SEIS

SEIS

Cuando estés en peligro mortal,

Cuando te asalten las dudas,

Corre en pequeños círculos,

Agita las armas y grita.

Parodia de la Letanía de Mando, popular entre los cadetes del Comisariado

Bueno, he visto lo mío en lucha urbana a lo largo de los años, y si tengo que elegir un campo de batalla, una zona urbana sería lo último que escogería. Las calles lo llevan a uno hacia callejones sin salida, en cada ventana y en cada portal puede esconderse un francotirador, y los edificios de alrededor dificultan la percepción táctica: cuando no bloquean la línea visual, distorsionan los sonidos, los ecos se superponen haciendo prácticamente imposible saber de dónde viene el fuego enemigo. En la mayoría de los casos, lo mejor que tiene es que al menos no hay civiles por el medio que puedan quedar atrapados en el fuego cruzado, ya que para cuando llega la Guardia, o bien están muertos o han huido de los ataques aéreos y los bombardeos de la artillería.

Aquella noche Mayoh era diferente. En lugar de los montones de escombros que uno esperaría encontrar en una zona de guerra urbana, al menos por el momento, los edificios estaban intactos. (Aunque el ominoso resplandor anaranjado a lo lejos hacía pensar que eso no iba a durar mucho[22]). Y las calles estaban llenas. No es que fueran un hervidero, pero tampoco estaban desiertas. Mientras el camión iba ganando velocidad, podíamos ver a civiles corriendo a refugiarse, sumándose a los grupos cada vez más numerosos de revoltosos vociferantes que parecían congregarse en cada esquina, o esquivándolos. Algunos llevaban las trenzas xenoístas; otros, símbolos de lealtad al Imperio. Por supuesto, había muchas aquilas, y varios de los más ruidosos y los más militantes lucían fajines escarlatas, iguales al que yo llevaba como muestra de mi autoridad como comisario. Sin embargo, independientemente de su adscripción, la mayoría de los grupos con los que nos encontrábamos se daban a la tarea de romper escaparates y apoderarse de sus contenidos.

—Eso no es buena publicidad para la causa imperial —me dijo Kasteen al oído con acritud. Iba apretada contra mí en la cabina, junto a la puerta del lado del acompañante, lo más lejos posible de Jurgen. Al llevar la ventanilla totalmente abierta, el viento que producía nuestra marcha le revolvía el cabello. Bueno, ¿por qué no? De todos modos el cristal no iba a parar un disparo de un bólter láser, y no iba a ser yo quien pusiera objeciones estando como estaba más cerca aún de nuestro maloliente conductor.

—Ni para la de ellos —repliqué señalando a una multitud de xenoístas rapados que salían corriendo de la tienda en llamas de un prestamista con los bolsillos repletos de dinero.

—Debe de tener algo que ver con la codicia desatada —bromeó con gesto torvo.

Al aproximarnos, los xenoístas reconocieron nuestro transporte imperial y empezaron a lanzar insultos acompañados de unas cuantas botellas y otros proyectiles improvisados.

—Por encima de sus cabezas, Lustig —ordené. El escuadrón de soldados que iba en la trasera del camión disparó, lo bastante bajo para hacer que los revoltosos se encogieran esquivando los disparos y se dispersaran cuando Jurgen apretó el acelerador.

—Muy contenido —comentó Kasteen. Me encogí de hombros. Francamente, me habría importado poco que los soldados los hubieran matado a todos, pero estaba tratando de causar buena impresión a nuestros pequeños huéspedes azulados, y, además, tenía una reputación que mantener.

Habíamos dejado atrás el palacio del gobernador en cuanto pudimos acomodar a los tau a bordo del camión, echando abajo la puerta trasera a la luz parpadeante del edificio en llamas. El escuadrón de Lustig se volvió a dividir en equipos, cinco de cada lado, dejando a los diplomáticos alienígenas en el centro. No era precisamente alta seguridad, pero era lo mejor que podíamos hacer en las presentes circunstancias, y yo confiaba en que fuera suficiente.

—Buena suerte, comisario. —El tono sobrio de Donali mientras me alargaba la mano revelaba a las claras su convicción de que íbamos a necesitarla. Se la estreché con fuerza, agradecido de que la potenciación impidiera que el estremecimiento que me sacudía por dentro se transmitiese a mis dedos, y asentí con gesto grave.

