ONCE
Pase lo que pase, contamos con la bendición del Emperador.
Ellos, en cambio, no.
De El deber del guardia, balada popular. (Trad.)
El almacén estaba tal como lo habíamos dejado, o sea que era una masa informe de escombros y de desperdicios humeantes. Cuando desembarcamos del Chimera, el olor del fuego se me pegó a la garganta haciéndome toser. No habíamos vuelto a ver ni sombra de aquellos diablos tau de rapidez sobrenatural antes de llegar a nuestro destino, pero yo seguía extremando la cautela, ordenando a los soldados que consideraran la zona territorio enemigo al dejar la relativa seguridad de nuestro transporte blindado. Lo poco que había podido sacar en limpio del tráfico de voz no era nada alentador, y mis intentos de entrar en contacto con alguien de mayor rango en el cuartel general habían sido infructuosos. Al parecer allí nadie tenía tampoco idea de lo que estaba pasando. Además, ésta era la pequeña expedición de la inquisidora, y ella no daba muestras de querer abortarla, de modo que después de un rato desistí y dejé que ella siguiera adelante.
—Parece muy claro —dijo Amberley consultando un auspex que había sacado de no se sabe dónde, y por un momento me pregunté que más ocultaría aquella capa oscura. No obstante, los soldados desembarcaron con encomiable precisión, cubriéndose los unos a los otros mientras avanzaban. Kelp fue el primero. Los demás permanecieron protegidos por el blindaje del vehículo hasta que él quedó a cubierto tras un cercano montón de escombros; entonces avanzó Trebek, que se dirigió a una pared derruida en el otro flanco. Una vez allí, los siguió Velade, que ocupó una posición por detrás de ellos, y después Holenbi, que, según observé, eligió un lugar desde donde pudiera cubrirla con la mayor eficacia posible a pesar de dejar un pequeño punto ciego en su cobertura de Trebek. Tras un momento de vacilación decidí dejarlo pasar por esta vez. Después de todo, no era el equipo más cohesionado que pudiera desear, y podía haber sido un error de buena fe. Sorel barrió toda la zona con la mira telescópica de su láser de gran alcance y alzó una mano.
—Está despejado, comisario —dijo—. Puede avanzar.
—Usted primero —le ordené. Se encogió de hombros casi imperceptiblemente y me obedeció, corriendo agachado por el terreno irregular hasta un punto unos cincuenta metros por delante de Kelp, donde una viga de carga había caído atravesada sobre los restos de una pared interior. Trepó por ella y se abrió camino serpenteando hasta meterse en una brecha abierta entre los restos de mampostería, donde se quedó inmóvil, barriendo los escombros que lo rodeaban con su mira telescópica. De no haber sido porque no le había quitado el ojo de encima todo ese tiempo, casi no me habría dado cuenta de que estaba allí.
Amberley enarcó una ceja.
—¿No habría sido más prudente avanzar mientras él lo cubría? —me preguntó con aire inquisitivo.
—De haber sido cualquier otro francotirador, sí —respondí—, pero después de lo que dijo en la reunión informativa…
—Mejor prevenir que curar —acabó la frase por mí. Asentí y señalé la rampa abierta.
—Cuando esté lista, inquisidora.
—Usted primero —dijo, y casi no percibí la burla que acompañó a la repetición de mis propias palabras. No me habría sorprendido demasiado que no confiara en mí, ¿saben? Yo tampoco me consideraba muy de fiar, claro que supongo que me conozco mejor de lo que me conocen los demás.
De modo que sonreí para que pensara que me lo había tomado a broma, y salté al suelo, sintiendo cómo crujía la ceniza bajo mis botas. Jurgen había abandonado la cabina del conductor y su olor llegó hasta mí, seguido un instante después por él mismo. Aun a mi pesar, enarqué las cejas.
—¿Está seguro de que no va un poco desarmado para esto? —le pregunté. Un relámpago de preocupación recorrió sus facciones hasta que se dio cuenta de que era una broma.
