XXIX

Entré y me apoyé en la puerta, tratando de aparentar jovialidad. Helena había retrocedido y me miraba, con el broche todavía en la mano. Sus ojos revelaban miedo y culpa; ante mi aparición, lanzaron un destello de inquietud inusual en ella. Los míos esbozaban una sonrisa. Probablemente.

—Hola, cariño. ¿Estabas forzando la puerta para dar conmigo?

—No, Marco. Trataba de escapar antes de tener que enfrentarme a tu cólera.

—Yo nunca me enfado.

—Di, mejor, que nunca lo reconoces.

Jamás podría enfadarme con Helena Justina mientras siguiera replicándome con aquella determinación. Sin embargo, estábamos en serios problemas y los dos lo sabíamos.

—Realmente, no tengo demasiada idea de cómo haremos para salir de este lío, al que debes reconocer que has contribuido…

—No es preciso que te contengas, Falco. El esfuerzo hace que se te pongan rojas las orejas.

—Bien, si querías desquitarte por lo de mi escarceo con Marina, podría haberte sugerido otras maneras menos drásticas… —Dejé la frase a medias al ver que las lágrimas acudían a sus ojos. Helena había cometido un error terrible y, bajo aquella máscara de orgullo, se sentía desolada—. Yo me ocuparé de que salgamos de ésta —le aseguré con más suavidad—. Pero prepárate a soportar las bromas pesadas de tu padre cuando tenga que venir aquí a suplicarle a Marponio y aflojarle el dinero de tu fianza.

—También han mandado a buscar al tuyo.

—El mío no querrá acudir.

Helena no terminaba de consolarse, pero ya estábamos en términos más amistosos.

—Marco, ¿qué te ha pasado en la cara?

—He parado un puñetazo. No te preocupes, encanto. Marponio no tiene pruebas suficientes contra nosotros como para fijar una fecha para el juicio ante el tribunal. Lo cual significa que tiene que soltarnos. Si estoy libre bajo fianza, al menos podré continuar mis pesquisas sin tener que andar esquivando a Petronio constantemente.

Helena adoptó un aire apesadumbrado.

—Tu mejor amigo… ¡que ahora sabe que estás viviendo con una idiota!

—Eso, ya lo sabía —dije con una sonrisa—. Petro decía que estabas loca al cargar conmigo.

—Al juez le aseguró que era amor verdadero.

—¿Y no es así? —Alargué la mano, cogí el prendedor que ella aún sostenía entre los dedos y volví a colocárselo donde lo llevaba—. Marponio lo ha creído hasta el punto de encerrarnos en cámaras separadas para evitar que nos confabulemos. Bien, pues… —Helena respondió a mi amplia sonrisa con una mueca trémula—. Ya que estamos en éstas, querida, ¡aprovechemos para confabularnos un rato!