II

Sin embargo, se oscureció definitivamente el hospital, a pesar de que gozábamos del hermoso mes de junio, todo verdor húmedo de lluvia con buen olor y luciente claridad viva. Sí, el hospital estaba sombrío, a pesar de toda filosofía, de toda indiferencia y de todo orgullo…

Y gozaremos del hermoso sol

Bajo las ramas verdes de los robles

nosotros, los poetas, lo mismo que ellos, los obreros, nuestros compañeros de miseria y de «sala». ¡Y viva el puro lujo, y las mujeres, puras o no, y la verdadera vida viviente, pura e impura!

Entre tanto, hermanos, artesanos de una y otra suerte, obreros sin trabajo y poetas… con editores, resignémonos; bebamos nuestra tisana poco azucarada o la coco; traguémonos valientemente nuestro medicamento unos, nuestra lavativa otros y nuestra taza de caldo otros… Sigamos bien las prescripciones, obedezcamos las órdenes, que nos parezcan agradables las inyecciones y las deyecciones, y reprimamos todas las objeciones, bajo la pena de expulsión, siempre dura, aun en estos meses de flores y de heno, de días reconfortantes y noches clementes, a poco que se albergue el diablo en la bolsa y la deuda y el hambre en la casa…

Evidentemente, saldremos tarde o temprano más o menos curados, más o menos alegres, más o menos seguros del porvenir —por lo menos, más o menos vivos…—. Entonces pensaremos con melancolía, con una melancolía que ya he conocido en mis «entreactos», un tanto rabiosa, un poquito burlona, agradecida y rencorosa a la vez, en nuestros sufrimientos morales y en los otros, en los médicos inhumanos o buenos, en los enfermeros zorruscos o no, en tal o cual vigilancia, a la que se maldecía cuando no se la mixtificaba —no nosotros, sino los demás—, porque era demasiado buena, etcétera.

Y tal vez algún día echemos de menos aquel buen tiempo en que vosotros, trabajadores, descansabais; en que nosotros los poetas trabajábamos; en que tú, artista, te ganabas tus banyuls y tus todds con los retratos de los suplentes y de los alumnos y con cualesquiera «frescos» pintados en la sala de guardia…

Sí, tal vez algún día vuelvan, melódicas de pasado, estas conversaciones de lecho a lecho, de un extremo al otro de la sala, a veces… «Vamos, señores, un poco de silencio. Aquí no estamos en el Congreso… Cállese usted, 27, especie de caballo de noria… ¡Siempre son los abonados los que suelen hacer el gasto!…». Estas discusiones más que animadas y nada menos que áticas… Volverán estos sueños interrumpidos por gritos de agonía, estas vociferaciones de cualquier alcohólico, estos despertares con noticias como éstas: «El 15 ha roto su pipa». «¿Has oído a ese cochino del 4?… ¡Qué inmundo roncador!…».

Por encima de todo, volverá —¡ay!—, bajo la forma de útil pesar, esta calma sobria, esta estricta seguridad de estos lugares de dolor y también de seguros cuidados y de pan por el suelo…

Tal vez algún día nos ronde la muerte, y la enfermedad precursora y entrometida nos tenga febriles y adoloridos —quizá míseros y solitarios—, y volvamos a ver, no sin enternecimiento y una especie de tristeza —¡oh, cuán triste!—, gratitud, estas largas avenidas de lechos tan blancos, estas largas cortinas blancas, pues todo es largo y blanco, sea como sea, en estos asilos…

Todo salva en este día supremo de junio para mí, harto de tanta pobreza —¡tan acostumbrado como estoy a él desde hace cinco años!—, al Hospital, con H mayúscula, de la idea atroz, evocadora de un indecible infortunio, del hospital moderno para el poeta moderno, que, en sus horas de desaliento, no puede por menos de encontrarle sombrío como la muerte y como la tumba, y como la cruz sepulcral y como la ausencia de caridad, a vuestro hospital moderno, aunque estéis muy civilizados; hombres de este siglo del dinero, de lodo y de esputos…