Al igual que el resto de nosotros, salvo Amberley (aunque la verdad es que podía llevar escondidas sus armas igual que yo), Jurgen llevaba un chaleco antibalas, pero haciendo honor a las tradiciones de la Guardia, el suyo era decididamente de una de las tallas estándar —demasiado grande—, aunque la mayor parte de su equipo daba esa impresión casi siempre. Tenía un rifle infernal como los demás, pero lo llevaba colocado de través sobre los hombros. En las manos llevaba el inconfundible rifle de fusión, una pesada arma térmica que normalmente se usaba para hacer pasar a los tanques un mal momento en lugares estrechos, que era casi la única ocasión de acercarse lo suficiente para usarlo sin ser diseminado por todo el paisaje. Sólo el Emperador sabía de dónde lo había sacado, pero era una visión tranquilizadora de todos modos. Se encogió de hombros.
—Pensé que si teníamos que combatir en un túnel tal vez tendríamos necesidad de abrirnos camino con rapidez —argumentó.
«Bueno, seguro que lo hará —pensé—, tanto si el camino está bloqueado por escombros como por tropas enemigas».
—Buena idea —dije. En una misión como ésta no había posibilidad de matar en demasía.
—¿Se acordó de los malvaviscos? —preguntó Amberley apareciendo a mi lado.
—No creo… —empezó Jurgen con aspecto preocupado.
—Está bromeando, Jurgen —lo tranquilicé. Una sonrisa se difundió lentamente por sus facciones.
—Ah, ya entiendo. Es un arma térmica, y puede apostar…
—Ya vale. —Me volví y vi la señal de «despejado» de Sorel. Entonces Kelp dio el siguiente paso en el complejo juego de relevos que nos llevaría hasta nuestro objetivo. Casi dudaba de que fuéramos a encontrarlo después de haberse venido abajo el edificio y todo lo demás, pero el auspex de Amberley señaló en la dirección correcta, y después de unos momentos en que alternamos el avance, la búsqueda de cobertura y la vigilancia de cinco antiguos amotinados de los que no me fiaba ni un pelo, nos volvimos a reunir bajo la protección de una pared, o al menos de lo que quedaba de ella.
—Tiene que ser por aquí —dijo Amberley, barriendo los alrededores con el pequeño instrumento para que el espíritu guía pudiera tener una mejor perspectiva. Algo en el visor pareció satisfacerla, y lo hizo desaparecer entre los pliegues de su capa con la misma habilidad con que lo había hecho aparecer antes. Señaló un pequeño montón de escombros y sonrió—. Debajo de eso, si no estoy equivocada.
—Kelp, Sorel —ordené, señalando hacia los escombros, y los dos hombres avanzaron; Kelp con una mueca sardónica y el francotirador con su habitual mirada inexpresiva. Se colgaron las armas al hombro y empezaron la pesada tarea de remover los escombros—. Los demás, mantengan vigilado nuestro perímetro. —Con expresión algo avergonzada, Trebek, Velade y Holenbi dejaron de mirar cómo trabajaban sus compañeros y volvieron a sus tareas de vigilancia.
—No me gusta —le susurré a Jurgen. No deberían distraerse con tanta facilidad aunque el pequeño artilugio de la inquisidora les hubiera asegurado que no había hostiles en la zona. Jurgen asintió.
—Un descuido —coincidió, sin reparar en la ironía.
—¿Es eso lo que estamos buscando? —inquirió Kelp después de algunos momentos de trabajo duro. Había quedado al descubierto algo así como una trampilla de mantenimiento, retorcida y deformada por el calor y por los golpes de los escombros que le habían caído encima. Se pasó una mano sucia por la cara sudorosa, dejando un rastro de hollín y polvo de cemento. Sorel, más melindroso, se limpió las manos en las perneras de los pantalones.
—Creo que sí —dijo Amberley. Kelp asintió y tiró del asa. Sus músculos bien trabajados se pusieron en tensión mientras luchaba por abrirlo. Después de un momento, resopló y la soltó.
—Vamos a necesitar una carga de demolición para levantarla.
—Tal vez si yo… —Jurgen dio un paso adelante y apuntó el rifle de fusión hacia ella. Kelp y Sorel se retiraron con una prisa casi vergonzosa, e incluso Amberley pareció un poco desconcertada cuando alzó una mano para impedírselo.
