CAPÍTULO XVI
Jueves, 7 de marzo

—¿Conocía usted bien a Nan Sheridan? —interrogó Vince. El y un detective del Distrito Centro-Norte se turnaban durante el interrogatorio de Jay Stratton.

Stratton permaneció imperturbable.

—Estudiaba en Brown en la misma época que yo.

—¿Se marchó usted de Brown y regresó en el curso en que ella hacía segundo?

—En efecto. Cuando empecé el primer curso, no era un gran estudiante. Mi tío, que era también mi tutor, pensó que sería bueno que madurase un poco. Estuve dos años en el Cuerpo de Paz.

—Se lo repito. ¿Conocía bien a Nan Sheridan?

«Bastante bien —pensó Stratton—. Deliciosa Nan. Bailar con ella era como llevar a una criatura de otro mundo entre tus brazos»

D’Ambrosio entrecerró los ojos. Algo se traslucía en la cara de Stratton.

—No me ha contestado.

Stratton se encogió de hombros.

—No hay respuesta. Por supuesto que la recuerdo. Cuando ocurrió la tragedia, todos los estudiantes de la Facultad no hablaban de otra cosa.

—¿Fue invitado a su fiesta de cumpleaños?

—No. Nan Sheridan y yo estábamos juntos en algunas clases y punto.

—Hablemos de Erin Kelley. Tenía usted mucha prisa por denunciar la desaparición de los diamantes a la compañía de seguros.

—Como Miss Scott puede corroborar, cuando hablé con ella por primera vez, yo estaba muy irritado. No conocía muy bien a Erin Kelley, sólo conocía su trabajo. Lo primero que pensé cuando no se presentó a la cita con «Bertolini’s» para entregar el collar fue que había perdido la noción del tiempo. Cuando me encontré con Darcy Scott me di cuenta de que eso era absurdo. Su honda preocupación me hizo ver la realidad de la situación.

—¿Confunde a menudo piedras preciosas de gran valor?

—Por supuesto que no.

Vince atacó por otro lado.

—Usted no conocía bien a Nan Sheridan. Pero ¿sabe de alguien que sintiese algo especial por ella? Aparte de usted, naturalmente —añadió deliberadamente.