CAPÍTULO XXII
Miércoles, 13 de marzo

El día D, pensó Nona mientras se quitaba la capa y la dejaba caer sobre el canapé. Aún no eran las ocho de la mañana. Se alegró al descubrir que Connie ya había llegado y estaba preparando café.

Connie entró inmediatamente después.

—Va a ser un gran programa. Nona. —Llevaba unas tazas recién lavadas.

—Creo que Cecil B. DeMille tardó menos en hacer una de sus películas, que yo en preparar esto —dijo con ironía.

—Has seguido haciendo tus programas habituales mientras lo montabas —señaló Connie.

—Eso creo. Vamos a confirmar por teléfono la asistencia de los invitados, para asegurarnos. ¿Les enviaste una carta recordándoselo?

—Naturalmente. —Connie se sorprendió con la pregunta.

Nona esbozó una sonrisa.

—Discúlpame. Es que Hamilton no está convencido de que el programa resulte, y Liz está dispuesta a arrogarse el mérito de lo que salga bien y a cargarme el mochuelo si hay algún fallo…

—Lo sé.

—A veces me pregunto quién dirige esta oficina, Connie, tú o yo. Sólo hay una cosa en la que hubiera deseado que no nos pareciésemos.

Connie esperó.

—Me hubiera gustado que hablases a las plantas. Pero eres igual que yo. Ni siquiera las ves. —Señaló la que estaba en la ventana—. Esa pobre está agonizando. Dale algo de beber. ¿Quieres?

*****

El miércoles por la mañana, Len Parker se sintió muy cansado. El día anterior no había dejado de pensar en Darcy Scott. Cuando salió del trabajo estuvo rondando cerca del edificio de su apartamento y la vio bajar de un taxi entre las seis y media y las siete. La esperó hasta las diez, pero no volvió a salir. Necesitaba hablar con ella. Las otras veces estaba enojado con ella porque le trataba de mala manera. Había recordado algo sobre el otro día que era importante, pero ya no se acordaba más. Quizá volvería a recordarlo de nuevo.

Se puso su uniforme de trabajo. Estaba muy bien llevar uniforme, así no te gastabas un céntimo en ropa de trabajo.

*****

La secretaria de Vince había anotado un mensaje dejado por Darcy Scott antes de que él llegase a la oficina el miércoles por la mañana. Le comunicaba que estaría fuera por trabajo durante toda la mañana, pero quería hacerle saber que, era bastante probable que Erin hubiese contestado a un anuncio que empezaba por las palabras Le gusta la música, le gusta bailar. Ése sería el tipo de anuncio que con toda seguridad hubieran contestado también las demás chicas desaparecidas, pensó Vince.

Seguir la pista de los anuncios de contactos no era nada fácil. Cualquier persona que no deseara dar a conocer su verdadera identidad podía falsificar un carnet de identidad, abrir una cuenta bancaria y alquilar un apartado privado donde pudieran enviar las respuestas las revistas y periódicos que publicaban los anuncios. Ni rastro de la dirección auténtica.

Las personas que regentaban los servicios de apartados postales privados garantizaban la total confidencialidad a sus clientes.

Iba a resultar largo y dificultoso. Pero este anuncio podía ser la clave. Se puso en contacto por teléfono con los investigadores. Estaban muy cerca de Doug Fox, también conocido como Doug Fields. La ficha de la agencia «Harkness» era todo lo que un investigador del FBI podía soñar.

Fields había subarrendado el apartamento dos años atrás, justo cuando desapareció Claire Barnes.

Joe Pabst, el hombre de «Harkness», estuvo sentado muy cerca de Fox en un restaurante del Soho. Era evidente que había conocido a la mujer que estaba con él a través de un anuncio de contactos.

Se volvieron a citar para ir a bailar.

Tenía una furgoneta.

Pabst estaba convencido además de que Fox tenía un escondite secreto. En el Soho, le había oído decir a la agente de la propiedad que le gustaría llevarla a su refugio.

Se hacía pasar por ilustrador. El súper de London Terrace había entrado en su apartamento y decía que estaba lleno de dibujos realmente buenos.

«Y, además, había sido interrogado por la muerte de Nan Sheridan».

Pero todo eran pruebas circunstanciales, recordó Vince. ¿Publicaba Fox los anuncios, los contestaba, o ambas cosas? ¿Qué sería mejor? ¿Intervenir el teléfono de London Terrace durante un tiempo, y esperar a ver qué ocurría? ¿Detenerle inmediatamente para interrogarle? Era uno de los más duros de pelar.

Bueno, al menos Darcy Scott estaba sobre aviso de que éste podría ser el asesino. No corría peligro de dejarse acorralar por él.

Y sería un detalle importante a añadir si resultaba que Fox era el que puso el anuncio que llevaba encima Erin Kelley: Le gusta la música, le gusta hallar.

*****

Hacia mediodía, Vince recibió un aviso de VICAP desde el cuartel general de Quantico. Habían recibido llamadas desde numerosos departamentos de Policía del país: Vermont, Washington D. C., Ohio, Georgia, California. Se habían recibido cinco nuevos paquetes de zapatos desparejados. Todos ellos con un zapato o una bota ordinarios y un zapato de baile de tacón alto. Y todos habían sido enviados a las familias de las chicas reseñadas en la ficha de VICAP como jóvenes residentes en Nueva York, desaparecidas en los dos últimos años.

*****

A las tres y media Vince se dispuso a dejar su oficina para ir a «Hudson Cable Network». Su secretaria le detuvo cuando pasó delante de su escritorio y le tendió el teléfono.

—Mr. Charles North, dice que es importante.

Las cejas de Vince se arquearon. «¡No me digas que esta especie de picapleitos de pacotilla va a cooperar!», pensó Vince.

—D’Ambrosio —dijo secamente.

—Mr. D’Ambrosio, he pensado mucho en ello…

Vince esperó.

—Sólo hay una explicación posible a la circunstancia de que mis actividades llegaran a oídos de quien no debían.

Vince sintió espolearse su interés.

—Cuando vine a Nueva York, a principios de febrero, para arreglar los últimos detalles de la mudanza, acudí a una gala benéfica invitado por el socio principal de la compañía: el Festival Benéfico de Autores Dramáticos del siglo XXI. Asistieron una multitud de famosos. Helen Hayes, Tony Randall, Martin Chardin, Lee Grant, Lucille Lortel. Me presentaron a mucha gente durante el cóctel. El socio principal de mi compañía estaba deseoso de darme a conocer. Estuve hablando con un grupo de cuatro o cinco personas un poco antes de que nos llamaran para la cena. Una de ellas me pidió mi tarjeta, pero no puedo recordar su nombre.

—¿Qué aspecto tenía?

—Está usted hablando con alguien que tiene muy poca memoria para las caras o los nombres, lo que seguramente parecerá sorprendente a alguien de su profesión. Lo recuerdo muy vagamente. Un metro ochenta, más o menos, treinta y tantos, quizá cuarenta. No, treinta y tantos. Hablaba con corrección.

—¿Cree usted que si le entrego una lista de los asistentes a ese acto, puede ayudarle a recordar?

—No lo sé. Es posible.

—De acuerdo, Mr. North. Le estoy muy agradecido. Conseguiremos la lista y tal vez su socio reconozca los nombres de algunas de las personas que hablaron con usted.

North pareció alarmarse.

—¿Y cómo voy a explicar que necesito esa información?

El débil sentimiento de gratitud que había despertado en Vince el intento del abogado de ser útil, desapareció.

—Mr. North —le espetó—, usted es abogado, debería estar acostumbrado a obtener información sin ofrecerla. —Colgó y llamó a Ernie.

—Necesito la lista de invitados de la Gala Benéfica de Autores Dramáticos del siglo XXI, que se celebró en el «Plaza» a principios de febrero —dijo—. No creo que sea muy difícil. Ya sabes dónde puedes encontrarme.

*****

Era el trece de marzo, el aniversario de la muerte de Nan. El día anterior hubiera cumplido treinta y cuatro años.

Desde hacía ya bastante tiempo, Chris celebraba su cumpleaños el día veinticuatro, el día del cumpleaños de Greta. Era más fácil para los dos. Su madre le había llamado la víspera, antes de que saliera del trabajo.

—Chris, cada día doy gracias al cielo por tenerte a ti. Feliz cumpleaños, querido.

Esa mañana fue él quien llamó.

—El día más penoso, madre.

—Creo que lo será siempre. ¿Estás seguro de que quieres ir a ese programa?

—¿Querer? No. Pero creo que si sirve de ayuda para solucionar el caso, merecerá la pena. Puede que al verlo alguien recuerde alguna cosa sobre Nan.