—Sólo queremos abrir la trampilla, no derribar todo el edificio.
—No obstante, es una buena idea —añadí al ver su expresión de desaliento—. Velade, Holenbi, al frente y al centro. Cinco rondas rápidas. —El metal retorcido se transformó en vapor bajo la potencia combinada de la descarga de los rifles infernales, y le di a Jurgen una palmadita alentadora en la espalda—. Buena idea. —Y lo había sido en realidad.
—O podría haberlo sido —reconoció Kelp, mirando el agujero ennegrecido que se había abierto a nuestros pies. Apunté hacia él con mi pistola, pero fue una precaución inútil, ya que si había alguien allí dispuesto a tendernos una emboscada sin duda se habría vaporizado junto con el panel de inspección, y si quedaba alguien fuera del área de alcance de los rifles, ya nos habría disparado a estas alturas.
—Bien. —Amberley parecía satisfecha—. Ya suponía que creerían que este acceso había quedado bloqueado.
Yo no estaba dispuesto a dar nada por sentado, sin embargo, de modo que reuní rápidamente al escuadrón.
—Kelp —dije—, usted tomará la delantera. —Asintió, pero no pareció feliz—. Después Sorel, Velade, Jurgen, yo, la inquisidora y Holenbi. Trebek en la retaguardia. —Eso debería bastar para mantener a los más revoltosos lo más apartados posible y para separar a los dos tortolitos lo suficiente para que se centraran en el trabajo y no el uno en el otro, al menos eso esperaba. Amberley me miró y asintió. Bien, no iba a minar mi autoridad contradiciéndome.
—¿Qué se hizo de aquello de «las damas primero»? —gruñó Kelp dejándose caer en el agujero oscuro y con olor a humedad.
* * *
Bueno, tal vez fuera una consecuencia de mi infancia, pero el laberinto de conductos de servicio en el que nos encontramos me pareció casi tranquilizador. No obstante, puse buen cuidado en nosentirme demasiado cómodo, ya que, según mi experiencia, la complacencia es el camino más corto hacia un saco mortuorio. Nadie nos estaba disparando, y el auspex, que había vuelto a aparecer en la mano de Amberley, seguía indicando que no había contactos hostiles.
En realidad, no había contactos de ningún tipo. El eco nos devolvía el sonido de nuestras pisadas a pesar de que intentábamos ser sigilosos, y los haces de nuestros iluminadores no tropezaban con nada más amenazador que alguna rata que otra.
Después de un rato, noté que el polvo del corredor que se extendía por delante de nosotros no presentaba la menor alteración. Una espesa capa se levantaba al pisarlo y volvía a asentarse lentamente. Sentía que el residuo me hacía arder los ojos y el fondo de la garganta y tuve que combatir las ganas de estornudar.
—Éste no es el camino por el que vinieron antes, ¿verdad? —pregunté, a lo que Amberley respondió negando con la cabeza.
—No —admitió—. Pensé que sería conveniente un rodeo, teniendo en cuenta el recibimiento que nos depararon la vez anterior.
—Pero sabe adónde vamos, ¿no? —insistí. Ella repitió el gesto.
—No tengo ni idea —respondió alegremente. Algo de lo que sentí debió de reflejarse en mi cara, porque sonrió y aclaró la respuesta—. Quiero decir que debemos ir más o menos en dirección suroeste, pero a mí todos los corredores me parecen iguales.
—Entonces tenemos que desviarnos más en esa dirección —dije, señalando un corredor lateral que cortaba el que ahora recorríamos unos treinta metros más adelante[42]. Kelp se pegó a la pared junto al cruce y dio la señal de despejado.
Empezaba a formarme una idea más clara del objetivo de Amberley, que, a pesar de sus afirmaciones de inseguridad, era indudable que tenía. Si no había perdido la orientación, nos encaminábamos en la dirección del Distrito Antiguo, lo cual tenía sentido en cierto modo. Allí los túneles estarían más cerca de la superficie, lo cual los hacía más accesibles a cualquiera que estuviera ahí abajo. Quiénes podrían ser, y lo que pretendían conseguir, sin embargo, seguía siendo un misterio para mí.
