QUINCE

QUINCE

Nunca es demasiado tarde para ser presa del pánico.

Refrán popular valhallano.

No me importa admitir que las secuelas de la pelea en el pasadizo me habían dejado exhausto, tanto física como mentalmente. Eliminé la peor parte del polvo acumulado en la garganta con un par de tragos de mi cantimplora, pero no me podía sacudir la sensación de tenerlo por toda la piel, en el pelo, o debajo de la ropa, y no conseguiría eliminarlo hasta después de la tercera ducha. La verdad es que para cuando se me presentara la oportunidad de hacerlo, el polvo sería el menor de mis problemas.

Y Jurgen estaba muerto. Todavía no me lo podía creer del todo, después de tantos años y tantos peligros a los que nos habíamos enfrentado y todo lo que habíamos superado juntos. El sentimiento de pérdida era paralizante y algo inesperado. De algún modo siempre había supuesto que nos enfrentaríamos juntos a nuestro final, cuando finalmente el destino me arrojara a algo de lo que no me pudieran librar ni mi suerte ni mi refinado instinto de supervivencia.

Así que durante un tiempo indeterminado no dije nada y seguí a Amberley, que al menos parecía tener algún tipo de plan. Todo ese tiempo, según recuerdo, sostuve la pistola en la mano, algo curioso, ya que en apariencia no corríamos ningún peligro, pero por algún motivo no la había soltado cuando la pared se derrumbó y me sentía extrañamente reticente a devolverla a su funda. Más tarde vi que de tan fuerte que la había agarrado tenía un cardenal en la palma de la mano con la que la había sostenido[54].

Habíamos recorrido un trecho en silencio antes de que Amberley volviera a hablar, y la presión en los oídos me decía que el túnel en el que estábamos había comenzado a descender gradualmente, pero no parecía haber ninguna ruta evidente para volver a la superficie, así que pensé que era una dirección tan buena como otra cualquiera. Supongo que debería haberlo mencionado, pero nunca se me ocurrió que ella no se hubiese dado cuenta. De haber sabido que no era así, que pensaba que seguíamos avanzando al mismo nivel, por supuesto que lo hubiera mencionado, pueden creerme, especialmente de haber sospechado lo que nos estaba esperando ahí abajo, a más profundidad.

—Bueno, supongo que eso contesta a la pregunta principal, en cualquier caso —dijo.

—¿A cuál? —pregunté. Hasta ese momento, la situación se había convertido en algo tan estrambótico que no parecía tener ningún sentido. Estaba comenzando a pensar que la única cosa en la que podía confiar realmente era en la perspectiva de más traición y confusión en el futuro, y en eso no me vi nada decepcionado. Amberley pareció sorprendida durante un instante, y a continuación complacida de que hubiera respondido.

—La principal —repitió—. ¿Quién tendría algo que ganar provocando una guerra con los tau?

—La flota enjambre —respondí, y me estremecí a pesar de la calidez húmeda del túnel.

Si los genestealers eran realmente los precursores de un próximo y violento ataque tiránido, entonces es que estaban trabajando en una estrategia mucho más ambiciosa que las que había conocido hasta ahora, y las implicaciones de aquello eran de todo menos tranquilizadoras. Asintió, claramente complacida con mi respuesta, y decidida a prolongar la conversación. Supongo que estaba tratando de mantenerme centrado en la misión[55], y así evitar que pensara demasiado en lo que les había pasado a nuestros compañeros.

—El culto de los genestealers ha estado activo aquí durante varias generaciones. Es una suerte que se haya quedado tan aislado, o a estas alturas ya se habría propagado por la mitad del sector.

—Ya es algo —me mostré de acuerdo. Sé por mis contactos posteriores con ella que siguió indagando sobre aquella posibilidad y consiguió erradicar un par de pequeños subcultos que habían dado el salto a sistemas vecinos antes de que se establecieran del todo, pero el peligro parecía haber sido contenido de verdad; al menos hasta que las flotas enjambre se presentaron y nos dimos cuenta de que nos enfrentábamos a una guerra en dos frentes. Me quedé pensando un instante—. Es evidente que han estado aquí el tiempo suficiente para infiltrarse a fondo en la FDP —añadí por fin.

—Entre otras cosas —corroboró la inquisidora. Yo también asentí, comenzando a participar en la conversación aun a mi pesar.

