CATORCE
Nunca aceptes una apuesta que no estés dispuesto a perder.
Abdul Goldberg, comerciante independiente.
Mi orden de retirada nos había dado al menos un poco más de tiempo. La horda de híbridos mutantes surgió del túnel que había entre nosotros y los tau, obligando a que los dos grupos nos separáramos. Sufrieron múltiples bajas, pero aun así lanzaron una descarga fulminante de fuego mientras avanzaban. Reconocí la táctica de la limpieza de Keffia, y Jurgen también, como era evidente, mientras alzaba el cañón de fusión antes de retroceder. El estallido de aire abrasador rugió en mi cara, haciendo evaporarse al genestealer que se aproximaba y mermando considerablemente las escasas filas delanteras.
El fuego continuó, con los rayos láser y las balas mordiendo la manipostería que nos rodeaba, y sentí un golpe repentino en el pecho. Miré hacia abajo; un rayo láser había impactado contra la armadura prestada que llevaba debajo del capote, y bendije lo previsor que había sido al pedirla. Todos estábamos disparando sin parar en ese momento, mientras los soldados se retiraban ordenadamente alternando los disparos y el movimiento, cosa que me alivió enormemente. Amberley había sacado una pistola bólter de debajo de la capa y la utilizaba con una habilidad casi igual a la mía. Abatió a dos monstruosidades más de las que nos rodeaban tras apuntar cuidadosamente. Los rayos explosivos detonaron en el interior de sus caparazones quitinosos haciendo estallar su tórax en una neblina sanguinolenta.
—¡Manteneos a distancia! —exclamé. Los híbridos esperaban atraparnos haciendo que nos acorralaran los pura cepa, y si eso sucedía todo habría acabado. Avanzaban hacia nosotros con ansia, amenazándonos con sus garras cortantes, y si alguien piensa que eso no intimida a un hombre con un arma de fuego, lo único que puedo decir es que se considere afortunado de no haber tenido nunca a ninguno cerca. Estuve allí cuando los Recobradores abordaron el Engendro de la Perdición[52], y vi a los pura cepa que lo infestaron rompiendo con violencia sus armaduras Exterminador como si fueran de cartón para llegar a los Astartes que había dentro. Visto lo visto, podéis estar seguros de que nunca más quise estar cerca de los letales brazos de esas máquinas de matar. Y ya que tienen cuatro de esas malditas garras, puede resultar más difícil de lo que parece.
—¡No tiene que repetírmelo! —Trebek efectuó un par de disparos certeros, abatiendo a un pura cepa y a un híbrido con un lanzallamas. Gracias al Emperador que lo había visto, porque si no habría sido el fin de todos nosotros. Sorel la siguió, descargando una andanada contra el tanque de promethium y haciendo que la galería estallara en llamas.
—Buen disparo —lo felicité. Recibió el cumplido con un gesto de la cabeza y se volvió para retirarse.
Me fijé agradecido en que con eso habíamos ganado algo más de tiempo, ya que aquel infierno nos separaba de nuestros asaltantes y condenaba a bastantes a una muerte horrible. Lo más terrible, sin embargo, era que se quemaban en silencio, tratando de llegar hasta nosotros a través de las llamas hasta que su musculatura se rendía y se desplomaban, consumidos por el impulso de matar a los enemigos del enjambre costara lo que costase.
Al otro lado de la barrera llameante los kroots se vieron desbordados en cuestión de segundos, a pesar de su increíble habilidad para combatir cuerpo a cuerpo volteando las cuchillas de sus híbridos de rifle y lanza con resultados atroces. Pero por cada sectario destripado que caía, aparecía otro, y entonces los pura cepa los despedazaban y todo terminaba en menos de un segundo. Gorok fue el último en caer, de pie sobre una pila de cadáveres, en actitud desafiante, hasta que una ráfaga frenética de golpes convirtió su cuerpo en una lluvia de sangre.
No pude ver lo que les ocurrió a los tau, pero dejaron de disparar, con lo cual, o habían conseguido retirarse, o ya estaban todos muertos. Apostaba por lo segundo, pero aun en el caso de que me equivocara jamás podríamos reunimos de nuevo con ellos, así que en cualquier caso era una duda meramente retórica.