Avanzamos en silencio algún tiempo, hasta que Sorel alzó una mano advirtiéndonos de que nos detuviéramos. Amberley y yo nos adelantamos hasta donde él estaba.
—¿De qué se trata? —pregunté. El rostro de Kelp, que parecía un disco pálido en la penumbra, nos miraba esperando la señal de seguir adelante.
—Movimiento —dijo, señalando hacia la oscuridad por delante de nosotros. Amberley miró el visor de su auspex.
—Esto no señala nada —afirmó. A mí no me importaba lo que dijera la caja. Los tecnosacerdotes eran muy dueños de tener una fe absoluta en sus máquinas, pero a mí me habían dejado colgado muchas veces en el pasado. Sorel tenía el instinto de un francotirador y era un superviviente, igual que yo, de modo que si él presentía algo, yo también.
—¿Kelp? —pregunté. El hombre que encabezaba la marcha hizo un gesto negativo. Ningún contacto.
—No he visto nada —confirmó verbalmente.
—De acuerdo, adelante —dije. A continuación me dirigí a Sorel en voz baja—. Mantenga los ojos bien abiertos. —Asintió y avanzó con el rifle preparado. Los otros lo siguieron, ahora un poco más nerviosos, y yo esperé a que hubieran pasado todos antes de ponerme en fila detrás de Trebek.
—¿Ahora ocupa la retaguardia? —me preguntó Amberley, colocándose a mi lado—. ¿No es peligroso?
Claro que lo era. Después del puesto de cabeza de la columna, éste era el más peligroso, expuesto a ataques de emboscados o perseguidores, pero si Sorel estaba en lo cierto, el enemigo estaba decididamente delante de nosotros. Me encogí de hombros.
—¿Comparado con el puesto absolutamente seguro que ocupa usted en este momento? —pregunté, y me vi recompensado con otra risita ahogada que me levantó el ánimo aun a mi pesar. La alegría me duró poco, sin embargo, pues al pasar ante la boca de una tubería de servicio observé que el polvo del contorno había sido removido, y no hacía mucho de ello. Se lo hice notar a Amberley en voz baja para no alarmar a los demás—. ¿Qué le parece?
La tubería estaba a dos metros por encima del suelo, pero el polvo del suelo sólo presentaba las huellas de nuestras propias botas. Otra vez el hormigueo en las palmas de las manos. Recorrí con el haz de mi iluminador la maraña de tubos que colgaban del techo por encima de nuestras cabezas. Cabía la posibilidad de que alguien se hubiera introducido en ellos, pero ¿por qué habrían de moverse justo cuando nos acercábamos? Y para empezar, ¿cómo habían llegado hasta allí?
—¿No le recuerda algo? —preguntó Amberley sin perder la calma.
Ahora que lo preguntaba, sí, me evocaba una enloquecedora sensación de familiaridad que no llegaba a concretarse. Lo único de lo que estaba seguro era que tenía que ser algo malo, pero con todos los horrores a los que me había enfrentado hasta ese momento, esto no contribuyó a aclarar las cosas. Estaba a punto de decir algo sarcástico sobre otra clave cuando algo distrajo mi atención.
—Comisario. —La voz de Kasteen sonó sibilante en mi oído, cargada de estática—. ¿Puede oírme?
—A duras penas —dije. Los metros de manipostería y de rococemento que había por encima de nosotros atenuaban la señal, y si nos internábamos mucho más perderíamos el contacto por completo—. ¿Qué está pasando?
—¡El gobernador ha ordenado el arresto del general supremo Zyvan! —A pesar de la estática, en su voz se reflejaba palpablemente su indignación—. ¡Y exige que la Guardia entre en la ciudad de inmediato!
—¿Cuáles son los cargos? —inquirió Amberley. Era evidente que su sistema de comunicación era un poco más potente que el mío, porque Kasteen reconoció su voz.
—¡Cobardía! —El tono de Kasteen sonaba aún más indignado—. ¿Cómo se atreve…?
