Apenas transcurrida media hora, el guardia civil que había ido a telefonear estaba de regreso.
—Señor Benavides, he comunicado personalmente con la Embajada y me han confirmado la identidad del señor López Carvajal y su ayudante, de modo que no deja lugar a dudas. Sus señas físicas son otra confirmación más. Puede usted entregar la joya sin el menor temor. Y uno de nosotros acompañará a estos señores hasta la sede de la Embajada en Madrid.
Por primera vez, el inválido se mostraba plenamente satisfecho.
—¿Quiere eso decir que por fin podré retirarme a descansar? —preguntó.
—Desde luego. Nosotros nos vamos, el señor López Carvajal y su acompañante también y los dos muchachos que estaban en el desván, demostrada su inocencia, nada tienen por hacer aquí. En cuanto a estas muchachitas y el pequeño con su… zoológico, bueno será que se vayan a dormir.
Andrés, el cejudo, recogió la joya, firmó los papeles de entrega, los firmaron los guardias y todos se retiraron, los últimos llevándose a los ladrones.
Sin embargo, lo de marcharse no fue tan fácil, pues los mexicanos se encontraron el coche como ya sabemos. Lo que no lograron descubrir fue al autor de las cuchilladas, pues Oscar se había apresurado a escabullirse.
—¿No vienes? —le preguntó Verónica a Julio, en un momento en que nadie podía verlos.
—No. Podrían sospechar que estaba de acuerdo con los ladrones, pero trataré de zafarme lo antes posible.
La marcha de «Villa Tolteca» sufrió un retraso a cuenta del coche inutilizado. Los guardias tuvieron que ir con el jeep en busca de neumáticos de repuesto y mientras llegaban, Raúl le pidió a Andrés que trasladasen al herido en el coche hasta la roulotte de tía Julita, donde podrían atenderle.
—Está bien, vecino. Nos despediremos de tu tía, porque ha sido una compañía muy agradable la vuestra. ¡Hmmm…! ¿Seguro que sois tan inocentes como pretendéis?
De todas formas, se hallaba satisfecho. El diamante estaba en su poder y la guardia civil iba a darle escolta hasta Madrid.
Por fin, en «Villa Tolteca», pudieron echar la llave a la puerta. Y «Los Jaguares» regresar al campamento, contentos de que todo hubiera terminado bien.
Claro que encontraron a tía Julita con un ataque de nervios espantoso y sólo se le pasó cuando le contaron con todo lujo de detalles el robo y recuperación del famoso Orloff.
—¿De veras me he visto envuelta en un asunto tan importante? ¡Ay, qué emoción! ¡Es la primera emoción realmente trascendental de mi vida! —aseguró.
Estaban rendidos y cayeron en las literas como leños.
Antes de marchar, los mexicanos les habían dejado un saco de dormir y las provisiones sobrantes, con lo que los del campamento de tía Julita se encontraban en inmejorable situación. Pero por la mañana, cuando la luz del día daba en la cara de Sara y ella abrió un ojo, se incorporó de pronto, gritando:
—¡Inconcebible! ¡No puede ser!
Verónica refunfuñó, disgustada:
—Estoy molida después de lo de ayer. ¿Es que no puedes portarte civilizadamente y dejar dormir a los demás?
Y tía Julita:
—Realmente, teniendo en cuenta mi ataque de nervios de ayer…
Todo inútil. Sara se había lanzado sobre su amiga y le arrancaba la almohada con la que se había cubierto la cara para seguir en lo suyo, o sea, dormir:
—¿Pero es que no te das cuenta? ¿Es que no piensas? ¿Tú concibes a Julio limpiando voluntariamente las escaleras llenas de barro, poniendo en su lugar los cuadros y atendiendo al inválido cuando ya no existe razón para ello?
—¡Aaah! —tras el bostezo, Verónica se explicó con lengua torpe—: Es para no dar lugar ¡ahhhh…! a sospechas.
—¿Cuándo le ha importado al «largo» ese lo que los demás piensen de él?
Verónica, frotándose los ojos, acabó por sentarse en la cama.
—Realmente… —admitió.
—¡Venga! Vístete…
Con el jersey puesto del revés y una sandalia en la mano, Sara saltó del remolque. Debían ser más de las nueve a juzgar por la crudeza de la luz y empezó a gritar:
—¡Chicos, salid! Tengo que comunicaros una sospecha terrible…
Héctor se dio media vuelta en su litera, situada entre los sacos de dormir de Raúl y Oscar y protestó:
—¿No hay nadie que vaya a ponerle un corcho a esa gritona?
