Sabía quién era y por qué había venido. Me estaba buscando a mí. Sería su siguiente víctima.
La puerta de mi dormitorio estaba cerrada. Antes de que me entrara miedo de verdad, me acerqué con paso furioso y la abrí de golpe. Podría haber sido una idea estúpida, pero no había nadie en la habitación.
Me entró pánico. Salí por la puerta principal, que normalmente nunca utilizaba. Trepando por encima de las macetas, bajé a una velocidad vertiginosa. Rodan había venido de no se sabe dónde y estaba hablando con dos vigiles. No me sorprendí cuando dijeron que los habían enviado para avisarme: Andrónico debió de intuir que lo iban a arrestar. Se había escapado de la casa del edil.
Cuando les informé de que ya había estado allí, me dijeron que esperara en el patio con el segundo paramilitar, Rufiniano. Ya lo conocía. Fue quien había tomado nota aquella vez que había entrado el otro intruso, el que había apuñalado con el cuchillo de cocina. Rufiniano era un caso perdido, y aun así su presencia me reconfortaba. El otro hombre se llevó a Rodan. Subieron corriendo por las escaleras para ir a registrar primero el despacho y luego bajar planta a planta, examinando los rellanos y cada uno de los otros pisos. Rodan abriría los que estaban vacíos con la llave maestra que le había dejado mi reticente padre. Si nadie contestaba en los que estaban ocupados, sabía que abriría las puertas apoyándose en ellas. Si los inquilinos osaban quejarse, les cobraría la reparación.
Mientras esperaba con Rufiniano, apareció el chico de las lámparas para llevar a cabo sus tareas de la tarde, llevando a rastras una gran ánfora redonda con aceite de oliva español. Le dije que rellenara todas las lámparas que teníamos hasta el borde para que duraran el máximo tiempo posible. Pareció sorprenderse por el cambio de política, pero se puso a ello. Al final las áreas comunes resplandecieron tanto cuanto podían hacerlo las escaleras y los espacios abiertos de un bloque de viviendas alquiladas, lo que provocó el estupor de los inquilinos.
Cuando fue registrado todo el edificio, supimos que Andrónico ya no estaba allí. Me dijeron que Morelo había empezado su turno pronto y que estaba dirigiendo la búsqueda. Rufiniano fue enviado para ponerlo al tanto de la inesperada visita que había tenido.
—Dígale que he perdido otra aguja.
Rodan cerró la reja. Me informaron que, a su vuelta, Rufiniano se quedaría en el patio. Habría guardias toda la noche. Para estar aún más segura, el otro hombre me acompañó a mi piso y lo volvió a controlar todo junto a mí. Me dio los consejos serios que los vigiles suelen dar a los ciudadanos: que cerrase bien los postigos y las puertas, y que no dejase entrar a gente desconocida. Imagino que se dio cuenta de que, por una vez, alguien le estaba haciendo caso de verdad. Aguantó mi broma de que la persona que tenía que temer era alguien que conocía y después se hizo un lío controlando todos los cierres y las bisagras de los postigos. Le hizo sentir mejor. Pero a mí nada me podía tranquilizar. Cuando me dejaron sola, admito que me quedé temblando en el sofá.
Había oído las estrictas instrucciones de seguridad que habían dado a los demás inquilinos de la primera y de la segunda plantas. Una atención semejante nunca es tan reconfortante como creen las autoridades, ya que hace que todos estén aún más nerviosos. Pero tampoco les creerías si, por lo contrario, te aseguraran que no hay nada de lo que preocuparse. Las palabras «Todo está bien. Por favor, entren en sus casas» hacen que el barrio se asuste enseguida.
Había preguntado si era posible avisar a mi padre de que protegiera a Póstumo.
—Ah, sí, ya ha matado a un niño, creo. —Por lo visto los vigiles sobre el terreno ya habían sido informados al detalle.
Cuando Rufiniano volvió de ver a Morelo, trajo a otros dos hombres. Les bajé bebidas calientes, como una buena anfitriona. Eran muy respetuosos. Creo que sus insólitas buenas maneras fueron lo que más me preocupó.
* * *
No había nada más que pudiera hacer. Me quedé tumbada en la cama toda la noche, totalmente vestida y la mayor parte del tiempo despierta.