Nota editorial:
Una vez más pido disculpas por lo que sigue. Si sirve de consuelo, es la última vez…
Extracto de Como un fénix de entre las llamas: la fundación del 597.º,
por la general JENIT SULLA (retirada), 097.M42
Los renegados resistieron obstinadamente, con una determinación que me parecía increíble, y a pesar de la fe que tenía en los hombres y mujeres a mis órdenes, debo confesar que empezaba a dudar de que nuestra inevitable victoria sólo se conseguiría a costa de la vida de muchos de esos nobles guerreros. Los traidores se habían parapetado bien, y apenas podíamos avanzar de otro modo que no fuera disparando y moviéndonos, corriendo de un refugio a otro. Averigüé gracias a las transmisiones que pude interceptar que no era yo el único oficial a quien aquellos retrasos le parecían insoportables. La coronel Kasteen ya había pedido refuerzos de uno de los regimientos armados de la fuerza expedicionaria, y se abrió un enérgico debate acerca de si los tau verían aquello como una provocación. Era incapaz de comprender por qué tenían que preocupar a alguien los sentimientos de los alienígenas, debo confesarlo, pero muchas de las cosas que había visto desde mi aterrizaje allí me habían dejado algo confusa, y me consolaba saber que, de todos modos, mi entendimiento no era necesario. Bastaban el deber y la obediencia, y deberían bastar para cualquiera que tuviera el privilegio de llevar el uniforme del Emperador. El caso es que el general había accedido a su petición, y el conocimiento de que un destacamento de Leman Russ del 8.º Acorazado estaba de camino había levantado no poco los ánimos de nuestras heroicas fuerzas.
Mientras tanto, todavía seguíamos estancados allí, y debo confesar que la certeza de que nuestros refuerzos, por formidables que fueran, estaban todavía a media hora de camino, mermaba el regocijo que en otras circunstancias hubiéramos sentido. No tenía dudas de que podríamos aguantar hasta que llegaran, pero incluso con el espíritu del Emperador ardiendo dentro de nosotros, nuestra posición podría llegar a ser muy comprometida si el destino nos deparaba más sorpresas.
Fue mientras estaba reflexionando acerca de esto que el destino realmente me sorprendió, y de un modo que nunca habría pensado. Mi primer presentimiento se debió a un mensaje de voz del sargento Lustig, el valiente líder del segundo escuadrón, que irrumpió en mi frecuencia de mando con carácter de urgencia.
—Tenemos movimiento en el flanco —me informó—. Unidades tau se acercan con rapidez. Solicito instrucciones. —En su favor debo decir que, a pesar de la turbación que sin duda sentía, su informe fue totalmente profesional. Intercambiamos unas cuantas palabras más, igualmente breves, y durante ese tiempo establecimos la presencia de un puñado de blindados y al menos uno de los carros graníticos que nuestros analistas habían denominado «Cabezamartillo».
—Mantengan posiciones —ordené. A pesar de las dudas que se me agolparon en la cabeza, y a pesar del comportamiento traicionero que cabe esperar de los inhumanos, aún no habían hecho abiertamente nada que rompiera nuestra incomprensible tregua. Lustig confirmó la orden, y ambos esperamos en tensión para ver si ganábamos o perdíamos la apuesta que estábamos haciendo con las vidas de nuestros soldados.
Debo confesar que, durante un breve instante, mientras aquel siniestro carro de combate ascendía por la cresta del montículo de escombros detrás del cual se había escondido mi unidad de mando, tuve motivos para maldecirme por ser una estúpida excesivamente precavida; ya que al ir apareciendo ante nuestros ojos, el cañón que llevaba en la torreta disparó, emitiendo un sonido atronador que nos pasó por encima como una onda física, y me temí que al fin nos hubieran traicionado. Pero la explosión que siguió tuvo lugar en las fortificaciones de los insurrectos, silenciando sus armas en una única demostración de furia mágica que nos dejó a todos sin aliento durante un instante.
El carro siguió adelante, zumbando tranquilamente con las energías que lo mantenían en el aire, mientras los blindados iban detrás de él dando tumbos y lanzando ráfagas de disparos a las posiciones enemigas con un asombroso poder de fuego. Balas de plasma de fuego rápido explotaban y lo quemaban todo a su alrededor, y salvas de misiles provenientes de las vainas bulbosas de los hombros del líder caían sobre ellos en oleadas, explotando en gotas de fuego y metralla que hacían trizas y reducían a pulpa los cuerpos de aquellos que se atrevían a responder. A pesar de estar desconcertada por el nuevo giro de los acontecimientos, ya que no se me ocurrían razones por las que los alienígenas se habían vuelto en contra de sus antiguos aliados, no tuve dudas de cuál era mi deber.
—¡Seguidlos! —ordené—. ¡Detrás de los tau! —Y poniéndome de pie conduje a los soldados bajo mi mando hacia adelante, hacia el agujero que habían abierto para nosotros en las defensas enemigas—. ¡Por la justicia! ¡Por la venganza! ¡Por el Emperador!