Hacia el sur, a lo largo de la costa, el día era claro y ventoso. Desde la meseta que dominaba Pacific Point podía ver las ocasionales crestas de las olas sobre el mar y algunas velas que se deslizaban en la lejanía.
Betty me condujo directamente a la clínica Smitheram. La joven formal y bien arreglada que nos atendió desde el mostrador de la recepción dijo que el doctor Smitheram estaba con un paciente y que le era imposible recibirnos. Iba a estar con sus pacientes durante el resto del día, incluyendo el anochecer.
—¿Qué le parece si concertamos una cita para dentro de una semana a partir del martes, a medianoche?
La joven me miró con desaprobación.
—¿Está seguro de que no quiere acudir al servicio de urgencia del hospital?
—Estoy seguro. ¿Nick Chalmers es paciente de esta clínica?
—No estoy autorizada a contestar esa clase de preguntas.
—¿Puedo ver a la señora Smitheram?
La joven no contestó durante un rato. Simuló estar atareada con sus papeles. Por fin dijo:
—Voy a ver. ¿Quiere repetirme su nombre?
Se lo dije. Abrió una puerta interior. Antes de que la cerrara detrás de ella pude oír un ruido que me produjo un escalofrío. Era un aullido agudo. Alguien gritaba sin palabras su dolor y desolación.
Betty y yo nos miramos.
—Podría ser Nick —dijo—. ¿Qué le están haciendo?
—Nada. Usted no tendría que estar aquí.
—¿Dónde tendría que estar?
—En su casa leyendo un libro.
—¿Dostoievski? —replicó con rabia.
—Algo más ligero que eso.
—¿Como Mujercitas? Creo que no me entiende, señor Archer. Me está tratando como si fuera mi padre.
—Y usted como si fuera mi hija.
Moira y la recepcionista abrieron la puerta y aparecieron sin que se volviera a oír un solo ruido. Moira me miró a mí con sorpresa y a Betty con una mezcla de envidia y admiración. Betty era más joven, parecía decir la mirada de Moira, pero ella, personalmente, había sobrevivido más tiempo.
Se me acercó.
—¿Qué le ha ocurrido, señor Archer?
—Me hirieron por accidente, si se refiere a esto. —Me toqué el brazo izquierdo—. ¿Está Nick Chalmers aquí?
—Sí. Está aquí.
—¿Era él quien estaba chillando?
—¿Chillando? No lo creo. —Parecía confundida—. Tenemos varios pacientes incomunicados. Nick no es de los más perturbados.
—Entonces no tendrá inconveniente en que le veamos. La señorita Truttwell es su novia…
—Lo sé.
—… Y está bastante preocupada por él.
—No hay motivo para que se sienta así. —Pero ella misma parecía estar profundamente preocupada—. Lamento que no puedan verle. El doctor Smitheram es quien toma esas decisiones. Evidentemente, piensa que Nick necesita estar incomunicado.
Torció la boca hacia un lado. El esfuerzo que hacía en mantener su cara y su tono oficial era revelador.
—¿Podemos discutir esto en privado, señora Smitheram?
—Sí. Pase a mi oficina, por favor.
La invitación excluía a Betty. Seguí a Moira a una oficina que era parte sala de espera y en parte archivo. La habitación carecía de ventanas, pero estaba cubierta de pinturas abstractas, como ventanas interiores que reemplazaban a las exteriores. Moira cerró la puerta con llave y se apoyó contra ella.
—¿Soy tu prisionero? —pregunté.
Contestó sin tratar de ser graciosa:
—Yo soy la prisionera. ¡Ojalá pudiera salir de esto! —Con un ligero movimiento hacia arriba de sus manos y hombros hizo referencia al peso casi insoportable del edificio—. Pero no puedo.
—¿Tu marido no te lo permitiría?
—Es un poco más complicado que eso. Soy prisionera de todos mis errores pasados —hoy me siento sentenciosa—, y Ralph es uno de ellos. Tú eres uno más reciente.
—¿Qué he hecho de malo?
—Nada. Pensé que me querías, eso es todo. —Había dejado de lado por completo su cara y su voz oficial—. La otra noche actué de acuerdo con esa suposición.
—Yo también. Era una suposición real.
