EPÍLOGO
El final del círculo y El código Da Vinci
Fuentes y entramado de ideas
Imagínate que…
Así comienza todo escritor la labor que, con el paso del tiempo, quizá llegue a ser un libro.
Imagínate que…
Los primeros brotes para El final del círculo surgieron del siguiente seductor juego mental: imagínate que un arqueólogo encuentra un tesoro que contiene un antiquísimo manuscrito capaz de cambiar la historia del mundo.
Pero el camino entre una idea y una novela es largo. En los cinco años que me llevaron la investigación previa y la redacción del libro, valoré con frecuencia la posibilidad de convertirlo en una pura novela policíaca… completada con agentes especiales del Vaticano, fanáticos asesinos, intercambios de disparos y arrebatadoras persecuciones de coches. Pero Bjørn Beltø se resistía. El final del círculo acabó siendo un libro a media voz sobre un enigma.
Cuando le entregué el manuscrito a la editorial Aschehoug en el otoño de 2000, lo presenté como una novela policíaca sin crimen. La intriga está construida como en las novelas negras, pero a falta de asesinato —y siendo, al parecer, el único delito algo tan poco emocionante como la transgresión de la ley de patrimonio noruega—, el motor dramático es el desenvolvimiento de un misterio.
El final del círculo salió en Semana Santa de 2001. Como libro principal del Dagens Boker del círculo de lectores, alcanzó unas ventas bastante aceptables, dentro de las medidas noruegas. Pero al igual que la mayor parte de los libros, desapareció rápidamente en el olvido de las librerías.
El código Da Vinci: un éxito ya antes de salir
El 18 de marzo de 2003, dos años después de que Aschehoug publicara El final del círculo, salió una novela policíaca que es la causa de que, en estos momentos, tengas este libro en tus manos y de que El final del círculo esté a punto de aparecer en Suecia, Dinamarca, Finlandia y Brasil.
Ya el primer día, la novela El código Da Vinci, del desconocido autor Dan Brown, vendió seis mil ejemplares.
Dan Brown, hijo de un matemático y una profesional de la música, se mudó a California al acabar sus estudios, donde se mantuvo como compositor de pop, pianista y cantante. En 1993 volvió a New Hampshire y empezó a dar clases de inglés en su antigua facultad. Cinco años más tarde publicó su primera novela policíaca, La fortaleza digital, seguida por Ángeles y demonios (2000) y Deception Point (2001). Los tres libros vendieron en total veinte mil ejemplares.
Cuando el editor de Brown dejó Pocket Books y pasó a trabajar para la reconocida editorial Doubleday en 2001, se llevó la obra de Dan Brown consigo. «¿Dan qué?», preguntaron en la editorial. Eso fue antes de que Brown entregara la propuesta para una nueva novela que tenía en mente. Imagínate que… La editorial se encendió (para decirlo con cuidado) con su idea. Compraron los derechos. Y Dan Brown se puso a escribir El código Da Vinci.
Como bien saben todos los escritores y editores, a veces algunos libros despegan sin más: son supernovas en el centelleante cielo estrellado de la literatura. Algunas veces se debe a las cualidades literarias del texto. Otras, a oscuros mecanismos de mercado. No basta con que una obra sea buena. Tiene que llegar al mercado en el momento preciso.
¿Por qué El código Da Vinci se ha convertido en éxito mundial?
«Una novela policíaca para aquéllos a quienes no les gustan las novelas policíacas», dice la editorial. Emocionante, desafiante y rico en conocimientos, según los entusiasmados lectores. El código Da Vinci es, a pesar de temas tan pesados como la teología, la historia o la simbología, una novela que se lee con facilidad. Nos reta. Nos emociona. Nos proporciona la sensación de que estamos entendiendo cosas importantes. «Como Umberto Eco», constataba lacónicamente el San Francisco Chronicle.
Pero también el efecto de bola de nieve de las fuerzas del mercado literario ha contribuido al éxito.
