El lunes por la mañana. Vince llamó a Nona.
—Tengo un psiquiatra para tu programa. El doctor Martin Weiss. Es un hombre agradable, muy sensible. Es miembro de la AAPL y un gran experto. Explica las cosas sin rodeos, y está deseando participar en el programa. ¿Te doy su número?
—Naturalmente. —Nona repitió las cifras y luego añadió—: Me gusta Hank, es fabuloso.
—Quiere saber si te gustaría verle lanzar cuando empiece el béisbol.
—Yo llevaré los caramelos.
*****
Nona telefoneó al doctor Weiss. Aceptó venir al estudio a las cuatro del miércoles.
—Comenzaremos la grabación a las cinco. Será emitido el jueves a las ocho de la tarde.
*****
Darcy pasó la mayor parte del lunes en el almacén, buscando mobiliario para el hotel. A las cuatro, se acercó a la «Galería Sheridan». Se estaba celebrando una subasta. Chris estaba de pie, a un lado, junto a la primera fila, de espaldas a ella. Pasó de largo en dirección a la sala de conferencias. Muchas de las fotografías llevaban marcada la fecha. Tal vez encontrase otra foto del estudiante que le resultaba vagamente conocido.
A las seis y media, seguía todavía allí. Chris entró en la sala y ella alzó la cabeza sonriente.
—Las pujas parecían elevadas y muy disputadas. ¿Ha sido un buen día?
—Muy bueno. Nadie me dijo que estabas aquí, pero vi que la luz estaba encendida.
—Me alegro de que hayas venido, Chris. ¿Te parece que este tipo es el mismo que yo señalé el otro día?
Observó la foto con detenimiento.
—Sí, lo es. Mi madre llamó hace un momento y dejó un mensaje diciendo que había visto a Janet. Este chico fue uno de los que interrogaron cuando Nan murió. Tengo entendido que era uno de sus admiradores. Se llamaba Doug Fox. —Ante la expresión atónita de Darcy, preguntó—: Entonces, ¿le conoces?
—Como Douglas Fields, a través de un anuncio de contactos.
*****
—Han convocado una reunión de emergencia, cariño. No puedo explicártelo, pero una compañía que recomendamos a nuestro mejor cliente se está viniendo abajo.
A duras penas, Susan consiguió acabar la tarde. Bañó a Trish y al pequeño y ayudó a Donny y Beth con sus deberes.
Cuando por fin pudo apagar las luces y meterse en la cama permaneció varias horas sin conciliar el sueño. Se había quedado en casa todo el fin de semana, pero ahora andaba de nuevo suelto por ahí. Si él era el causante de la muerte de aquellas chicas, ella era igualmente culpable.
Lo más fácil sería escapar y olvidarse de todo aquello. Meter a los niños en el coche y marcharse lo más lejos posible.
Pero no daría resultado.
Al día siguiente por la tarde, después de dejar a Trish en el autobús de la escuela, y poner a Conner a dormir la siesta, llamó a información y pidió el número del cuartel del FBI, en Manhattan.
Marcó el número y esperó. Una voz dijo:
—«Bureau de Investigación Federal».
Ya no podía volverse atrás. Susan cerró los ojos, y con gran esfuerzo consiguió susurrar:
—Desearía hablar con alguien sobre los asesinatos de los zapatos de baile. Puede que tenga alguna información.
*****
El lunes por la noche, Darcy fue a cenar con Nona a «Neary’s» y le contó lo referente a Doug Fox.
—Intenté localizar a Vince, pero no estaba —dijo ella—, así que dejé el recado a su ayudante. —Partió el panecillo y lo untó con un poco de mantequilla—. Nona, Doug Fox, o Doug Fields como me dijo a mí que se llamaba, es el tipo de hombre que a Erin le hubiese gustado e inspirado confianza. Es guapo, inteligente, artista, y tiene una de esas caras aniñadas que atraen a las chicas maternales como Erin.
Nona adoptó una expresión sombría.
—Resulta bastante escalofriante que fuese interrogado en la muerte de Nan Sheridan. Será mejor que no vuelvas a verle. Aunque, según dice Vince, es bastante frecuente que algunos chicos no den sus verdaderos nombres cuando contestan estos anuncios.
—Sí, pero ¿cuántos han sido interrogados sobre la muerte de Nan Sheridan?
—No te hagas demasiadas ilusiones. En realidad, no es una pista más significativa que el hecho de que Jay Stratton también estudiara en Brown, o que el superintendente de Erin trabajase cerca de la casa de Nan Sheridan hace quince años.
—Sólo quiero que esto se acabe cuanto antes —suspiró Darcy.
—Vamos a dejar de hablar de ello. Comes y duermes con esta historia. ¿Cómo va el trabajo?
—¡Oh!, bueno, lo he descuidado un poco, claro. Pero hoy me han llamado para agradecerme el trabajo que hice en la habitación de una chica de dieciséis años que tuvo un grave accidente. Utilicé las cosas de Erin para amueblarla. La madre quería decirme que su hija Lisa volvió del hospital el sábado y le gustó muchísimo y, ¿sabes que me dijo su madre que le había gustado más?
—¿Qué?
—¿Recuerdas el póster que tenía Erin en la pared, frente a su cama? ¿El del cuadro de Egret?
—Claro que me acuerdo. «Le gusta la música, le gusta bailar». —No habían advertido que Jimmy Neary se había acercado a su mesa.
—Eso era —dijo con vehemencia—. ¡Por todos los santos! Eso era. Así empezaba el anuncio que se cayó del bolsillo de Erin, aquí mismo, en este mismo sitio.