—Parece como si hubieran conseguido infiltrarse también en los grupos políticos. La facción alienígena…

—Y los leales al gobierno —sonrió con expresión sombría—, incrementando la tensión entre ambas, dividiendo a la FDP. Es evidente que fueron los sectarios de ambas facciones los que hicieron que comenzaran a dispararse los unos a los otros, e hicieron que los leales atacaran a los tau.

—Esperaban conducirnos a la guerra para que nos hiciéramos pedazos unos a otros y así permitir que la flota enjambre entrase en el sector sin encontrar apenas oposición. —Volví a estremecerme—. Es diabólico. Y estuvo tan cerca de tener éxito…

—Todavía podría tenerlo —repuso Amberley con voz lúgubre—. Somos los únicos que sabemos todo esto. Si no se lo podemos contar al general supremo…

—Aún pueden tener éxito —terminé la frase por ella. Semejante posibilidad era demasiado desalentadora para considerarla, así que seguimos caminando juntos en silencio durante un rato.

Quizá fue bueno que lo hiciéramos, ya que después de un tiempo comencé a detectar un débil murmullo además del ruido de nuestras botas pisando sobre el espeso polvo que cubría el pasadizo que recorríamos. Me había parecido tranquilizador, ya que amortiguaba el sonido de nuestras pisadas y nos indicaba con claridad que nadie había estado allí durante décadas; eso significaba que era improbable que nos encontráramos con alguna otra emboscada. No obstante, la presencia de otros sonidos allí abajo podría ser causa de preocupación. Alcé la mano y apagué la luz, esperando a que los ojos se me acostumbraran de nuevo a la oscuridad, mientras se disipaba lo que quedaba de mi abotargamiento como una manta al toque de diana, sustituido por una repentina inyección de adrenalina.

—¿Qué ocurre? —preguntó Amberley, imitando mi ejemplo y dejándonos en una oscuridad aún más absoluta.

—No estoy seguro —admití—, pero creo que oigo algo. —Para mi sorpresa, no me pidió más detalles, claramente confiando en que se los daría si los tuviera, así que concentré todas mis energías en escuchar. Ni siquiera era un sonido propiamente dicho, sino algo así como una vibración en el aire. Lo más cerca que puedo estar de explicarlo es decir que era similar al modo en que podía saber más o menos a qué distancia estaba de una pared en la oscuridad por cómo cambiaban los ecos. El resultado final es que o bien el lector sabe de lo que estoy hablando, en cuyo caso probablemente creció también en una colmena, o sencillamente tendrá que fiarse de mi palabra.

De cualquier modo, no íbamos a ganar nada quedándonos allí, así que nos pusimos al fin en marcha, prefiriendo confiar en mis aguzados sentidos en la oscuridad antes que encender los iluminadores de nuevo. Sentía ese viejo hormigueo en las palmas de las manos, y Amberley parecía fiarse de mis instintos, al menos en este entorno. El túnel siguió siendo amplio más adelante, así que moverse en la oscuridad era menos duro de lo que cabría pensar, y poco a poco fui percibiendo una débil luminiscencia por delante de nosotros.

—¿Eso que hay ahí delante es luz? —murmuró Amberley, confirmando lo que yo pensaba, y le susurré que creía que sí. Los sonidos se estaban haciendo más fuertes, también, pero aún eran demasiado débiles para distinguirlos. Sin embargo, había en ellos una cualidad orgánica que hacía que se me erizara el vello de la nuca.

—Más o menos medio klom —añadí, aun hablando en voz baja y asiendo con fuerza la pistola que llevaba en la mano.

—Quizá es un camino hacia la superficie —susurró esperanzada. Negué con la cabeza, sin estar seguro de que hubiera visto mi gesto a pesar de la luminosidad cada vez más intensa.

—Estamos a demasiada profundidad para eso. Debemos de haber descendido unos tres niveles en las últimas dos horas.

—¡Y no se le ocurrió decírmelo! —estalló con un furioso susurro, y por primera vez me di cuenta de que no había notado el cambio de profundidad—. Se suponía que estábamos buscando una salida. ¡¿Es que lo ha olvidado?!

—Pensé que se había dado cuenta —respondí con brusquedad, sintiéndome extrañamente a la defensiva—. Usted es la que está a cargo de esta expedición, ¿recuerda?

