El martes por la mañana, cuando el agente D’Ambrosio entró en la «Galería Sheridan», echó un rápido vistazo a su director antes de ser conducido a la oficina de Chris Sheridan en el piso superior. Los muebles le recordaron la decoración del salón de Nona Roberts. Tenía gracia. Una de las cosas que siempre le hubiera gustado hacer era tomar parte en algún curso sobre arte o antigüedades. El programa del Departamento de Objetos de Arte Robados sólo había estimulado aún más su apetito en esta área.
«Y, en cambio —pensó Vince mientras recorría el pasillo guiado por una secretaria—, tengo que vivir con los desatinos de Alice. En el momento del divorcio se cansó de esperar un acuerdo equitativo».
—Llévate lo que quieras, si es tan importante para ti —le ofreció.
Se lo tomó al pie de la letra.
Sheridan hablaba por teléfono. Le sonrió señalándole un asiento. Sin demostrar su curiosidad, Vince prestó atención a la conversación. Trataba sobre una colección descaradamente sobrevalorada.
Sheridan estaba diciendo:
—Dígale a Lord Kilman que ellos pueden prometerle esta cantidad, pero no pueden pagársela. Con mucho gusto estipularíamos unas ofertas iniciales razonables. El mercado no está muy fuerte en estos momentos, pero ¿está dispuesto a esperar otros tres o cinco años? Por otra parte, creo que si mira bien nuestra valoración se dará cuenta de que muchas de las piezas que ha adquirido bastante recientemente le pueden reportar un considerable beneficio.
Seguro de sí mismo, culto, afectuoso, con estos calificativos hubiera descrito Vince al Chris Sheridan que conoció la semana anterior en Darien. Ese día, Sheridan llevaba una camisa esport y una cazadora. Hoy iba vestido con un traje gris oscuro, una camisa blanca y una corbata roja y gris. Un perfecto ejecutivo.
Chris se inclinó hacia adelante sobre la mesa para estrechar su mano. Vince se disculpó por la naturaleza de la noticia de la que era portador y habló sin rodeos.
—Cuando nos vimos la semana pasada estaba seguro de que el asesinato de Erin Kelley era una imitación inspirada en el episodio de Crímenes reales sobre su hermana. Ahora ya no estoy tan seguro.
Le habló de Claire Barnes y del paquete recibido en su casa.
Chris le escuchó con atención.
—Otra más.
Vince tuvo la impresión de que todo el dolor acumulado por la muerte de su hermana quedaba resumido en esas dos palabras.
—¿Puedo ayudarles en algo?
—No lo sé —dijo Vince con franqueza—. El asesino de su hermana tenía que conocerla. Que supiera el número exacto de pie que calzaba no puede ser una coincidencia. Tenemos tres posibilidades. Una, que el asesino haya estado matando jóvenes durante años; segunda, que el asesino abandonase tiempo atrás sus actividades y volvió a ellas hace unos años, y la tercera, que el asesino de Nan confiase a otra persona sus métodos y esta última decidiese ponerlos en práctica. La última posibilidad es la menos plausible.
—Entonces, ¿intentará usted encontrar alguna conexión entre los conocidos de Nan y los de estas chicas?
—Exactamente. Aunque en el caso de Erin Kelley, debido a la desaparición de los diamantes, todavía existe la posibilidad de que el culpable sea una persona diferente. Por eso vamos a investigar sobre estos dos supuestos. La razón por la que he venido es para intentar encontrar a una persona relacionada con Nan, Erin Kelley y Claire Barnes.
—¿Alguien que conoció a mi hermana hace quince años y encontró a esas chicas posteriormente, a través de anuncios de contactos personales?
—Usted lo ha dicho. Darcy Scott era la mejor amiga de Erin Kelley. Estaban contestando anuncios porque una productora de televisión amiga suya está preparando un documental y les pidió que participasen en la investigación. Darcy estuvo un mes fuera de la ciudad y entregó a Erin una muestra de la carta que estaba enviando y algunas fotografías. Sabemos que Erin contestó a algunos anuncios por las dos. Darcy Scott tiene la esperanza de que el asesino se ponga en contacto con ella.
Chris frunció el ceño.
—¿Quiere decir que va a permitir que otra joven se convierta en una posible víctima?
Vince hizo un ademán como si quisiera alejar la suposición.
—Usted no conoce a Darcy Scott. Yo no estoy permitiendo nada, es ella la que ha decidido hacerlo. Pero tengo que reconocer que ya ha encontrado algunos personajes bastante interesantes y recabado cierta información que puede sernos útil.