—Que el Emperador nos proteja —dije con tono de piadosa hipocresía mientras me montaba en la cabina. Al menos con una envoltura de metal y de cristal a mi alrededor iba a disfrutar de algo de protección. Además, estaban Jurgen y Kasteen, que pararían el fuego que pudiera venir de uno y otro lado. Estaría más seguro allí que en cualquier otro lugar. El Emperador, como ya he señalado en más de una ocasión, suele dar su protección con más facilidad a los que toman personalmente todas las precauciones posibles.

Donali se quedó allí, mirando mientras partíamos, recortado contra la luz titilante de las llamas, y se volvió hacia el edificio incendiado antes de que lo perdiéramos de vista. Me sorprendió vagamente el deseo de que sobreviviera a esa noche. Normalmente no me ocupo mucho de los diplomáticos, pero éste me parecía un tipo decente y estaba dispuesto a tomarse muchas molestias para impedir que me mataran.

Al menos teóricamente. Impedir una guerra no iba a favorecerme demasiado si algún revoltoso xenoísta me rompía la cabeza con un adoquín esa misma noche, de modo que iba alerta a cualquier amenaza potencial mientras nos abríamos camino por la agitada ciudad.

—Izquierda, por aquí. —Kasteen iba guiando a Jurgen con ayuda de la red táctica en un intento de evitar lo más encarnizado de los enfrentamientos. Nos encontramos con un par de revueltas callejeras, pero daba la impresión de que lo peor de los disturbios estaba teniendo lugar en otra parte.

—Todo va bien por ahora —dije, tentando una vez más al destino, y, como suele suceder, el destino es el que manda. Al girar para salir del callejón a una de esas anchas avenidas que tanto me habían inquietado cuando llegamos a la ciudad desde el aeropuerto estelar, pude ver por el parabrisas unas figuras por delante de nosotros. Habían colocado bidones metálicos sobre la calzada formando una improvisada barricada, y habían encendido fogatas dentro de un par de ellos.

—Está bloqueado —informó Jurgen innecesariamente. Se quedó mirándome, a la espera de mis órdenes.

—Reduzca la marcha —le dije mientras consideraba la situación—. No tiene sentido llegar allí antes de lo necesario. —Unas figuras que se movían lentamente hacia nosotros, apuntándonos con rifles láser, se recortaban contra la luz del fuego. Entrecerré los ojos, tratando de identificarlas. Llevaban trajes de faena de un color que no pude distinguir a causa del resplandor amarillento, pero parecía gris o azul, y armadura ligera de un tono todavía más oscuro[23].

—FDP —confirmó Kasteen tras escuchar un momento la red táctica—. Leales que apoyan al Arbites.

—Gracias al Emperador —dije, y transmití un mensaje a Lustig—. Son amigos, al menos en apariencia.

—Entendido. —La voz del sargento sonaba tranquila. Había recibido mi mensaje y yo estaba seguro de que los soldados estarían listos para actuar en caso de que estuviera equivocado. Pueden llamarme paranoide si quieren, estoy dispuesto a admitirlo, pero no llegué a un retiro honorable por tener una naturaleza confiada.

Una figura se puso entonces delante del camión con una mano alzada, y Jurgen se detuvo a un lado. Enderecé mi gorra y traté de dar la imagen que correspondía a mi cargo.

—Identificación. —Observé que era joven, con la cara marcada por el acné, y llevaba un casco que le quedaba grande. En el centro del mismo habían pintado una insignia de teniente bien visible, característico del desaliño de la FDP. Lo último que se necesita en estos casos es una señal obvia que parezca decir: «Disparadme, soy un oficial». Claro que en la FDP nadie espera realmente entrar en combate a menos que alcance el grado la siguiente vez que la Guardia haga un reclutamiento, y eso no había sucedido en Gravalax desde hacía generaciones.

—Coronel Kasteen, 597.º de Valhallanos. Y el comisario Cain. —Kasteen se asomó por la ventanilla para hablarle—. Ordene a sus hombres que se aparten.

—No puedo hacer eso. —Su cara reflejaba determinación—. Lo siento.

—¿De verdad? —Kasteen lo miró como si acabara de encontrárselo en la suela de la bota—. Tenía la impresión de que un coronel está por encima de un teniente. ¿No es así, comisario?