Juro que sólo miré hacia atrás un instante, pero cuando volví la vista estaba solo; los otros se habían retirado como yo había ordenado y era difícil adivinar por cuál de las seis bocas de túnel habían desaparecido. Me atrapó el miedo al aislamiento durante un segundo, pero a continuación me calmé. El tanque de promethium no ardería eternamente, y, en cualquier caso, los sectarios seguramente conocían aquel laberinto lo suficiente para sortearlo sin grandes dificultades, así que si me quedaba donde estaba mucho tiempo, era hombre muerto.
—¡Jurgen! —grité—. ¡Inquisidora! —No hubo respuesta, así que escogí el túnel más cercano y empecé a correr.
Mientras penetraba en la acogedora oscuridad, el pánico que había intentado contener afloró de nuevo, más fuerte que antes, y aunque lo intenté, no pude obligarme a ir más despacio para orientarme: el miedo controlaba ahora mis extremidades. Corrí a todo lo que me daban las piernas, alejándome, sin hacer caso de los peligros que podrían estar acechando en la oscuridad que me rodeaba ni los obstáculos ocultos que podían estar esperando un paso imprudente o un tobillo torcido, y no me detuve hasta que sentí los pulmones como papel de lija y las piernas me empezaron a temblar por el esfuerzo.
Jadeando con fuerza, me senté en un oportuno montón de escombros e intenté tomar conciencia de mi situación, que, la mirara por donde la mirara, era indudablemente grave. Por una parte, aún estaba a gran profundidad bajo tierra, en un laberinto del cual no sabía salir, infestado de monstruos babeantes. Por otra, los únicos aliados que tenía allí abajo probablemente pensaran que estaba muerto, y aunque no fuera así, no iban a dedicar ningún esfuerzo a mi búsqueda. La información que habíamos recabado acerca de la verdadera naturaleza de la amenaza que nos iba comiendo el terreno era demasiado importante para arriesgarse, y Amberley insistiría en volver a la superficie lo más rápido posible para advertir al general supremo. Al menos, si estuviera en su lugar, eso es lo que yo habría hecho.
Sin embargo, mirando el lado bueno, confiaba de manera discreta en dar, tarde o temprano, con el camino de vuelta a la superficie, siempre que no me encontrara con más compañía en el trayecto. Mi soledad era una ventaja a ese respecto, ya que un hombre que se mueve solo siempre es más silencioso que un grupo. Cuando era niño había usado túneles como aquéllos de patio de juegos, y nunca perdí del todo la habilidad de encontrar mi camino a través de ellos. A pesar de mi huida aterrorizada, aún tenía una ligera idea de la dirección en la que estaba nuestro recinto y a qué distancia me encontraba. De hecho, si mis conjeturas acerca de nuestra posición bajo el Distrito Antiguo eran correctas, incluso podría estar más cerca de la superficie de lo que creía. Y una vez saliera al exterior, volver al recinto no sería difícil. (Y en el caso de que se lo estén preguntando, la ironía de experimentar de modo real lo que había pensado simular la noche anterior no me pasó desapercibida).
Huir aterrorizado, me gustaría comentar esto para aquellos que hayan tenido la suerte de evitar semejante experiencia, normalmente lo deja a uno hambriento y sediento. Al menos ése ha sido mi caso la mayor parte de las veces, y lo he hecho tan a menudo que soy una especie de experto en la materia, así que espero que se fíen de mi palabra.
En cualquier caso, decidí aprovechar ese momento de relativa tranquilidad para recobrar fuerzas, así que me quedé sentado un rato más bebiendo agua de mi cantimplora y masticando una barrita de ración, cuyo sabor, como venía siendo habitual, era imposible de identificar. El picnic improvisado me levantó algo el ánimo, y aproveché la tranquilidad para acompasar los latidos de mi corazón y tratar de distinguir los sonidos en la oscuridad que me rodeaba. Pensé un instante en volver a encender el iluminador, pero finalmente no lo hice, ya que delataría mi posición, y aparte de eso, mis ojos ya se habían habituado a la oscuridad lo mejor que podían, y casi lograba distinguir vagamente siluetas con sombras más claras o más oscuras. Mis otros sentidos de rata de túnel habían entrado también en juego: podía saber la distancia a la que estaba de la pared por los ecos, por ejemplo. A menudo he tratado de explicarlo, pero la única manera de entenderlo es habiendo pasado gran parte de tus primeros años en lo más profundo de alguna colmena.
