Solté un gruñido, no muy audible; un sospechoso de asesinato debe guardarse de actuar mal.
—Lucio Petronio, casi no puedo creer que sea cierto lo que oigo…
Pero lo cierto es que no me costaba creerlo. Desde el instante en que las actividades comerciales de mi hermano habían reaparecido en mi vida, esperaba que surgieran graves problemas a la vuelta de cualquier esquina. Sin embargo, esto era peor que cuanto había imaginado.
—¡Pues créelo! —me aconsejó mi amigo.
—¡Oh, dioses! ¡Petronio, estoy metido en un auténtico montón de mierda! Ya sabes que Marponio odia a los informantes. Ahora, mi nombre estará escrito en una tablilla depositada en el ánfora de las denuncias. ¡Precisamente la ocasión que ese juez esperaba para entrometerse en mi libertad de movimientos y desacreditarme en los cenáculos de la colina Piciana! Aunque… —alegré el ánimo—, como tú eres el encargado de la investigación, Marponio no tiene por qué enterarse.
—Te equivocas, Falco.
—No te preocupes. Te ayudaré a descubrir al asesino.
Petronio exhaló un suspiro.
—Marponio ya está al corriente —dijo—. Ha sufrido uno de esos accesos de «responsabilidad social» tan propios de él. Cada cinco minutos quiere que lo lleve a un burdel o que le señale a algún tahúr profesional. Estaba hablando de otro asunto con él cuando me llamaron para que acudiera a la taberna. La oportunidad de acompañarme a echar un vistazo a un cadáver auténtico fue el acontecimiento del año para el juez. Bueno… —añadió, recordando la escena—, al menos lo fue hasta que tuvo ante sus ojos semejante carnicería.
—Entiendo. —Lo que entendía era que aquella muerte afectaría en gran medida la mente de un juez impresionable—. Después de ver la sangre y de vomitar el desayuno en el mismo umbral del escenario del crimen, su señoría se siente involucrado personalmente en la jodida investigación, ¿no es eso? Será mejor que me lo cuentes todo. Supongo que todos los vagos de la bayuca, que normalmente no confiarían un secreto a sus propios piojos, estarían impacientes por hablar con el gran hombre, ¿verdad?
—Exactamente. Tu nombre tardó unos tres segundos en ser mencionado. Ni siquiera habíamos terminado de abrirnos paso entre la multitud. Yo aún no había conseguido subir la escalera para inspeccionar los restos.
—Esto tiene mal aspecto.
—¡Muy agudo, Falco!
Sabía que Marponio era uno de esos tipos impetuosos dispuestos a condenar al primer sospechoso al que se señalara. Era mucho más limpio ese sistema que complicarse la vida con otras posibilidades. Probablemente, ya estaría preparando una lista de jurados para la vista de mi caso en la Basílica. Suponiendo que me considerase merecedor de la Basílica.
—Entonces, ¿cuál es la situación, Petronio? Soy un hombre buscado y Marponio cree que andas tras mis pasos; ¿me has encontrado ya, o tengo margen para investigar por mi cuenta?
Petronio Longo me lanzó la mirada directa que normalmente reservaba a las mujeres, lo cual significaba que no tenía intención de ser franco.
—Marponio quiere dejar este asunto bien atado cuanto antes. Le dije que no te había encontrado en tu domicilio. Tal vez se me olvidó mencionar que quizá te vería aquí, más tarde.
—¿Cuánto más puedes olvidar?
—¡Estoy seguro de que tú sabrás decírmelo!
No había el menor signo de corrupción en su respuesta. Por otra parte, Petronio daba por sentado que cualquier favor al que accediese voluntariamente debería ser recompensado con otro semejante en el futuro.
—Gracias.
—Tendrás que moverte deprisa. No puedo protegerte eternamente.
—¿Cuánto?
—Probablemente consiga darle largas durante un día más.
Calculé que podría sacarle hasta tres. Éramos muy buenos amigos. Además, Petronio odiaba demasiado a Marponio para ceder un ápice a sus exigencias de actuar con rapidez. Los capitanes de la guardia son elegidos por el pueblo; Petronio ejercía su autoridad por sanción del electorado plebeyo.
Con todo, a mi amigo le gustaba su empleo, estaba satisfecho con su posición social y, con una esposa elegante y tres hijas pequeñas que mantener, necesitaba su sueldo de funcionario. Por lo tanto, no le convenía incomodar a un juez. Ni siquiera tratándose de mí podía esperar tal cosa de él. Y, si llegaba el momento de plantearse el dilema, tampoco le pediría que lo hiciera.
Petronio se excusó; las situaciones conflictivas siempre le afectaban la vejiga. Mientras estaba ocupado en sus cosas, descubrí su tablilla de notas sobre la mesa, junto a la capa. Como todo cuanto poseía, el equipo de escribir era sólido y pesado. Estaba formado por cuatro o cinco tabletas enceradas reutilizables sujetas con un aspa de tirillas de cuero entre dos protectores de madera que formaban un cuadrado. Yo le había visto utilizarlo en numerosas ocasiones para garabatear discretamente observaciones y detalles acerca de algún infortunado sospechoso, a menudo al mismo tiempo que hablaba con éste. La tablilla tenía un aspecto tangible y añejo que le daba un aire de fiabilidad. Presentadas ante un tribunal para ser leídas con el lúgubre tono de voz de Petronio, las anotaciones de éste habían fundamentado muchas sentencias. Yo nunca había esperado aparecer mencionado en ellas, en la lista de los réprobos. La idea me produjo una sensación que resultó de lo más desagradable.
Repasé la tablilla superior de la pila y descubrí que Petro había estado componiendo un horario de mis movimientos durante el día. Conteniendo la indignación, añadí de mi puño y letra, con una caligrafía limpia y amarga, los detalles que le faltaban.