis hombres registren las casas de huéspedes; es probable que eso nos dé más resultado. Si Laurencio está implicado, quizá sea demasiado tarde para impedir que abandone Italia pero, aun así, pondré a alguien de vigilancia en Ostia. Si aparece, le pediré cortésmente que regrese a Roma para hablar conmigo…

—No querrá venir.

—Eso no importa. Si se niega, aparece como culpable y tú quedas libre de sospechas. Puedo rechazar cualquier acusación contra ti en virtud de su negativa a colaborar. Marponio tendría que aceptarlo. Así pues, ¿qué planes tienes, sospechoso en período de gracia?

—Voy a ver a mi padre para recibir una conferencia educativa sobre arte.

—Que te diviertas —sonrió Petronio.

Las relaciones entre nosotros habían mejorado drásticamente. Si hubiera sabido que sería tan sencillo recuperar nuestra larga amistad, hacía días que habría inventado un nombre para un sospechoso y le habría proporcionado otra presa a la que perseguir.

—Para que no tengas que preocuparte en seguirme los pasos —apunté con mi habitual cortesía—, te informo de que voy a recoger a mi padre a la Saepta y luego pasaré el resto de la mañana con él en un caserón del sector Séptimo. Después, si mi padre se atiene a sus rígidos hábitos tal como suele, estaremos de vuelta en la Saepta a mediodía para dar cuenta de lo que la pelirroja le haya metido en la bolsa del almuerzo.

—¡Todo esto es muy filial! ¿Desde cuándo pasas tanto tiempo en compañía de Gémino?

Sonreí a regañadientes.

—Desde que ha decidido que necesita protección… y ha cometido la estupidez de contratarme.

—¡Es una verdadera satisfacción ver a la familia Didia unida por fin! —exclamó Petro con una risilla.

Le dije lo que pensaba de él, sin encono, y me marché.