Cuando al día siguiente Raúl salió de la tienda, la mañana era radiante. Su sorpresa fue encontrar a Verónica en actitud de haberle aguardado, más seria de lo habitual y bastante impaciente.
—¿Dónde estuvisteis anoche?
—¿Anoche…? No te… comprendo.
—Me comprendes perfectamente. No podía dormir, impresionada por el silencio y la soledad y vine a llamaros para que pusierais vuestros sacos de dormir junto a la puerta de la roulotte. Como no estabais, me entró más miedo todavía y me volví a todo correr a mi litera.
Raúl se rindió:
—¿Lo sabe Sara?
—No: ella dormía como un lirón. Vamos, explícate.
¿Qué remedio le quedaba al grandullón sino explicarse? Oscar, desgreñado y con ojos de sueño, apareció al instante y empezó a salpimentar la aventura con sus apreciaciones particulares, aunque sin entrar en detalles, pues Sara, que ponía la mesa del desayuno, no hacía más que darles prisa con el gesto. Por cierto, parecía muy superior aquella mañana, como si se sintiera a cien codos por encima de los demás.
—Héctor y Julio no tienen derecho a arrogarse el papel de héroes y a meternos en sus líos —se quejó Verónica.
—¡Pero si somos nosotros los que hemos ido a entrar en la boca del lobo!
Sara seguía dándose bombo y Raúl, tan considerado con su estómago, decidió acudir a la llamada.
—Todo dispuesto… los señores están servidos —empezó la manipuladora del desayuno—. Y en cuanto los tuvo en torno a la mesa, desentendiéndose de su tía, lanzó la bomba: —No es que quiera darme importancia pero habéis de saber que tengo un terrible secreto…
La primera en responder fue tía Julita.
—¿Un secreto? Suelta, suelta…
¿Cómo? ¿No era tan sorda?
—He dicho que hay mosquitos, tía…
—¡Ah!
Se cruzaron miradas de inteligencia y se dejó el secreto para después, pero todos corrían mucho para terminar cuanto antes y recoger el servicio. Y a la carrera, con la vajilla en un cubo, se fueron al lago.
—Cuando sepas lo que tienes que saber… —empezó Oscar.
Pero Sara no escuchaba y le hizo callar con gesto desdeñoso:
—¡Vaya pandilla que tengo! Gracias a que velo por todos…
—… Pues has de saber que nosotros… —se interfirió Oscar.
—Calla, que está hablando una persona mayor. Ahí va mi bomba: esta noche un hombre calvo rondaba el campamento y ha ido a meter la cabeza en vuestra tienda…
—¿Qué…? —salido de tres gargantas.
—Lo que oís. Petra me ha despertado y entonces he acercado la cara al cristal y he visto al calvo rondando por aquí. He pasado mi miedo, pero no soy demasiado cobardica… El individuo, repito, ha curioseado en vuestra tienda.
—¿Cuándo…? —sintonizado a tres voces.
—¿No os lo he dicho? ¡Esta noche!
—¿Estaba yo en mi cama? —preguntó Verónica.
—¡No! ¡Con los angelitos! —ironizó Sara.
—¡Yupi…! Esto está al rojo vivo —gritó Oscar.
Furiosa, Verónica le lanzó un empujón:
—¿Estaba yo en mi cama, sí o no?
—¿Cómo? ¿Eres sonámbula? Todo esto de no hacerme caso se debe sin duda a que estáis muy achicados porque soy la única que vigila en las situaciones de peligro —concluyó la pelirroja.
—¡Je… je…! —La risa era de Oscar.
Verónica achicaba un ojo para pensar mejor.
—Como tú dormías cuando yo estaba despierta, tu visión, salvo que soñaras, debió producirse cuando yo dormía.
—¿Soñar, eh? El calvo ha dejado huellas de su paso. ¿Recordáis que anoche barrimos con una rama todo alrededor de la roulotte? ¡Pues alguien ha pasado esta noche fumando!
—A lo mejor es tía Julita —se le ocurrió a Oscar.
—¿Ella un puro? ¿Qué me decís ahora?
Sara, muy petulante, había soltado el cubo y les miraba desde arriba.
—Eso significa que fue tarde —intervino Verónica—, porque te dormiste nada más caer en la litera, luego los chicos ya debían de estar en la tienda, porque tú debiste despertar cuando yo ya me había dormido, que fue cuando éstos se fueron a dormir…
—¡Verónica! ¿Has tenido pesadillas esta noche? —se asustó Sara.
¡Se acabaron las confusiones! Aunque con poca autoridad, Raúl pidió la palabra, haciendo sobresalir su voz de la de Oscar, que exigía el título de gran descubridor.