—Sigo pensando que es una idea descabellada.
—Eso mismo pienso yo. Y ya que estamos de acuerdo en este punto, le diré cómo creo que puede ayudamos. Cuanto antes encontremos a ese tipo, menos riesgo correrá Darcy o cualquier otra joven. Iremos a Brown a conseguir una relación de todos los estudiantes de la Facultad de la época de su hermana. Comprobaremos si alguno de esos nombres coincide con alguno de los hombres que Erin y Darcy han conocido en estas citas. Hemos pensado que, además del libro del curso que podemos encontrar por nuestra cuenta, también podría ser útil que recopile todas las fotografías, álbumes, lo que sea, sobre los amigos y conocidos de su hermana. Hemos comprobado que no todos los que contestan uno de estos anuncios usan su verdadero nombre. Me gustaría que Darcy echase un vistazo a las fotos de Nan, para ver si reconoce a alguno de los sujetos con los que ha salido.
—Por supuesto, tenemos infinidad de fotos de Nan —dijo Chris pausadamente—. Hace diez años, después de la muerte de mi padre, logré convencer a mí madre de que era mejor empaquetarlas y subirlas al desván. Mi madre reconoció que la habitación de Nan se estaba convirtiendo en un mausoleo.
—Le felicito —dijo Vince—. Debió de ser usted muy persuasivo.
Chris sonrió.
—Le comenté que era una de las habitaciones más luminosas de la casa, y que sería perfecta cuando viniese algún nieto de visita más adelante. El único problema es, y mi madre me lo recuerda con frecuencia, que aún no le he dado ninguno. —La sonrisa desapareció—. No puedo ir a Connecticut antes del fin de semana. Se lo traeré todo el domingo.
Vince se incorporó.
—Se lo agradezco mucho. Me hago cargo de lo duro que debe de ser esto para su madre, pero si con todo esto llegamos a descubrir al culpable de la muerte de su hermana, créame, a la larga le reportará mucha paz.
Cuando estaba a punto de salir, sonó el avisador del «busca».
—¿Me permite llamar a mi oficina, por favor?
Sheridan le tendió el teléfono y vio como D’Ambrosio arrugaba la frente.
—¿Cómo está Darcy?
Chris Sheridan sintió que le invadía un inquietante presentimiento. No conocía a esa muchacha, pero repentinamente sintió un inexplicable temor por ella. Nunca le había contado a nadie que la mañana en que Nan salió a correr, después de la fiesta de cumpleaños, él la oyó abrir la puerta. Todavía medio dormido, se incorporó para levantarse. Alguna fuerza instintiva le apremiaba para que la siguiera. Luego se encogió de hombros y siguió durmiendo.
Vince colgó el teléfono y se volvió hacia Chris.
—¿Hay alguna forma de que usted consiga esas fotos inmediatamente? Ha llamado la Policía de White Plains. El padre de Janine Weltz, otra de las chicas desaparecidas, acaba de recibir un paquete idéntico al que recibieron su madre y los Barnes. Su propio zapato y un zapato de tacón alto de raso. —Dio un golpe en la mesa—. Y mientras un agente recibía esta llamada telefoneó Darcy Scott. Acababa de abrir un paquete que llegó con el correo de la mañana. A ella le han enviado las parejas de los zapatos encontrados en el cadáver de Erin Kelley.
La rabia contenida que Chris percibió en el rostro de D’Ambrosio era un fiel reflejo de la que él mismo sentía.
—¡Por todos los demonios! ¿Qué pretende conseguir con eso? —Explotó Chris—. ¿Probar que las chicas están muertas? ¿Reírse? ¿Cuáles son sus propósitos?
—Cuando sepa por qué, sabré también quién —dijo Vince en voz baja—. Y ahora, ¿me permite utilizar de nuevo su teléfono? Tengo que hablar con Darcy Scott.
*****
Darcy lo comprendió desde el mismo momento en que vio el paquete. El cartero llegó en el instante en que ella salía hacia su trabajo. Le entregó el paquete junto con las cartas, las revistas y la propaganda postal. Más tarde, Darcy recordó que la había mirado extrañado de que no respondiera a su saludo.
Como una autómata, Darcy volvió a subir rígidamente las escaleras y depositó el paquete sobre la mesa junto a la ventana. Intencionadamente, conservó puestos los guantes mientras lo abría, desatando las cuerdas y cortando la cinta de embalaje por las solapas.
El dibujo del zapato de baile apareció en la tapa. Después de apartarla y desenvolver el papel de seda, encontró la bota de Erin y un zapato de noche plateado y rosa.