—Eso espero. —Greta suspiró. Cambió de tono—. ¿Qué tal está Darcy? Es tan adorable, Chris.

—Creo que todo este asunto está acabando con ella.

—¿Saldrá también en el programa?

—No. Y tampoco quiere asistir a la grabación.

*****

En la galería, el día transcurría con tranquilidad. Chris pudo dedicarse a poner en orden sus papeles. Había dado instrucciones de que le avisaran si Darcy llegaba, pero no había ni rastro de ella. A las dos llamó a su oficina, y su secretaria le informó de que estaría todo el día fuera, trabajando, y después iría directamente a casa.

A las tres y media, se desplazó en taxi a los estudios de «Hudson Cable».

Cuando antes acabe con esto, mejor, pensó sombríamente.

Los invitados del programa se reunieron en los camerinos. Nona hizo las presentaciones. Los Corra, una pareja de unos cuarenta y tantos años se habían separado, luego contestaron ambos a un anuncio del otro. Gracias a eso se habían vuelto a reunir.

Los Daley eran un matrimonio de aspecto serio, de unos cincuenta años. Al principio, a los dos les costó bastante decidirse a escribir a los anuncios de contactos. Se conocieron hace tres años.

—Fue bien desde el principio —dijo Mrs. Daley—. Siempre he sido demasiado reservada. Descubrí que podía poner sobre el papel lo que no era capaz de decir de palabra. —Ella era una investigadora científica, él un profesor de la Universidad.

Adrián Greenfield, la jovial divorciada, tenía ya cerca de cincuenta años.

—Yo sí que me estoy divirtiendo —explicó a los demás—. En realidad fue un error de imprenta. Donde debía decir que era agraciada, pusieron adinerada. Os aseguro que se necesitaría un camión para llevar toda la correspondencia que recibí.

Wayne Harsh, el tímido director de una firma fabricante de juguetes. Era el tipo de chico que las madres sueñan que les lleve un día su hija a casa, concluyó Vince. Harsh estaba contento de los resultados de las citas. En su anuncio había escrito que se sentía muy frustrado al ver a los niños de todo el mundo jugar con los juguetes que fabricaba, mientras que él no tenía niños propios. Anhelaba encontrar una mujer dulce y brillante, de unos veinte años, que buscase un hombre que llegara pronto a casa y no tirase la ropa por el suelo.

Los tortolitos, los Cairone. Se enamoraron en su primera cita. Al final de la tarde se sentaron al piano del bar en que se encontraron y tocaron Get me to the Church on Time. Se casaron un mes más tarde.

—Hasta que no aparecieron éstos, pensé que no tendríamos ninguna pareja joven —contestó Nona a Vince, cuando éste llegó—. Estos dos te hacen creer en las novelas rosas.

Vince advirtió la llegada del psiquiatra, el doctor Martin Weiss, y se acercó a saludarle.

Weiss era un hombre de unos sesenta y cinco años, de rasgos marcados, abundante cabello gris y unos penetrantes ojos azules. Se sirvieron una taza de café.

—Gracias por aceptar venir a última hora.

—¡Hola, Vince!

Vince se dio la vuelta, y Chris se acercó a ellos. Recordó que hoy era el aniversario de la muerte de Nan Sheridan.

—Hoy no es un buen día para usted —le dijo.

*****

A las cinco menos cuarto, Darcy se recostó en el asiento del taxi y cerró los ojos. Hoy al menos, había recuperado parte del tiempo perdido. Los pintores empezarían a trabajar el lunes en el hotel. Esta mañana habían llevado un folleto del hotel «Pelham» de Londres.

—Es un hotel elegante pero íntimo. Se parece al suyo en el sentido de que las habitaciones no son grandes. El área de la recepción es pequeña, pero la sala contigua es perfecta para recibir visitas. Fíjense en este pequeño bar de la esquina. Ustedes podrían hacer lo mismo. Y miren las habitaciones. No vamos a llegar a tanto, por supuesto, pero sí podemos darle el efecto.

No hace falta decir que quedaron encantados.

Ahora, pensó Darcy, tengo que ponerme en contacto con el decorador de escaparates de «Wilston’s». Se había sorprendido mucho al enterarse de que después de desmontar un escaparate, las telas eran vendidas por casi nada. Metros y metros de género de la mejor calidad.

Sacudió la cabeza, tratando de zafarse de un persistente dolor de cabeza. No sé si esto es el principio de un resfriado o una jaqueca, pero el caso es que hoy también me acostaré pronto, se dijo mientras el taxi la conducía a su casa.

*****

Al llegar a su apartamento, vio que la luz del contestador parpadeaba. Bev había dejado un mensaje.

—Darcy, hace veinte minutos que has recibido una llamada de lo más extraña. Llámame en cuanto llegues.

Darcy marcó inmediatamente el número de su oficina.

—¿Cuál es ese mensaje, Bev?

—Era una mujer. Hablaba en voz muy baja. Quería ponerse en contacto contigo. No quise darle el número de tu casa, y por eso le dije que te dejaría un mensaje. Me dijo que estaba en el mismo bar que Erin la noche que desapareció, y que no se atrevía a decirlo porque estaba con un hombre que no era su marido. Vio cómo Erin se encontraba con un tipo en el momento en que ella salía, y abandonaron juntos el local. Pudo verle con toda claridad.

—¿Cómo puedo hablar con ella?

—No puedes, no quiso darme su nombre. Se encontrará contigo en ese mismo bar, el «Eddie Aurora», de la Calle 4 Oeste, junto a Washington Square. Dice que vayas sola y que la esperes sentada dentro. Ella llegará hacia las seis si es que puede escaparse. Si a esa hora no ha llegado, no la esperes más. En el caso de que no os pudierais ver, llamará mañana.

—Gracias, Bev.

—Escucha, Darcy, yo me voy a quedar aquí hasta tarde. Tengo que estudiar para un examen y en mi casa hay demasiado jaleo, con los amigos de mi compañera de piso entrando y saliendo. Llámame luego, ¿quieres? Sólo para saber que estás bien.

—No me pasará nada, pero vale, te llamaré.

Darcy olvidó su cansancio. Eran las cinco y cinco. Tenía el tiempo justo para lavarse la cara, cepillarse el pelo y cambiar sus vaqueros polvorientos por una falda y un jersey. ¡Oh, Erin! Pensó. Puede que esto esté llegando al final.

*****

Nona miró la lista de títulos de crédito mientras los invitados conversaban tranquilamente, enfocados todavía por las cámaras pero sin sonido.

—¡Amén! —exclamó cuando la pantalla se oscureció.

Se puso en pie de un salto y bajó corriendo los escalones que conducían al plato.

—Habéis estado maravillosos —dijo—. Todos. No sé cómo daros las gracias.

Algunos participantes sonrieron con alivio. Chris, Vince y el doctor Weiss se reunieron.

—Me alegro de que ya haya pasado —dijo Chris.

—Es muy comprensible —dijo Martin Weiss—. Por lo que he podido oír hoy, tanto su madre como usted están demostrando una extraordinaria entereza en todo este asunto.

—No nos queda otro remedio, doctor.

Nona se unió a ellos.

—Los demás se marchan ya, pero me gustaría que vosotros pasarais un momento a mi oficina, para tomar un cóctel. Os lo habéis ganado.

—¡Oh!, no sé si… —Weiss sacudió la cabeza, luego titubeó—. Primero debo llamar a mi oficina. ¿Puedo hacerlo desde aquí?

—Por supuesto.

Chris vaciló. Se daba cuenta de lo cansado que estaba. La secretaria de Darcy le había dicho que ésta iba a ir directamente a casa. Quizá la convenciese para aceptar una cena rápida.

—¿Puedo pedir turno para el teléfono yo también?

—Llama las veces que quieras.

El avisador del busca que Vince llevaba en el cinturón empezó a sonar.

—Espero que tengas muchos teléfonos por aquí. Nona.

Vince llamó desde la mesa de la secretaria y recibió un mensaje pidiéndole que llamara a Ernie a la oficina del Festival de Autores Dramáticos del siglo XXI. Cuando logró hablar con él, Ernie tenía nuevas noticias.

—Tengo la lista de invitados y, ¿a qué no adivinas quiénes están en ella?

—¿Quiénes?

—Erin Kelley y Jay Stratton.

—Fumata Bianca.

Recordó la descripción que hizo North del hombre al que entregó su tarjeta. Alto, treinta y tantos o cuarenta años. Hablaba con corrección. ¡Pero Erin Kelley! Aquella tarde en el apartamento de Kelley, Darcy eligió un vestido rosa y plateado para que fuera enterrada con él. Erin, le explicó, lo había comprado para llevarlo a una gala benéfica. Más adelante cuando fue a recoger el paquete de zapatos enviado al apartamento de Darcy, le comentó que el zapato de noche que venía en el paquete combinaba mejor con el vestido rosa y plateado que los zapatos que la propia Erin había elegido. Acababa de descubrir súbitamente la razón: el asesino había estado también en la gala y la había visto llevando ese vestido.

