DOCE

DOCE

El enemigo de mi enemigo es un problema diferido. Mientras tanto, podría resultar útil.

Inquisidor QUIXOS (atribuido)

Me enorgullece decir que lo inesperado del ataque no mermó en nada mis facultades intelectuales. Eso no significa que no me haya lanzado tras la primera protección que encontré tan pronto como me di cuenta de que nos disparaban, por supuesto. Una cabeza despejada es algo muy valioso en el campo de batalla, pero no cuando el despeje lo produce un fragmento de metralla. Cuando saqué mi fiel pistola láser, la parte analítica de mi mente ya estaba evaluando las posiciones de los soldados y las líneas más cercanas de retirada, pero mis oportunidades de conseguir llegar a una de las bocas de los túneles sin volar al trono dorado en pleno intento parecían menos que razonables, de modo que decidí no moverme de detrás de la sólida pieza de tubería que había encontrado. Para entonces llovían disparos sobre nosotros en mayor profusión, y comprobé horrorizado que Jurgen tenía razón. Nos enfrentábamos a armas de plasma, e incluso las armaduras que llevábamos serían completamente inútiles frente a eso. Por supuesto, había apagado de inmediato el iluminador, acción que los demás imitaron en seguida, pero los destellos brillantes como el sol de las armas enemigas iluminaban el espacio en torno a nosotros transformándolo en una especie de vórtice alucinante que me provocaba dolor en los ojos.

Un relámpago de energía incandescente estalló contra la tubería de metal cerca de mi cabeza y el metal fundido que arrancó a punto estuvo de alcanzarme en la cara. Si la profanidad fuera un arma, pueden creerme que nuestros atacantes habrían acabado muertos en cuestión de segundos. Fragmentos sin control de desechos producidos por accidentes similares envolvieron el recinto en un intermitente resplandor anaranjado que sólo contribuyó a aumentar mi desorientación.

—¡Jurgen! —grité—. ¿Los tiene a tiro?

—¡Todavía no, comisario! —Se había parapetado tras un montón de cajones y había apoyado el rifle de fusión sobre ellos, cubriendo la entrada del túnel. Cuando irrumpieran por ella podría dispararles, pero al parecer no tenían prisa en lanzarse al asalto. Tal vez presentían una contingencia como ésa.

—Capto movimiento —alertó Sorel serenamente, fijando con tranquilidad la mira de su rifle láser de largo alcance. Noté con cierto desagrado que se había parapetado detrás de uno de los cadáveres, cuerpo a tierra, y que tenía el cañón del arma apoyado sobre el pecho del muerto como si fuera un saco terrero.

—¿A qué esperan? —preguntó Amberley—. La última vez se lanzaron sobre nosotros como una avalancha. —Se había refugiado tras una mesa volcada a algunos metros de mí. Me cosquillearon las palmas de las manos. Mi experiencia me decía que la gente no cambia de estrategia de forma tan radical, tan rápida. Especialmente cuando la vez anterior, al parecer, les había dado resultado…

—Kelp, Velade —ordené—, vigilen los corredores transversales. ¡Están tratando de asaltarnos por los flancos! —Los dos soldados hicieron una señal de asentimiento y empezaron a barrer las oscuras bocas que nos rodeaban. De repente tomé conciencia con inquietud de cuántas había que vigilar. Trebek y Holenbi mantenían sus rifles infernales apuntando a la entrada desde donde disparaba el enemigo, disparando de vez en cuando con sus bólter láser con la vaga esperanza de no permitirles levantar la cabeza.

—Los tengo a tiro —comunicó Sorel con su voz habitualmente despojada de emoción, y apretó el gatillo. El disparo fue efectivo, sin duda, ya que arrancó un chillido de dolor en lo profundo de los túneles que hizo que se me erizara el pelo de la nuca.

—¿Qué diablos ha sido eso? —preguntó Velade con el rostro ceniciento. Yo estaba igualmente conmocionado, debo admitirlo, pero por un motivo muy diferente; a pesar de los ecos y del ruido de los disparos, lo había reconocido.

—¡Eso era un kroot! —exclamé, atónito. Amberley fue entonces la sorprendida.

—¿Está seguro? —preguntó.

—He hablado con uno —dije. Pensé que iba a preguntarme algo, pero en lugar de eso se puso de pie.

—¡Alto el fuego! —gritó, con un volumen del que no la hubiera creído capaz.