Mientras iba recobrando poco a poco el juicio, oí por primera vez el débil roce de algo que se movía en la oscuridad. Ahora bien, me atrevería a decir que la reacción de la mayor parte de la gente en esas circunstancias habría sido gritar, o encender la luz, cosas que dada mi situación no eran especialmente recomendables, como seguramente entenderán. Además, no estaba especialmente preocupado por lo que pudiera ser. Como he dicho antes, conocía bien el entorno, y me gustaría encontrar a alguien con tanta experiencia como yo en luchar a ciegas en túneles contra casi cualquier adversario. También tenía gran confianza en que cualquier genestealer o híbrido que anduviera por allí no se hubiera molestado en acechar, sino que habría cargado directamente, así que sencillamente esperé, y me vi recompensado instantes más tarde por el débil sonido de un pedrusco deslizándose en su caída.
Ese era un sonido que podía identificar con cierta seguridad, y concluí que estaba compartiendo mi refugio con algún tipo de alimaña. (Una valoración muy acertada, como descubriría más tarde, pero no exactamente como yo había imaginado). Antes de que pudiera pensar más acerca de aquel asunto, me distrajo un débil silbido en el oído que fue aumentando de volumen hasta que fui capaz de distinguir una estela casi inaudible de electricidad estática. Mi microtransmisor estaba activo, y eso sólo podía significar una cosa: alguien estaba transmitiendo en la frecuencia de mando a una distancia relativamente corta. Además, sólo podía ser una persona, algo que confirmé gracias a la débil voz, sin duda femenina, que iba y venía.
—… puede oír… comisario… responda…
El aliento volvió a mis pulmones al sentirme aliviado. Podrían haberse ido, como la misión requería, pero parecía que no habían renunciado del todo a encontrarme.
—¿Inquisidora? —pregunté con cautela.
—Eso quisieras. —La voz estaba cerca y era áspera, y si Kelp hubiera sido capaz de reprimir el comentario burlón, la culata de rifle que siguió me habría roto el cráneo. La realidad era que había sido lo bastante considerado como para avisarme, así que la esquivé con facilidad y le di un puñetazo en la boca del estómago, que, por supuesto, aún estaba protegido por su armadura rígida y sólo sirvió para amoratarme los nudillos (los de carne y hueso, de todas formas; los potenciados eran bastante más robustos). Aún estaba desequilibrado, así que cargué de lado contra él y traté de derribarlo. Para ser un hombre tan grande se movía bastante rápido, he de reconocerlo.
Me asaltó un recuerdo vivido de la pelea en el comedor, así que me volví a agachar, y seguro que intentó la misma patada giratoria con la que casi había conseguido derribar a Trebek. La ventaja era mía, pensé, así aprendería a no jugar al escondite en un túnel con un habitante de colmena, y comencé a desenvainar mi espada sierra para acabar rápidamente con él.
Como era lógico, la patada baja que vino a continuación me pilló totalmente desprevenido, hizo crujir la parte trasera de mi rodilla y me tiró al suelo.
—Casi tenía razón —masculló con desprecio—, vivo en un mundo de dolor, pero ese dolor no es mío. ¿A qué no? —Siguió intentando golpearme mientras estaba en el suelo, pero la armadura que llevaba debajo del capote me protegió por segunda vez aquel día, y los golpes contra mis costillas eran más molestos que dolorosos. Por otra parte, supongo que si se hubiera concentrado en lo que estaba haciendo en vez de hablar de ello, lo habría hecho mejor. Permanecí en silencio, enmascarándolo todo menos mi posición aproximada en la oscuridad, y me eché a un lado, sacando por fin la espada sierra.
—Si vas a luchar, lucha —lo reté, usando el sonido de mi voz para atraerlo y enmascarar el ruido de la hoja mientras aumentaba la potencia—, no hagas discursos. —Debió de pensar que me tenía, porque cargó con un rugido triunfal, golpeando con la culata del rifle en el punto donde pensaba que estaba mi cabeza, pero yo ya me había movido para entonces, echándome a un lado, y le lancé una cuchillada a las piernas con mi arma. Esperaba alcanzar a aquel perro traicionero a la altura de las rodillas, para ser sincero, pero el ruido de la hoja debió de haberlo alertado y se giró hacia un lado en el último momento, así que lo único que pude conseguir fue un buen corte en una de las pantorrillas.