—Ven a buscarme a la oficina de Nona —ordenó a Ernie—, podemos ir juntos hacia la parte baja de la ciudad.

En la oficina, el doctor Weiss parecía estar más relajado.

—Todo va bien. Estaba preocupado por un paciente que podía necesitarme esta noche. Mrs. Roberts, voy a abusar de su gentileza. Mi hijo menor estudia comunicaciones y se graduará en junio. ¿Cómo puede introducirse en este mundo?

Chris Sheridan se había desplazado desde el escritorio en el que estaba situado el teléfono de Nona hasta la ventana. Distraídamente, pasó el dedo por el polvo que cubría la planta. Darcy no estaba en casa, y cuando llamó a su oficina su secretaria le dio una evasiva explicación, diciéndole que ella la llamaría más tarde.

—Ha surgido una cita importante.

Su intuición le avisaba de que algo raro estaba pasando.

Estaba seguro.

*****

Darcy tenía que esperar sólo hasta las seis, pero permaneció hasta la seis y media, antes de decidir dejarlo por esa noche. Evidentemente, la mujer que llamó no había podido venir. Pagó el «Perrier» y se marchó.

Al salir a la calle, el viento había vuelto a levantarse y sintió como si la atravesase de parte a parte. Espero conseguir un taxi, se dijo en su interior.

—Darcy, afortunadamente he llegado a tiempo. Tu secretaria me dijo que estarías aquí.

—Me salvas la vida. ¡Qué suerte!

*****

Al otro lado de la calle, acurrucado en un portal, Len Parker observó desvanecerse las luces traseras del coche. Igual que la última vez, cuando Erin Kelley salió y alguien la llamó desde esa misma furgoneta.

¿Y si fuese la misma persona que mató a Erin Kelley? ¿Debía llamar a ese agente del FBI? Se llamaba D’Ambrosio. Tenía su tarjeta.

¿Pensarían que estaba loco?

Erin Kelley le había dejado plantado, y Darcy Scott se había negado a cenar con él.

Pero él había sido mezquino con las dos.

Se había gastado un montón de dinero en taxis, siguiendo a Darcy Scott los dos últimos días.

Y una llamada telefónica sólo le costaría veinticinco centavos.

*****

Chris se alejó de la ventana. Tenía que preguntarlo. En ese momento, Vince entraba de nuevo en la habitación.

—¿Sabe si Darcy tenía esta noche otra cita de esos malditos anuncios? —preguntó.

Vince percibió la preocupación en la cara de Sheridan y pasó por alto el tono agresivo. Sabía que no iba dirigido a él.

—Creo entender que, según me dijo Nona, pensaba irse pronto a casa.

—Eso tengo entendido. —La sonrisa de Nona desapareció de su cara—. Cuando llamé a su oficina, su secretaria me dijo que pensaba ir directamente a casa desde el hotel que estaba reformando.

—Bueno, algo le ha hecho cambiar de opinión —replicó Chris—. Su secretaria parecía muy misteriosa.

—¿Cuál es el número de su oficina? —Vince cogió el teléfono. Cuando Bev contestó, se identificó y dijo—: Los planes de Miss Scott me preocupan, si sabe usted cuáles son, haga el favor de decírmelos.

—Preferiría que hablase personalmente con ella… —empezó Bev, pero Vince la interrumpió.

—Escuche, señorita, no tengo intención de interferir en su vida privada, pero si esto tiene que ver con un anuncio de contactos, necesito saberlo. Estamos muy cerca de resolver el caso, pero por el momento nadie ha sido arrestado.

—Bueno, prométame no interferir…

—¿Dónde está Darcy Scott?

Bev se lo dijo y él le dio el número de Nona.

—En cuando sepa algo de Miss Scott dígale que me llame. —Colgó—. Ha ido a encontrarse con una mujer que dice haber visto a Erin Kelley dejar el «Eddie Aurora» del Village la noche en que desapareció, y que puede describir al hombre con el que se encontró al salir. Esta mujer no había hablado antes porque estaba con un tipo que no era su marido.

—¿Crees que es cierto?

—No me gusta nada, pero si efectivamente acude al bar a encontrarse con Darcy, significa que todo va bien. ¿Qué hora es?

—Las seis y media —dijo el doctor Weiss.

—Entonces Darcy puede llamar a su oficina en cualquier momento. Por lo visto sólo tenía que esperar a esta persona hasta las seis.

—¿No fue así lo que le ocurrió a Erin Kelley? —Preguntó Chris—. Tengo entendido que estuvo esperando en el «Eddie Aurora», luego se marchó y desapareció.

Vince sintió que un escalofrío recorría su espalda.

—Voy a llamar allí.

Habló con el bar, hizo unas rápidas preguntas, escuchó unos momentos y colgó el auricular. El barman dice que una joven que responde a la descripción de Darcy se ha marchado hace unos momentos. Nadie ha venido a encontrarse con ella.

Chris juró para sus adentros. Volvía a revivir, con aterradora claridad, el momento en que encontró el cadáver de Nan, quince años atrás.

Una azafata de la recepción, llamó a la puerta entreabierta.

—Mr. Cizek, del FBI, dice que usted le está esperando —dijo dirigiéndose a Nona.

Nona asintió.

—Hazle pasar.

Mientras atravesaba la puerta, Cizek intentó sacar de un sobre de papel manila, la abultada lista de asistentes a la gala de autores dramáticos. Estaba enganchada. Al intentar arrancarla, la grapa que unía los papeles saltó, y se desparramaron por el suelo. Nona y el doctor Weiss, le ayudaron a recogerlos.

Vince advirtió que Chris abría y cerraba los puños.

—Tenemos dos sospechosos principales —le dijo— y ambos están bajo vigilancia.

El doctor Weiss estaba examinando una de las páginas que había recogido. Como si hablase para sí mismo, comentó en voz alta:

—Pensaba que estaba demasiado ocupado con sus anuncios de contactos para ir a fiestas.

Vince levantó inmediatamente la cabeza.

—¿De quien está usted hablando?

Weiss pareció sentir cierto embarazo.

—El doctor Michael Nash. Perdóneme, ha sido un comentario poco profesional.

—Llegados a este punto nada es poco profesional —dijo Vince con acritud—. Puede ser muy importante que el doctor Nash asistiese a esa gala. Parece que usted no le aprecia demasiado. ¿Por qué?

Todas las miradas se dirigieron al doctor Martin Weiss. Él pareció debatirse y luego dijo despacio.

—Que esto no salga de esta habitación. Una de mis pacientes, que fue anteriormente paciente de Nash, le vio en un restaurante con una joven conocida suya. Cuando volvió a ver a su amiga le tomó el pelo sobre el asunto.

Vince sintió el hormigueo nervioso que le invadía siempre que estaba cerca de la solución de un caso.

—Siga, doctor.

Weiss parecía cada vez más incómodo.

—La amiga de mi paciente le explicó que había conocido a ese hombre a través de un anuncio de contactos, y no se sorprendió al saber que había mentido sobre su pasado y que utilizaba un nombre falso. Se había sentido particularmente intranquila con él.

Vince notó que el doctor Weiss sopesaba cuidadosamente las palabras.

—Doctor —dijo—, usted sabe con qué nos enfrentamos. Sabe tanto como nosotros. ¿Cuál es su sincera opinión sobre el doctor Michael Nash?

—Creo que no es ético que haga investigaciones para un libro técnico bajo falsas apariencias —dijo Weiss con prudencia.

—Está evadiendo la cuestión —le dijo Vince—. Si estuviera dando su testimonio pericial en el estrado, ¿cómo lo definiría?

Weiss desvió la mirada.

—Solitario —dijo gravemente—, reprimido, agradable en apariencia, pero antisocial en el fondo. Probablemente tiene problemas profundamente arraigados, que empezaron a manifestarse en la infancia. De todas formas, es un simulador nato, y podría engañar a muchos profesionales.

Chris sintió que la sangre se le agolpaba en las sienes.

—¿Ha estado Darcy saliendo con ese hombre?

—Sí —susurró Nona.

—Doctor —dijo Vince inmediatamente—, necesito ponerme en contacto con esa joven cuanto antes, para saber qué decía ese anuncio.

—Mi paciente lo trajo a la consulta para enseñármelo —dijo Weiss—. Lo tengo en mi despacho.

—¿Recuerda usted si empezaba «le gusta la música, le gusta bailar»? —preguntó Vince.