Para estimular el interés, Doubleday envió diez mil ejemplares de prueba a críticos y librerías seleccionadas, más ejemplares de lo que tiene una edición normal de tapa dura americana. Querían crear a bullet —«una bala»—, es decir, un superéxito de ventas. Y querían demostrar que el libro de un escritor completamente desconocido podía hacer historia editorial. Mucho antes de la fecha oficial de publicación, El código Da Vinci ya era la comidilla del sector. La atención previa alcanzó la cima cuando el New York Times hizo algo tan inusual como romper el plazo y publicar, el 17 de marzo de 2003, una reseña —que se puede resumir en una palabra como «¡Hala!»— en la primera página de la sección de cultura.
El código Da Vinci estaba a punto de convertirse en una profecía que se cumplía sola y en el sueño del departamento de ventas: la editorial había previsto una campaña publicitaria masiva y un voluminoso envío de ejemplares a los libreros de EE. UU. Mandaron a Dan Brown a una extensa gira de lanzamiento. Y como los libreros creyeron en la promesa de la editorial de que esa novela policíaca iba a ser un éxito sin precedentes, la gran mayoría pidió tantos volúmenes que no les quedó más remedio que tapizar los escaparates y los mostradores con El código Da Vinci para no quedarse con un montón de ejemplares sin vender.
No había peligro.
El código Da Vinci es uno de esos libros que no puedes dejar de leer. Todo el mundo hablaba de él. Un libro de acción masculino y, al mismo tiempo, un libro meditado, con profundo respeto por los valores femeninos. Un libro que apela a mujeres y a hombres, a intelectuales y a lectores más pendientes de la trama. Transcurrida la primera semana desde el lanzamiento, había vendido casi veinticinco mil ejemplares y había entrado en las listas de mayores ventas. Allí lleva desde entonces. En el momento en que se escriben estas páginas, ha vendido nada menos que doce millones de volúmenes en, al menos, cuarenta y dos idiomas.
En Noruega, la editorial Bazar —que, por cierto, es la que publica El final del círculo en Suecia, Dinamarca y Finlandia— se aseguró los derechos de El código Da Vinci. Bazar es una empresa nórdica de propiedad noruega que fue fundada por el editor Øyvind Hagen en 2002. Hagen, que descubrió el libro de éxito mucho antes que sus competidores, es el mismo que introdujo El alquimista y la literatura de Paulo Coelho en los países nórdicos y que en 1998 apostó por otro libro en el que no creía ninguna otra editorial noruega: Harry Potter. En Noruega, en estos momentos, se han impreso más de ciento veinticinco mil ejemplares de El código Da Vinci y lleva en la lista de éxitos de ventas desde 2004.
Y esto lo escribo antes de que empiece la campaña de Navidad…
Parecidos y diferencias
¿Qué relación hay entonces entre El código Da Vinci y El final del círculo?
Ninguna en absoluto.
Bueno, ninguna en absoluto más allá de un serie de rasgos similares, curiosos y del todo casuales.
Aunque El final del círculo y El código Da Vinci son dos obras completamente distintas, no resultan difíciles de comparar. Como le respondí a Kaja Korsvold, de Aftenposten, cuando en septiembre de 2004 hizo un reportaje sobre el parecido entre ambos libros: «Me alegro de haber escrito el mío antes. En caso contrario me habrían acusado de plagio».
Porque:
Éstos son los parecidos que introduce El final del círculo en la estela mercantil de El código Da Vinci.
Al mismo tiempo es fácil señalar las diferencias. El código Da Vinci, desde su punto de partida americano, es especialmente crítico con la posición y los dogmas de la Iglesia católica. Envuelve la historia del arte en el telón de fondo de su espejismo histórico. El final del círculo, en cambio, parte de la arqueología. Y el arqueólogo albino Bjørn Beltø no es, desde luego, un Indiana Jones. Allí donde El final del círculo es lento y susurrante, Dan Brown ha escrito un gran pasatiempo, un acertijo intelectual envuelto en novela policíaca. Un académico relato de James Bond que nos fascina y entretiene. Desafía nuestra comprensión de todo, desde la historia del arte hasta la teología.