—¿De veras? ¡Ah sí, ahora que lo menciona, supongo que lo estoy! —Tenía un deje malhumorado en la voz, cosa que no me pareció propia de su rango y su poder. Al mismo tiempo, sentí unas ganas incontrolables de reírme. Probablemente era sólo la tensión, pero lo increíblemente absurdo de la situación me golpeó de repente. Allí estábamos, las dos únicas personas que quedaban vivas para poder advertir al Imperio de una terrible amenaza, perdidos, solos, en inferioridad numérica, rodeados por un ejército de monstruos, discutiendo como un par de adolescentes en una cita insatisfactoria. Me mordí el labio inferior, pero cuanto más intentaba contenerme, más pujaba la risa por salir de mi pecho, hasta que por fin escapó con un resoplido bien audible.

Eso fue el colofón. Perdió los estribos por completo.

—¡Ah! ¡Conque le parece divertido! —dijo con brusquedad, olvidando por completo que debíamos ocultarnos. Debería haber estado aterrorizado, por supuesto, ya que la ira de los inquisidores no se debe tomar a la ligera, pero la histeria se había apoderado de mí, y sencillamente aullaba con una risa gloriosa que me liberaba de tensiones.

—Por… por supuesto que no —conseguí decir entre carcajada y carcajada—. Pero… todo esto… es tan… tan ridículo…

—Me alegro de que lo piense —replicó con voz glacial—. Pero si cree que voy a olvidar… —Un breve hipido interrumpió sus reproches—. Olvídelo… Por el Emperador, maldita sea… —Y por fin se contagió; la risita gutural que había encontrado tan atractiva surgió de su pecho como el magma. Después de eso no hubo nada que pudiera detenernos, así que simplemente nos sostuvimos el uno al otro hasta que finalmente pudimos conseguir que el aire permaneciera dentro de nuestras doloridas costillas[56].

Después de aquello ambos recobramos la normalidad y fuimos capaces de continuar con fuerzas renovadas. Habíamos vuelto a movernos en silencio, ya que el mero hecho de que no hubieran salido más sectarios o genestealers de la pared podía significar que estuviéramos solos ahí abajo, pero habíamos hecho el suficiente ruido como para atraer a cualquier grupo de rastreo que hubiera cerca. Sin tener ningún otro objetivo, seguimos en dirección al misterioso brillo que se veía en la distancia, y cuanto más nos acercábamos, más se intensificaba.

—Definitivamente tiene que ser artificial —dijo Amberley, ya que era imposible no distinguir a esa distancia el inconfundible brillo amarillento de la electroiluminación. Gracias a la luz que emitía fui capaz de ver con mayor claridad nuestro entorno más inmediato, y me sorprendí de que la manipostería que nos rodeaba estuviera cuidadosamente trabajada y que el techo en forma de bóveda lo soportaran unas columnas bien labradas.

—Supongo que estamos en algún tipo de bodega —apunté hablando muy bajo.

—Creo que tiene razón —asintió. Había sacado el auspex de nuevo y estaba estudiando la pantalla—. Y hay gente ahí abajo. No muchos por lo que muestra esto, pero…

No tuvo que terminar la frase. Los sectarios híbridos no siempre aparecían, y los pura cepa que estuvieran cerca desde luego no lo hacían. Avanzar sería un riesgo terrible, pero dar la vuelta para tratar de encontrar otro camino hacia la superficie a través de un complejo de túneles abarrotado de genestealers y de sus víctimas sería igual de malo. Y también estaba el factor tiempo. Cuanto más tardáramos en informar, más tiempo tendrían los conspiradores para desencadenar su guerra; eso sin contar con que ya podía haber empezado.

—Sólo hay una manera de averiguarlo. —Estuve de acuerdo, y avanzamos de nuevo con cautela.

La luz provenía de una gran habitación con un techo en forma de bóveda soportado por unas columnas similares a las que había visto en el túnel, pero mucho más altas y más gruesas. Como en la habitación que habíamos visto antes, donde los adoradores nos habían atacado, había una gran galería que recorría el borde de la estancia y en la que desembocaban varios túneles. Sentí un gran alivio al ver que no había nada ni nadie allí arriba.