—Eso será determinado por las autoridades correspondientes. —Ahora la voz de Amberley sonaba crispada y autoritaria—. Hasta que eso se haga, los ejércitos del Imperio seguirán a las órdenes del general supremo, y si el gobernador tiene algo que objetar, que lo plantee ante la Inquisición.
—Transmitiré el mensaje —dijo Kasteen, saboreando de antemano la reacción del gobernador.
—Coronel —añadí antes de pudiera cortar la comunicación—. ¿Cuál es la situación con los tau?
—Mala —admitió Kasteen—. Todavía están luchando contra unidades de la FDP por toda la ciudad. Ya se cuentan por miles los muertos civiles, y tenemos alborotadores bloqueando las calles. Hasta el momento hemos impedido que nos atacaran. Si el general supremo y los diplomáticos consiguen ganar un poco más de tiempo…
—Tendrán que hacerlo —la interrumpió Amberley—. Pase lo que pase, la Guardia no debe verse involucrada en una guerra abierta con los tau.
—Entendido —dijo Kasteen. Aquello debía de causarle grandes tensiones. Se le notaba en la voz. Verse obligada a permanecer a la espera sin hacer nada mientras una ciudad imperial ardía y los xenos masacraban impunemente a los ciudadanos era tal vez una de las cosas más difíciles que tendría que afrontar en su vida.
—Bueno, algo es algo —dijo Amberley, y la comunicación cesó—. Al menos todavía hay esperanza.
—¿Esperanza para quiénes? —pregunté, tratando de no pensar en los civiles que en ese mismo momento estaban perdiendo sus hogares y la vida. Yo soy el primero en reconocer que soy egoísta y hedonista, pero no pude por menos que compadecerlos por la situación en la que se encontraban.
—Para la mitad del Segmentum —respondió Amberley con repentino tono de desánimo, y por primera vez tuve un atisbo del terrible peso que representaba la responsabilidad que tenía sobre los hombros—. Hay que centrarse en el panorama general, Ciaphas. El Emperador sabe lo duro que resulta a veces.
Llevado por un impulso que no podía explicar le cogí la mano un momento, dándole todo el apoyo moral que pude mediante el simple contacto humano.
—Lo sé —dije—. Pero alguien tiene que hacerlo, y hoy ese alguien somos nosotros.
Amberley soltó una risa un poco forzada y me apretó levemente la mano antes de soltarla.
—Eso es totalmente incorrecto, ya lo sabe.
—La corrección nunca fue mi fuerte —admití. Ahora que lo pienso bien, era extraño, pero el hecho de que usara mi nombre de pila resultaba tan natural que en ningún momento me sorprendió.
* * *
Poco después de eso perdimos totalmente el contacto con la superficie. Por lo menos yo, y si Amberley todavía podía conectarse, no lo decía. En cualquier caso, era impensable que pudiéramos recibir refuerzos y la sensación me resultaba profundamente desalentadora, por lo que traté de concentrarme en el trabajo que teníamos entre manos. Fue en uno de esos momentos de distracción cuando choqué con Trebek, que se había detenido de golpe en el túnel delante de mí.
—¿De qué se trata? —pregunté, sabiendo que no se iba a quedar paralizada de esa manera a menos que hubiera un motivo.
—Me pareció oír algo —dijo. Incliné la cabeza, esforzándome por oír, pero no podía distinguir nada que no fuera el roce de nuestras botas y nuestra respiración. Nos movíamos con un sigilo razonable (hay que tener presente que estos soldados habían estado persiguiendo tiránidos menos de seis meses antes en condiciones no muy diferentes de éstas, y si algo hay en la galaxia que le enseñe mejor a uno a ser cauto, todavía no lo he conocido), pero la multiplicidad de superficies duras que había a nuestro alrededor ampliaba cualquier sonido que produjéramos, por leve que fuera, con docenas de ecos superpuestos. Por paradójico que parezca, cuanto más silenciosamente nos movíamos, tanto más ruido nos parecía que hacíamos, y había que esforzarse mucho más para oír a pesar de él.
Di, pues, la orden de alto y esperamos en tensión a que los ecos se desvanecieran.
—Ahí —susurró Trebek un momento después—. ¿Lo oye?