En el mismo momento en que Weiss contestaba afirmativamente, el avisador del «busca» de Vince empezó a sonar. Cogió el teléfono, marcó y espetó su nombre. Nona, Chris, el doctor Weiss y Ernie observaron, mientras esperaban en completo silencio, cómo las arrugas de la frente de Vince se hacían más profundas. Sin soltar el auricular, Vince les informó:

—Ese chiflado de Len Parker acaba de llamar. Estaba siguiendo a Darcy, y vio cómo subía a la misma furgoneta que se llevó a Erin el día que desapareció. —Hizo una pausa y luego dijo lacónicamente—. Es un vehículo «Mercedes», de color negro, registrado a nombre del doctor Michael Nash en Bridgewater. Nueva Jersey.

*****

—Tienes un coche diferente.

—Éste lo utilizo sobre todo en el campo.

—Has vuelto muy pronto del congreso.

—Al final, el ponente al que yo tenía que reemplazar se sintió lo suficientemente bien como para poder asistir.

—Ya veo. Michael, eres un encanto, pero creo que lo mejor será que me vaya a casa cuanto antes.

—¿Qué cenaste anoche?

Darcy sonrió.

—Una sopa de lata.

—Recuesta la cabeza y descansa. Duerme si puedes. Mrs. Hughes tendrá el fuego encendido y una magnífica cena, y puedes dormir también en el camino de vuelta. —Alargó la mano y acarició delicadamente su cabello—. Órdenes del médico, Darcy. Me gusta cuidar de ti.

—Es estupendo que te cuiden. ¡Ah! —Cogió el teléfono del coche—. ¿Puedo llamar a mi secretaria? Le prometí que la volvería a llamar.

Colocó la mano sobre las suyas y retiró el aparato.

—Lo siento, pero tendrás que esperar a que lleguemos a casa. El teléfono no funciona. Ahora relájate.

Darcy sabía que Bev iba a permanecer en la oficina todavía durante unas horas. Cerró los ojos y se dejó llevar por el sueño. Estaba dormida cuando atravesaron el Lincoln Tunnel.

*****

—Voy a ordenar que registren el apartamento de Nash —dijo Vince—. Pero nunca la llevaría allí ni a su oficina. El portero podría verlos.

—Darcy me dijo que tiene una casa en Bridgewater con una finca de ciento sesenta hectáreas. Ha estado allí un par de veces. —Nona se agarró con fuerza a los lados de la mesa para sostenerse.

—Entonces, si la invitó a ir allí esta tarde, no debió sospechar nada —dijo Vince. Se sentía cada vez más enfadado consigo mismo.

Erin regresó de la oficina.

—He hablado con los de vigilancia. Doug Fox está en su casa de Scarsdale. Jay Stratton está en Park Lane, con una vieja cotorra.

—Eso les deja fuera. —Todo encaja perfectamente, pensó Vince furioso. Nash dejó un mensaje en el contestador de Erin, para que ella le volviese a llamar, la noche en que se la llevó. Nunca se me ocurrió comprobarlo, esta tarde deja un mensaje a la secretaria de Darcy, y pretende luego que es la secretaria quien le ha dicho dónde la podía encontrar. Sabe que Darcy confía en él, y que subirá a su coche. Y si ese bicho raro de Len Parker no la hubiera estado siguiendo, se hubiera desvanecido sin dejar rastro.

—¿Cómo vamos a encontrar a Darcy? —preguntó Chris desesperado. Un miedo angustioso le oprimía el pecho del tal forma que le resultaba dificultoso respirar. Descubrió que en algún momento, durante la semana pasada, se había enamorado perdidamente de Darcy Scott.

Vince seguía dictando órdenes por teléfono al cuartel general.

—Avisen a la Policía de Bridgewater —decía—. Que estén preparados para cuando lleguemos.

—Ten cuidado, Vince —le previno Ernie—, no tenemos ninguna prueba, y el único testigo es un reconocido chiflado.

Chris se abalanzó sobre él.

eres el que debes tener cuidado.

Weiss le sujetó por el brazo.

—Envíen varias unidades a la residencia de Nash —decía Vince mientras tanto—. Y tened un helicóptero preparado en la plataforma de la Calle 13 para dentro de diez minutos.

*****

Cinco minutos después, bajaban a toda velocidad por la Novena Avenida en un coche patrulla, con la sirena ululando y las luces encendidas. Vince iba en el asiento delantero junto al conductor, Nona, Chris y Ernie Cizek en el asiento trasero. Chris se había limitado a declarar que él iba con Vince. Nona había mirado al detective con ojos implorantes.

Vince no les puso al corriente de la desalentadora información que había recibido de la Policía de Bridgewater. En la finca de Nash existían numerosos edificios, repartidos por toda la finca, incluyendo la zona de bosque. La búsqueda podía resultar larga.

«Y cada minuto que perdían, el reloj corría contra Darcy», pensó.

*****

—Ya hemos llegado, mi vida.

Darcy se removió.

—Me he quedado dormida, ¿verdad? —Bostezó—. Perdóname, no soy una compañía muy divertida.

—Me gustaba que durmieras. El descanso repara el espíritu tanto como el cuerpo.

Darcy miró hacia fuera.

—¿Dónde estamos?

—A sólo quince kilómetros de la casa. Tengo un pequeño refugio donde suelo escribir y olvidé el manuscrito el último día. ¿No te importa que paremos un momento para recogerlo? De paso, podemos tomar una copa de jerez.

—Siempre que no estemos mucho tiempo. Quiero volver a casa pronto, Michael.

—Volverás pronto, te lo prometo. Vamos, entra. Siento que esté tan oscuro.

Su mano sujetó el brazo de Darcy.

—¿Cómo encontraste este sitio? —preguntó ella, mientras abría la puerta.

—Cuestión de suerte. Por fuera no parece gran cosa, pero el interior es bastante bonito.

Abrió la puerta y accionó el interruptor de la luz. Darcy remarcó que debajo había un botón que decía «alarma».

Paseó la mirada por la amplia habitación.

—¡Oh!, esto es precioso —dijo admirando la zona de sentarse, cerca de la chimenea, la cocina en la misma pieza, los suelos encerados. Luego se fijó en la enorme pantalla de televisión y los potentes altavoces de alta fidelidad.

—¡Este equipo es magnífico! ¿No es un despilfarro en un refugio para escribir?

—No, en absoluto. —La ayudó a quitarse el abrigo. Darcy se estremeció, aunque la habitación estaba caldeada. Había una botella de vino en un soporte de plata sobre una mesa auxiliar, junto al sofá.

—¿Se ocupa Mrs. Hughes también de este lugar?

—No. Ni siquiera sabe que existe. —Atravesó la habitación y encendió el equipo.

Los altavoces desgranaron los compases iniciales de Till you were here.

—Ven aquí, Darcy. —Sirvió jerez en una copa y se la tendió—. En una noche tan fría resulta delicioso, ¿no te parece?

Le sonreía con afecto. Entonces. ¿Qué era lo que estaba pasando? ¿Por qué de repente tenía la sensación de que era diferente? Su voz parecía ligeramente confusa, como si hubiese estado bebiendo. Sus ojos. ¡Eso era! Sus ojos tenían algo extraño. Su primer instinto fue correr hacia la puerta, pero ¡eso era ridículo! Buscó afanosamente algo que decir. Sus ojos se posaron en la escalera.

—¿Cuántas habitaciones tienes arriba? —La pregunta sonó brusca incluso a sus propios oídos.

No pareció notarlo.

—Sólo un dormitorio pequeño y un baño. Esta es una casa de campo a la antigua.

Seguía sonriendo, pero su mirada había cambiado. Las pupilas se dilataban. «¿Dónde estarán el ordenador y la impresora, y los libros, y todos los avíos típicos de un escritor?».

Darcy sintió que el sudor le cubría la frente. ¿Qué le estaba pasando? Estaba empezando a sospechar absurdamente… ¿Qué? Eran sólo sus nervios. Estaba con Michael.

Con el jerez en la mano, se sentó en el sillón, frente al sofá y estiró las piernas. Michael no quitaba los ojos de su cara.

—Déjame echar un vistazo.

Deambuló por la habitación, deteniéndose para examinar algunos de los escasos objetos de adorno, o para deslizar la mano sobre el mostrador que separaba la cocina del resto de la habitación.

—¡Qué armarios más bonitos!

—Los mandé hacer, pero los instalé yo mismo.

—¡Tú mismo!

Su voz era afable, pero cortante.

—Ya te dije que mi padre fue un hombre que se hizo a sí mismo. Quiso que yo fuera capaz de hacer de todo.

—Desde luego, fue un buen maestro.

No podía permanecer mucho más tiempo en aquel lugar. Se dio la vuelta, caminó hasta el sofá, y pisó un objeto que estaba casi cubierto por el borde de la alfombra de la zona de estar.