Pero Oscar, a medias despierto, intuyó que el griterío tendría su razón de ser y salió de la tienda a gatas, con el flequillo tapándole los ojos, descalzo y con su pijama de rayas.
—¿Pasa algo? —preguntó.
Verónica, abrochándose la enorme bata de tía Julita, también estaba allí.
—Tu hermano… es tu hermano —repetía Sara.
Héctor pensó que ya no podría volver a dormir y barbotó algo contra las pelirrojas convertidas en despertador.
—Tu hermano, sí. ¿Alguien se figura a Julio tirando de estropajo y cepillo sólo por quedar bien…? ¡Yo no!
—¡Anda, pues es verdad! —reconoció el pequeño.
Con la cabeza fuera de la tienda y el cuerpo dentro, Raúl afirmó. Y Héctor alzó la ceja que tenía más cerca del esparadrapo.
—¡Caray! Eso tiene lógica… —se le escapó.
En el mismo momento se dio un cabezazo con Raúl, pues los dos se habían precipitado en busca de su ropa. Hasta tía Julita, envuelta en una manta, preguntaba el motivo de tanto revuelo.
—No es nada, tiíta —le dijo Sara—, nos han entrado deseos de ver a Julio para hablar de lo de anoche.
La señora no entendió nada, pero se apresuró a preparar el desayuno, porque con aquellos torbellinos todo había que preverlo.
Pero ninguno se sentó, limitándose a apoderarse de unas galletas al correr junto a las bicis. Como faltaba la de Héctor, Raúl llevó al pequeño en la suya.
—Que no me figuro a Julio de mártir voluntario, que no —repetía Sara, carretera adelante.
No podían imaginarse lo que le había tocado trabajar. Asumió voluntariamente la limpieza del despacho, la recogida de cuadros y anduvo por la casa hasta más de las dos de la madrugada, como si estuviera en pleno día, incluso cuando los Núñez y el señor Benavides se habían retirado a descansar.
A las siete de la mañana llamaron al timbre y tuvo que levantarse. Eran los del teléfono, avisados por la guardia civil, que llegaban para hacer una reparación urgente. Encontraron el cable cortado en la parte exterior y fue cosa de unos minutos realizar el empalme.
—Bueno, ya está restablecida la comunicación —dijeron al marcharse.
Seguidamente sonó el timbre del dormitorio del inválido y Julio acudió. El hombre estaba ya en su sillón de ruedas.
—Muchacho, he decidido descansar unos días en un lugar tranquilo, cerca del mar…
Julio seguía con los talones juntos…
—¡Ejemmm! El caso es que no te necesito, porque sólo me llevo a Núñez y su mujer. Nos vamos dentro de un rato. Anda, di a Núñez que te haga la cuenta.
—Está bien, señor. Espero que el señor se recupere a orillas del mar.
Y se fue a la cocina, donde el otro criado y su mujer estaban desayunando.
—Me ha dicho el señor que se van y que usted liquidará mi salario.
—¡Ah, sí! Ya lo he preparado. No te abono más que dos días, pues es lo que has estado aquí…
«¡Miserable avaro!», fue el pensamiento de Julio.
Y todavía recibió orden de llevar la comida al perro y recoger algunas cosas. Cierto que Núñez se había dado prisa, pues las maletas estaban listas en el vestíbulo.
—Tengo que recoger también mis cosas —objetó, cuando la cocinera pasó por su lado.
—¿Y a qué esperas?
Sí, era indudable que allí todos tenían prisa. Julio, angustiado, trató de telefonear en un par de ocasiones, pero sin resultado, pues el inválido se había situado junto a uno de los teléfonos. Tuvo que cargar con las maletas y ponerlas en el coche, ciego de rabia. ¿Es que no iba a encontrar su oportunidad?
Núñez le siguió, empujando la silla del inválido. Entre los dos lo situaron en el coche. Después el otro plegó la silla de ruedas y la guardó en el maletero.
¡Julio estaba fuera de sí!
La mujer de Núñez se acomodó en el asiento delantero y el hombre iba a situarse en el volante, cuando se fijó en los neumáticos.
—¡Están deshinchados! —rugió.
Con el rostro congestionado de ira, el señor Benavides sacó inmediatamente la cabeza por la ventanilla para cerciorarse.
—Sí que es lástima —comentó Julio—, tendremos que cambiarlos…
Núñez comprobó al momento que los dos de repuesto también estaban acuchillados.