¿O no?
Verdad… ¿o no?
En la estela del contundente éxito de El código Da Vinci, ha surgido un debate literario internacional muy poco usual. Un debate sobre el contenido de las tesis del libro… y sobre la fina línea entre verdad y ficción, entre ciencia e invención.
La polémica se produce sobre todo en círculos cristianos, pero también entre historiadores, historiadores del arte y, evidentemente, teólogos. A pesar de que Dan Brown insista en que El código Da Vinci es y será una novela, ya en la introducción, pero sobre todo en entrevistas y en su página web www.danbrown.com, insinúa que muchas de las ideas más controvertidas del libro —desde el Santo Grial y los mensajes ocultos en la obra de Leonardo da Vinci hasta la esencia y el mensaje de Jesús, la Orden de Sión y las demás hermandades secretas— son reales y están basadas en verdades que se mantienen escondidas. Una novela, muy bien, pero una novela que desvela secretos históricos.
La idea de muchos lectores de que el trasfondo de gran parte de lo que pone en El código Da Vinci es cierto ha desencadenado numerosos artículos en periódicos, debates en Internet y crónicas por todo el mundo. En Noruega la crítica está liderada por Bjørn Are Davidsen, que en una crónica del Aftenposten del 30 de julio de 2004 reprendió a aquellos reseñadores que estaban postrados de admiración por la «obra maestra de investigación» de Brown. En este país, la mayor parte del debate se ha desarrollado en internet y en las cartas al director de los periódicos. En www.forskning.no, el historiador de la religión AsBjørn Dyrendal ha escrito la reseña «Jaleo en torno a El código Da Vinci», en la que, crítica y nítidamente, le da un repaso a muchas de las afirmaciones teológicas y artísticas del libro. Uno de los apuntes de Dyrendal es que Dan Brown, al insinuar que la intriga criminal está construida en torno a una verdad oculta, invita a un debate y a una controversia que a su vez generan atención y ventas.
Internacionalmente, El código Da Vinci ha desatado un bosque de contrapublicaciones que, con base fáctica y científica, atacan las tesis de la novela (publicaciones que, por lo demás, no sólo venden bien en la estela de El código Da Vinci, sino que, paradójicamente, generan nueva atención y pompa en torno a la obra, por así decirlo, una máquina eterna del mercado). En la página web de la editorial Ignatius www.ignati-us.com/books/davincihoax, los autores Cari Olson y Sandra Miesel —que han escrito el crítico libro The Da Vinci Hoax («El farol Da Vinci»)— iluminan las afirmaciones de la novela de Dan Brown. Muchas de las tesis teológicas y artísticas de Brown son repasadas y rechazadas. Simplemente no se ajustan a los hechos. No hay fundamento teológico ni histórico para afirmar que Jesús en realidad era un filósofo gnóstico, o que Leonardo da Vinci ha escondido mensajes religiosos secretos en sus obras. Leonardo sería un pillo, está bien, pero se precisan unas antenas conspiratorias muy desarrolladas y una buena porción de fantasía para ver a María Magdalena en La última cena o para encontrar otros secretos históricos en otras obras mundialmente famosas.
Lo que ha hecho Dan Brown es lo mismo que hace la mayoría de los novelistas: ha buscado información disponible que se adapte a su historia y la vista. Así, ha hallado y sacado a la luz una serie de emocionantes teorías, tesis y especulaciones que constituyen el trasfondo de la historia que ha inventado. Pocas de las hipótesis son nuevas o llamativamente verdaderas. Lo nuevo es que un libro que vende doce millones de ejemplares transmite a grandes masas de lectores ideas que antes se mantenían dócil y discretamente entre ocultos grupos de discusión de Internet, en libros new age y en fanzines caseros para los muy interesados.
Los críticos más beligerantes parecen achacar a Dan Brown que saque a la luz teorías alternativas, dicho con suavidad, poco documentadas. ¡Pero esperen! Dan Brown escribe novelas. Apela a nuestra imaginación. No pretende haber elaborado una tesis doctoral. No se dedica a la investigación. Las novelas no son verdaderas. Así que a los investigadores y a los científicos no les queda más remedio que poner la ficción en perspectiva.