Esta vez, sin embargo, no había zumbido de maquinaria flotando en el aire. Era una cámara luminosa y ventilada, con braseros quemando incienso sobre pedestales de mármol y profusión de estatuas antiguas. Por doquier se veían cajas llenas de polvo, lo que me llevó a suponer que habíamos dado con un almacén largamente olvidado del que los sectarios se habían apoderado para sus propios fines. Nos introdujimos sigilosamente en él como ladrones y nos refugiamos detrás de uno de los pilares que sostenían el techo. Era tan grueso como la columna de una catedral y casi medía tanto de ancho como yo de alto, así que nos ocultaba a ambos fácilmente.

—Escaleras… —Amberley me dio un codazo y señaló. A uno de los lados, una ancha escalinata de piedra ascendía hasta la galería, donde comenzaba otro tramo de escalera ascendente, tallada en la piedra, que se perdía de vista.

—Genial —le susurré a modo de respuesta. Pero llegar hasta ella sería otro problema totalmente distinto. Alcancé a ver siluetas moviéndose a lo lejos, algunas de ellas armadas. Había la habitual mezcla de indumentarias civiles y uniformes de la FDP que me había acostumbrado a ver entre los sectarios, y algo más: un destello brillante de oro y carmesí. Le di un codazo a Amberley y lo señalé—: Un guardia de palacio.

Aquello fue una verdadera sorpresa. Por lo que había dicho Donali, supuse que estarían todos muertos a esas alturas, pero los sectarios, como había visto en Keffia, siempre intentaban cuidar de los suyos. Comencé a sospechar que su defensa del gobernador no había sido tan mala como nos habían hecho creer para propiciar que la situación empeorase y se sacase a la FDP a las calles donde sus hermanos de progenie pudieran comenzar a trabajar en su malicioso plan. En vez de la antigua arma larga que llevaban habitualmente, tenía una pistola láser que habría sacado, supuse, de la armería de la FDP.

—Tendremos que sortearlos —susurró. Asentí. No era una perspectiva muy alentadora, pero tendríamos que intentarlo. Si avanzábamos amparados por las columnas y los montones de trastos, quizá lo lográsemos, al menos la mayor parte del camino, antes de que nos detectaran. Cuando eso sucediera, tendríamos que correr hacia la escalera lo más rápido que pudiéramos.

Mientras nos poníamos en marcha, eché otra mirada a mi alrededor, más por reflejo que por otra cosa, tratando de fijar el espacio en mi mente; la desorientación puede ser mortal en un tiroteo.

Y entonces me di cuenta.

—Esto es un santuario —murmuré. Amberley no pareció en absoluto sorprendida, pero supongo que ella se había dado cuenta en cuanto entramos allí.

Había tapices en las paredes que, ahora que me fijaba, me hicieron retroceder horrorizado. Eran blasfemos, imágenes santas del Emperador profanadas y degradadas, el Padre de Todos representado como un híbrido encorvado con un montón de brazos, o un monstruoso genestealer pura cepa que parecía cernirse sobre los acólitos que lo adoraban. Decidí enviar un escuadrón con lanzallamas a ese lugar en cuanto hubiéramos informado. Me parecía casi intolerable que se permitiera la existencia de cosas semejantes.

—¿Listo? —preguntó Amberley por encima de mi hombro. Asentí a la par que hacía el símbolo del aquila para propiciar la buena suerte. Tenía ya la pistola en la mano, como he dicho, y desenvainé silenciosamente mi espada sierra con la otra, con el dedo preparado sobre el activador. Amberley sacó su pistola bólter, comprobó que estaba cargada y asintió con expresión sombría—. Está bien, vamos. —Avanzamos lo más agachados que pudimos hasta el siguiente pilar y después nos echamos al suelo de nuevo mientras notaba el latido del corazón en los oídos. Ahora oía perfectamente el ruido de fondo, el que había percibido en el túnel; el zumbido de los sectarios que se movían de un lado a otro en un silencio sobrecogedor, al igual que habían hecho en la habitación llena de maquinaria.

Loado sea el Emperador, ninguno de ellos nos había detectado. Volvimos a ponernos en marcha, yendo a refugiarnos tras la siguiente columna, y después la próxima. Estaba comenzando a albergar esperanzas de llegar a la escalera y superar lo que hubiera detrás cuando el chasquido de un rayo láser contra la piedra junto a mi cabeza me hizo comprender que nos habían descubierto.