—Entonces, ¿por qué me estás haciendo pasar un mal rato?
—No era mi intención. Pero parece que estamos apuntando en diferentes direcciones.
Sacudió su cabeza.
—No lo creo. Todo lo que deseo es una vida decente, una vida posible para las personas que me rodean. —Y agregó—: Incluyéndome a mí.
—¿Qué desea tu marido?
—Lo mismo, de acuerdo con sus puntos de vista. No estamos de acuerdo en todo, por supuesto. Y cometí el error de seguirle en todas sus grandes ideas. —Una vez más el movimiento de sus brazos se refirió al edificio—. Como si pudiéramos salvar nuestro matrimonio dando a luz una clínica.
Agregó con amargura:
—Deberíamos haber alquilado una.
Era una mujer compleja, llena de ambigüedades, que hablaba demasiado. Me acerqué a ella con decisión, la abracé sin demasiada seguridad con un solo brazo y la obligué a callarse.
La herida de mi hombro latía como un corazón auxiliar. Como si pudiera sentir directamente el dolor. Moira dijo:
—Lamento que estés herido.
—Lamento que tú estés herida, Moira.
—No desperdicies tu compasión conmigo. —Su tono me recordó que era o había sido una especie de enfermera—. Voy a sobrevivir. Pero me temo que no será muy divertido.
—Me vuelves a confundir. ¿De qué estamos hablando?
—De desgracias. Lo puedo sentir en mis huesos. Tengo sangre irlandesa, ¿sabes?
—¿Desgracias para Nick Chalmers?
—Para todos nosotros. Él es una parte del todo, por supuesto.
—¿Por qué no me permites sacarle de aquí?
—No puedo.
—¿Su vida corre peligro?
—Mientras esté aquí, no.
—¿Me permitirás que le vea?
—No puedo. Mi marido no lo permitiría.
—¿Le tienes miedo?
—No. Pero él es el médico y yo sólo una asistente. Simplemente, no puedo contradecir sus órdenes.
—¿Hasta cuándo piensa mantener a Nick aquí?
—Hasta que el peligro haya pasado.
—¿Cuál es la causa del peligro?
—No te lo puedo decir. Por favor, no me hagas más preguntas, Lew. Las preguntas lo echan todo a perder.
Nos abrazamos durante un momento, apoyados contra la puerta cerrada. El calor de su cuerpo y de su boca me hicieron revivir, a pesar de que nuestras mentes estaban distantes y parte de la mía seguía atenta al tiempo que transcurría.
—¡Ojalá pudiéramos salir de aquí ahora mismo, tú y yo, y no regresar nunca! —murmuró en voz baja.
—Estás casada.
—No va a durar mucho.
—¿Por mi causa?
—Por supuesto que no. Sin embargo, ¿me prometes una cosa?
—Cuando sepa de qué se trata.
—No le hables a nadie de Sonny. Ya sabes, de mi empleadito de correos de La Jolla. Cometí un error al hablarte de él.
—¿Sonny ha vuelto a aparecer?
Asintió. Sus ojos estaban sombríos.
—No se lo dirás a nadie, ¿verdad?
—No tengo ningún motivo para hacerlo.
Me estaba colocando a la defensiva y ella lo percibió.
—Lew, sé que eres un hombre fuerte y muy recto. Prométeme que no nos harás nada. Danos a Ralph y a mí una oportunidad de discutir sobre este asunto.
Me alejé de ella.
—No puedo prometer a ciegas. Y no estás hablando claro. ¡Lo sabes condenadamente bien!
Una mueca angustiada borró sus hermosas facciones.
—No puedo hablar claro. Se trata de un problema que no se resuelve hablando. Hay demasiadas personas complicadas y demasiados años de vida.
—¿Quiénes son las personas complicadas?
—Ralph y yo y los Chalmers y los Truttwell…
—¿Y Sonny?
Sus ojos parecieron enfocar algo que estaba más allá de mi conocimiento.
—Por eso no tienes que decirle a nadie lo que te he dicho.
—¿Por qué me lo dijiste?
—Creí que podrías aconsejarme, que podíamos ser más amigos de lo que hemos sido.
—Dame más tiempo.
—Eso es lo que te estoy pidiendo.