Nota editorial:
Una vez más, debo disculparme por esto, pero realmente es el único informe de un testigo presencial que he podido encontrar.
(De hecho, también están los informes oficiales de las acciones posteriores, que podrían ofrecernos un retrato más coherente si alguien los revisara y recopilara los distintos puntos de vista de una docena de oficiales, pero para ser sincera, no dispongo ni del tiempo ni de la paciencia necesarios).
Extraído de Como el Fénix de las Llamas: La Fundación del 597.º,
por la general JENIT SULLA (retirada), 097.M42
Para cuando llegamos al Distrito Antiguo, casi nos habíamos acostumbrado a la presencia sombría de los tau, que revoloteaban a nuestro alrededor como fantasmas malignos, y dice mucho de los soldados con los que tuve el honor de servir el hecho de que ninguno de ellos haya cedido a la tentación de vengarse por la destrucción de la ciudad, a pesar de la presencia de más de un blanco evidente en más de una ocasión. A pesar de lo fuerte que pudiera llegar a ser aquel impulso, y de hecho lo era, permanecimos conscientes del requerimiento que nos habían impuesto, y nos concentramos en la delicada misión que nos habían encomendado. Ciertamente no puede haber un enemigo más despreciable que un sirviente imperial que ha traicionado la confianza del Emperador, y nosotros estábamos, si cabe, más ansiosos incluso por hacer pagar al gobernador su perfidia que por tomarnos una más que merecida venganza contra los traficantes alienígenas cuya presencia había tolerado durante tanto tiempo con consecuencias tan graves.
Habíamos previsto pocas dificultades en conseguir nuestros fines, pues ¿qué fuerzas podía tener a su disposición para desafiar a los enormemente leales sirvientes de Su Divina Majestad? Un puñado de guardias de palacio, si acaso, cuyas habilidades marciales habían resultado tremendamente insuficientes cuando se los llamó para defender su residencia de una simple banda de alborotadores. Así que recorríamos las calles desiertas con una confianza cada vez mayor en nuestra misión de venganza; una confianza que pronto resultaría enormemente fuera de lugar.
La primera advertencia que recibí de que algo no iba bien fue el ruido de una explosión, como si hubieran detonado un misil perforante contra el casco de uno de los Chimeras que teníamos delante. Desde mi posición en la torreta del vehículo de mando pude ver el brillante florecer de la explosión, una rosa roja de destrucción que al abrirse hizo una muesca en un lateral del blindaje. Sin embargo, no pudo penetrar; entretanto, el intrépido artillero hizo girar la torreta, descargando una ráfaga de potentes rayos sobre el inoportuno enemigo. No obstante, mi satisfacción al ver el edificio desde el que nos estaban atacando alcanzado por el castigo del Emperador fue muy breve, ya que siguieron más proyectiles que salían sibilantes desde posiciones ocultas entre los escombros que nos rodeaban.
Como era inevitable, algunos dieron en el blanco, penetrando en el blindaje y destrozando orugas, lo que hizo que varios de nuestros Chimeras se detuvieran. El parloteo en los canales de voz me hizo ver que nuestra compañía no era la única en ser desafiada de manera tan traicionera. Los otros elementos de nuestro regimiento, desplegados por varias de las calles adyacentes en un esfuerzo por rodear el palacio, estaban sufriendo ataques similares, y un vistazo a mi placa de tácticas fue suficiente para darme cuenta de que aquélla era una operación bien planeada, ejecutada con una gran precisión, nada propia de las tropas desorganizadas y desmoralizadas que esperábamos encontrar. Sin pensármelo dos veces me volví a meter dentro del Chimera, donde los sensores especiales y el equipamiento de voz me permitirían dirigir mejor a mis subordinados, y comencé a planear nuestro contraataque.
—¡Alto! ¡Abandonad los vehículos! —ordené, dándome cuenta de que nuestro avance se detendría indefinidamente a menos que nos acercáramos a pie al enemigo, ya que nuestros pesados vehículos eran blanco fácil para los equipos de tiradores atrincherados. Nuestros conductores se apresuraron a obedecer.
En el momento en que me disponía a bajar del vehículo, éste vibró con un impacto súbito y del compartimento de la cabina salió un humo espeso. Una comprobación rápida reveló que nuestro conductor estaba muerto, así que no perdí más tiempo antes de formar mi equipo de mando y saltar fuera de nuestro maltrecho Chimera.
Una escena realmente infernal se presentó ante mis horrorizados ojos mientras corríamos por la rampa. Dos de los transportes estaban en llamas y otros varios inmovilizados; el resto estaba maniobrando como podía para ponerse a cubierto. Los seguí, extremando las precauciones, hasta que una ráfaga de rayos láser salió disparada desde las posiciones enemigas, impactando a nuestro alrededor y obligándonos a buscar refugio donde buenamente pudimos.
—Tercer pelotón, informe. —La voz del mayor Broklaw resonó con fuerza en mi transmisor, y su actitud calmada resultaba tranquilizadora a pesar de la confusión que nos rodeaba. Respondí tan brevemente como pude, como correspondía a un guerrero del Emperador.
—Estamos inmovilizados y bajo fuego —informé—. El enemigo parece bien atrincherado.
—Nos estaban esperando —dijo.
Ésa era también mi opinión; las posiciones que ocupaban tenían que haber sido preparadas hacía algún tiempo. Lo que aquello implicaba era asombroso. Era evidente que el gobernador se había dado cuenta de que el juego había terminado, pero ¿dónde había encontrado las tropas a las que nos enfrentábamos? Ajusté mis potenciadores ópticos y respiré hondo.
—Los enemigos son elementos de la FDP —informé. Un par de las figuras acechantes aún llevaban harapos azules atados alrededor del brazo, pero cuál no sería mi confusión al comprobar que era la misma insignia provisional que usaba la facción imperial en los disturbios civiles recientes.
—¿Partidarios del gobierno o de los alienígenas? —interrumpió la coronel Kasteen. Durante unos instantes no supe qué responder.
—Ambos —dije por fin—. Parece que ambas facciones luchan juntas ahora…
—¡Eso no tiene sentido! —exclamó Broklaw con un tono de voz cercano a la frustración. Pero Kasteen permaneció impasible, actitud propia de una comandante tan competente.
—Nada en este nido de ratas olvidado del Emperador tiene sentido —manifestó con toda la razón.
—Ya no hay tropas leales —dijo el mayor sin dudarlo ni un instante—. Mátenlos a todos.
Ésa era una orden que éramos capaces de obedecer con entusiasmo, e íbamos a hacerlo poniendo toda nuestra voluntad, de eso pueden estar seguros. Toda la frustración que habíamos soportado desde nuestra llegada a Gravalax salió a borbotones a la superficie, transformada en verdadero entusiasmo marcial, y juré que la sangre del traidor sería derramada aquel día con toda certeza.
Mientras animaba a mis soldados y observaba cómo avanzaban los centinelas para suprimir la primera línea de resistencia, un rápido movimiento que percibí con el rabillo del ojo hizo que mirara hacia el cielo. Lo más seguro era que fuese uno de los imagoproyectores de los tau, y me sobrevino un escalofrío momentáneo de aprensión mientras mi mente se llenaba de preguntas. ¿Qué conclusiones estaban sacando los enigmáticos alienígenas de todo esto? Y, lo que era más importante: ¿qué tenían intención de hacer al respecto, si es que pretendían hacer algo?