—¡Por las tripas del Emperador! —Debía de haber conseguido mi objetivo, sin embargo, porque se estaba echando atrás. Entonces la habitación se iluminó de repente con media docena de iluminadores. Algunos se balanceaban en las manos que las sujetaban y otros desde los cañones de los rifles infernales a los que estaban pegados con cinta adhesiva.
—Comisario. —Amberley me hizo un gesto de asentimiento, un saludo informal, como si acabáramos de encontrarnos por la calle.
—Inquisidora. —Me puse de pie con una voltereta y avancé hacia Kelp, que retrocedía cojeando con expresión aterrorizada mientras iba dejando un rastro de sangre—. Discúlpeme un momento. Estaré con usted en cuanto haya terminado con esto.
—Atrás. —Aquel traidor levantó el rifle infernal, apuntándome al pecho. Aunque parezca increíble, aún no se había percatado de que llevaba una armadura oculta, o seguramente me habría apuntado a la cabeza—. Un paso más y lo mato. —Me detuve. De haber estado dos metros más cerca, podría haber acabado con él con la espada sierra. Sonrió con malicia—. ¿O todavía piensa que podrá hacer algo a esa distancia? —Me encogí de hombros.
—Jurgen, cárgatelo —dije. La expresión en el rostro de Kelp fue casi cómica durante el medio segundo que le duró; a continuación explotó en un pequeño montón de restos humeantes. Me volví hacia mi ayudante, que estaba bajando el rifle de fusión, y le hice un gesto de reconocimiento—. Gracias —añadí.
—De nada, señor —contestó, como si no hubiera hecho más que servirme el té, y me volví de nuevo hacia Amberley.
—Qué sorpresa tan agradable —le dije, haciendo lo mejor que pude el papel del héroe imperturbable—. No creí que volviéramos a vernos antes de llegar a los barracones.
—Ni yo —admitió ella con una ligera sonrisa—. Pero capté la onda de su transmisor, y simplemente nos dirigimos hacia el lugar donde la señal era más fuerte.
—Me alegro de que lo hicieran. —Dirigí la mirada hacia donde Trebek se estaba quitando un resto viscoso de Kelp de la bota. La sonrisa de Amberley se hizo más amplia.
—Daba la impresión de que tenía la situación bajo control —dijo.
—Me he enfrentado a cosas peores —respondí encogiéndome de hombros.
—No lo dudo. Pero le hizo un favor, en cierto modo. —En ese momento debo de haber parecido confuso, porque me lo explicó como si estuviera recalcando algo obvio—. Hizo que fuera más fácil encontrarlo. En cuanto nos acercamos lo suficiente, simplemente tuvimos que seguir el ruido.
Sus palabras me cayeron encima como un cubo de agua helada (o una ducha valhallana, cosa que no recomiendo a los incautos, por cierto).
—En formación —ordené a los soldados—. Nos vamos.
—Un momento, señor. —Holenbi estaba hurgando en su botiquín—. Me gustaría vendarlo antes. —Juro que hasta ese momento no me había dado cuenta de que había sido herido durante la pelea, o tal vez era consecuencia de un disparo en la estancia más grande. Lo cierto es que mis nudillos estaban llenos de sangre. Lo primero que pensé fue que me lo tenía merecido por golpear una armadura rígida, pero tampoco estaban tan despellejados (y las zonas potenciadas nada de nada); casi toda la sangre había salido del enorme rasguño que tenía en la frente, que, al reparar en él, comenzó a escocerme horriblemente. Rechacé al joven sanitario, que ya me estaba pulverizando la herida con algo.
—No tenemos tiempo para eso —dije—. Si oyeron algo, puede que no hayan sido los únicos.