Ahora que lo pienso bien, su voz no podía tener semejante potencia. Era la autoridad que emanaba la que hizo que se impusiera a tanto ruido y que los soldados respondieran de inmediato, aunque tal vez todos sus instintos les decían que siguieran combatiendo. Por supuesto que nuestros atacantes no se dejaban llevar por esas inhibiciones, y sus disparos seguían lloviendo sobre nuestras improvisadas barricadas con el mismo vigor. A pesar de que se había convertido en el objetivo más obvio de los alrededores, Amberley parecía tan tranquila. (En aquel momento no estaba seguro de si lo que más me impresionaba era su sangre fría o su imprudencia, aunque, como descubriría más tarde, ella tenía menos motivos para temer a los disparos de plasma que el resto de nosotros. No obstante, no vayan a creer, podría haber resultado herida o muerta. No se confundan, los inquisidores son una calaña muy tozuda).

Volvió a gritar, amplificando su voz mediante algún dispositivo que llevaba oculto bajo las ropas, pero esta vez, ante mi sorpresa, lo que salió de su boca fue la lengua sibilante de los tau[44].

Está claro que no fui yo el único sorprendido, ya que el fuego cesó de inmediato. Tras una pausa tensa, le respondieron en la misma lengua y me hizo un gesto.

—Pónganse de pie y déjense ver —dijo—. Quieren parlamentar.

—O dispararnos con más facilidad —aventuró Kelp sin bajar el arma.

—Eso lo pueden hacer de todos modos —mascullé. Señalé con un gesto a los cadáveres que nos rodeaban mientras permanecía allí, encogiéndome involuntariamente ante la perspectiva de recibir una descarga de plasma en el pecho. No sucedió nada, por supuesto, y si yo realmente lo hubiera esperado me habría quedado parapetado detrás de mis confortables tuberías y a la disformidad con la Inquisición—. Estos herejes estaban tan pillados como nosotros y luchaban por su vida.

—Eso no puedo discutirlo. —Sorel se puso de pie, sosteniendo el rifle de francotirador por el cañón y separando los brazos del cuerpo como prueba evidente de que no iba a usarlo. Uno por uno, los demás fueron mostrándose, saliendo de detrás de lo que habían usado como escondite. Kelp fue el último en moverse, y por fin lo hizo de mala gana.

—Quédense donde están. —Amberley avanzó, ocupando un puesto en medio del mayor espacio abierto que pudo encontrar, y reactivó su iluminador. Por supuesto que ya era visible antes, recortada por la luz intermitente de los disparos, pero ahora, si los xenos tenían intención de traicionarnos, era como si llevara un cartel que dijese «¡Disparadme, aquí estoy!». Una vez más me maravilló su coraje y tuve que volver a repetirme que esta atractiva y joven mujer era realmente una inquisidora con muchos más recursos a su alcance de los que yo podía siquiera imaginar.

—Algo se mueve —advirtió Sorel. Gracias a su entrenamiento como francotirador había mantenido vigilada la posición de los tau a pesar de la orden de no disparar.

Forzando la vista para escudriñar las tinieblas y el humo que empezaba a hacer que me ardieran los ojos y me arañaba la garganta, pude ver que unas figuras vagamente humanoides empezaban a tomar forma.

Al principio sólo eran tau, con sus característicos uniformes de faena y sus resistentes armaduras ligeras disimuladas con dibujos de camuflaje negros y grises que cumplían a la perfección la tarea de fundirlos con las sombras de este polvoriento laberinto. Sus rostros estaban ocultos tras los yelmos, con visores y lentes oculares donde deberían haber estado sus facciones, lo que les daba un aspecto inexpresivo, robótico. Esto me trajo recuerdos inquietantes que hicieron que me estremeciera involuntariamente[45]. Por lo general, hasta los xenos tienen expresiones que pueden interpretarse, pero aquellos rostros impasibles no revelaban nada sobre su estado de ánimo ni sobre sus intenciones.

Detrás de ellos avanzaba un trío de kroot, tres rostros que yo habría agradecido que hubieran ocultado. Cuando entraron en la caverna, uno de ellos olfateó el aire y volvió la cabeza hacia mí. A continuación, lo cual me llenó de desasosiego, avanzó en mi dirección.