Lo oí. Era el crepitar de rifles láser, y una nota similar, más profunda, que sonaba a la vez familiar y algo distorsionada. En ese momento lo atribuí al eco, pero pronto descubriríamos la verdadera razón.
—Disparos —confirmé—. Aproximadamente a medio kilómetro en esa dirección. —Señalé sin pensar, antes de darme cuenta de que coincidía con la ruta que prefería Amberley. Fantástico. Trebek pareció un poco intrigada.
—¿Está seguro, señor?
—Del todo —respondí, antes de caer en la cuenta de que ninguno de los presentes podía estar tan familiarizado como yo con los túneles[43]. Valhalla tiene sus ciudades subterráneas, por supuesto, pero son muy diferentes de las de una colmena media, con grandes espacios abiertos bajo techos de roca y hielo bien iluminados. También hace un frío mortal, lo que le gusta a la población local, pero en una galaxia tiene que haber de todo, y siempre se puede subir la calefacción en la suite del hotel. (No demasiado, sin embargo, como descubrí en una ocasión, ya que se corre el riesgo de que empiecen a gotear trozos de pared sobre uno). Amberley echó otra mirada a su auspex, que seguía tan inútil y silencioso como antes.
—Si usted lo dice —concedió. Un momento después cesaron los disparos y se cernió sobre nosotros un silencio más profundo e inquietante. Seguimos esperando un poco más, pero pronto se hizo evidente que no averiguaríamos nada con quedarnos donde estábamos, y Amberley nos urgió a seguir adelante. A falta de una razón convincente para volver atrás, accedí, y seguimos avanzando como antes, aunque no sin una dosis considerable de nerviosismo por mi parte.
Transcurrieron cinco minutos más antes de que Kelp, que seguía abriendo la marcha, levantara la mano imponiendo el alto.
—¿Qué sucede? —pregunté.
—Cadáveres. Montones de ellos.
Bueno, aquello era un poco exagerado, pero había por lo menos media docena esparcidos por el gran espacio abierto al que nos conducía el corredor. Daba la impresión de que era una especie de encrucijada, ya que de él partían numerosos túneles hacia todos los puntos cardinales y, según mis estimaciones, había sido usado hacía poco como almacén o algo así. Una docena poco más o menos de cajones habían sido abiertos, aunque lo que contuvieran era ahora un misterio, y los restos de un globo de iluminación destrozado indicaban que alguien había estado trabajando allí poco tiempo antes.
—¿Reconoce esto? —le pregunté a Amberley, que miraba a su alrededor dando signos evidentes de que le resultaba familiar. Asintió.
—Hasta aquí llegamos la vez anterior —dijo—. Vinimos por ese corredor de allí. —Señaló una de las otras entradas—. Los tomamos por sorpresa, pero eran más de los que pensábamos y a continuación aparecieron los refuerzos. —Dirigí el haz de mi iluminador hacia el cadáver más próximo, el de un tipo fornido en mono de trabajo al que le faltaba la mayor parte del pecho.
—¿Era éste uno de ellos?
—No me quedé tanto como para que me lo presentaran —repuso—, pero no lo creo. —Sus ojos se empañaron un momento por el esfuerzo de evocación—. Rakel estaba sufriendo una especie de ataque y luego recibió un disparo de láser en el estómago. Después de eso, todo se volvió un poco confuso.
Los soldados se comportaban como verdaderos profesionales, observé con aire ausente, distribuyéndose para asegurar nuestro perímetro de la mejor manera posible sin esperar órdenes, lo cual ya era algo, de modo que me concentré en lo que estaba diciendo la inquisidora. Esto era lo máximo que había dejado traslucir de su anterior excursión a estos túneles desde que nos habíamos puesto en marcha, y yo confiaba en descubrir algo más.
—¿Qué clase de ataque? —pregunté—. ¿Como el que tuvo cuando vio a Jurgen? —Amberley negó con la cabeza.