Me di la vuelta a tiempo de ver al guardia de palacio apuntando con su pistola láser para disparar. Levanté mi arma, pero Amberley fue más rápida y su bólter escupió primero. El pecho del guardia estalló en una lluvia de entrañas rojas y armadura dorada hecha pedazos, y antes de darnos cuenta estábamos en medio de un tiroteo muy intenso. Aparecieron otros dos sectarios armados que trataron de atraparnos en un fuego cruzado. Escogimos uno cada uno; otro disparo en el pecho para Amberley y para mí un disparo en la cabeza que hizo que el cerebro de aquel tipo estallara y saliera pulverizado por la parte posterior del cráneo.

—¡Vaya demostración! —me felicitó Amberley con una sonrisa, y no tuve el valor de decirle que había sido pura suerte. Yo también había apuntado al pecho, pero se había agachado en el momento justo. Nos disparaban desde detrás de las otras columnas, pero estaban tan bien protegidos como nosotros, y lo único que conseguimos con nuestros disparos fue hacer que mantuvieran las cabezas gachas—. Hasta ahora vamos empatados. ¿Qué harán ahora?

—Asaltarnos —dije, sin que me gustara mucho la perspectiva. En efecto, segundos más tarde pudimos distinguir a alguien escabullándose entre las sombras, y se me cayó el alma al suelo—. Que el Emperador tenga piedad. ¡Son pura cepa! —Un enjambre, casi una docena, corría hacia nosotros por el suelo de piedra de la cámara. Un par de ellos sucumbieron a nuestros disparos más por suerte que por otra cosa, creo yo, y un momento más tarde me di cuenta de que caerían sobre nosotros. Cogí mi espada sierra, decidido a rechazarlos durante todo el tiempo que pudiera, agarrándome a la última esperanza de poder abrirme paso a mandobles hacia la escalera, que en ese momento parecía estar a medio Segmentum de distancia.

De repente, una explosión hizo que sus filas se tambalearan, y a ésa le siguieron otras dos. Aturdido y sin comprender nada, miré hacia arriba, sin saber qué esperar, quizá al mismísimo Emperador, ya que parecía que sólo la intervención divina podría salvarnos en aquel momento. Lo que vi fue casi tan insólito como eso: la familiar silueta desmañada de Jurgen, aún más mugriento que de costumbre, lanzando granadas de fragmentación desde la balaustrada de la galería. Una pequeña explosión de alegría y alivio sacudió mi pecho, y cogí a Amberley del brazo.

—¡Mire! —Miró hacia arriba y asintió, como si aquello no tuviera nada de extraordinario, y a continuación se puso de pie.

—Es el momento de correr —manifestó, con una sangre fría increíble. Se dirigió hacia la escalera y yo la seguí, haciéndole un gesto de reconocimiento a Jurgen. Me devolvió el saludo, sonriendo, y lanzó otra granada al centro de la masa pululante de genestealers para probar suerte. La mayor parte ya estaba muerta para entonces, rezumando un icor que olía a rayos, pero había uno vivo que corría a una velocidad sobrehumana, directamente hacia Amberley.

—¡Amberley! —lo alerté, y se volvió a medias hacia él, pero me di cuenta de que la advertencia había llegado demasiado tarde. No conseguiría levantar su pistola bólter a tiempo, y yo estaba demasiado lejos para intervenir. Las garras que había visto destrozar armaduras de exterminador como si fueran un pastel de carne crujiente le estaban desgarrando la capa cuando le estalló la cabeza, haciendo caer sobre ella una lluvia de repugnantes residuos orgánicos, y el cuerpo cayó al suelo. Levanté de nuevo la vista hacia la galería y vi a Sorel, que ya estaba buscando un nuevo blanco para su láser largo.

—¡El Emperador sea loado! —suspiré, aún sin comprender, pero agradecido por aquel aparente milagro. Debería haberlo sabido, por supuesto; aquel momento de distracción a punto estuvo de costarme la vida, y no me habría salvado si Jurgen no me hubiera advertido.

—¡Comisario! ¡A su espalda!