Amberley seguía hablando a los tau con sus sonidos sibilantes y aspirados. Uno de ellos se había adelantado poniéndose a la cabeza de la media docena de soldados. Supuse, y los hechos demostrarían que tenía razón, que era el jefe del grupo. No conocía nada de su idioma, pero lo había oído hablar lo suficiente para darme cuenta de que las cosas no iban bien.

—¿Inquisidora? —llamé, elevando la voz ligeramente y tratando de parecer tranquilo mientras el kroot se acercaba—. ¿Hay algún problema?

—No parecen dispuestos a creernos —dijo Amberley escuetamente antes de volver a sus negociaciones.

—¿Hay algo que pueda hacer para ayudar? —insistí. Ahora tenía al kroot prácticamente encima de mí, y no pude por menos que notar que las bayonetas de combate adosadas a su peculiar arma de cañón largo estaban manchadas de sangre. En mi mente surgió una imagen muy vivida de la mujer eviscerada y de la forma en que habían sido hechas sus heridas.

—Ninguno de ellos habla gótico —me soltó Amberley, y no tuvo necesidad de añadir que me callara y la dejara llevar aquello a su manera, porque su tono fue lo bastante elocuente.

—Entonces ¿cómo esperaban interrogar a los prisioneros? —preguntó Velade—. ¡Oh! —exclamó antes de llegar a la conclusión obvia.

—Ése sería mi cometido cuando la situación lo requiriera —dijo el kroot con una familiar combinación de clics y silbidos que ya había oído antes—. Me alegro de encontrarlo sano y salvo, comisario Cain.

Bueno, tal vez estén pensando que soy bastante torpe por no haber reconocido a Gorok en seguida, pero deben tener en cuenta las circunstancias. Estaba oscuro, acabábamos de encontrarnos metidos en un tiroteo y, además, ¿por qué diablos iba a esperar encontrármelo allí? Por otra parte, a menos que uno esté muy cerca, todos los kroot se parecen mucho. Al menos en el caso de los orcos están las cicatrices para ayudarlo a uno a distinguirlos, en el improbable caso de que tenga que hacerlo.

El hecho de que me llamara por mi nombre produjo un efecto inmediato y algo relajante en los tau, que volvieron la cabeza para mirarme. Entonces el jefe se volvió hacia Amberley y dijo algo. Gorok rio con aquella peculiar risa chasqueante que ya había oído antes.

—El shas’ui está preguntando si realmente es usted —tradujo, evidentemente divertido. Colegí que «shas’ui» era algún grado más o menos equivalente a sargento u oficial y que se refería al tau al mando.

—Lo era la última vez que me vi —respondí. Gorok volvió a reír y tradujo la observación en lengua tau, que parecía dominar tan bien como el gótico. (Me resultó curioso que una criatura tan feroz pareciera tan culta, y más tarde le pregunté al respecto. Dijo que había aprendido ambas lenguas a lo largo de su carrera como mercenario para facilitar las negociaciones con sus empleadores. De más está decir que me pareció difícil de creer que hubiera servido con las tropas imperiales[46]).

Amberley dijo algo, aparentemente confirmando mi identidad, y el shas’ui miró hacia nosotros. Sus siguientes palabras estuvieron claramente dirigidas a mí. Lo saludé formalmente con una inclinación de cabeza.

—A su servicio —dije.

—Declara que su actuación por el bien mayor se recuerda con gratitud —tradujo Gorok servicialmente—. El’sorath sigue gozando de buena salud.

—Me complace saberlo —respondí, conteniéndome de expresar mis deseos de que no fuera ése el caso con El’hassai. Amberley aprovechó el buen clima y empezó a hablar otra vez con rapidez. Después de algún que otro intercambio de ideas, el equipo de tiro de los tau, o «shas’la[47]» como ellos mismos se llamaban, se retiraron a parlamentar en voz baja. Esto no tenía mucho sentido, ya que sólo Amberley tenía la clave de lo que estaban diciendo y ella los había oído ya, pero fue un gesto extrañamente humano que contribuyó a infundirme algo de tranquilidad.

—Fue una suerte —afirmó Amberley—. No estaban muy dispuestos a creerme al principio, pero al parecer piensan que pueden confiar en usted.

Bueno, peor para ellos, pensé, pero por supuesto no fui tan tonto como para decirlo en voz alta. Me limité a asentir prudentemente.

—Todo eso está muy bien —dije—, pero ¿podemos nosotros fiarnos de ellos? —Amberley asintió lentamente.