El zapato era realmente bonito, pensó. Hubiera combinado perfectamente con el vestido con que fue enterrada.
No tuvo que buscar el número de teléfono de D’Ambrosio, le vino a la memoria automáticamente. No estaba allí, pero prometieron localizarle.
—¿Puede esperar a que él la llame?
—Sí.
Llamó pocos minutos después, y llegó al apartamento en menos de media hora.
—Esto es un golpe muy duro para ti.
—He tocado el tacón del zapato con el guante puesto —confesó—. Sólo quería comprobar si era del número de Erin.
Vince la miró compasivamente.
—Tal vez debieras tomarte un descanso.
—Eso sería lo peor que me podía pasar. —Intentó sonreír—. Tengo que trabajar en un proyecto importante, y luego, ¿no lo adivinas?, esta noche tengo una cita.
*****
Cuando Vince se marchó con el paquete, Darcy se dirigió directamente al hotel recién traspasado de la Calle 33. Era pequeño, treinta habitaciones en total, y estaba muy abandonado. Necesitaba a gritos una mano de pintura, pero tenía muchas posibilidades. Los dueños, una pareja que se acercaba a los cuarenta años, le expusieron que el coste de las reparaciones básicas iba a dejar muy poco dinero para equiparlo. Les entusiasmó la sugerencia de que lo decoraran al estilo de una antigua posada inglesa.
—Puedo encontrar suficientes sofás y sillas tapizadas, y también lámparas y mesas en buenas condiciones comprando directamente a particulares —les explicó—. Podemos transformarlo en un sitio con mucho encanto. Fíjense en el «Algonquin», es el bar más íntimo de Manhattan, y todas sus sillas están desgastadas.
Recorrió las habitaciones con ellos, tomando notas sobre las distintas dimensiones y formas, y reseñando el mobiliario que podía ser aprovechado. El día transcurrió rápidamente. Quería volver a casa para mudarse de ropa antes de la cita, pero luego cambió de idea. Cuando Douglas Fields llamó para confirmar la cita, le previno de que vestía de manera informal.
—Casi siempre con unos pantalones cómodos y un jersey. Es casi como un uniforme para mí.
Debían encontrarse a las seis en un bar restaurante de la Calle 23. Darcy llegó puntual. Doug Fields con quince minutos de retraso. Irrumpió en el bar visiblemente irritado y se deshizo en excusas.
—Nunca he visto un follón parecido en este sitio. Había tantos coches, que parecía una cadena de montaje de Detroit. Lo siento mucho, Darcy, no me gusta hacer esperar a la gente. No va con mi carácter.
—No tiene importancia.
«Es guapo —pensó Darcy—. Atractivo. ¿Por qué habrá insistido tanto en eso de que no le gusta hacer esperar a la gente?».
Mientras tomaban un vaso de vino, le escuchaba en dos niveles diferentes. Era ameno, seguro de sí mismo, buen conversador. Se hacía querer con facilidad. Creció y estudió en Virginia, pero abandonó los estudios de Derecho.
—Hubiera sido un desastre como abogado. Me faltaba ese espíritu de ¡a por su cabeza! imprescindible.
¡A por su cabeza! Darcy recordó las contusiones del cuello de Erin.
—Me cambié a la escuela de arte. A mi padre le expliqué que en lugar de empollar me dedicaba a hacer caricaturas de los profesores. Fue una buena decisión. Me gusta mucho la ilustración y lo hago bastante bien.
—Hay un viejo refrán que dice: «Si quieres ser feliz un año gana la lotería. Si quieres ser feliz toda la vida, ama lo que haces». —Darcy esperó que su tono sonase relajado. Éste es el tipo de hombre con el que a Erin le hubiera gustado salir, el tipo en el que hubiera confiado después de un par de citas. ¿Un artista? ¿Y el dibujo? ¿Es que todo el mundo iba a resultar sospechoso?
Formuló una inevitable pregunta:
—¿Cómo es que una chica tan bonita necesita contestar anuncios de contactos?
Esta vez fue fácil esquivarla.
—¿Cómo es que un chico apuesto y con éxito necesita publicar anuncios de contactos?
—Es muy sencillo —dijo al punto—. Estuve casado durante ocho años, y ahora ya no. No tengo intenciones de tener una relación seria. Conoces a alguien en casa de algún amigo, sales con ella un par de veces, y ¡premio!, ya está todo el mundo esperando la gran noticia. De esta manera, conozco muchas mujeres bonitas, pongo las cartas boca arriba desde el principio, y a ver si hay suerte. Dígame una cosa. ¿Cuántas citas ha tenido esta semana?