Darcy lo pasó por alto y se sentó rápidamente. Sus rodillas temblaban de tal manera que sintió que iban a dejar de sostenerla. «¿Qué pasaba? ¿Por qué estaba tan asustada?».

Estaba con Michael, el encantador y considerado Michael. No quería pensar en Erin, pero su cara no se apartaba un instante de su mente. Bebió un poco de jerez para mitigar la sequedad de su boca.

La música cesó. Michael pareció contrariado. Se levantó y se acercó al equipo. Cogió una pila de cintas de la estantería superior, y empezó a examinarlas.

—No me había dado cuenta de que esta cinta estaba a punto de finalizar.

Hablaba como si estuviese pensando en voz alta. La mano de Darcy aferró el pie de la copa. Ahora, eran sus manos las que estaban temblando. Algunas gotas de jerez salpicaron el suelo. Cogió una servilleta y se inclinó para secarlo.

Al ir a levantarse, advirtió que había alguna cosa oculta por el borde de la alfombra, algo que brillaba bajo la luz de la lámpara situada junto al sofá. Eso debe ser lo que he pisado antes. Un botón, probablemente. Fue a cogerlo, deslizando los dedos índice y pulgar y palpando bajo el espacio hueco. No era un botón, era un anillo. Darcy lo cogió y se lo quedó mirando sin dar crédito a lo que veía.

Una E de oro, sobre un fondo de ónice en forma ovalada. «El anillo de Erin».

«Erin ha estado en esta casa. Erin había contestado a un anuncio de Nash».

El pánico se apoderó de Darcy. Michael había mentido cuando le dijo que se había encontrado con Erin una sola vez, para tomar una copa en «Pienre».

Repentinamente, el equipo empezó a sonar, estruendosamente.

—Disculpa —dijo Nash, todavía de espaldas a ella.

Change Partners and Dance. Tarareó los compases iniciales con la orquesta mientras bajaba el volumen y se volvía hacia ella.

Ayúdame, rezó Darcy. Ayúdame. No debe ver el anillo. Él la miraba fijamente. Cruzó las manos, deslizando disimuladamente el anillo en uno de sus dedos, mientras él se acercaba, con los brazos extendidos.

—Nunca hemos bailado juntos, Darcy. Yo bailo muy bien, y sé que tú también.

«El cuerpo de Erin fue hallado con un zapato de baile en un pie. ¿Había bailado con él en esta misma habitación? ¿Había muerto en esta misma habitación?

Darcy se recostó en el sofá.

—No pensaba que te gustase bailar, Michael. Cuando te hablé de las clases a la que Nona, Erin y yo asistíamos juntas, no me pareció que te interesase demasiado.

Dejó caer los brazos, y cogió su copa de jerez. Esta vez se sentó en el sillón, pero tan al borde, que daba la impresión de que se hubiera caído si sus piernas no estuvieran firmemente apoyadas en el suelo.

«Cómo si estuviera a punto de saltar sobre mí».

—Me gusta bailar —dijo—, pero pensé que no sería sano para ti recordar los buenos momentos que pasaste con Erin, en esas clases.

Darcy ladeó la cabeza como si estuviese meditando sobre su respuesta.

—No dejas de subir en coche sólo porque una persona querida sufre un accidente de tráfico, ¿no? —Sin esperar su respuesta, trató de cambiar de tema. Examinó el pie de la copa—. Una cristalería preciosa —comentó.

—Compré este juego en Viena —dijo él—. Puedo asegurar que hace que el jerez tenga aún mejor sabor.

Ambos sonrieron. Ahora volvía a ser el Michael que ella conocía. La extraña mirada se había desvanecido de sus ojos. «Manténle así, le advirtió su instinto. Háblale y hazle hablar».

—Michael… —su voz adoptó un tono vacilante, confidente—, ¿puedo hacerte una pregunta?

—Por supuesto. —Pareció interesado.

—El otro día, creo que sugeriste que había estado haciendo pagar a mis padres aquel comentario que me dolió tanto cuando era niña. ¿Cómo he podido ser tan egoísta?

*****

Durante los veinte minutos que duró el trayecto, todos guardaron silencio. Vince dio un rápido repaso mental a la investigación en todos sus detalles. Michael Nash. Él había estado sentado en su despacho, pensando que era uno de los pocos psiquiatras que hablaban con sensatez. ¿Y si esta búsqueda resultaba inútil? ¿Quién podía asegurar que una persona con el dinero de Nash, no poseyese algún refugio en Connecticut, o al norte del Estado de Nueva York?

Puede que sí, pero dada la extensión de su propiedad, lo más probable era que llevase allí a sus víctimas. Por encima del zumbido del motor Vince escuchó en su cabeza los nombres de los asesinos reincidentes que habían enterrado a sus víctimas en el sótano o el desván de su propia casa.

El helicóptero voló en círculos sobre una carretera comarcal.

—¡Allí! —Vince señaló hacia la derecha, donde dos potentes haces luminosos se proyectaban hacia arriba, señalando el camino a través de la oscuridad.

—La Policía de Bridgewater dijo que estarían estacionados junto a los límites de la propiedad de Nash. Desciende.

*****

En la mansión, todo parecía en calma. Se veían luces encendidas en algunas ventanas de la planta baja. Vince insistió en que Nona esperase fuera, junto al piloto. Con Chris y Ernie pegados a sus talones, atravesó corriendo la zona de césped bordeada por el camino de entrada y llamó al timbre.

—Dejadme hablar a mí.

Una mujer respondió, a través del interfono.

—¿Quién es?

Vince apretó las mandíbulas. Si Nash estaba dentro, le estaban poniendo sobre aviso de su presencia.

—Vince d’Ambrosio, agente del FBI, señora. Necesito hablar con el doctor Nash.

Un momento después la puerta se abrió ligeramente, sin retirar la cadena de seguridad.

—¿Puedo ver sus credenciales, señor? —Esta vez el que hablaba era un hombre, con el tono cortés de un sirviente bien enseñado.

Vince se la entregó.

—Déles prisa —apremió Chris.

La cadena de seguridad fue retirada, y la puerta se abrió. Los guardas, pensó Vince, al ver su aspecto. Les pidió que se identificaran.

—Somos Irma y John Hughes. Trabajamos para el doctor Nash.

—¿Está en la casa?

—Sí —contestó Mrs. Hughes—. Lleva aquí toda la tarde, está terminando su libro y no quiere que nadie le moleste.

*****

—Darcy, tienes una gran capacidad de introspección —comentó Michael—, ya te lo dije la semana pasada. Te sientes algo culpable por tu actitud hacia tus padres, ¿no es cierto?

—Creo que sí. —Darcy observó que sus pupilas volvían al tamaño natural. El color azul gris de su iris volvía a ser visible.

La siguiente canción de la cinta empezó a sonar. Red Roses for a Blue Lady. El pie derecho de Michael empezó a moverse al compás de la música.

—¿Debo sentirme culpable? —preguntó ella con rapidez.

*****

—¿Dónde se encuentra la habitación del doctor Nash? —Preguntó Vince—. Yo me hago responsable por molestarle.

—Siempre cierra la puerta cuando quiere intimidad, y no contesta si se llama. Es muy severo respecto a la orden de no ser interrumpido cuando está en esa habitación. Ni siquiera le hemos visto desde que llegamos de hacer algunas compras esta tarde, pero su coche está en el camino de entrada.

Chris ya tenía bastante.

—No está arriba. Está por ahí conduciendo una furgoneta y haciendo Dios sabe qué. —Chris empezó a subir las escaleras—. ¿Dónde demonios está su habitación?

Mrs. Hughes miró implorante a su esposo, y luego los guió escaleras arriba, golpeó a la puerta pero no obtuvo respuesta.

—¿Tiene usted una llave?

—El doctor me ha prohibido que la use cuando deja la habitación cerrada.

—Tráigala.

*****

Como Vince suponía, la enorme habitación estaba vacía.

—Mrs. Hughes, tenemos un testigo que vio a Darcy Scott subir en la furgoneta del doctor está tarde. Creemos que está en peligro. ¿Tiene el doctor Nash un estudio, o una casita de campo en su finca o algún otro lugar al que haya podido llevarla?

—Debe estar equivocado —protestó la mujer—. Él ha traído aquí dos veces a Miss Scott, son buenos amigos.

—Mrs. Hughes, no ha contestado a mi pregunta.

—En esta finca hay varios graneros y establos, y algunos edificios que sirven de almacén. No hay ningún otro lugar al que poder llevar a una señorita. También tiene un apartamento en Nueva York, y un despacho.

Su esposo asentía confirmando lo que decía. Vince comprendió que decía la verdad.