—Buena pregunta —replicó—. Pero ahora mismo no creo que tengamos otra opción.

—Con su permiso, señora —intervino Jurgen después de toser para llamar su atención—. ¿Por casualidad mencionaron qué es lo que están haciendo aquí abajo?

—Lo mismo que nosotros —respondió Amberley—; seguir una pista. —Al oír eso les aseguro que mi paranoia empezó a atormentarme.

—¿Qué clase de pista? —pregunté, pero fue Gorok el que respondió.

—Los partes informativos entregados por el gobernador Grice respondiendo a lo acordado tras el asesinato del embajador Shui’sassai hacían mención de un violento grupo proimperial que se reunía en estos túneles. Se pensó que eso merecía una investigación más minuciosa.

—¿Y la merecía? —Amberley puso una cara pensativa que no presagiaba nada bueno para el gobernador.

—Tengo la impresión de que usted no había oído hablar de esto hasta ahora —dije.

—No se equivoca —asintió—, pero no hay que descartar del todo que exista semejante grupo. —Su mirada se volvió hacia la mujer con la trenza xenoísta muerta y su expresión se volvió más reconcentrada.

—No lo entiendo —intervino Jurgen con el ceño fruncido por el esfuerzo de concentración—. Si el gobernador sabía algo como eso, ¿por qué habría de decírselo a los tau y no a la Inquisición?

—Porque los tau podrían eliminarlos sin que él tuviera que admitir su propia debilidad al permitir que se formara un grupo así —sugerí. Amberley asintió.

—O para consolidar su posición con los xenos si realmente tenía pensado entregarles el planeta. —Se encogió de hombros—. No importa demasiado. Incompetencia o traición, ya es hombre muerto fueran cuales fuesen sus motivos. —La forma displicente en que lo dijo me produjo un escalofrío.

Mientras nosotros hablábamos, los tau terminaron sus deliberaciones y se acercaron trayendo detrás a los otros dos kroot. El shas’ui dijo algo y Gorok lo tradujo.

—Su propuesta es aceptable —aseguró—. Al parecer, sirve al bien mayor.

—¿Qué propuesta? —preguntó Kelp con tono irritado. Amberley se lo quedó mirando un momento hasta que depuso su actitud.

—Parece ser que nuestros objetivos son los mismos —explicó—, de modo que vamos a unir nuestras fuerzas, al menos hasta que sepamos a qué nos enfrentamos aquí abajo.

—Tiene sentido —reconocí—. Prefiero tener esas armas de plasma de nuestro lado que disparándonos a nosotros. —Cuando tuve ocasión de examinar una de cerca vi que eran sorprendentemente compactas, no mayores que un rifle láser, pero su potencia de fuego no era nada desdeñable.

—¿Formar equipo con los azulados? —Kelp parecía furioso—. No hablará en serio. Eso es… ¡Es una blasfemia!

—Si es lo que la inquisidora quiere, tendrás que aceptarlo. —Trebek y él intercambiaron miradas furiosas hasta que intervino Amberley.

—Gracias, Bella. Como usted ha dicho muy oportunamente, mis decisiones no son discutibles. —Elevó un poco la voz para que todos los soldados pudieran oírla—. Nos ponemos en marcha. Si alguien tiene alguna objeción lo invito a no continuar con nosotros. Por supuesto, el comisario tendrá que ejecutarlo antes de que partamos como medida de seguridad operativa. —Me sonrió—. La gente se siente muy motivada cuando cree que tiene una opción, ¿no le parece?

—Claro que sí —respondí, preguntándome cuántas más maneras de sorprenderme encontraría antes de que terminara el día.

De modo que organizamos la formación, con los tau delante, lo cual contó con mi aprobación —que recibieran ellos el fuego de los emboscados que estaba seguro nos estarían acechando desde la oscuridad—, seguidos de nuestro variopinto grupo de soldados. Jurgen se lo tomó tan flemáticamente como recibía todo lo demás, pero observé que Kelp no era el único que tenía reservas acerca de nuestra nueva alianza. Sólo la disformidad sabe que yo también tenía algunas dudas, claro que mis tendencias paranoides me llevan a desconfiar de todo (lo cual, en mi trabajo, es el único estado mental prudente). Velade y Holenbi no les quitaban ojo a los xenos, especialmente a los kroot, que realmente les causaban terror. Ocultos bajo sus armaduras y con los rostros tapados por los cascos, los tau casi podrían haber pasado por humanos de no haber sido porque tenían un dedo menos en cada mano, pero los kroot parecían realmente un presagio de mala suerte. Trebek se había manifestado francamente a favor de la decisión de la inquisidora, pero yo sospechaba que era más para hacer rabiar a Kelp que por una auténtica convicción. Sólo Sorel parecía totalmente cómodo.