Los expertos más críticos deberían alegrarse en vez de quejarse: ¿cuántas novelas desatan este tipo de debates científicos entre los legos y estimulan a los lectores a buscar más conocimientos? ¿Cuándo fue la última vez que la teología y la represiva visión de la mujer de la Iglesia primitiva fueron la comidilla en contextos festivos? Dan Brown ha escrito un libro que engancha, provoca y enciende a millones de lectores, legos y especialistas. ¡No es poca hazaña para un pobre autor de novelas policíacas!
La orden de Sión: el gran engaño
Tanto El final del círculo como El código Da Vinci basan algunas de sus teorías en El enigma sagrado (1985), de Michael Baigent, Richard Leigh y Henry Lincoln, un libro que ha vendido más de dos millones de ejemplares y pronto saldrá en noruego. Brevemente, la principal teoría de este libro documental seudocientífico es que Jesús no murió en la cruz, sino que sobrevivió a la crucifixión (cosa que a su vez toca el dogma fundamental del cristianismo: la resurrección), huyó al sur de Francia y se casó con María Magdalena. Tuvieron varios hijos cuyos descendientes establecieron lazos matrimoniales con las líneas reales francesas, la dinastía merovingia. «El Santo Grial» —un mito medieval sobre la copa que primero usó Jesús en la comunión y que luego fue llenada con su sangre durante la crucifixión— se presenta como la línea de sangre de Jesús y María Magdalena.
Esta imaginativa idea hunde sus raíces en teorías conspiratorias de siglos de antigüedad, supuestamente protegidas por órdenes de caballería y hermandades secretas. Las afirmaciones volvieron a la vida con la historia de Bérenger Sauniére, cura del pueblo de Rennes-le-Cháteau. Se cree que durante la restauración de la antiquísima iglesia que se desarrolló a finales del siglo XIX, encontró documentos escondidos en huecos secretos, que se llevó a París y que le hicieron inmensamente rico.
Por desgracia para todos los partidarios de las teorías conspiratorias en general y de la orden de Sión en especial, toda esa historia es tan ficticia como El código Da Vinci y El final del círculo. La orden de Sión —que estaría liderada por grandes personajes como Leonardo da Vinci, sir Isaac Newton, Boticelli y Victor Hugo y que habría tenido estrechos y misteriosos lazos con la orden de los templarios— es una mera construcción creada por nacionalistas de la derecha radical francesa, nada más que un club masculino oculto. Tanto la policía como los medios han desvelado que el francés Pierre Plantard y sus seguidores crearon la orden de Sión en 1956 y buscaron sus raíces en la orden de los templarios del siglo XII. En 1956 empezaron a correr los primeros rumores sobre «el gran secreto» de Rennes-le-Cháteau. Muchas de las vigas maestras de la orden de Sión eran plagios de la orden de Rosacruz. Esta orden del siglo XV, originariamente alemana, fue reformada en el siglo XVII y en el XVIII, y estaba relacionada con todo tipo de cosas, desde la alquimia y la magia a la filosofía, y fue revivida en las décadas que rodeaban el comienzo del siglo XX por el escritor y místico francés Joséphin Péladan. Pierre Plantard redactó, a mediados de los sesenta, documentos que contenían los nombres de los líderes de la orden de Sión, dos genealogías, supuestamente desde 1244 a 1644, y diversas copias de manuscritos (los mismos documentos, en teoría, que habría encontrado el cura Bérenger Sauniére a finales del siglo XIX), y consiguió meterlos de forma subrepticia en los archivos de la Biblioteca Nacional de París[6]. Los diseñadores del farol lograron introducir aún más documentos «históricos» en la biblioteca francesa. El hallazgo en 1965 de Les Dossiers Secrets causó mucho revuelo, como es natural. El compinche de Plantard, Phihppe de Chérsiey, se ha responsabilizado en varios contextos de la elaboración de esos papeles. Según los medios y las autoridades francesas, Plantard, que murió en el año
2000, admitió bajo interrogatorio en 1993 que los documentos habían sido fabricados y que la orden de Sión era un engaño. (Aunque sí es cierto que hubo una orden de Sión que dejó de existir en 1617 y fue introducida en la orden de los jesuitas, pero se trataba de una orden católica, alejada de la supuesta fraternidad hermética de Plantard y sin relación alguna con los templarios u otros custodios de misteriosos secretos). La BBC desveló muchos de los métodos de Plantard en un documental de 1996. La página web www.priory-of-sion.com se merece una visita por parte de quien quiera enterarse de estas cuestiones.
