LVI

Oí unos pasos. Estaba atrapada. Me había puesto a mí misma en peligro, la jugada había salido mal.

A juzgar por los ruidos, el hombre estaba a sólo una o dos plantas más abajo, y subía de prisa. Los apartamentos de las plantas intermedias estaban vacíos y cerrados. No tenía adónde ir.

No tenía armas. No soy una luchadora.

Me decanté por la única maniobra evasiva. Me deslicé rápidamente a la segunda habitación, mi archivo con el tejado agujereado, y me escondí detrás de la cortina. Mi cerebro iba a toda velocidad. Si entrara y no me viera, tendría una posibilidad. Si pudiera salir a sus espaldas, me daría tiempo a bajar. Pero él no tenía nada que perder y era muy rápido. El riesgo de que me cogiera y me apuñalara en la escalera era demasiado grande.

Me quedé quieta. Lo oí llegar. Se paró delante de la puerta abierta. Debía de estar mirando hacia dentro desde el rellano.

Se movió. Sus pasos cruzaron el despacho y lo llevaron hasta la puerta del balcón.

Ahora sabría que yo no estaba allí. Tenía un segundo para actuar. Salí de detrás de la cortina y crucé la habitación. Lo vi, me apoyé con ambas manos en su espalda y lo empujé fuerte hacia delante. El factor sorpresa me dio tiempo. La desesperación me dio fuerzas. Cerré la puerta: yo dentro y él fuera.

Aquello iba a acabar en desastre. Estaba intentando abrir la puerta por la fuerza, mientras yo la sujetaba con desespero para mantenerla cerrada. Tenía una constitución delgada, pero era un hombre contra una mujer y él ahora era realmente violento. El balcón tenía una puerta plegable, ruidosa y con paneles maltrechos. Debía de haber participado en otras luchas en el pasado. Los borrachos se habían chocado contra ella durante años. Lo único que me ayudó fue la tosquedad de esa deteriorada carpintería que siempre se había atascado, negándose a funcionar correctamente.

Oí que me decía algo. A través de la celosía, vi como retrocedía hasta la barandilla. Estaba a punto de arrojarse contra la puerta, lo cual haría que se rompiera hacia dentro. Me apoyé en el marco y empujé la manilla con todo mi peso. Parecía inútil.

Gritos abajo. Alguien estaba subiendo. No llegaría a tiempo.

Andrónico también gritaba. Corrió hacia la puerta, como había planeado. Aun así, conseguí mantenerla cerrada de alguna manera. Estaba tan frustrado que hizo un salto en el aire y aterrizó pesadamente con ambos pies. En su siguiente intento, ya no pude aguantar la puerta y consiguió abrirla en parte. Me estaba mirando directamente a los ojos cuando oímos un tremendo crujido. Sentí las vibraciones en las suelas de mis zapatos. Un temblor recorrió el muro exterior. Él no entendía. Espero que en ningún momento se haya dado cuenta de lo que estaba pasando, aunque creo que debió de saberlo. Sé que gritó. Sigo oyéndolo cada vez que recuerdo ese instante.

El viejo balcón se desenganchó del edificio. Los soportes debilitados no aguantaron el peso muerto de las ánforas y de nuestra lucha. La antigua construcción se despegó de la mampostería y cayó seis plantas. Andrónico se fue con ella.