Debo decir que eso los puso definitivamente en marcha. Sólo pensar en enfrentarse a otra horda de híbridos y pura cepa era suficiente para motivar a cualquiera. Avanzábamos en orden, a pesar de todo, y me complació ver que los miembros supervivientes del equipo engranaban unos con otros como se esperaba que hicieran los soldados. Ahora que Kelp ya no estaba, la fricción que había estropeado la misión desde el principio se había disipado, al parecer, junto con sus moléculas, y Trebek se ponía al frente sin que tuviera que ordenárselo. Si seguía así, me puse a pensar, incluso podría plantearme devolverle sus galones de cabo.
—Tuvimos suerte ahí atrás —dije, poniéndome junto a Amberley de nuevo. Ésta levantó una ceja.
—¿En qué sentido?
—Cuando atacaron antes. Muchos de ellos iban a por los tau y no a por nosotros.
—¿Y eso le pareció curioso?
—Cuando luché contra los genestealers en otra ocasión, en Keffia, no tenían un orden de prioridades. Simplemente iban a por los objetivos más cercanos.
—Curioso —comentó—. Tenga en cuenta que después de que estallara ese depósito de promethium sólo podían llegar hasta los alienígenas, de todos modos.
—Fue antes de eso —insistí—. Justo al principio. Sólo parecieron venir a por nosotros una vez emprendimos la retirada.
—Y dice que ése no es el comportamiento típico de los genestealers —apuntó.
—No según mi experiencia —confirmé.
—Ya veo. Gracias, comisario. —Parecía pensativa, y una vez más, sus ojos se posaron en Jurgen.
Seguimos adelante a toda prisa, siguiendo un tramo de cañerías que parecían ir hacia arriba, pero no podía sacarme de encima la sensación de inquietud que me invadía mientras avanzábamos rápidamente en la oscuridad. Había sugerido apagar de nuevo los iluminadores, pero Amberley me había desautorizado, insistiendo en que fuéramos lo más rápido posible de modo que dejé el mío apagado y me apresuré a seguir al grupo; así me aprovechaba de las luces de los otros sin convertirme en un blanco tan evidente. Aun así no me gustaba, me volvían a hormiguear las palmas de las manos, y mi cuero cabelludo hervía ante la posibilidad de un tiro proveniente de las sombras, o una erupción de genestealers de pura cepa saliendo de la oscuridad. Había aprendido una cosa en mi anterior encuentro con las criaturas: eran tremendamente silenciosas y preferían golpear desde las sombras. Al igual que los Astartes, yo iba a bordo de la nave que habían atacado. Los híbridos no eran tan preocupantes; sus genes humanos los hacían más previsibles y fáciles de matar, aun cuando eran capaces de usar armas a distancia contra nosotros.
—Todo bien hasta aquí —murmuró Amberley. Si alguna vez oí algo capaz de tentar al destino, fue aquello. Habíamos tenido bastante buena suerte hasta el momento, pero sabía que no podíamos esperar que durase.
—Seguro que nos vienen pisando los talones —le recordé. De hecho, teniendo en cuenta la velocidad a la que se movían, estaba algo sorprendido de que no nos hubieran alcanzado ya… de repente lo comprendí, y al hacerlo sentí como si me golpearan en el estómago. No tenían que peinar un laberinto entero para tratar de encontrarnos… Tenían centinelas apostados en las rutas principales de entrada y salida. Todo lo que tenían que hacer era esperar y reforzar la guardia del perímetro, y de un momento a otro nos toparíamos con ellos.
—¡Alto! —exclamé—. Podríamos estar dirigiéndonos hacia una emboscada. —Pensé con rapidez, calculando nuestra posición más probable y la distancia que habíamos recorrido después de encontrar la cueva llena de las víctimas de los tau. Aún estábamos a una distancia cómoda, pero…
El repentino impacto, un poco más adelante, de un rayo láser que hizo pedazos un trozo de rococemento de la pared al lado de Trebek, hizo que mis ideas comenzaran a fluir rápidamente. Se me había pasado la posibilidad de una trampa; estaban peinando los túneles desde el perímetro exterior, estrechando el cerco a nuestro alrededor.
—¡Atrás! ¡Cierren filas! —ordené mientras Trebek se agachaba para responder a los disparos. Se podían ver siluetas corriendo más allá de donde estaba ella, puestas al descubierto por el rayo del iluminador pegado al cañón de su arma, y apretó el gatillo, derribando a un hombre joven con el uniforme de la FDP.