Me di la vuelta esperando ver a otro enemigo cargando, y blandí la espada sierra en una posición defensiva por puro reflejo. Eso me salvó la vida, estoy seguro, ya que en vez de un sectario o un pura cepa, que ya hubiera sido malo, me encontré cara a cara con una criatura procedente de la peor de las pesadillas (o, para ser más exactos, cara a tripa, ya que era el doble de alto que un hombre). Era una parodia de genestealer, contrahecha, grotesca, enorme e hinchada, y la hoja chirriante lo alcanzó de lleno en el brazo que seguramente me hubiera arrancado la cabeza de no haber sido por la advertencia de Jurgen. Aulló de rabia y de dolor, y me encontré luchando desesperadamente por mi vida.

—¡Es el patriarca! —me chilló Amberley, como si yo no lo supiera; con el rabillo del ojo la vi apuntar con el arma, esperando a que se pusiera a tiro, pero yo estaba en medio. Traté de revolverme para hacerme a un lado, dejándole espacio para apuntar, pero los múltiples miembros que mi hinchado antagonista sacudía frenéticamente me tenían bloqueado, y lo único que podía hacer era seguir esquivándolo frenéticamente con la espada sierra mientras movía uno tras otro los brazos terminados en garras. Así que esto era la causa del cáncer que había infectado Gravalax, el centro de la progenie de la mente enjambre que los sectarios compartían, el instrumento de la voluntad de la conciencia colectiva tiránida que había tratado de devorar al sector sin encontrar oposición malquistándonos con los tau.

—¡Muere, maldito! —Traté de usar mi pistola, pero no pude dejar de concentrarme en la inmediata necesidad de mantenerme con vida durante los próximos segundos, poniendo toda mi atención en agacharme, bloquear y buscar un punto débil…

La pistola bólter de Amberley disparó por fin, y durante un instante pensé que estaba salvado, pero el patriarca salió ileso y siguió luchando, y me di cuenta de que lo que ella estaba haciendo era librarme de los sectarios que tenía a mi espalda. Salían de la oscuridad en tropel, desesperados por ayudar a su señor, y se acercaban a toda velocidad. Lo único bueno era que los que tenían pistolas no podían usarlas por miedo a alcanzar al monstruo contra el que estaba luchando.

Sorel, en cambio, no tenía ese tipo de reparos: un trozo de quitina de la cabeza de la criatura estalló de repente en trozos sanguinolentos. Volvió a rugir, pero apenas desfalleció, ya que su armadura natural era a prueba de rayos láser convencionales. Aun así se distrajo momentáneamente y por fin pude hacerle un buen corte en el abdomen. Se tambaleó. Un icor espeso y de olor nauseabundo empezó a manar de la herida, pero el monstruo volvió a atacarme con furia renovada. Viendo que la criatura era invulnerable, Sorel cambió de blanco y comenzó a abatir a los sectarios que trataban de alcanzarme mientras Amberley seguía haciendo lo mismo.

—¡Aguante, comisario! —Jurgen bajó corriendo la escalera con su rifle de fusión preparado, y recé al Emperador para que no intentara disparar desde allí, ya que no sobreviviría. Pero mi asistente tenía más sentido común.

—¡Sorel! —lo llamó Amberley—. ¡Abra un camino para Jurgen!

Ambos comenzaron a concentrar el fuego en los sectarios que estaban entre mi ayudante y la desesperada batalla que yo seguía librando. Di un salto hacia atrás una fracción de segundo tarde y sentí cómo unas garras me rozaban las costillas, atravesando la armadura que llevaba debajo del capote y quemándome como fuego. Proferí un juramento y le devolví el golpe a aquella cosa, cortándole a la altura de la muñeca la mano con la que me había herido. Comenzó a chorrear icor como si fuera una manguera, rociándome a mí y a todos los que estaban cerca, pero eso sólo hizo que redoblara sus esfuerzos.

Volví la cabeza por puro reflejo, intentando que no me llegara a los ojos, y vi claramente a Jurgen corriendo hacia mí. Durante un instante en que mi corazón se detuvo, pensé que un par de aquellos pura cepa lo iban a destripar, pero por alguna razón dudaron durante una fracción de segundo mientras se acercaban, y Sorel y Amberley los abatieron rápidamente con disparos precisos.

Me encaré hacia el patriarca, animado por haberlo herido con éxito, y blandí la espada sierra de nuevo. No se acobardó; apartó de un golpe la espada sierra, y tuve que esquivar un golpe brutal de su brazo izquierdo inferior.