Evidentemente, estas cuestiones no tienen ninguna importancia ni para El final del círculo ni para El código Da Vinci en tanto que novelas, pero tampoco refuerzan la presunción de que Dan Brown ha fundado sus muchas «revelaciones» en datos teológicos, históricos, culturales o artísticos. Muchos entusiasmados lectores de El código Da Vina se verán defraudados cuando comprendan que muchas «revelaciones» del libro de códigos secretos y verdades ocultas son o bien pura y dura invención, asociación de ideas de libros Pseudocientíficos e Internet, o bien, en el mejor de los casos, hipótesis sueltas que son objeto de duda y disputa entre los expertos. Los turistas que visitan la majestuosa iglesia de Saint Sulpice de París, donde el monje albino Silas espera encontrar el Santo Grial, por ejemplo, son recibidos con un cartel que dice: «Pese a las fantasiosas afirmaciones de un reciente éxito de ventas, esto no es un antiguo templo pagano». El cartel continúa rechazando otras aseveraciones del libro sobre la iglesia rica en tradición. Pero también Saint Sulpice saca provecho de las fuerzas del mercado literario: a lo largo de medio año, diez mil turistas han visitado la iglesia a causa de El código Da Vinci.
El código Da Vinci es una novela. Punto. No desvela ninguna verdad ignota ni oculta, no más que miles de tesis poco documentadas y bien conocidas internacionalmente, especulaciones new age y fantasiosas teorías de la conspiración apoyadas por muy pocos investigadores serios. ¡Pero relájense! El código Da Vinci no es menos interesante por eso. Aunque muchas de sus teorías no sean «correctas» científica y fácticamente, a pesar de que muchas de sus afirmaciones más llamativas puedan ser refutadas, el libro sigue siendo una emocionante y entretenida novela de misterio. Aquellos que estén realmente fascinados ¡sin duda pueden investigar qué es lo que hay de verdad en ella!
Alegrar y desafiar a los lectores es la más destacada función de una novela. En ese sentido, Dan Brown ha conseguido más éxito que la mayoría de nosotros. Al contrario que la mayor parte de las novelas policíacas, El código Da Vinci estimula a los lectores para que busquen respuestas serias a muchas de las difíciles cuestiones y afirmaciones que aparecen en la obra.
Una cuestión de fe
Sobre esta base quizás alguno de mis lectores se pregunte: ¿cuánto de El final del círculo es verdad?
La respuesta es sencilla: el libro es una novela de cabo a rabo. Algunos datos históricos y teológicos son «ciertos» tomados aisladamente. Algunos son más controvertidos y cuestionados por los especialistas. Algunos están retocados. Otros son inventados. Pero en tanto que escritor, he usado las «verdades históricas» en un contexto creado de tal modo que, en suma, el libro constituye exclusivamente una ficción de principio a fin. Si he vadeado entre teorías de conspiraciones teológicas e históricas, es porque le conviene a la novela. Cuando me apoyo sobre polémicas valoraciones teológicas, es porque visten la ficción. Esta novela quería tratar sobre un enigma «más grande que la vida», y las ideas de un libro como El enigma sagrado —al igual que otras posiciones teológicas desviadas— le iban como anillo al dedo.