—No —respondió con lentitud—, eso fue algo muy diferente. Todavía no sé con certeza qué significa. —Sin embargo, tenía sus sospechas, no se me ocultaba, aunque no estaba dispuesta a compartirlas conmigo. Se movió rápidamente, en un intento evidente de cambiar de tema, lo cual me sorprendió un poco ya que me había acostumbrado a esperar más sutileza por su parte—. Estábamos parados por allí —señaló—. Rakel se agitaba más cuanto más nos internábamos en los túneles. Percibía algo, pero no podía decirme de qué se trataba. Entonces, cuando nos acercamos a la gente que había aquí, empeoró.
—¿Eran psíquicos también? —pregunté, sintiéndome cada vez más inquieto si es que eso era posible. Ya me había topado antes con los de esa clase, y nunca había acabado bien. Amberley se encogió de hombros con un pequeño estremecimiento.
—Tal vez. —No pude determinar si no estaba segura o si trataba de ocultarlo.
—Señor. Inquisidora —nos llamó Holenbi con timidez desde donde se encontraba, al lado de uno de los cadáveres—. Creo que deberían ver esto.
—¿Qué es? —Avancé hacia él con Amberley a mi lado.
—A éste lo mató otra cosa. —Señaló el cuerpo, una joven con la cabeza rapada y una trenza xenoísta que al parecer había sido eviscerada por algún tipo de arma de combate cuerpo a cuerpo. Había visto muchas personas muertas de la misma manera a lo largo de los años, pero las heridas dejadas por el arma no me resultaban familiares. Claro que eso no significaba mucho, hay muchas maneras de usar un cuchillo, pero por lo general hay cierto grado de coherencia dentro de una cultura, y yo no había visto aquí nada que pareciera tan inusual.
—Todavía estoy tratando de averiguar qué fue lo que mató a los demás —apunté. Las heridas eran demasiado contundentes para ser de rifles láser, incluso para las armas infernales que llevábamos nosotros. Sin embargo, había oído disparos, de eso estaba seguro. De los insurgentes, entonces; había varios de ellos cerca de los cadáveres y no me hacía falta ningún inquisidor para atar cabos.
—A mí me parecen ráfagas de plasma —opinó Jurgen. Su tono de duda me reveló que lo consideraba bastante improbable, sin embargo; las armas de plasma eran grandes, voluminosas y poco fiables, y se tardaba una eternidad en recargarlas entre uno y otro disparo. Había que estar loco para armar con ellas a todo un escuadrón. Por no decir más raro que un orco con sentido del humor—. ¿Pistolas de plasma, tal vez?
—Tal vez —concedí. Ésas eran todavía más raras, pero ¿y si alguien hubiera encontrado un cargamento de ellas de la fabulosa Edad Oscura de la Tecnología? ¿Acaso no merecería eso llegar a donde hiciera falta para protegerlas?
—Hay… algo más —insistió Holenbi volviendo a dirigir nuestra atención hacia la mujer muerta. Teniendo en cuenta que era un sanitario, parecía demasiado afectado, pensé, pero entonces reparé en lo que señalaba. Un gran trozo de carne le había sido arrancado como de un mordisco.
—¡Emperador misericordioso! —Hice la señal del aquila casi sin pensar. No había visto heridas como aquéllas desde mi último encuentro con los tiránidos. Con todo, una pequeña parte desapasionada de mi mente reconoció que se trataba de algo diferente, algo que no había visto jamás—. ¿Hay algo en la galaxia capaz de hacer eso?
—Fuera lo que fuera, no le gustó el sabor —señaló Amberley dirigiendo el haz de su iluminador hacia un trozo de carne ensangrentada que yacía cerca del cadáver. Holenbi se puso todavía más verde, y daba la impresión de que de haber comido aquella barra de ración que había rechazado antes habría sido una pérdida de tiempo.
—¡Capto movimiento! —avisó Sorel desde la entrada de uno de los túneles.
—¿Está seguro? —Amberley estaba mirando otra vez al visor del maldito auspex, que seguía tan vacío como antes—. Yo no percibo la menor señal de vida humana.
—¿Y si fuera pseudohumana? —pregunté. Ella se encogió de hombros.
—Sólo está calibrado para…
Una bola de luz, tan brillante que hacía daño a los ojos, salió disparada del túnel que estaba vigilando Sorel y fue a explotar contra un cajón vacío. Fuera quien fuera el enemigo, lo teníamos encima.