Durante un instante me pregunté si no habríamos cometido un grave error y estaríamos disparando una vez más a nuestros aliados, sin embargo, algunas de las otras siluetas que había junto a él eran, sin lugar a dudas, híbridos. Una mujer joven, que podría haber sido atractiva si no fuera por el tercer brazo que le salía del hombro derecho y que acababa en unas garras de genestealer afiladas como cuchillas, se apartó un mechón de pelo extraterrestre de los ojos con el monstruoso apéndice (un gesto sorprendentemente delicado, recuerdo que pensé en aquel momento), y equilibró la ametralladora pesada que portaba entre sus otros dos brazos. Antes de que pudiera proferir un grito de advertencia, Sorel le hizo un boquete en la cabeza con su habitual puntería infalible. Un segundo soldado de la FDP, que por alguna extraña razón llevaba el uniforme adornado por una toalla que estaba atada alrededor del brazo, emitió un grito de angustia, dejando caer su pistola láser y balanceando el cuerpo.
—No creo que lo logremos, comisario —advirtió Jurgen con su flema habitual, aparentemente tan despreocupado como si me estuviera pidiendo que aprobara un documento rutinario—. También están detrás de nosotros. —Tenía razón. También se oían los sonidos de pies arrastrándose por el túnel en la dirección de la que veníamos.
—Tendremos que abrirnos camino a golpes —afirmó Amberley con decisión. Velade y Holenbi hicieron un gesto de asentimiento mutuo con expresión sombría y abrieron fuego contra los sectarios para apoyar a Trebek, pegándose a la pared a fin de ofrecer el mínimo blanco posible.
—¡Mejor hacerlo de prisa! —exclamé. Encendí mi iluminador cuando entramos en el túnel, y mi corazón casi se detuvo: en vez de haber más sectarios harapientos, el estrecho pasadizo estaba plagado de genestealers de pura cepa con las fauces abiertas y babeantes, mientras cargaban a una velocidad que parecía la de un speeder terrestre. Saqué mi pistola láser y les lancé una descarga que resultó inútil. El que iba en cabeza se desplomó, e inmediatamente fue reducido a una sustancia viscosa debido al peso de los demás que le pasaban por encima, y el crujido de la quitina y el sonido de sus fluidos corporales al ser aplastados me revolvió el estómago (no se imaginan cómo olía)—. ¡Se nos acaba el tiempo!
Jurgen lanzó un rayo de fusión hacia el pasadizo, pero apenas consiguió retrasarlos; por cada uno que caía parecía haber un ejército en reserva.
—Estamos haciendo lo que podemos —dijo Trebek, apuntando y disparando en un solo movimiento fluido. Cada vez que apretaba el gatillo moría otro sectario, y su pechera tenía marcas de impactos de rayos láser. Cualesquiera que fueran los crímenes que había cometido en el Cólera Justa los había pagado con creces, y la oleada de satisfacción que sentí ante esa justificación de mi decisión de no ejecutarla casi consiguió que me olvidara del terror creciente que sentía ante la avalancha de muerte quitinosa que se nos venía encima.
De repente, Trebek recibió un disparo de bólter en el pecho, y la punta explosiva estalló atravesándole el tórax y llenando de visceras la pared cercana. Apenas tuvo tiempo de poner cara de sorpresa antes de que la luz se extinguiera en sus ojos.
—¡Bella! —Holenbi bajó su rifle infernal y buscó frenético el equipo médico. Lo cogí por el hombro.
—¡Siga disparando! —grité—. ¡Ya no puede ayudarla! —Y así estaríamos nosotros en unos segundos más si no podíamos encontrar una manera de salir de allí. Asintió y volvió a apuntar con el rifle, apretando el gatillo de forma automática. La pistola bólter de Amberley rugió junto a mi oreja, y otro soldado que antes había pertenecido a la FDP murió de forma tan aparatosa como Trebek.
—Éste podría ser el final —dije, presa del típico fatalismo delirante que a veces sobreviene cuando la muerte parece inevitable. El nudo causado por el miedo desapareció, viéndose reemplazado por la serena certeza de que nada de lo que hiciera en ese momento cambiaría las cosas, pero me estaba llevando conmigo a tantos de aquellos bastardos como podía. La inquisidora se volvió para responderme, pero antes de que pudiera decir nada un rayo láser le estalló en un lado de la cabeza.