A pesar de todo…
Yo no soy teólogo. Ni siquiera soy creyente. Pero muchas de las cuestiones que plantea El final del círculo respecto a la formación del Nuevo Testamento son cuestiones que sinceramente me planteo a mí mismo. No tengo las respuestas. Pero tampoco los teólogos las tienen. A fin de cuentas, las preguntas y respuestas fundamentales remiten a una cuestión de fe. La teología es, en gran medida, una disciplina sin solución.
Si te han seducido las ideas de esta obra en torno al Nuevo Testamento, existe una legión de libros especializados serios que iluminan concienzudamente las principales cuestiones fácticas y las incertidumbres, vinculadas con la gestación y redacción de lo que hoy es nuestra Biblia y que forma la base de la fe del mundo occidental.
La Biblia es un producto intelectual. Alguien ha escrito los textos. Otros pueden haberlos retocado y reescrito. En muchas ocasiones, los relatos han pasado de boca en boca antes de ser fijados sobre el papel. Al final alguien ha elegido los que se incluirían en la Biblia.
Si se considera que los textos bíblicos son sagrados y dictados individualmente o inspirados por Dios, no es apenas necesario someterlos a una crítica de las fuentes. Pero ¿qué pasa si prescindimos de la fe para la comprensión de la Biblia y la consideramos a ella y su mensaje como un manifiesto histórico y filosófico?
Las investigaciones sobre Jesús son múltiples y se han desarrollado a un ritmo frenético a lo largo del último siglo y, sobre todo, de las últimas décadas. Ya a principios del siglo XX, Albert Schweitzer demostró que los investigadores modelaban a Jesús conforme a los ideales de su propio tiempo. Como en toda ciencia, hay diferentes líneas, tendencias y «escuelas» dentro de la teología. Muchas de las ideas de El final del círculo están basadas en una tradición americana relativamente radical y crítica con las fuentes.
Otros investigadores son más conservadores y positivos al respecto.
Común a la mayor parte de los investigadores en teología es el hecho de que, en grado variable, están marcados por su fe (o por su falta de fe). La teología no es una ciencia absoluta. En gran medida, los puntos de vista están coloreados por la fe personal del investigador y por su posición teológica (y, hasta cierto punto, política). Diferentes investigadores le dan peso a datos e hipótesis diferentes.
Junto con mi personaje Bjørn Beltø, yo me limito a deslizarme sobre la superficie de la emocionante materia de la teología. Supongo que los teólogos especializados sonreirán con condescendencia, o con provocación, ante muchos de los diálogos y las ideas de este libro. Como la mayoría de los escritores, yo también he elegido una posición, y los ficticios teólogos e investigadores del libro representan las posturas que le convienen a la acción de la novela. Así, no son representativos de la mayoría más reconocida de los teólogos. Yo, al igual que Dan Brown, he escrito una novela. No afirmo haber encontrado la verdad.
¿Lo han hecho los investigadores?
Los evangelios que nunca llegaron a lo alto
¿Cómo de literal o críticamente ha de ser leído el Nuevo Testamento?
Cada lector ha de encontrar su propia respuesta.
El Nuevo Testamento es una colección de escritos, un así llamado canon, del que en gran medida se disponía ya en el siglo II, pero que fue finalmente compuesto y reconocido por los Padres de la Iglesia en el sínodo de Hipona (año 393) y de Cartago (397).
Los cuatro evangelistas —Marcos, Mateo, Lucas y Juan— eran, según todo indica, cristianos de segunda generación que escribieron sus textos a finales del siglo I (algunos teólogos opinan que el evangelio de Juan puede estar escrito realmente por el apóstol Juan). Mateo y Lucas conocían lo redactado por Marcos. Pero antes de que apareciera ninguno de los cuatro evangelistas, se escribió lo que más tarde se ha llamado Q.