Me volví hacia Kelp en cuanto empezamos a salir de la estancia uno por uno.

—¿Viene? —le pregunté mientras rozaba con la mano la culata de mi pistola láser. Después de un momento acompasó su paso al de los demás, con los ojos encendidos de rabia, pero me han mirado de esa manera tantos expertos que me limité a devolverle la mirada hasta que lo obligué a pestañear.

Me sorprendió que Gorok se uniera a mí al final de la columna, pero la verdad, no creo que hubiera una intención especial en que el intérprete tratara de colocarse donde no lo oyeran los monolingües. Sus compañeros abrían la marcha, avanzando junto al shas’ui, y mientras observaba su paso animado algo me llamó la atención.

—No veo a ningún herido —dije—. ¿Cuál fue el kroot al que alcanzó el disparo de Sorel?

—Kakkut —respondió—, del clan Dorapt. Un buen rastreador. Tuvo una muerte rápida. —Parecía tomar aquello con toda naturalidad—. Su francotirador tiene una gran pericia.

Sorel, que lo oyó, se tomó el cumplido con tranquila satisfacción.

* * *

Seguimos adelante y hacia abajo en un silencio desasosegado, con las armas preparadas, aunque, la verdad sea dicha, sospecho que ambas partes las hubieran usado con las mismas ganas los unos contra los otros que sobre el misterioso enemigo a quien no parecíamos más cerca de identificar. No obstante, ahora marchábamos más rápido, ya que los tau parecían tener alguna manera de ver en la oscuridad. Era evidente que no tenían ningún iluminador visible, de modo que supuse que las lentes que llevaban en la parte delantera de sus cascos les permitían ver de una manera que yo no comprendía del todo. Los kroot no tenían necesidad alguna de aparatos visuales ya que se deslizaban por la oscuridad como si hubieran nacido para ella. Tal vez así fuera, quién sabe.

Un susurro amortiguado del tau que iba a la cabeza hizo que todos se detuvieran o, para ser más exactos, los tau se pararon y los demás nos dimos de bruces contra ellos.

—¿Qué pasa? —pregunté. Amberley intentó captar algo.

—Apaguen los iluminadores —ordenó. Obedecí, aunque no sin reservas. Si no confiaba en mis propios soldados cuando los tenía a la vista, mucho menos en la oscuridad. En cuanto a los xenos… Pero después de todo ella era una inquisidora y supuse que sabía lo que hacía.

Cerré los ojos antes de apagar la luz, de este modo me aseguraba de que se adaptarían rápidamente cuando volviera a abrirlos, pero aun así, los pocos momentos que tardaron fueron inquietantes. Esperé en la oscuridad que me envolvía, escuchando los latidos acelerados de mi corazón, y traté de distinguir los demás sonidos a mi alrededor: el roce de las botas en el suelo, el tintineo amortiguado de las armas y el equipo, y el susurro de una docena de pares de pulmones. Sentí el aire cálido y denso sobre mi cara, y recuerdo haber agradecido secretamente el olor característico de Jurgen, que no era más agradable de lo que solía pero por lo menos me daba la tranquilidad de lo familiar.

Poco a poco empecé a distinguir formas en las penumbras que me rodeaban y noté un débil resplandor de fondo a la distancia, por delante de nosotros.

—Luces —dijo Jurgen en voz baja—. Hay alguien ahí abajo.

Uno de los tau farfulló algo en un susurro impaciente.

—Hay centinelas —tradujo Amberley en voz baja—. Los kroot se encargarán de ellos.

—Pero ¿cómo pueden ver? —preguntó Velade con un tono de evidente confusión en la voz.

—No nos hace falta —le aseguró Gorok, y un remolino de aire desplazado a mi lado me indicó que se había ido. Ahora que mis ojos se habían acostumbrado a la oscuridad, pude ver tres débiles sombras recortadas contra la endeble luz del fondo, y de forma repentina desaparecieron.