—Debe ser obra de esos bandidos —dijo Julio—. ¿Quieren que telefonee al pueblo para que nos manden inmediatamente unos nuevos?
—Anda, sí. Y di que es urgente.
Julio entró en la casa con toda parsimonia, pero una vez en el interior se precipitó como un loco al teléfono e hizo la llamada. Después regresó junto a los viajeros y acarició al perro, que todavía andaba medio dormido.
—Me han prometido estar aquí dentro de un cuarto de hora, señor.
—Puedes irte ya, si quieres.
—Gracias, señor, pero pienso tomar el autobús y me sobra tiempo, porque no pasará hasta dentro de dos horas.
Aquellos quince minutos fueron los más largos de la vida de Julio, que volvió la cabeza con presteza cuando un vehículo enfiló el caminillo que conducía a la casa.
—¿Otra vez la guardia civil aquí? —preguntó Núñez.
Los dos hombres y la mujer no ocultaban su descontento. En cuanto el cabo se apeó, seguido de sus ayudantes, Julio le dijo:
—Ya pueden registrar a estos pájaros. El verdadero diamante Orloff se lo llevan ellos. El que entregaron al mexicano no era sino una falsificación.
Los dos hombres y la mujer se lanzaron en denuestos contra él, denuestos escuchados en el colmo del estupor por el resto de «Los Jaguares», Petra y León, que se habían precipitado hacia allí a golpe de pedal.
—¡Está mintiendo! ¡Llévenlo detenido! —exigía el inválido.
—Puede probarlo. Este hombre ni es un inválido ni el auténtico señor Benavides, que está prisionero en el sótano de la casa.
—¡Mentira! ¡Mentira! —rugía el acusado.
—¿Por qué no lo dijiste anoche, muchacho? —pregunto el cabo, mirando fijamente a Julio.
—Porque anoche mis sospechas sólo eran eso. Ya había observado cosas raras. Por ejemplo, los cuadros célebres no son sino imitaciones, porque este par de pájaros los han puesto a buen recaudo. Y cuando este hombre pidió la documentación al representante de la embajada, mostró perplejidad al alargarle aquel una segunda documentación, convenida con el auténtico señor Benavides. El sótano tiene una entrada oculta que he descubierto esta noche, gracias a cierta información sobre fantasmas…
Y Julio, guiñando el ojo en dirección a su hermano, guió al cabo hasta aquella entrada, en el interior de la casa, seguidos ¡cómo no!, por todos los restantes «Jaguares», y los retozones Petra y León.
Hubo que llevar el sillín de ruedas al auténtico dueño de la casa y todo se puso en claro. En cuanto al diamante verdadero, que dejó sin respiración a todos los presentes, lo llevaba el falso inválido en una tabaquera, escondido entre el tabaco picado.
El dueño de la casa explicó que debían de haber hecho chantaje a todos sus criados, pues le dejaron solo y entonces se presentó el matrimonio Núñez a pedir la colocación.
Y tras el matrimonio llegó su suplantador, le obligaron a abrirles la caja fuerte y montaron todo el número de un nuevo criado para despistar a los proveedores.
Convictos y confesos, los delincuentes auténticos confesaron que siguieron el juego de la entrega del falso Orloff, porque hasta que la suplantación fuera descubierta,
tendrían tiempo para ponerse a salvo, lejos de allí, sin que toda la policía del país les siguiera la pista.
A media mañana, tía Julita se encontró con un nuevo «Jaguar» al que no conocía, por cierto, algo exigente.
Mirando fijamente a Verónica, Sara, Raúl y Oscar, Julio dijo desde gran altura:
—Que conste que sois unos chanchulleros, pero pensando que este asunto del Orloff se ha resuelto satisfactoriamente con alguna colaboración por vuestra parte, os perdono por esta vez tan inconcebible intromisión.
—Gran señor —Sara le hizo una reverencia—, teniendo en cuenta que todos nos sentimos satisfechos y alegres esta mañana, tendremos a bien pasar por alto su olímpico desdén.
Sí, estaban contentos, pues Héctor no se resentía del golpe en la cabeza, que hubiera podido ser peligroso.
Cierto que aquella tarde todos estaban ya cargados de que Julio, que había exigido una tumbona, alegando hallarse al cabo de sus fuerzas después de dos días de trabajos forzados, se hiciera servir por ellos como un maharajá.
—A ver, una almohada para mi cabeza…
O bien:
—Un refresco… tengo calor.
Y hasta:
—Mico, abanícame…
Como dijo Sara, daban ganas de tirarlo al lago, pero… ¡era tan divertido y genial…!