—Según mi experiencia —coincidí. Me incliné por encima de ella para dirigirme personalmente a aquel mequetrefe—. ¿O es que las cosas son diferentes en Gravalax? —Palideció a ojos vistas cuando lo miré con mi mirada de furia número dos.

—No, comisario, pero tengo órdenes de no dejar pasar a nadie en las presentes circunstancias.

—Supongo que se dará cuenta de que mi autoridad está por encima de cualquier orden que haya recibido —dije confiado. Empezó a temblarle la barbilla.

—Pero los rebeldes controlan el siguiente sector —replicó—. Los tau están abandonando su enclave…

—¡Miente! —El’hassai abandonó de un salto su escondite poniéndose al descubierto ante el joven teniente y sus soldados de la FDP. Yo realmente empezaba a sospechar que el exaltado tau tenía ganas de morir, y la verdad, me habría encantado satisfacerlo de haber seguido así mucho tiempo más—. ¡Permanecen dentro de los límites pactados!

—¡Azulados! —El teniente movió su rifle láser apuntándonos con él. Detrás de la barricada, sus hombres hicieron otro tanto. Me sentí muy aliviado al ver que Lustig y sus soldados mantenían la calma y no los encañonaban con sus armas, de lo contrario hubiera habido un derramamiento de sangre instantáneo—. ¿Qué está pasando aquí?

—Usted no tiene acreditación de seguridad para saberlo —le respondí con calma, ocultando mi nerviosismo con la experiencia de años—. Le estoy ordenando en nombre del Comisariado que nos franquee el paso.

—¡Traidores! —gritó uno de los trolls de la FDP—. ¡Son xenófilos! ¡Probablemente hayan robado el camión!

—Compruébelo con sus superiores —dije sin perder la calma mientras sacaba la pistola de su cartuchera por debajo del nivel de la ventanilla—. El oficial de enlace de la Guardia confirmará nuestra identidad.

—Sí —asintió el joven teniente tratando de aparentar resolución mientras paseaba el cañón de su rifle láser de Kasteen a mí, sin saber muy bien a cuál de los dos amenazar—. Es lo que haremos en cuanto entreguen a los azulados.

—¡Ahorquémoslos! —gritó alguien, probablemente el mismo idiota que lo había hecho antes. Los tau empezaron a inquietarse.

—Los xenos están bajo la protección de la Guardia Imperial —dije rotundamente, animado por su evidente indecisión—. Y eso significa mi protección. Háganse a un lado en nombre del Emperador o deberán atenerse a las consecuencias.

Supongo que lo que sucedió a continuación fue culpa mía. Me había acostumbrado tanto a andar entre guardias que aceptaban mi autoridad sin rechistar que jamás se me ocurrió que el joven teniente no fuera a deponer su actitud. Pero no conté con la relativa falta de disciplina de la FDP ni con el hecho de que para ellos un comisario no era ni más ni menos que otro oficial con un sombrero de fantasía. El temor y el respeto que normalmente despierta el uniforme no tenía nada que ver con ellos.

—¡Sargento! —El teniente se volvió hacia uno de los soldados que se veían junto a los bidones—. ¡Arreste a estos traidores!

—Lustig —dije a mi vez—. Fuego. —Mientras decía esto lo encañoné con mi pistola láser. Los ojos del teniente se abrieron una fracción de segundo mientras empezaba a retroceder. El brillo del triunfo vengativo dejó lugar a un pánico momentáneo antes de que la mitad de su cara volara por los aires cuando apreté el gatillo.

He matado a muchísimos hombres a lo largo de los años, tantos que he perdido la cuenta hace más o menos un siglo, y eso dejando a un lado los innumerables xenos a los que he despachado. Y ni una sola noche he perdido el sueño por ello. Por lo general son ellos los que lo pierden por mí, y no creo que se hubieran sentido indebidamente perturbados de haber sucedido las cosas a la inversa. Pero lo del teniente fue distinto. No se trataba de un enemigo ni de un culpable de un delito capital, sólo de un muchacho estúpido y excesivamente ansioso. Tal vez sea ésa la razón por la que sigo viendo su cara con toda nitidez.