—¡Amberley! —grité, pero cuál no sería mi sorpresa al ver que desaparecía de repente, desvaneciéndose sin dejar más rastro que el repentino estallido del aire desplazado que se apresuraba a llenar el súbito vacío dejado en el lugar que había ocupado antes—. ¿Qué diablos…?
—Comisario —su voz estaba de repente en mi transmisor—. Dígale a Jurgen que dispare a la pared, aproximadamente a unos tres metros más atrás de su posición actual. ¡Rápido! —De repente, mis esperanzas se renovaron e hice lo que me pedía, aunque no estaba en condiciones de entender lo que le había pasado a ella o por qué me estaba dando unas instrucciones tan extrañas.
He de decir a favor de Jurgen que cumplió con la misma rapidez y eficiencia con que solía obedecer el resto de las órdenes, y para mi sorpresa, un gran agujero de casi un metro de diámetro apareció de repente. La pared tenía apenas el grosor de mi antebrazo, y me lancé a su interior antes de que los bordes tuvieran siquiera tiempo de enfriarse.
—¡Por aquí! —exclamé. Velade y Holenbi empezaron a retroceder, mientras que Sorel disparó una última vez a la avalancha de genestealers pura cepa. Jurgen se dio la vuelta para hacer lo mismo, liberando otra ráfaga de energía salvaje, y fue entonces cuando la manipostería que estaba sobre el agujero comenzó a desplomarse—. ¡Rápido! —exclamé, pero era demasiado tarde; la pared se desplomó con un rugido ensordecedor detrás de mí, levantando una nube de polvo asfixiante y dejando aislados a mis compañeros con las criaturas, que, seguramente, los matarían a todos.
En circunstancias normales la idea de estar a salvo de una horda de genestealers tras toneladas de manipostería me hubiera hecho sentir un intenso alivio. Sólo cabe pensar que me di un golpe en la cabeza o algo así, porque inmediatamente comencé a escarbar entre los escombros, intentando abrirme paso de nuevo hacia el pasadizo, que a esas alturas ya estaría decorado con las visceras de los demás. Sólo desistí cuando noté una mano sobre mi hombro.
—Déjelo, Ciaphas —Amberley negó con la cabeza, apesadumbrada—. Ya no puede ayudarlos. —Me levanté lentamente, sacudiéndome el polvo de la ropa, y me pregunté si conseguiría arreglármelas sin Jurgen. Trece años era mucho tiempo sirviendo juntos, después de todo, y lo iba a echar en falta.
—¿Qué ha pasado? —pregunté, pestañeando para quitarme el polvo de los ojos. Me sentía como si también tuviese el cerebro lleno de polvo—. ¿Adónde fue?
—Aquí, por lo visto. —Amberley recorrió la estancia en la que estábamos con la vista. No era muy acogedora, pero al menos estaba vacía de genestealers—. El campo trasladador me arrojó aquí cuando me dispararon.
—¿El qué? —Agité la cabeza, confuso. Tenía el pelo lleno de polvo y no encontraba mi gorra. Por alguna razón me parecía importante y continué buscándola por todas partes, a pesar de que lo más seguro era que estuviera bajo montones de escombros[53].
—Campo trasladador. Si recibo un golpe muy fuerte, me teletransporta a otro sitio. —Se encogió de hombros—. Al menos la mayor parte de las veces.
—Un juguete muy útil —dije.
—Cuando funciona. —Paseó la vista por la habitación—. ¿Nos vamos?
—¿Ir adonde? —pregunté, tratando todavía de asimilarlo todo.
—Lejos, rápido. —Enfocó el iluminador hacia una sombra más oscura en una esquina de la habitación—. Esto parece una salida.
—Noto una corriente de aire —asentí.
—Bien. —Me miró con curiosidad y me di cuenta de que ella no la percibía. Como se suele decir: puedes sacar al niño de la colmena, pero…—. Vamos, entonces.
Bueno, no tenía ninguna idea mejor, así que la seguí. Aunque si hubiera sabido hacia dónde nos dirigíamos, quizá habría optado por no moverme de allí.