—Señor —dijo Mrs. Hughes tímidamente—, hemos trabajado para el doctor Nash durante catorce años. Si Miss Scott está con él, puede estar tranquilo, se lo aseguro. El doctor Nash no le haría daño a una mosca.

*****

¿Cuánto tiempo llevaban hablando? Darcy había perdido la noción. La música se escuchaba suavemente, de fondo. En estos momentos estaba sonando Begin the Beguine. ¿Cuántas veces había visto a sus padres bailar esta pieza?

—Mis padres fueron en realidad quienes me enseñaron a bailar —explicó a Nash—. Muchas veces ponían discos de foxtrot o valses, y bailaban. Lo hacían muy bien.

Su mirada seguía siendo amable. La miraba con los mismos ojos que ella había visto cuando había estado en otras ocasiones con él. Mientras él no sospechase que ella lo sabía todo, era todavía posible que la dejase ir, que la llevase a la casa para cenar. Tengo que hacer que desee seguir hablando.

Mamá siempre decía:

—Darcy, tienes verdadero talento para actuar, ¿por qué no quieres hacerlo?

Si es verdad que lo tengo, déjame demostrarlo ahora, rezó Darcy.

Toda su vida estuvo escuchando a sus padres discutir cómo debía representarse una escena. Algo debía haber aprendido.

No puedo dejar que se dé cuenta de lo aterrorizada que estoy, pensó Darcy. Canalizaré mis nervios en la actuación. ¿Cómo representaría su madre esta escena: una mujer atrapada en la casa de un maníaco asesino? Mamá dejaría de pensar en el anillo de Erin que llevaba en el dedo y haría lo mismo que ella trataba de hacer. Actuar como si Michael Nash fuese un psiquiatra y ella una paciente confiándose a él.

¿Qué estaba diciendo Michael?

—¿Te has dado cuenta, Darcy, que cuando te permites hablar de tus padres, te vuelves más animada? Creo que disfrutaste de tu niñez más de lo que tú piensas.

«La gente siempre se agolpaba a su alrededor. Recordaba aquella vez que la multitud era tan grande que se soltó de la mano de su madre y se perdió».

—Dime, Darcy, ¿qué es lo que estas pensando? Dilo, déjalo salir.

—Estaba tan asustada. No podía verlos. En ese momento supe que odiaba…

—¿Qué odiabas?

—Las multitudes. Ser arrancada de su lado…

—No era culpa suya.

—Si no hubieran sido tan famosos…

—Les echabas en cara su fama…

—No. —Funcionaba. Su voz volvía a ser la de siempre. No me gusta hablar de esto, tengo que hacerlo. Tengo que sincerarme con él. Es mi única oportunidad. ¡Mamá! ¡Papá! ¡Ayudadme! Venid a mi lado.

—¡Están tan lejos! —dijo, sin advertir que hablaba en voz alta.

—¿Quiénes?

—Mis padres.

—¿Quieres decir ahora?

—Sí. Están de gira por Australia, con la obra.

—Pareces tan desamparada, Darcy, asustada incluso. ¿Estás asustada, Darcy?

«No permitas que se dé cuenta».

—No. Pero estoy apenada porque no los voy a ver en seis meses.

—¿Crees que ese día en que fuiste separada de ellos, fue la primera vez que te sentiste abandonada?

Deseaba gritar: «¡Ahora me siento abandonada!». Pero en lugar de ello, dijo:

—Sí.

—Has dudado un momento, ¿por qué?

—Hubo otra vez, cuando tenía seis años. Yo estaba en el hospital y creían que iba a morir… —trató de no mirarle. Le aterrorizaba pensar que sus ojos pudieran volverse oscuros y vacíos de nuevo.

Se sentía como la protagonista de Las mil y una noches que debía contar cuento tras cuento, para seguir con vida.

*****

Chris estaba sumido en una profunda desesperación. Darcy había estado en aquella casa hacía escasos días, con el hombre que había matado a Nan, y a Erin Kelley, y a todas las demás chicas, y ahora se iba a convertir en su próxima víctima.

Estaban en la cocina, donde Vince mantenía contacto por una línea con el FBI, y por la otra con la Policía del Estado. Habían enviado más helicópteros.

Nona se hallaba de pie junto a Vince, con aspecto de perder el conocimiento de un momento a otro. Los Hughes estaban sentados a la mesa del comer, hombro con hombro, con expresión desconcertada y asustados. Un policía local les interrogaba sobre las actividades de Nash. Ernie Cizek estaba en el helicóptero, sobrevolando a baja altura los campos circundantes. Chris podía oír el ruido del motor a través de la ventana cerrada. Estaban buscando la furgoneta «Mercedes» de color negro de Michael Nash. Los demás edificios de la finca estaban siendo registrados por varias patrullas de la Policía local.

Chris recordó con amargura su propia satisfacción cuando compró una furgoneta «Mercedes», hacía justo un año. El vendedor le convenció para que instalara un sistema de alarma «Lojack».

—Se coloca directamente en la instalación eléctrica. Si alguna vez le roban el coche, puede ser localizado en pocos minutos. No tiene más que telefonear a la Policía y darle su número de código «Lojack». Éstos lo introducen en el ordenador y un transmisor envía una señal que activa el sistema de su vehículo. Muchos coches de Policía están equipados para recibir la señal.

Cuando hacía sólo una semana que Chris era propietario de la furgoneta, ésta fue robada a la puerta de la galería con un cuadro valorado en cien mil dólares en la parte trasera. Entró un momento en su oficina para coger su maletín, y cuando volvió a salir, ya no estaba. Llamó inmediatamente para denunciar el robo, y quince minutos más tarde la furgoneta había sido hallada y recuperada.

Si al menos Nash se hubiera llevado a Darcy en un coche robado.

—¡Oh, Dios mío! —Chris cruzó corriendo la habitación y agarró el brazo de Mrs. Hughes—. ¿El doctor Nash tiene su fichero personal aquí o en Nueva York?

Ella le miró con asombro.

—Aquí, en una habitación junto a la biblioteca.

—Quiero verlo.

—No cuelgue —dijo Vince desde el teléfono—. ¿Se puede saber qué te pasa, Chris?

Chris no respondió.

—¿Cuánto tiempo hace que el doctor tiene la furgoneta?

—Unos seis meses —respondió John Hughes—. Suele utilizarla con frecuencia.

—Entonces seguro que lo tiene.

*****

Los documentos estaban archivados en un elegante armario de caoba. Mrs. Hughes conocía el lugar en que estaba escondida la llave.

Los papeles del «Mercedes» fueron fáciles de encontrar. Chris los cogió y dio un grito de excitación que atrajo a los demás. Extrajo el folleto de «Lojack» de la carpeta. En él estaba anotado el número de código del «Mercedes» negro de Nash.

Un policía de Bridgewater cayó en la cuenta de la importancia del descubrimiento de Chris.

—Deme eso —dijo—, yo llamaré. Nuestros coches tienen el equipo necesario.

*****

—Estabas en el hospital, Darcy. —La voz de Michael era sosegada.

Ella sintió su boca reseca. Necesitaba un vaso de agua, pero no se atrevía a distraerle.

—Sí. Tuve meningitis espinal. Recuerdo lo enferma que me sentía. Creí que iba a morir. Mis padres estaban junto a la cabecera. Escuché cómo el doctor les decía que no tenía demasiadas esperanzas.

—¿Cómo reaccionaron tus padres?

—Estaban abrazados. Mi padre dijo: «Barbara, nos tenemos el uno al otro».

—Y eso te dolió, ¿no es cierto?

—Me di cuenta de que no me necesitaban —susurró ella.

—Pero, Darcy, es que no sabes que cuando crees que estás a punto de perder a alguien que amas, la reacción instintiva es ir en busca de alguien o algo que te queda todavía. Estaban tratando de hacer frente al golpe, o mejor dicho, preparándose para ello. Lo creas o no eso es algo saludable. Y desde entonces has estado tratando de excluirlos, ¿verdad?

¿Era así? Siempre rechazando la ropa que su madre le compraba, los regalos que le hacían continuamente, desdeñando su modo de vida, ese modo de vida conseguido a base del trabajo de toda su vida. Incluso su profesión. ¿Por qué tanto empeño en probar su autosuficiencia?

—No, no lo es.

—¿Qué es lo que no es?

—Mi trabajo, me gusta de verdad lo que hago.

—«Me gusta de verdad lo que hago». —Michael repitió las palabras lenta, cadenciosamente. Una nueva canción empezó a sonar. Save the Last Dance for Me. Se levantó—. Y a mí me gusta bailar. Ahora, Darcy. Pero antes, tengo un regalo para ti.