Un momento después se oyeron unos cuantos gritos sofocados que cesaron abruptamente, ruidos de pelea y el crujido inconfundible de huesos rotos. Después volvió a reinar el silencio, roto tan sólo por un susurro amortiguado del sargento tau.

—Despejado —nos tranquilizó Amberley, y todos avanzamos hacia la luz, que ahora nos parecía acogedora a pesar de la potencial amenaza que representaba. En realidad no era tan brillante, sólo la primera en una cadena de globos luminosos de baja potencia empotrados en el techo con largos intervalos de sombra entre ellos, pero después de la oscuridad parecían decididamente refulgentes.

Un poco más allá del primero de ellos se había levantado una barricada improvisada de un lado a otro del corredor que daba un poco más adelante a una cámara algo más amplia, estrechando, el camino como para que sólo pudiera pasar un hombre.

—Parece un control —dijo Trebek.

—Vaya conclusión —añadió Kelp después de lanzar un sonoro bufido.

No obstante, ella tenía razón, era evidente que la obstrucción pretendía regular el tráfico para no permitir el paso de los intrusos; posiblemente ésa había sido la función del contingente que había quedado atrás liberado por los tau de esa responsabilidad. De lo contrario, lo habrían controlado con mucho mayor cuidado, como le indiqué a Amberley.

—¿Qué quiere decir? —me preguntó, lo cual me reveló que, por mucho que sepan, los inquisidores no piensan como soldados[48].

—Está dentro de la zona iluminada —señalé—. Si realmente esperaran la llegada de intrusos habrían colocado sus piquetes más adelante, en la oscuridad, donde sus ojos pudieran adaptarse y ver corredor adelante. Tal como están situados, no pueden ver desde aquí nada que quede fuera del alcance de la luz.

—Los cual contribuyó mucho a que pudiéramos contar con el factor sorpresa —añadió Gorok refrendando mi observación. Eso me hizo recordar su presencia y volverme justo a tiempo para ver cómo se agachaba y arrancaba de un mordisco un buen trozo al cadáver humano que tenía a sus pies. Sentí que se me revolvían las tripas y los soldados dieron un respingo o hicieron exclamaciones de disgusto. Kelp ya se disponía a disparar con su rifle infernal, pero se lo pensó mejor.

Según pude ver, los tau miraban hacia otro lado mientras sus aliados se dedicaban a su obsceno banquete, como si estuvieran igualmente disgustados pero fueran demasiado educados para mencionarlo. Mi sorpresa fue aún mayor cuando Gorok escupió el bocado de carne, lo cual me recordó lo que habíamos visto antes. Dijo algo en su lengua natal y los demás kroot también desecharon lo que habían mordido.

—¿Qué es eso, en nombre del Emperador? —le pregunté a Amberley en un susurro, pero ella se limitó a encogerse de hombros.

—Lo siento, pero no hablo kroot.

El oído de Gorok debía de ser anormalmente aguzado, al menos para nosotros, porque fue él quien me respondió.

—Contaminados, como los otros. —Emitió un sonido que interpreté como de disgusto.

—¿Contaminados, cómo? —preguntó Amberley. Gorok abrió las manos en un gesto curiosamente humano para un alienígena y que supuse había copiado de quien le había enseñado el gótico.

—Es el… —dijo algo con los silbidos y chasquidos de su lengua—. No hay un equivalente exacto en su lengua, que yo sepa. Las moléculas desvirtuadas que replican…

—¿Los genes? ¿El ADN? —preguntó Amberley. Gorok ladeó la cabeza, al parecer sopesando la posibilidad, e hizo una pregunta a uno de los tau en esa lengua—. Algo similar —dijo por fin—. Los tau también lo saben, pero no de la misma manera que nosotros.

—¿Está tratando de decirme que puede percibir su ADN? —pregunté con incredulidad. Gorok volvió a ladear la cabeza.

—No exactamente. Como usted carece de esa capacidad, sería como describir el color a un hombre ciego, pero yo soy un kroot y puedo percibir esas cosas.

—Y sus genes están contaminados. —Amberley asintió, como confirmando algo que sospechaba, y yo caí en la cuenta de algo terrible.

Los recuerdos persistentes de alguna campaña anterior, la conversación que tuvimos en el palacio cuando nos conocimos. De repente supe qué era lo que ella esperaba encontrar aquí abajo, y tuve que emplearme a fondo para no dar la vuelta y huir despavorido y dando voces hacia la superficie.