CAPÍTULO XXI
Martes, 12 de marzo

El martes, Susan contrató a una canguro y se desplazó en tren a Nueva York para entrevistarse con Vince.

—Entiendo lo difícil que es para usted, Mrs. Fox —había dicho D’Ambrosio con prudencia. No le contó que ya tenía referencias sobre su marido—. Estamos haciendo lo que podemos para mantener a la Prensa al margen, pero cuanto más sepamos, más fácil será.

A las once, Susan se encontraba en el cuartel general del FBI.

—Puede entrar en contacto con la agencia «Harkness» —explicó—. Le han estado siguiendo. Me gustaría creer que no es nada más que un don Juan, pero creo que la cosa va más lejos, y no puedo permitir que continúe.

Vince percibió el desconsuelo reflejado en el rostro de aquella joven y hermosa mujer sentada frente a él.

—No, no puede permitirlo —dijo quedamente—. Pero, de todas formas, hay una gran diferencia entre pensar que su esposo la está engañando y sospechar que es un asesino. ¿Cómo ha llegado usted a esa conclusión?

—Yo sólo tenía veinte años, y estaba muy enamorada de él —dijo Susan, como si se hablase a sí misma.

—¿Cuánto tiempo hace de eso?

—Quince años.

El rostro de Vince permaneció impasible.

—¿Qué es lo que ocurrió entonces, Mrs. Fox?

Con los ojos fijos en la pared situada a su espalda, Susan contó a Vince cómo había mentido para encubrir a Doug a raíz de la muerte de Nan Sheridan, y cómo le escuchó llamar a Erin en sueños la noche en que fue hallado su cadáver.

Cuando terminó su relato, Vince preguntó:

—¿Conoce la agencia «Harkness» la dirección de su apartamento?

—Sí. —Después de haber revelado todo lo que sabía y sospechaba, Susan sintió un intenso abatimiento, ahora todo lo que debía hacer era vivir con su conciencia el resto de su vida.

—Mrs. Fox, ésta será una de las cosas más difíciles que haya tenido que hacer en su vida. Necesitamos hacer unas averiguaciones junto con la agencia «Harkness». El hecho de que hayan estado siguiendo a su marido puede ser de gran ayuda. ¿Puede usted seguir actuando con toda normalidad durante uno o dos días? No olvide que nuestra investigación también puede dejarle fuera de sospecha.

—No es muy difícil guardar las apariencias con mi marido. La mayor parte del tiempo no se da cuenta de que existo, si no es para quejarse.

Cuando se marchó, Vince llamó a Ernie.

—Tenemos nuestra primera gran oportunidad y no me gustaría desperdiciarla, esto es lo que vamos a hacer…

*****

El martes por la tarde, Jay Charles Stratton fue acusado de robo a gran escala. Los inspectores de la Policía de Nueva York, junto con los miembros del equipo de seguridad de «Lloyd’s of London», encontraron al joyero que vendió algunos de sus diamantes robados. La pista de las restantes piedras preciosas, denunciadas como desaparecidas, condujo a una caja de seguridad privada, alquilada a nombre de Jay Charles.

*****

Había sido una reunión extenuante, y la tensión en la oficina ese día era insoportable. ¿Cómo podías explicar a tus mejores clientes que los economistas de una compañía les estaban dando gato por liebre? Se daba por sentado que esas cosas ya no pasaban.

Doug llamó varias veces a su casa y se sorprendió al comprobar que una canguro contestaba al teléfono. Algo estaba ocurriendo, tendría que hacer lo imposible para volver a casa esa noche. No sería difícil arreglar las cosas con Susan. Su autoconfianza se derrumbaba. Ella todavía no sospechaba…, ¿o sí?

*****

El martes por la tarde, Darcy fue directamente a casa al salir del trabajo. Todo lo que deseaba era calentar una lata de sopa y meterse en la cama temprano. La tensión de las últimas dos semanas estaba saliendo a la superficie, y empezaba a notarlo.

A las ocho, llamó Michael.

—He escuchado voces agotadas, pero la tuya ganaría el primer premio.

—No me cabe la menor duda.

—Has estado abusando de ti misma, Darcy.

—No te preocupes. Voy a intentar volver directamente del trabajo a casa durante toda la semana.

—Es una buena idea. Darcy, voy a estar fuera durante uno o dos días, ¿por qué no me reservas el sábado? ¿O el domingo? ¿O, mejor aún, los dos días?

Darcy se rió.

—Dejémoslo en el sábado. ¡Qué te diviertas!

—No es nada divertido. Es una convención psiquiátrica. Me han pedido que sustituya a un amigo que ha tenido que cancelar su asistencia. ¿Sabes lo que es estar con cuatrocientos psiquiatras en la misma habitación?

—No, no me lo puedo imaginar.