Nota editorial:
Dada la total y característica falta de interés de Cain por lo que no le concierna a él directamente, el siguiente extracto puede resultar útil para situar el resto de su narrativa en un contexto más amplio. Debemos decir que el libro del que proviene no es la guía más fiable respecto de la campaña en su conjunto, pero, a diferencia de la mayor parte de los estudios sobre el incidente de Gravalax, por lo menos intenta esbozar el trasfondo histórico del conflicto. A pesar de las obvias limitaciones del autor como cronista de acontecimientos, su resumen del casus belli es sustancialmente correcto.
De ¡Purga de los culpables! Una narración imparcial de la liberación de Gravalax,
por STENTENTIOUS LOGAR. 085.M42
El origen del incidente de Gravalax debe buscarse muchos años antes de que se comprendiera toda la magnitud de la crisis, y, en retrospectiva, puede resultar fácil reconocer el lento despliegue de la conspiración pseudohumana a lo largo de varias generaciones. Un historiador, sin embargo, tiene la visión retrospectiva de la que carecen los verdaderos participantes. Es así que, en lugar de señalar con el dedo acusador, de lanzar gritos justificados del tipo «¿Cómo pudieron ser tan estúpidos?», es más propio que meneemos la cabeza con indulgencia mientras contemplamos a nuestros antepasados encaminarse a ciegas hacia el precipicio de la destrucción.
Ni qué decir tiene que no puede echarse la culpa a los servidores del Emperador, en particular a los encargados de dirigir a las fuerzas de combate de Su Divina Majestad y a los diligentes adeptos del Administratum; el Segmentum Ultima es muy extenso, y el golfo de Damocles un oscuro sector fronterizo. Después de que los salvajes tau fueron puestos en su sitio por la heroica flota de los cruzados a comienzos de los 740, la atención se desplazó, como es lógico, a amenazas más inmediatas como la incursión de la flota de la colmena Leviathan, la activación de los malditos necrones, y el siempre presente peligro de las legiones de traidores.
No obstante, la presencia tau permaneció en las lindes del espacio imperial y, pasando casi desapercibida, empezó otra vez a invadir los benditos dominios de Su Divina Majestad.
Hasta ese momento, Gravalax había sido un oscuro puesto de avanzada de la civilización, casi desconocido para el resto de la galaxia. Tenía una superficie fértil suficiente para mantener bastante bien alimentada a una población relativamente escasa, y poseía reservas minerales adecuadas para la industria que funcionaba allí. En suma, no tenía nada que significara un aliciente para el comercio, y su población no era base suficiente como para que la Guardia Imperial pudiera cobrarles impuestos. Era, para no andarse con ambages, un lugar remoto exento de todo interés.
Sin embargo, si Gravalax creía que iba a permanecer indefinidamente tranquilo, se equivocaba de medio a medio. Después de un siglo dominado por las manos justas de los servidores del Imperio, los tau de tenebrosos corazones volvieron, difundiendo sus ponzoñosas herejías por el golfo. Nadie sabe cuándo hicieron su primera incursión en Gravalax[7], pero al terminar el último siglo del milenio estaban bien establecidos allí.
No sorprenderá a mis lectores, conscientes como debemos ser todos de la naturaleza traicionera de los alienígenas, que llegaran a esto mediante un insidioso proceso de infiltración. Y, por chocante que sea consignarlo, con la ayuda ofrecida de buen grado por aquellos cuya avaricia e insensatez los convirtieron en secuaces perfectos de esta monstruosa conspiración. Me refiero, como sin duda todos habréis adivinado, a los llamados comerciantes independientes. ¡Verdaderos comerciantes capaces de anteponer sus propios intereses a los del Imperio, la humanidad y el Divino Emperador en persona!
[Se han omitido varios párrafos de denuncia encendida pero no específica de los comerciantes independientes. Logar da la impresión de haber estado obsesionado con su escasa fiabilidad. Es posible que alguno le debiera dinero.]
La historia no deja constancia de cómo ni por qué estos parias del beneficio empezaron a traficar con los tau[8]. Lo que sí es seguro es que Gravalax, con su situación de aislamiento en los confines del espacio imperial, y cerca de la esfera de influencia en expansión de estos malignos alienígenas, se convirtió en el lugar de encuentro perfecto para esos intercambios clandestinos.
Inevitablemente, la corrupción se extendió. Al aumentar el comercio, se volvió cada vez más abierto, y las naves tau empezaron a verse cada vez con más frecuencia en los nuevos puertos estelares en expansión. Los propios tau empezaron a verse en las calles de las ciudades gravalaxianas, alternando con el populacho, contaminando su pureza humana con sus costumbres desalmadas, alienígenas. La herejía empezó a extenderse e incluso el común de los ciudadanos se atrevía a utilizar artilugios blasfemos, no consagrados por los tecnosacerdotes, que les proporcionaban sus insidiosos aliados del extramundo.
¡Algo había que hacer! Y al fin se hizo. El hedor de la corrupción atrajo en un momento dado la incesante vigilancia de la Inquisición, que no perdió tiempo en exigir el envío de un destacamento de los mejores guerreros del Imperio para eliminar aquel forúnculo infectado del cuerpo de la bendita casa de Su Santidad.
Y eso fue precisamente lo que recibieron. Porque en la vanguardia de esta gloriosa empresa estaba ni más ni menos que Ciaphas Cain, el héroe marcial cuyo mero nombre infundía terror a los enemigos de la humanidad…