—Ésta es la primera.
—Bueno, la semana pasada, desde el lunes.
El lunes estaba velando el féretro de Erin, pensó Darcy. El martes viendo cómo lo enterraban. El miércoles estaba en casa viendo la repetición del asesinato de Nan Sheridan. El jueves tuvo la cita con Len Parker. El viernes, David Weld, el tranquilo, más bien tímido que dijo ser ejecutivo de una cadena de grandes almacenes, y declaró no conocer a Erin. El sábado, Albert Booth, el técnico en informática embelesado con las maravillas de la autoedición, que sabía que Erin desconfiaba del superintendente.
—¡Oh! ¡Vamos! Admite que has tenido alguna cita la semana pasada —apremió Doug—. El miércoles te estuve llamando y tú no volviste hasta la medianoche.
Sobresaltada, Darcy se dio cuenta de que últimamente le tenían que repetir con frecuencia las preguntas.
—Disculpa. Sí, salí un par de veces la semana pasada.
—¿Y te divertiste?
Recordó la escena de Len Parker golpeando la puerta.
—Si quieres decirlo así.
Se echó a reír.
—Esa frase lo dice todo. Yo también me he encontrado algunos casos curiosos. Ahora que ya te he contado mi vida, ¿por qué no me hablas de ti?
Le contó un resumen cuidadosamente seleccionado.
Doug arqueó una ceja.
—Presiento que hay muchas cosas más, pero puede que cuando nos conozcamos mejor accedas a contármelas.
Ella rechazó una segunda copa de vino.
—Tengo que marcharme. De verdad.
Él no protestó.
—Lo cierto es que yo también. ¿Cuándo podemos volver a vernos, Darcy? ¿Mañana por la tarde? Podemos ir a cenar.
—Estoy muy ocupada.
—¿El jueves, entonces?
—Estoy trabajando en un proyecto que me tiene muy atada. ¿Por qué no llamas dentro de unos días?
—De acuerdo. Y si continúas dándome largas, te prometo que no insistiré. Pero espero que no sea así.
«O es realmente encantador —pensó Darcy—, o es un actor condenadamente bueno».
*****
Doug la acompañó al taxi, y levantó inmediatamente la mano para detener otro. Ya en su apartamento, se despojó del jersey y los vaqueros y se deslizó apresuradamente en el traje que había llevado a la oficina. A las ocho y cuarto estaba en el tren, camino de Scardale. A las nueve y cuarto, leyendo un cuento a Trish junto a su cama mientras Susan le preparaba un filete. Se había mostrado muy comprensiva sobre lo engorrosas que resultaban estas reuniones a última hora…
—Trabajas demasiado, querido —dijo dulcemente cuando entró en su hogar, refunfuñando por haber perdido el tren anterior por los pelos.
*****
Jay Stratton no perdió la calma ni un solo momento a lo largo de varias horas de arduo interrogatorio. La única explicación que dio sobre la procedencia de los diamantes de la pulsera que había vendido a Merrill Ashton era que debía tratarse de un lamentable error. Erin Kelley había recibido el encargo de diseñar los engarces de cierto número de diamantes. Stratton declaraba que inadvertidamente había sustituido las piedras que puso en la bolsa para Erin Kelley, por otros diamantes. Eso no significaba que no tuvieran el mismo valor. Para comprobarlo sólo tenían que mirar la alta suma en las pólizas de seguros de estas otras piedras.
Un registro judicial reveló que no había más diamantes desaparecidos ni en su apartamento, ni en su caja de seguridad. Fue fichado como sospechoso de aceptar bienes robados. Se fijó una fianza. Abandonó la comisaría con aire desdeñoso acompañado de su abogado.
Vince había conducido el interrogatorio junto con otros detectives del Distrito VI. Todos estaban seguros de su culpabilidad, pero, como dijo Vince:
—Ahí va uno de los estafadores más convincentes que me he echado a la cara, y, creedme, han sido muchos.
»Lo increíble del caso es que Darcy Scott ha resultado ser un testigo a favor de Stratton. Ella abrió la caja fuerte delante de él y comprobó que la bolsa no estaba allí. La cuestión primordial es ahora: ¿Hubiera tenido Stratton la osadía de reclamar la desaparición de estos diamantes si no supiera que Erin Kelley nunca volvería para explicar qué les había sucedido?
Ya en su oficina, Vince empezó a dar órdenes apremiantes.
—Quiero saberlo todo, absolutamente todo, sobre Jay Stratton. Jay Charles Stratton.