En 1978, Bangladesh era una calle llena de gente agonizando.

Nunca una población me pareció tan enérgica. Todo el mundo tenía fuego en la mirada. La gente la palmaba con pasión. El hambre, omnipresente, incendiaba la sangre de los bangladeshíes.

Nuestra casa era un búnker deslucido en el que había alimentos: lujo supremo.

Las jornadas de los seres humanos tenían como única actividad la lucha contra la agonía.

Mis padres tenían cuarenta años, el año de arremangarse y de poner su responsabilidad a disposición del trabajo. Mi padre, enajenado por la magnitud de la tarea, llevó a cabo cosas inmensas.

Yo tenía once años. No era la edad de la compasión. En aquel gigantesco moridero, no experimentaba nada más que espanto. Era como una soprano a la que hubieran enviado al más sangriento de los campos de batalla y a la cual, de repente, aquel espectáculo le revelaría la incongruencia de su voz, sin que eso le impidiera cambiar de registro. Era mejor callarse.

Me callé.

Mi hermana compartió mi silencio. Éramos demasiado conscientes de nuestros estatus de privilegiadas para atrevernos a decir palabra. Salir a la calle exigía de nosotras un valor sin precedentes: había que armarse los ojos, prepararles un escudo.

Incluso prevenida, la mirada seguía siendo permeable. Recibía en el estómago el impacto de aquellos cuerpos de una delgadez desconocida, de aquellos muñones surgiendo allí donde resultaban inconcebibles, de aquellas llagas, de aquellas paperas, de aquellos edemas, pero sobre todo de aquel hambre gritada por tantos ojos a la vez que ningún párpado habría logrado impedir que se escuchara.

Regresaba al búnker enferma de odio, un odio que no se dirigía a nadie en particular y que, por consiguiente, desahogaba sobre todas las cosas, guardando para mí la parte proporcional.

Empecé a odiar el hambre, las hambres, la mía, las otras, e incluso a aquellos que eran capaces de experimentarla. Odié a los hombres, a los animales, a las plantas. Sólo las piedras eran tratadas con indulgencia. Me habría gustado ser una de ellas.