Horrorizada, contempló cómo se levantaba y buscaba algo detrás del sillón. Se volvió hacia ella con una caja de zapatos en la mano.

—Te he comprado unos preciosos zapatos para que bailes con ellos, Darcy.

Se arrodilló frente al sofá y le quitó las botas. Su instinto le decía que era mejor no resistirse. Se clavó las uñas en las palmas de las manos para no gritar. El anillo de Erin se había dado la vuelta y podía sentir el relieve de la E contra su piel.

Michael abrió la caja de zapatos y apartó el papel de seda. Cogió uno de los zapatos y lo alzó para que ella pudiera admirarlo. Era un zapato de raso de tacón alto, abierto por delante. Unas cintas de gasa, formadas por bandas doradas y plateadas, casi transparentes, lo sujetaban al tobillo. Michael tomó el pie izquierdo de Darcy con su mano y lo hizo entrar en el zapato, atando con doble nudo las largas cintas. Luego volvió a meter la mano en la caja, sacó el otro zapato y acarició su tobillo mientras deslizaba el pie en el interior del zapato.

Cuando tuvo los dos zapatos puestos, levantó la vista y sonrió.

—¿No te sientes como Cenicienta? —preguntó.

Ella no pudo contestarle.

*****

—El radar indica que el vehículo está estacionado a menos de quince kilómetros de aquí, en dirección Noroeste —dijo lacónicamente el policía de Bridgewater, mientras el coche patrulla avanzaba a toda velocidad por la carretera comarcal. Vince, Chris y Nona iban dentro.

*****

—La señal se oye cada vez más fuerte —dijo unos minutos después—. Nos estamos acercando.

—Hasta que no lleguemos allí, no nos habremos acercado suficiente —estalló Chris—. ¿No puede ir más rápido?

Doblaron una curva. El conductor pisó los frenos de golpe. El vehículo derrapó y luego volvió a enderezarse.

—¡Maldita sea!

—¿Qué ocurre? —gritó Vince.

—Están excavando la carretera un poco más adelante. No podemos pasar. Y si damos un rodeo perderemos mucho tiempo.

*****

La música llenaba la habitación, pero no alcanzaba a sofocar su risa maníaca. Los pasos de Darcy seguían ágilmente los suyos.

—No suelo bailar valses vieneses a menudo —gritó él—, pero esta noche escogí éste para ti. —Giraban, se inclinaban, volvían a girar. El cabello de Darcy se arremolinaba junto a su cara. Ella estaba jadeando pero él no parecía notarlo.

El vals finalizó pero él no retiró los brazos de su cintura. Sus ojos volvían a ser dos brillantes agujeros oscuros y vacuos.

Can’t Get Started with You. Hábilmente, inició un grácil foxtrot. Ella le siguió sin esfuerzo. Él la aferraba estrechamente, oprimiéndola. No podía respirar. ¿Era eso lo que había hecho con las otras? Conseguir que confiaran en él, y luego traerlas a esta casa apartada. ¿Dónde estarían sus cuerpos? ¿Enterrados cerca de aquí?

¿Qué posibilidades tenía de escapar de él? La alcanzaría antes de llegar a la puerta. Cuando entraron, se fijó en el botón de alarma ¿Estaría conectado a un sistema de seguridad? Tal vez, si pensaba que alguien venía hacia allí, no se atreviese a matarla.

Pero ahora Michael tenía otra prioridad. Su brazo era como el acero y se movía siguiendo el compás de la música con perfección.

—¿Quieres saber mi secreto? —susurró—. Ésta no es mi casa, es la casa de Charley.

—¿Charley?

Un paso atrás, deslizarse, vuelta.

—Sí. Ése es mi verdadero nombre. Edward y Janice Nash eran mis tíos. Me adoptaron cuando yo tenía un año y cambiaron mi nombre por el de Michael.

La observaba fijamente. Darcy no podía soportar mirar aquellos ojos.

Un paso atrás, un paso al lado, deslizarse.

—¿Qué les ocurrió a tus padres auténticos?

—Mi padre mató a mi madre, y le mandaron a la silla eléctrica. Aunque mi tío me tenía mucho aprecio, empezó a decir que me estaba volviendo igual que mi padre. Mi tía era muy cariñosa conmigo cuando era pequeño, pero luego dejó de quererme. Decía que adoptarme había sido una locura, que la mala sangre siempre acaba por salir.

Otra canción. Frank Sinatra cantaba Eh, preciosas, poneos vuestras botas de baile y venid conmigo.

Paso. Paso. Deslizarse.

—Me alegro que me digas eso, Michael. Hablar ayuda, ¿no crees?

—Llámame Charley.

—Como quieras. —Intentó no parecer indecisa. Que no viera su miedo.

—¿No quieres saber qué les pasó a mis padres, quiero decir, a las personas que me criaron?

Sí. Darcy pensó en sus piernas cada vez más cansadas. No estaba acostumbrada a los tacones finos. Sintió que las apretadas cintas del tobillo le cortaban la circulación.

Un paso al lado, vuelta.

Sinatra alentaba: Sueña conmigo sobre la pista concurrida

—Cuando tenía veintiún años, tuvieron un accidente en un bote. El bote estalló.

—Lo siento.

—Yo no. Yo saboteé el bote. Soy igual que mi verdadero padre. Estás cansada, Darcy.

—No, no. Estoy bien. Me gusta bailar contigo. —Conserva la calma… consérvala.

—Pronto descansarás. ¿Te sorprendiste al recibir los zapatos de Erin?

—Sí, me sorprendí mucho.

—Era tan bonita. Yo le gustaba. En nuestra primera cita le hablé de mi libro, y ella a su vez me habló del programa y de cómo tú y ella estabais contestando anuncios de contactos. Eso fue muy divertido, porque yo ya había decidido que tú serías la siguiente.

«La siguiente».

—¿Por qué nos escogiste?

Y mientras el ritmo suena, te diré susurrando arrulladoras palabras, cantaba Sinatra.

—Las dos contestasteis el anuncio especial. Pero Erin contestó además mi otro anuncio también, el que enseñé al agente del FBI.

—Eres muy listo, Charley.

—¿Te gustaron los zapatos que compré para Erin? Combinaban muy bien con su vestido.

—Sí, lo sé.

—Yo también asistí a la Gala de Autores Dramáticos. La reconocí por la foto que me envió, y busqué su nombre en la lista de las mesas para asegurarme. Estaba sentada cuatro mesas más allá. Fue una casualidad que tuviera una cita con ella la noche siguiente.

Paso, paso, deslizarse, vuelta.

—¿Cómo supiste el número que calzaba Erin? ¿Y el mío?

—Muy fácil. Compré varios números diferentes para Erin. Quería ese par para ella. ¿Recuerdas cuando la semana pasada te ayudé a sacarte una piedrecita de la bota? Pude ver tu número entonces.

—¿Y las otras?

—A las mujeres les gusta ser halagadas. Les decía: «Tienes unos pies tan bonitos. ¿Qué número calzas?». Algunas veces les compraba unos zapatos especialmente para ellas. Otras utilizaba zapatos que ya tenía.

—El auténtico Charles North no ponía anuncios de contactos, ¿verdad?

—No. Lo conocí en la misma gala. Hablaba constantemente de sí mismo, y le pedí su tarjeta. Nunca utilizo mi verdadero nombre con las personas que contestan al anuncio especial. Tú lo pusiste más fácil. Fuiste tú la que llamaste.

Sí, ella le había llamado.

—Dices que la primera vez que saliste con Erin Kelley, tú le gustaste. ¿No tenías miedo de que reconociera tu voz cuando la llamaste de nuevo, diciendo que eras Charles North?

—La telefoneé desde Penn Station, allí hay mucho ruido. Le expliqué que estaba a punto de tomar un tren para Filadelfia. Puse un tono de voz más grave y hablé más de prisa de lo normal. Igual que esta tarde, con tu secretaria. —El timbre de su voz cambió, haciéndose más agudo—. ¿No parezco una mujer, ahora?

—¿Y si yo no hubiera podido acudir a la cita del bar, esta tarde? ¿Qué hubieras hecho?

—Ya me habías dicho que no tenías planes para esa noche. Sabía que harías cualquier cosa para hallar al hombre que se encontró con Erin la noche que desapareció. Y tenía razón.

—Sí, Charley, tenías razón.

Él rozó su cuello con los labios.

Paso, paso, deslizarse.

—Estoy tan contento de que las dos contestarais mi anuncio especial. Sabes cuál es, ¿no? Empezaba: Le gusta la música, le gusta bailar.

Porque, ¿qué es bailar, sino hacer el amor dentro de la música?, continuaba Sinatra.

