ARTURO Adragón salía de la fortaleza demoniquiana montado en su caballo y acompañado de Crispín, su fiel escudero.
—Guardad los cuerpos de Alexia y Emedi en la gruta de Ambrosia —dijo antes de partir—. Encontraré a Arquitamius y lo llevaré hasta allí.
—Es una misión peligrosa —advirtió Arquimaes—. Arquitamius es tan amado como odiado. Nadie debe saber que le estás buscando.
—Sea como sea, lo encontraré y conseguiré su ayuda —insistió Arturo—. Lograré que Alexia y Emedi vuelvan a este mundo.
—Yo le ayudaré y le protegeré —afirmó Crispín—. No estará solo.
—Llevad mi bendición —dijo Arquimaes—. Os deseo suerte.
—Maestro, cuando esto termine, seréis rey de Arquimia, el reino de justicia y honor —dijo Arturo—. Y yo os ayudaré a construirlo.
—Es mi mayor deseo, Arturo. Arquimia se hará realidad, con tu ayuda y la del Ejército Negro. Pero ahora debes encontrar a mi maestro Arquitamius y devolver la vida a Emedi y a Alexia.
—Todo saldrá bien, maestro —afirmó Arturo—. Emedi y Alexia volverán a nuestro lado.
Arturo y Crispín espolearon a sus caballos y se alejaron. Arquimaes y Forester se quedaron allí hasta que perdieron de vista a sus hijos. Entonces entraron en la fortaleza.
—Conseguirán lo que se proponen —susurró Forester—. Son valientes.
—No te quepa duda, amigo —asintió Arquimaes.
Al anochecer, cuando el sol se había convertido en un lejano disco rojo que apenas brillaba, Arturo imaginó que el rostro de Alexia se transformaba en el de Emedi, y el de la reina en el de la princesa. Entonces, en su mente escuchó una voz femenina que le decía desde muy lejos:
—Te quiero. Deseo volver a verte.
A pesar de todos sus esfuerzos, los bomberos no han conseguido llegar todavía al segundo sótano. Así que el sarcófago sigue enterrado bajo toneladas de escombros.
Debe de estar muy sola. Por eso he venido a hablar un poco con ella y ponerla al día de los acontecimientos.
Sombra me ha visto de lejos, pero como imagina a qué he venido, ha preferido dejarme solo. Me siento sobre un montón de cascotes y cierro los ojos. Noto su presencia. Sé que está ahí abajo y que me está escuchando.
—Hola, mamá… Ya te habrás dado cuenta de que hemos tenido un problema en la Fundación. Unos desalmados han puesto una bomba y lo han destrozado todo.
Cojo un trozo de piedra y jugueteo con él.
—Papá está en el hospital, herido. Se pondrá bien en seguida. Los demás, Sombra, Mahania y Mohamed, también están fuera de peligro, no debes preocuparte… La verdad es que yo también he salido ileso del atentado. He venido para darte las gracias, porque estoy seguro de que me protegiste cuando se produjo la explosión.
Respiro hondo y le digo lo que pienso.
—Ya sabes que daría mi vida por estar contigo, pero lo de Norma es una locura. Eso de resucitar a una persona en el cuerpo de otra es difícil de asimilar. Por eso me alegro de que no lo hayan conseguido. Seguiré haciéndote visitas durante toda mi vida y nunca me olvidaré de ti. Te llevaré siempre en el corazón, mamá. ¿Sabes una cosa…? Me gusta saber que estás ahí, a mi lado, protegiéndome y dándome la inmortalidad. Sé que soy lo que soy gracias a ti.
Me levanto, dispuesto a marcharme, pero me acuerdo de una cosa, así que me acurruco otra vez.
—Ayer, Metáfora me enseñó algo asombroso. Cuando llegué por la noche, me llevó a su habitación, se puso de espaldas y me mostró su espalda. ¡Estaba llena de letras! ¡Iguales que las mías! Solo queda por saber si tiene los mismos poderes que yo. Y también debemos averiguar si es inmortal. Solo hay una forma de saberlo. Y tiemblo al pensar en lo que puede pasar si descubrimos que no lo es. Lo importante es que ahora somos iguales. Estamos unidos por la fuerza del dragón.
Salgo de la Fundación, contento por haber hablado con ella, pero disgustado por el estado en que se encuentra. No sé qué va a pasar a partir de ahora, pero estoy seguro de que me esperan muchos momentos amargos. Ya me dijo la pitonisa que iba a sufrir el doble que otras personas.
Pero estoy preparado para afrontar lo que venga, por muy duro que sea.
FIN DE
«EL REINO DE LA OSCURIDAD»