El 17 de enero de 1995 se produjo el terrible terremoto de Kobe.
El 18 de enero, desde Bruselas, marqué sin cesar el número de Nishio-san. En vano. Quizá las comunicaciones se habían cortado. Me consumía por dentro.
El 19 de enero, milagrosamente, conseguí tener a Nishio-san al otro lado del hilo. Me contó que su casa se había derrumbado estando ella dentro y que aquello le había recordado 1945.
Ella estaba bien, su familia también. Pero había mantenido la costumbre ancestral de esconder su dinero en casa y lo había perdido todo. La sermoneé:
—Prométeme que ahora abrirás una cuenta en un banco.
—¿Para ingresar las monedas que llevo en el bolsillo?
—Venga, Nishio-san, ¡eso es terrible!
—¿Y qué importa eso? Estoy viva.