Tras las explicaciones, se sintieron un tanto anonadados. La situación se complicaba más de lo que Héctor y Raúl habían previsto.
¿Quién era el calvo? ¿Uno de los de la banda que se alojaba en el hotel? ¿Por qué iba por allí durante la noche?
—Si los de la banda se alojan en el hotel —razonó Sara—, quiere decirse que el de las cejas de bandera y su compañero son inocentes…
Cuando regresaban al remolque con la vajilla lavada, tía Julita salía de él con su red de cazar mariposas.
—Ayer no tuve mucha suerte —empezó a contar—. A lo mejor nuestro vecino Andrés me ayuda. Es muy simpático. Por el contrario, su amigo, el calvo, es más tieso que un palo.
—¿El calvo? —preguntaron los muchachos.
—¿Qué tiene que ver que sea calvo? —alegó la señora—. ¡Hay tantos! Andrés me contó que era un entusiasta de la naturaleza y le gusta pasarse el día vagando de un lado para otro. A lo mejor el pobre no ve muy bien, porque ayer le vi allí, en aquel altito, todo el tiempo con unos prismáticos… Porque yo estaré algo sorda, pero lo que es la vista… ¡la tengo de lince, hijos!
Las chicas habían palidecido. Oscar tenía carne de gallina. Y Petra, tan intuitiva, debía temerse algo terrible,
porque se encaramó en el hombro de Sara con signos de malestar. Y León, el gran envidioso, aprovechó para tirarle una chinita y… ¡acertar!
La excelente señora, viéndoles tan apabullados, añadió:
—Tenéis un día maravilloso por delante, pero no vayáis a bañaros antes del mediodía. Si no os importa, con las bicis, podíais ir a comprar pan. Por lo demás, estamos todavía muy bien de provisiones.
Los muchachos se comprometieron a hacerlo y Raúl apuntó que podían ir entonces, antes de que hiciera más calor por la carretera.
—¿Por qué no les preguntáis a nuestros vecinos si ellos lo necesitan? No os cuesta nada traer más cantidad.
Verónica estaba remisa. De pronto, sabiendo que el calvo era su vecino (¡y tan misterioso!), le había entrado un miedo superlativo.
—Sí, tía Julita; ahora vamos a preguntarlo.
—¿Estás loca? —protestó su amiga, con sordina.
Pero Sara parecía muy decidida. Y luego secreteó algo con Oscar y el chico afirmó, para luego, con una carrerilla, entrar en la tienda. Al salir llevaba la malla con el balón y algo más.
Unos pasos más allá, Sara preguntó al pequeño:
—¿De cuánto tiempo de duración es la cinta?
—De una hora.
—No es mucho, pero tendrás que intentar dejarla donde no se vea…
Cierto que llevaban un tanto encogido el corazón. Si el calvo andaba al acecho del tesoro del pobre inválido (y por supuesto, el cejudo), significaba que existía más de una banda.
—Entre todos nos harán fosfatina —repetía Verónica. ¡Si al menos nos hubiéramos quedado cerca de Cercedilla…!
—Pero estamos aquí —replicó Oscar entero—. Y algo tendremos que hacer por Jul y por Héctor…
—Desde luego… parece como si hubiera dos bandas en lugar de una —acertó a decir Raúl.
Salvo que Héctor se hubiera equivocado creyendo que sus enemigos se alojaban en el hotel.
—Chicas —los honrados ojos de Raúl se posaron en una y otra—, ahora es cuando os digo que debemos intervenir, quiero decir, estar al acecho en evitación de males mayores. Pero no quiero que paséis miedo ni corráis ningún peligro, así que yo lo haré.
—Pues yo… uno… a veces… no puede estar pensando en lo que a uno le va a pasar… —dijo Oscar, con falsa cara de valiente y una voz terriblemente temblorosa.
Eso significaba que apoyaría a Raúl. Y Sara anunció:
—Realmente, ni Julio ni Héctor merecen mi preocupación, dada la forma que hablan de una cuando una no puede escucharlos, pero tú, Raúl, sí mereces mi colaboración. Así que ¡todos para uno y uno para todos!
Verónica se resignó. En realidad, a veces no se tenía en muy buen concepto y decidió sacrificarse, aunque a lo mejor su corazón no resistía mucho.
El de las cejas de bandera, que asaba un pescado sobre una parrilla, les saludó con la mano.
—¡Buenos días, vecinos! ¿Qué tal está el ánimo para correrías?
Le aseguraron que bien, aunque sin gran entusiasmo y le transmitieron el encargo de tía Julita.
—Bueno, ya que sois tan amables, podéis traernos un kilo de pan. Y permitid que a cambio de vuestra amabilidad os obsequie con este barbo. Lo he pescado muy tempranito. Ya he visto que sois muy dormilones.