Los soldados que ocupaban la trasera del camión alzaron sus rifles láser y descargaron una rápida ráfaga mientras los de la FDP estaban todavía conmocionados. Sólo unos cuantos tuvieron tiempo para reaccionar, y se tiraron al suelo buscando protección mientras los proyectiles estallaban a su alrededor y Jurgen pisaba a fondo el acelerador.

—¡A la disformidad con esto! —Kasteen se agachó cuando un proyectil láser de los defensores atravesó la puerta de la cabina de su lado, y sacó su pistola bólter.

—Acabad con todos —ordené. Si había supervivientes, en cuestión de segundos estarían tratando de comunicarse por la red de voz, revelando nuestra posición a todo el que pudiera estar escuchando y convirtiéndonos en un objetivo al que perseguir para uno y otro bando. Yo estaba en mi derecho, como comprenderán, ya que habían desoído una orden directa, lo cual era motivo más que suficiente para que cualquier comisario hubiera hecho lo mismo, pero no podía dejar de pensar en los trabajos que me había tomado para no tener que ejecutar a los cinco soldados a bordo del Cólera Justa que lo merecían mucho más que estos tontos.

Pero eso no importaba. Jurgen pisó el acelerador y atravesamos la barricada. Un soldado de la FDP rezagado cayó bajo las ruedas con un grito y un desagradable crujido, algo parecido al que se oye al pasar por encima de una endeble caja de madera. La primera línea de bidones saltó por los aires y, como si fueran bolos, salieron despedidos rodando calle adelante, chocando contra las paredes de los edificios y causando gran deterioro en los vehículos estacionados por las inmediaciones. Cuando dejaron de moverse, la mayor parte de los que se nos habían enfrentado ya estaban muertos. Fuera lo que fuese lo que habían aprendido en la instrucción básica, era totalmente insuficiente frente a soldados veteranos que habían sobrevivido al combate con la flota de una colmena. Unos cuantos trataron de defender su posición, lanzando disparos apresurados y mal dirigidos antes de que la excelente puntería de los valhallanos abriera unos cráteres sangrientos y autocauterizantes en sus cabezas y en la armadura con que protegían sus cuerpos. Una maldición amortiguada por el enlace de voz me dijo que una de los soldados había resultado herida por el fuego cruzado, pero si estaba en condiciones de maldecir de esa manera, no podía ser demasiado grave.

—Sujétese, comisario. —Jurgen aceleró a fondo y un golpe sacudió el camión al derribar éste uno de los bidones en llamas de la segunda fila. El promethium encendido que contenía se derramó por todo lo ancho de la calle por detrás de nosotros, consumiendo los cadáveres de los muertos.

—Fugitivo. —Kasteen siguió a su objetivo con la pistola bólter y disparó. Un leve rastro de humo conectó el cañón del arma con la espalda de un hombre de la FDP que huía, atravesó la armadura y estalló con una efusión de sangre y visceras.

—Buen disparo, coronel. —Di un golpecito al microtransmisor que llevaba en el oído—. ¿Lustig?

—Ése era el último, señor —dijo sin más. Sabía cómo se sentía. Aniquilar a un aliado prácticamente indefenso no era precisamente lo que hubiéramos querido para nuestro nuevo regimiento, pero había sido necesario; al menos yo no paraba de repetírmelo.

—¿Alguna baja?

—La soldado Penlan recibió un rebote. Quemaduras de poca importancia.

—Me alegra saberlo —dije. Vacilé. Tenía que decir algo para mantener la moral, pero por una vez en mi vida, la elocuencia me fallaba—. Dígales… Dígales que aprecio lo que han hecho.

—Sí, señor. —Había una inesperada nota de simpatía en la voz del sargento, y me di cuenta de que, al fin y al cabo, había dicho lo correcto. Sabían tan bien como yo lo que nos jugábamos.

Después de eso hubo un largo silencio. La verdad es que no había nada que decir.