El evangelio Q no existe. Sin embargo, es visto por muchos como el «primer evangelio», que más tarde fue usado por Mateo y Lucas como fuente (de ahí Q, de Quelle, «fuente» en alemán). Fueron investigadores alemanes quienes llegaron a la conclusión de que tenía que haber una fuente escrita para las palabras de Jesús en los evangelios de Mateo y Lucas. Tomando los evangelios de que se dispone, investigadores del Institute for Antiquity and Christianity de EE. UU. (http://iac.cgu.edu) han reconstruido Q palabra por palabra. En sentido estricto, Q no contiene nada nuevo ni desconocido, sino que es un modelo teórico que puede explicar el material común en Mateo y Lucas. Quienes se interesen especialmente por Q pueden encontrar más información en http://iac.cgu.ed//qpoject.html y en http://home-page.virgin net/ron.price.
Cuando los textos de la Biblia iban a ser reunidos —el proceso llevó varios siglos—, había una serie mucho más larga de textos de los que los «redactores de la Biblia» dieron por buenos. Los evangelios apócrifos —los evangelios ocultos y secretos— no fueron incluidos en la Biblia. Entre otras cosas, se debió a que no se consideraban originales (fueron redactados demasiado tarde, cien o doscientos años después que los otros evangelios) respecto a los hechos que describen. Otros teólogos opinan que los escritos eran considerados heréticos por los cristianos ortodoxos, o dibujaban imágenes desviadas de Jesús. Debe también mencionarse que varios virtuosos evangelios cristianos tampoco hallaron su lugar porque, al igual que los textos más controvertidos, no eran lo suficientemente originales (se puede encontrar una serie de ejemplos en www.earlychristianwritmgs.com).
Un ejemplo de texto apócrifo es el evangelio de Tomás. Allí Jesús aparece como alguien que transmite conocimientos secretos. La verdad es presentada como algo que debe averiguar cada uno. El evangelio de Tomás puede interpretarse como controvertido por varios motivos. Algunos señalan la clara influencia gnóstica de Tomás (que en muchos puntos se desvía de lo que conocemos como «cristianismo»). Una minoría de los teólogos cree que el evangelio de Tomás puede contener versiones más antiguas, y por tanto más originales, de las palabras de Jesús que las de los evangelios bíblicos. Sin embargo, la mayor parte de los teólogos parece creer que el evangelio de Tomás, tal y como lo conocemos hoy, es del siglo III.
A medida que el contenido y el alcance de estos escritos alternativos vayan estando más claros para nosotros, muchas de las representaciones sobre la enseñanza de Jesús serán desafiadas. Es fácil que Jesús sea interpretado como más radical, más crítico con la sociedad, y no siempre será conforme a la imagen más tardía de Jesús de la Iglesia. El evangelio de Tomás contiene sus palabras… sin relato ni contexto. No dice nada sobre la crucifixión ni sobre la muerte y resurrección de Jesús, nada sobre la historia de sus sufrimientos, su bautizo o la última cena. No hay milagros. Algunos piensan que tanto Q como el evangelio de Tomás demuestran que la muerte de Jesús —y los episodios posteriores— no formaba parte del cristianismo temprano, sino que esa dimensión se desarrolló más tarde basándose en los ritos sacrificiales del judaísmo. Allí donde la Biblia insiste en nuestra fe individual, el evangelio de Tomás invita a responsabilizarnos de nuestra propia evolución a través del saber (esto es, los rasgos clásicos del gnosticismo). Jesús tenía una comunidad abierta a su alrededor, compuesta de hombres y mujeres en pie de igualdad (cosa a la que Dan Brown también le da mucha importancia en su novela). Jesús no es llamado hijo de Dios ni Mesías. Junto a los rasgos gnósticos, Tomás se atiene al uso de las palabras de los manuscritos coptos y a los cambios en las traducciones de finales del siglo IV. Muchos indicios textuales indican que Tomás conocía a Marcos, cosa que debilita la teoría de que su evangelio es más antiguo (y, por tanto, más original) que los del Nuevo Testamento.