Charlaron un poco más, pero muy extorsionados por el mono y la ardilla que tenían un día imposible. León se había subido al techo de la roulotte y no quería bajar a pesar de las súplicas de su dueño.
—Es un mono terco —comentó Andrés—, tendrás que quitarlo de ahí por la fuerza.
Y se ofreció para alzar en sus brazos a Oscar, que pudo trepar al techo del vehículo. Segundos después, los ojos brillando como estrellas, saltaba al suelo con León en los brazos. Petra le aplaudió.
Se marcharon sin que el calvo hubiera hecho acto de presencia. Oscar, emparejado con Verónica, susurró:
—Ya está.
—¿Seguro que funcionará?
—Lo he dejado junto al ventilador. Tiene que recoger lo que se hable dentro de la roulotte o cerca… Lo importante es que el calvo regrese y los dos hablen.
Dejaron el barbo en poder de tía Julita, que lo alabó mucho, pero Verónica le había tomado ojeriza. ¿Y si estaba envenenado? Luego subieron a las bicis y empezaron a marchar por un lado de la carretera, hasta que Raúl se detuvo.
—Se me está ocurriendo que anoche, en su conversación con Héctor, Julio también mencionó a un calvo: precisamente otro aspirante al puesto de criado en «Villa Tolteca».
—¡Yupiiii…! ¡Pues es verdad!
—Nuestros «héroes» deberían saber que tienen en contra a más de una banda —objetó Sara, que todavía seguía furiosa contra Héctor y Julio, especialmente contra éste.
¿Cómo avisarles? Y sobre todo, ¿cómo avisarles sin descubrirse?
Encontraron una tiendecita donde se vendía de todo junto a un grupo de chalecitos y cuando salían con los panes envueltos en papel de estraza, Verónica, que estaba muy preocupada, les sorprendió con una idea soberbia:
—¿No habéis hablado de que el lugar de comunicación de Héctor y Julio es un roble cercano a «Villa Tolteca?». Podíamos dejar allí un papel sin firma haciendo saber la existencia de una banda en la que figura un calvo…
La idea se les antojó magistral. En un trozo de papel procedente de la envoltura de los panes y con letras de imprenta, Sara escribió:
«¡Cuidado! Una segunda banda acecha “V. T.”. Desconfiad de un calvo y un individuo de enormes cejas.
Un amigo».
—¡Glorioso! ¡Glorioso! —repetía Oscar.
Pedalearon un poco más. En las proximidades de la casa del mejicano, Sara soltó a su ardilla, para que colocara el mensaje. Y como no quería regresar, su dueña tuvo que ir a buscarla justo hasta el roble y tomarla por la fuerza de entre las raíces del árbol.
—Ya está —dijo al regresar a la carretera.
Lo malo fue que León, envidioso de las correrías de Petra, se les escapó. Y cuando después de muchos ruegos regresó junto a los ciclistas, llevaba entre sus manitas de mico el papel salvador.
Sara se moría de rabia y Petra mordió una oreja de León. Luego, hubo que representar por segunda vez la escapatoria de Petra y colocar el papel bajo una piedra, entre las raíces del roble. Y después, al otro lado del camino, teniendo cuidado de poder ver la casa sin ser vistos y no sin reconocer antes los alrededores, se quedaron un tiempo jugando a los chicos inocentes, tiempo que perdieron lastimosamente, pues nada extraño pudieron sorprender.
Sara consultaba su reloj. ¿Habría pasado ya una hora?
—Deberíamos regresar y llevar el pan a los de la banda del calvo —dijo.
Cuando llegaron junto a la casa rodante de sus vecinos, ninguno de los dos se hallaba en ella.
—¡Andrés…! ¡Andrés…! —llamó Oscar.
Con el bañador en la mano y procedente del lago, el hombre apareció. Cuando le entregaban el pan, Petra trepó sobre el techo de la roulotte.
—El mono y ella se tienen mucha envidia —explicó Sara— y se imitan en todo.
Las carcajadas de Andrés se oían en muchos metros a la redonda. Nuevamente tuvo que tomar a Oscar en brazos y situarlo en alto para que pudiera encaramarse sobre el remolque y retirar de allí a la ardilla obstinada.
Después de despedirse de Andrés y ya a prudente distancia, Oscar susurró triunfal:
—¡Lo tengo!
Sí, había recogido el magnetófono y lo llevaba escondido en la malla del balón, dentro de un jersey.
Durante unos minutos buscaron por los alrededores un lugar aislado para escuchar la grabación.
Cuando lo encontraron, cuatro corazones latían con fuerza.