* * *

Yo esperaba que con ese desalentador incidente se hubiera finalizado el derramamiento de sangre hasta ver acabada nuestra misión, pero, por supuesto, no contaba con la insensata mentalidad de la multitud. La división entre las facciones leales y xenoístas era algo que se había ido gestando a lo largo de generaciones, y la animosidad tenía raíces profundas. A medida que nos fuimos acercando al enclave tau empezamos a ver signos de encarnizado combate entre facciones que hubieran parecido menos fuera de lugar en la subcolmena que en la próspera ciudad mercantil que estábamos atravesando. Había cadáveres en las calles o, en algunos casos aislados, colgados de los postes de la iluminación. Pertenecían tanto a un bando como al otro, pero la mayor parte no estaban como para determinar su pertenencia ni casi para nada más. Kasteen negó con la cabeza.

—¿Ha visto alguna vez algo como esto? —preguntó, más como fruto de la conmoción que esperando realmente una respuesta. Quedó muy sorprendida cuando asentí.

—No muchas veces, y sólo tras una incursión del Caos o un ataque de los orcos. Jamás como consecuencia del ataque de ciudadanos corrientes sobre sus vecinos. —Me estremecí, reflexionando sobre lo cerca de la superficie del mundo que acecha semejante salvajismo y la facilidad con que los denodados esfuerzos que hacíamos por evitarlo podían venirse abajo de no ser por la incansable vigilancia del Emperador.

—Disturbios al frente, comisario —dijo Jurgen levantando el pie del acelerador. Miré con atención. Una vociferante turba llenaba la calle, arremolinándose junto a un alto muro que tenía una enorme puerta de bronce en el centro que bloqueaba la avenida. Aunque no hubiera visto la característica arquitectura de curvas habría jurado que habíamos llegado a nuestro destino.

—El perímetro del enclave comercial tau —confirmó El’sorath cuando sintonicé mi intercomunicador con el suyo—. Pero entrar en él podría resultar problemático.

—Problemático y una disformidad —le solté con una falta absoluta de diplomacia. No había llegado hasta aquí y derramado toda esa sangre para desanimarme cuando estábamos tan cerca de nuestro destino—. Voy a dejarlos ahí dentro aunque tenga que lanzarlos por encima del muro.

—No creo que tenga la musculatura necesaria —respondió el tau secamente. No me había equivocado; tenía sentido del humor—. Sería preferible buscar otra alternativa.

—Tengo un plan —afirmó Jurgen. Lo miré con sorpresa. El pensamiento abstracto no fue nunca su fuerte.

—Supongo que será especialmente tortuoso.

Asintió, inmune al sarcasmo.

—Podríamos atravesar la verja —sugirió. Kasteen emitió un ruido peculiar, una mezcla de ronquido y carcajada.

—Podríamos —concedí—. Si no fuera porque hay un millar de alborotadores entre nosotros y la verja.

—Pero son todos xenoístas —apuntó Jurgen—. De modo que nos dejarán pasar, ¿no es cierto?

Bueno, tal vez lo habrían hecho, pensé, si no lleváramos uniformes de la Guardia Imperial y condujéramos un camión de ese cuerpo. Pero de todos modos…

—Jurgen, es usted un genio —dije con un poco menos de sarcasmo que antes—. ¿Por qué empezar a dar vueltas cuando la aproximación directa podría funcionar? —Me volví a comunicar con Lustig y también con El’sorath—. ¿Podríamos poner a los tau en algún lugar visible?

Un momento después, los xenos estaban de pie, flanqueados por los soldados, y El’sorath emitía un mensaje sibilante por su microtransmisor. Jurgen puso el camión a paso de hombre y tocó el claxon para llamar la atención de la multitud.

Unos cuantos volvieron la cabeza hacia nosotros, a éstos se sumaron otros, mientras una oleada de hostilidad se iba haciendo manifiesta. Un par de adoquines rebotaron en el parabrisas, dejando pequeñas señales con forma de estrella en el cristal blindado. Kasteen subió la ventanilla de su lado, evidentemente convencida de que era preferible soportar el olor corporal de Jurgen que recibir una pedrada, al menos por un rato.

—Cuando estén listos —dije, dando gracias por no estar en la trasera abierta del camión. Empezaba a pensar que, después de todo, tal vez no fuera una idea tan brillante.

—Por favor, desistid, por el bien mayor. —El’sorath debía de tener un amplificador incorporado en su transmisor, porque su voz se propagó llegando a la multitud. Vi sorprendido que le hacían caso. La multitud dejó de gritar y empezó a abrirse a nuestro paso. Lo comparé con la respuesta de la multitud en Kasamar[24], que había cargado contra nuestras líneas con furia desatada en cuanto el comandante del Arbites intentó dirigirse a ella, y me pregunté qué grado de influencia eran capaces de ejercer los tau entre sí y sobre sus partidarios[25].