Aunque, paradójicamente, los evangelios del Nuevo Testamento a veces dibujan imágenes diferentes de Jesús, la imagen de Jesús según Tomás encontró mucha oposición entre los cristianos tempranos. Una de las razones puede estribar en que Tomás lo describe, en gran medida, como un filósofo. Eso pudo provocar a los primeros padres de la Iglesia, que pretendían delimitar la enseñanza para que fuera unitaria y autoritaria, además de divina, en un tiempo en que la fe y su comprensión era desafiada y desgarrada en todas las direcciones. También merece la pena señalar que el Jesús de Tomás se centra en lo espiritual allí donde el Jesús del Nuevo Testamento tiene visión tanto para lo espiritual como para la acción. El Jesús de la Biblia desafía a su contemporaneidad, el Jesús de Tomás responde preguntas que no tienen una pertenencia física a lo cotidiano.
Muchos creyentes se representan el tamaño de la Biblia como inamovible y absoluto. Los escritos apócrifos demuestran que el canon bíblico está creado por los hombres: es el resultado de valoraciones y selecciones, de retoques y omisiones.
Muchos teólogos afirman que los escritos apócrifos no «revelan» más que lo bien que eligió la Iglesia temprana los textos correctos. De hecho, el hallazgo de Nag Hammadi (www.nag-bammadi.com) muestra lo meticulosamente que procedieron los Padres de la Iglesia en su labor de incluir y rechazar escritos para el Nuevo Testamento. Aunque es evidente que los apócrifos no puedan refutar nada en absoluto del Nuevo Testamento, nos proporcionan un marco alternativo para comprender no sólo los propios evangelios, sino también su selección y el turbulento tiempo y proceso que configuró el canon bíblico. Pero con independencia del punto de vista teológico, también pueden ser leídos como una prueba de que el autoritario canon parece el resultado de la mejor selección histórica y teológica.
Aunque no se crea en la divinidad de Jesús, podemos asegurar con gran plausibilidad que existió como figura histórica (se puede encontrar más sobre el Jesús teológico en la página web noruega www.jesus-messias.org). A mis ojos, su filosofía —en una palabra: amor al prójimo— es igualmente valiosa, aunque no creamos en los dogmas de la resurrección y el perdón de los pecados.
Estaría encantado si El final del círculo —tal y como lo ha hecho El código Da Vinci— estimulara a los lectores a buscar sus propias respuestas y, al mismo tiempo, desafiara las verdades que nos han enseñado las autoridades, ya sea la Iglesia, los catedráticos, los curas o, en realidad, los escritores. Con El final del círculo mi primera ambición ha sido la de escribir una novela de misterio un poco diferente, que deje tras de sí preguntas que nadie puede responder, pero que es importante plantear.
Las fuentes golpean a su vez
Para acabar, una enrevesada nota a pie de página: En octubre de 2004, el Daily Telegraph publicó que Dan Brown iba a ser denunciado por plagio. ¿Por quién? ¡Por nada menos que dos de los autores de El enigma sagrado: Michael Baigent y Richard Leigh! Según el Telegraph, Leigh había dicho: «No es que Dan Brown haya tomado prestadas ilegalmente algunas ideas, porque eso lo han hecho muchos. Sino que ha usado toda la estructura y la investigación previa —todo el puzzle— y las ha colgado sobre un gancho de ficción».
Resulta tentador considerar la demanda como un truco publicitario por parte de Leigh y Baigent… bastante injusto con Brown. Dan Brown cita abiertamente El enigma sagrado remitiendo al capítulo 60, además de una curiosidad en el espíritu de El código Da Vinci: el nombre del personaje sir Leigh Teabing está compuesto por el apellido de Richard Leigh y por el anagrama realizado con las letras del apellido de Baigent. En el libro, Teabing coge de la estantería precisamente una copia de El enigma sagrado y elogia la «premisa básica» de los autores.
Eso no basta, según Leigh y Baigent, que quieren meter una pajita en la exuberante cuenta bancaria de Dan Brown.
Sea cual sea el veredicto de un eventual juicio, hay poca razón para creer que la publicidad pueda influir de alguna manera notoria en la venta de los dos libros. La publicidad, la controversia y la atención giran en un círculo eterno, y resulta tentador insinuar que esto, ciertamente, es un círculo sin final.
TOM EGELAND
Oslo, octubre de 2004