—Ésta es una de mis canciones preferidas —susurró Michael. La hizo girar, sin aflojar la presión de su mano. Cuando la volvió a atraer hacia él, su tono se volvió confidencial, casi pesaroso—. Fue por culpa de Nan, que empecé a matar muchachas.

—¿Nan Sheridan? —La cara de Chris Sheridan llenó sus pensamientos. La tristeza de sus ojos cuando hablaba de su hermana. La autoridad y serenidad que demostraba en la galería. El afecto que le profesaban sus empleados. Su madre. La amistad espontánea surgida entre ellos. Le parecía oírle decir: «Espero que no seas vegetariana, Darcy. Es la hora del gourmet».

La preocupación que mostraba porque ella contestaba a esos anuncios. ¡Qué razón tenía! Espero tener la oportunidad de conocerte mejor, Chris. Espero tener la oportunidad de decir a mis padres cuánto los quiero.

—Sí, Nan Sheridan. Después de graduarme en Standford, estuve un año en Boston, antes de entrar en la Facultad de Medicina. Solía ir mucho por «Brown». Fue allí donde conocí a Nan. Bailaba maravillosamente. Tú lo haces muy bien, pero ella era maravillosa.

Los conocidos compases iniciales de Good Night, Sweatheart.

No, pensó Darcy. No.

Un paso hacia atrás. Un paso al lado. Deslizarse.

—Michael, quiero preguntarte otra cosa sobre mi madre —empezó a decir.

Él obligó a apoyar la cabeza sobre su hombro.

—Te dije que me llamaras Charley. Deja de hablar —dijo con firmeza—. Sólo bailemos.

El tiempo curará tu aflicción, se oyó a través de la habitación. Darcy no reconoció la voz del cantante.

Buenas noches, mi amor, buenas noches, las últimas notas se desvanecieron en el aire.

Michael dejó caer los brazos y miró a Darcy sonriendo.

—Ha llegado el momento —le dijo. Aunque su voz era amistosa, su cara resultaba inexpresiva y aterrorizadora—. Te voy a dar una oportunidad de escapar. Voy a contar hasta diez. ¿No te parece justo?

*****

Volvieron hacia atrás, por la carretera.

—La señal viene de la izquierda. ¡Un momento! Nos estamos alejando —dijo el policía de Bridgewater—. Debe haber un cruce de caminos en alguna parte. —Las ruedas chirriaron al girar en redondo.

El sentimiento de un inminente desastre que invadía a Chris se había incrementado hasta un límite insoportable. Abrió la ventanilla del coche.

—¡Aquí! ¡Por todos los santos! ¡Aquí hay un camino!

El coche patrulla frenó con gran estrépito, dio marcha atrás, hizo un giro cerrado, y se adentró velozmente por la pista accidentada.

*****

Darcy resbaló en el suelo encerado y cayó. Los altos tacones se convirtieron en sus propios enemigos cuando corrió hacia la puerta. Perdió unos preciosos momentos intentando arrancarse los zapatos, pero no pudo. Las cintas estaban fuertemente anudadas.

—Uno. —La voz de Charley se oyó detrás de ella.

Alcanzó la puerta y tiró del cerrojo, pero no se abrió. Retorció el tirador, pero no giraba.

—Dos, tres, cuatro, cinco, seis. Sigo contando, Darcy.

El botón de alarma. Lo presionó fuertemente con el dedo.

Ja, ja, ja, ja, ja, ja, ja… El eco de una cavernosa risa burlona se expandió por la habitación. Ja, ja, ja, ja… el sonido venía del botón de alarma.

Darcy lanzó un chillido y dio un salto hacia atrás. Charley reía también.

—Siete, ocho, nueve…

Se dio la vuelta y vio la escalera. Empezó a correr hacia ella.

—¡Diez!

Charley se abalanzó en su dirección, con las manos extendidas, los dedos curvados, los pulgares rígidos.

—¡No! ¡No! —Darcy intentó llegar a la escalera, y resbaló torciéndose un tobillo, sintió un dolor agudo y punzante. Cojeando y gimiendo, alcanzó, el primer escalón y sintió que alguien la llevaba de nuevo hacia atrás.

Involuntariamente, empezó a gritar.

*****

—¡Ahí está el «Mercedes»! —gritó Vince. El coche patrulla frenó bruscamente justo detrás.

Salió del coche, junto con Chris y el policía.

—¡Quédate aquí! —gritó Vince a Nona.

—¡Escuchad! —Chris levantó una mano—. Alguien está gritando. ¡Es Darcy! —Vince y él se lanzaron contra la pesada puerta de roble. Ésta no se movió.

El policía sacó su arma y disparó seis veces contra la cerradura.

Esta vez, cuando Chris y Vince se abalanzaron contra la puerta, ésta se abrió.

*****

Darcy intentó golpear a Charley con los tacones de los zapatos. Él no parecía sentir las afiladas agujas que se clavaban en sus piernas. Rodeó su cuello con las manos. Ella intentó zafarse. ¡Erin! ¡Erin! ¿También fue así para ti? Ya no podía gritar más. Abrió la boca, ávida de oxígeno, y no pudo encontrar nada. ¿Era ella la que gemía de esa manera? Intentó seguir luchando pero ya no pudo levantar los brazos.

Vagamente, pudo escuchar el sonido de unos golpes repetidos. ¿Alguien que llegaba en su ayuda? Es… demasiado… tarde… pensó antes de hundirse en la oscuridad.

*****

Chris fue el primero en atravesar la puerta. Darcy se bamboleaba como una muñeca de trapo, con los brazos colgando a los lados, y las piernas dobladas bajo su cuerpo. Unos dedos largos y poderosos estrangulaban su garganta. Había dejado de gritar.

Con un grito de rabia, Chris atravesó la habitación y se abalanzó sobre Nash, que se tambaleó y cayó, arrastrando a Darcy con él. Las manos de Nash se sacudieron, y luego se aferraron con más fuerza a su cuello.

Vince se arrojó junto a Nash, rodeando su cuello con un brazo, obligándole a echar la cabeza hacia atrás. El policía de Bridgewater lo sujetó por los pies que se agitaban violentamente.

Las manos de Charley parecían tener vida propia. Chris no lograba que sus dedos liberaran la garganta de Darcy. Nash parecía estar poseído por una fuerza sobrehumana y ser insensible al dolor. Desesperado, Chris hincó sus dientes en la mano derecha del hombre que estaba extinguiendo la vida de Darcy.

Con un alarido de dolor, Charley retiró bruscamente la mano derecha y aflojó la izquierda.

Vince y el policía sujetaron los brazos a su espalda y le colocaron las esposas, mientras Chris cogía a Darcy.

*****

Nona, que hasta ese momento observaba la escena desde la puerta, entró corriendo en la casa y se arrodilló a los pies de Darcy. Los ojos de ésta estaban desenfocados y su esbelto cuello estaba lleno de horribles magulladuras rojizas.

Chris cubrió la boca de Darcy con la suya, pinzó su nariz con los dedos e introdujo una bocanada de aire en sus pulmones. Vince observó los ojos de Darcy y empezó a presionar rítmicamente sobre su pecho.

El policía de Bridgewater estaba custodiando a Nash, que estaba esposado a la barandilla. Nash empezó a recitar canturreando:

—Ea, ea, ea, oh. Coge al bailarín por el dedo…

*****

No reacciona, pensó Nona desesperada. Asió los tobillos de Darcy, y se dio cuenta, por primera vez, que llevaba unos zapatos de baile.

—No puedo soportarlo —dijo Nona—, no puedo.

Casi inconsciente de lo que estaba haciendo, empezó a luchar con los nudos que ataban las cintas.

—Este cerdito fue al mercado. Éste se quedó en casa. ¡Cántalo otra vez, mamá! Tengo diez dedos cerditos.

Puede que sea demasiado tarde, pensó Vince furioso mientras intentaba hacer reaccionar a Darcy. Pero si es así, tú, asqueroso bastardo, será mejor que no pienses que todas estas cancioncillas infantiles que estás soltando te ayudarán a probar tu locura.

Chris levantó la cabeza para tomar aire y pudo ver, durante un segundo, la cara de Darcy. Tenía el mismo aspecto que Nan la mañana en que la encontró. El cuello magullado. El tono azulado de su piel. «¡No! ¡No puedo permitirlo! Darcy, ¡respira!».

Nona, sollozando, había logrado desatar una de las cintas del tobillo. La soltó y empezó a retirar el zapato de tacón del pie de Darcy.

Le pareció sentir algo. ¿O se equivocaba? ¡No!

—¡Su pie se mueve! —gritó—. Está tratando de sacarlo del zapato.

En este mismo instante, Vince observó un latido en el cuello de Darcy, y Chris pudo oír un largo y profundo suspiro proveniente de sus labios.