—¿Qué hace falta para matarte, bastardo? —gruñí, dejándome llevar por la ira y el asco.

—¿Qué te parece esto? —gritó Jurgen, apareciendo junto a mi hombro.

Mientras se acercaba a la criatura, ésta se tambaleó hacia atrás, como habían hecho los pura cepa, momentáneamente desorientada, y mi asistente aprovechó para meterle el cañón del rifle de fusión en la herida que le había hecho en el abdomen. Al apretar el gatillo, todo su tronco se iluminó y se convirtió en asaduras humeantes que olían a rayos; retrocedió dando tumbos, con los ojos vidriosos, y giró la cabeza confundido. Entonces, lentamente, se desplomó, haciendo vibrar el suelo de piedra con el violento impacto de su caída.

—Gracias, Jurgen —dije—. Muy agradecido.

—No hay de qué, señor —respondió, girando el arma para buscar otros blancos; pero los adoradores se estaban dispersando entre las sombras.

Por primera vez algunos de ellos emitieron sonidos, un agudo lamento que me hizo estremecer. Les disparamos unas cuantas veces, pero yo ya había tenido suficiente combate por ahora, y estaba más que contento de dejárselos a los equipos que vinieran después. Sin el patriarca para guiarlos y dirigirlos, sería fácil acabar con ellos uno a uno, pero tendrían que ser erradicados del todo; de otra forma, alguno de los pura cepa supervivientes podría llegar a ocupar su puesto y aquel cáncer maligno comenzaría de nuevo a extenderse.

—Pensaba que estaba muerto —le confesé.

—Para ser sincero, yo también —asintió Jurgen—. Estaban casi encima de nosotros cuando la pared se derrumbó. Entonces pensé que quizá fuera igual de delgada en el otro lado, así que disparé para probar suerte.

—Y deduzco que tenía razón —apunté.

—Una suerte —dijo, asintiendo de nuevo.

—¿Qué hay de los otros? —preguntó Amberley mientras comenzábamos a subir por la escalera. La expresión en el rostro de Jurgen se tornó sombría.

—Sorel consiguió escapar conmigo. No sabemos qué les pasó a los demás. —No era necesario, seguro que habrían sido aplastados en cuestión de segundos.

—Fue una suerte que nos encontraran en ese preciso momento —dije.

—No del todo. —Sorel se había unido a nosotros mientras llegábamos a la galería—. Encontramos sus huellas en el polvo y nos limitamos a seguirlas.

—¿Cómo supieron que éramos nosotros? —preguntó Amberley. El tirador se encogió de hombros.

—Un par de botas de la Guardia Imperial, un par de zapatos de mujer. No necesitábamos un inquisidor para adivinarlo.

—Supongo que no. —Lo miró con algo cercano al respeto.

—En el momento en que oímos disparos, simplemente nos dirigimos a flanquear la posición —añadió Jurgen—. Procedimiento operativo estándar.

—Ya veo —reconoció ella, y señaló a la puerta de madera maciza con la que nos habíamos topado en la parte alta de la escalera—. Jurgen, ¿sería tan amable?

—Con sumo placer, señora. —Sonrió, como un estudiante universitario al que hubieran elegido para contestar una pregunta de la que conoce la respuesta, e hizo que se evaporara junto con un gran trozo de pared de un solo disparo del rifle de fusión.

—Por los dientes del Emperador —mascullé mientras entrábamos en el pasadizo que había al otro lado. Estaba forrado con paneles de madera pulida, cubría el suelo una gruesa alfombra y había delicadas porcelanas en mesas auxiliares de indudable antigüedad.

La brillante luz de la tarde hirió nuestros ojos a través de ventanas con parteluces, y una horrible sospecha comenzó a tomar cuerpo en mi mente.

—Creo que sé dónde estamos —dije. Amberley asintió con expresión reconcentrada.

—Yo también —afirmó con expresión sombría.

El disparo de una pistola bólter rompió el silencio, y Sorel se desplomó. Trozos de su cerebro salpicaron un valioso tapiz manchándolo sin remedio.

—Comisario Cain. Y la encantadora señorita Vail.

El gobernador Grice estaba de pie al otro lado del pasillo, sosteniendo firmemente el arma en la mano, desvanecida por completo su aparente imbecilidad.

—Su insistencia resulta realmente molesta.