Lo opuesto a Vanuatu no resulta difícil de situar: es todo lo demás. Los pueblos tienen en común que han conocido a la fuerza el hambre en uno u otro momento de su historia. La escasez crea vínculos. Y proporciona cosas que contar.
La campeona del estómago vacío es China. Su pasado es una sucesión ininterrumpida de catástrofes alimentarias con muertos a espuertas. La primera pregunta que un chino le hace a otro chino siempre es: «¿Has comido?».
Los chinos han tenido que aprender a comer lo incomible, de allí el refinamiento sin igual en su arte culinario.
¿Existe una civilización más brillante, más ingeniosa? Los chinos lo han inventado todo, pensado todo, entendido todo y se han atrevido a todo. Estudiar China equivale a estudiar la inteligencia.
De acuerdo, pero hicieron trampa. Estaban dopados: tenían hambre.
No se trata aquí de establecer una jerarquía entre los pueblos. Al contrario. Se trata de mostrar que el hambre es su mayor seña de identidad. A los países que nos dan la lata con el carácter supuestamente único de su población, hay que decirles que toda nación es una ecuación que se articula alrededor del hambre.
Paradoja: si las Nuevas Hébridas no lograron suscitar una auténtica codicia en los conquistadores exteriores se debe a que a este archipiélago no le faltaba de nada.
Resulta extraño, ya que la Historia ha demostrado en innumerables ocasiones que los países más colonizados eran los más ricos, los más fértiles, etc. Sí, pero conviene señalar que Vanuatu no es un país rico: la riqueza es el producto de un trabajo, y el trabajo es una noción que no existe en Vanuatu. En cuanto a la fertilidad, presupone que los hombres han cultivado, sin embargo nunca se ha plantado nada en las Nuevas Hébridas.
Así pues, lo que atrae a los depredadores de tierras no es, hablando con propiedad, los países de Jauja sino la labor que los hombres han invertido en ellos: es el resultado del hambre.
El ser humano tiene en común con las otras especies que busca lo que se le parece: allí donde detecta la obra del hambre, identifica su lengua materna, está en tierra conocida.
Me imagino la llegada de los invasores a las Nuevas Hébridas; no sólo no encontraron ninguna resistencia sino que, además, la actitud de los habitantes debió de ser algo así como: «Llegáis en buen momento. Ayudadnos a acabar con este festín, no podemos más».
Las costumbres humanas hicieron el resto: aquello que no se defiende carece de valor, no vamos a entusiasmarnos por esas islas en las que una población satisfecha, que ni siquiera es capaz de luchar, no ha construido nada.
¡Pobres Nuevas Hébridas! Tener que sufrir un juicio tan injusto ha debido de generar mucha rabia. ¡Y qué humillante debió de resultar verse colonizada por personas que parecían no tener ningunas ganas de permanecer allí!