Jurgen siguió adelante hasta detener el camión ante la enorme verja de diez metros de altura y tan ancha como la avenida que bloqueaba justo en el momento en que las puertas empezaban a abrirse. Extrañamente, lo hacían de una forma absolutamente silenciosa, o al menos tan silenciosa que no se oía nada con el murmullo de la multitud y el zumbido de nuestro motor, ni siquiera cuando Kasteen y yo bajamos del vehículo para asegurarnos de que nuestros huéspedes llegaran a casa sanos y salvos. Observé que la coronel respiraba hondo cuando sus botas tocaron el suelo de rococemento.

—¿Qué es eso? —La voz de Lustig crepitó en mi oído. Algo pequeño y rápido descendió desde lo alto del muro dirigiéndose hacia nosotros. Después lo hicieron varios más. Se movían como aves.

—No disparen —dije rápidamente, luchando contra el deseo de sacar mi propia arma—. Siguen en su lado de la línea.

Bueno, al menos técnicamente. Todavía estaban por encima de la curva de la pared, aunque habían superado la cresta de la misma. Traté de enfocar la atención en la forma más próxima, pero era pequeña y se movía rápidamente, y todas daban la vaga impresión de algo parecido a un gran disco con un rifle colgado por debajo.

—Una cortesía —me tranquilizó El’sorath mientras bajaba de un salto del camión con asombrosa facilidad—, para garantizar que no tengan problemas al marcharse.

Bueno, aquello tenía más de una interpretación posible, por supuesto, pero preferí tomarlo como una garantía de que la multitud seguiría controlándose.

—Se agradece —respondí, mientras el resto de xenos bajaban y se dirigían hacia el enclave. Guerreros armados y vestidos con armadura les salieron al encuentro con los rostros ocultos tras las viseras de los cascos. Capté otro movimiento detrás de la verja y volví la cabeza para ver mejor.

—¡Diablos! —exclamó Kasteen con un respingo. Eran grandes, sin duda, pero se movían con una gracilidad que nada tenía que ver con las enormes máquinas de guerra que había visto antes. Tenían líneas angulosas y estaban rematados con cabezas que recordaban a los yelmos de sus soldados, aunque todo parecido se esfumaba al considerar su tamaño, que duplicaba cuando menos la altura de un tau normal.

—Son simples blindajes de batalla —explicó El’sorath con cierto deje de diversión—. Nada especial.

Kasteen y yo nos miramos. No podíamos ver con claridad a esa distancia, pero sin duda iban fuertemente armados, y la idea de enfrentarnos a un enemigo al que esas cosas le parecían nimiedades no resultaba muy reconfortante. Empezaba a sospechar que eso era precisamente lo que querían conseguir.

—Seguro que no —admití, transmitiendo una confianza que estaba muy lejos de sentir y disfrutando de la duda momentánea que se reflejó en los ojos del xenos.

—Vaya con su Emperador, comisario Cain. Cuenta con nuestra gratitud —dijo por fin, y siguió a sus amigos hacia el interior. Las puertas empezaron a cerrarse.

—Hora de irnos —ordené, volviendo a subir a la cabina. Kasteen prefirió ir en la trasera esta vez. No podía culparla, después de haber disfrutado de Jurgen en todo su esplendor, de modo que sugerí que la soldado herida, Penlan, volviera en la cabina con nosotros.

—Mejor a salvo que arrepentida —dije—, al menos hasta que lleguemos a donde están los sanitarios. —De esa manera, y a pesar de su comprensible renuencia, pude conseguir otro escudo humano y aumentar mi fama de preocupación por los soldados que tenía a mi mando.

Ya habíamos conseguido hacer nuestra aportación para evitar que estallase una guerra con todas las consecuencias, lo cual no era magra hazaña, de modo que podría haberme permitido sentirme un poco pagado de mí mismo en el camino de vuelta a nuestro acuartelamiento. Entonces ¿por qué me empeñaba en recordar a los soldados de la FDP a los que nos habíamos visto obligados a matar y en preguntarme qué planes habría contribuido a desbaratar su sacrificio?