Nota editorial:

Como el lector atento comprenderá fácilmente, la situación táctica global se volvía cada vez más compleja. El inesperado ataque de los necrones sobre el flanco de los orcos había dispersado a los pielesverdes, pero éstos, fieles a su costumbre, se lanzaron contra este nuevo y letal enemigo con lo que sólo puede describirse como entusiasmo. La carnicería resultante es apenas imaginable.

Sin embargo, la reducción de la presión sobre los asediados valhallanos fue sin duda una gran ventaja que permitió que la evacuación de las fuerzas imperiales se produjera casi sin tropiezos, especialmente porque la mayor parte de las unidades del frente ya habían recibido órdenes de dejar de combatir para atraer al gargante hacia la trampa ahora abandonada.

En cuanto a la suerte que corrió esta formidable máquina de guerra, el siguiente extracto de las memorias de Sulla puede resultar esclarecedor, a pesar de sus esfuerzos denodados para hacerlo ilegible.

Extracto de Como un fénix de entre las llamas: la fundación del 597.º, por la general JENIT SULLA (retirada), 097.M42.

A pesar de los rumores sin cuento que habían circulado por el regimiento, casi todos ellos contradictorios, si bien todos coincidían en el dato principal de que el comisario Cain había descubierto una nueva y poderosa amenaza en las entrañas de la mina, me mantuve fiel a mi deber y retomé mi puesto en la línea del frente. Fuera cual fuese la verdad de la cuestión, tenía mis órdenes, y como oficial leal que soy, eso me bastaba. Sin duda, aquéllos mejor situados para evaluar la información que el comisario había recogido con semejante heroicidad nos informarían de lo que necesitásemos saber para enfrentarnos y vencer esta vil mancha en los benditos dominios de Su Gloriosa Majestad en el momento más adecuado, o al menos eso hice saber a mis subordinados, y hasta que esa información nos fuese proporcionada, la especulación sin sentido sobre demonios, tiránidos o estatuas metálicas andantes no era sino una pérdida de tiempo. Por supuesto, resultaría que este último ejercicio de fantasía contenía más que una pizca de verdad, pero en los últimos años del cuadragésimo primer milenio, en que el verdadero horror de la amenaza de los necrones sólo era conocido por unos cuantos, esas conversaciones parecían el fruto de la más febril de las fantasías.

Mi pelotón había vuelto a ocupar su posición en la línea del frente, con instrucciones estrictas de replegarse en el momento específico para atraer al gargante hacia una trampa cuidadosamente preparada, y habíamos estado combatiendo al grueso del ejército de los pielesverdes con una gratificante cantidad de éxito. Hasta tal punto que, en realidad, empezaba a temer que hubiéramos empezado a diezmarlos demasiado rápido y que nos veríamos obligados a luchar con la imponente máquina de guerra antes de que llegara el momento de replegarnos. La sombra del amenazante coloso se proyectaba sobre nosotros mientras lo mirábamos horrorizados, los chirridos de miles de toneladas de metal sin lubricar rozando unas con otras mientras avanzaba sobre unas patas de aspecto vacilante daban dentera a todos los hombres y mujeres, y no pude evitar compararlo de la manera más desfavorable con la elegancia y la velocidad de los caminantes eldar y con la majestuosa nobleza de nuestros propios y benditos titanes[68].

Estaba a punto de ordenar a los infortunados que ocupaban las trincheras de avanzada que combatieran contra los miembros de su tripulación a los que pudieran ver claramente en el interior de la enorme carcasa, cuando el enorme cañón alojado en el vientre del ingenio habló, siendo el disparo suficiente para dejarnos sin respiración y para hacer que aparecieran grietas en nuestras vigorosas fortificaciones, visibles incluso a esa distancia. Volví la cabeza pensando que vería enormes estragos en los valiosos edificios de la refinería, pero sólo vi el estallido distante de una enorme explosión entre las laderas de las montañas que rodeaban este vital puesto de avanzada del Imperio.

—¡Se está desviando! —gritó mi especialista en comunicaciones, ladeando la cabeza para que pudiera leerle los labios, porque el espantoso sonido de aquella explosión titánica todavía resonaba en mis oídos. Me dejó perpleja, pero comprobé la veracidad de sus palabras. Era evidente que había titubeado casi cuando estaba a punto de atacar nuestra primera línea, y ahora giraba pesadamente hacia los picos amenazantes contra los que tan inexplicablemente había disparado.

En ese momento recibimos órdenes de replegarnos, de modo que no puedo estar segura de lo que presencié a continuación, dado que lo vi a una distancia cada vez mayor y en vistazos breves por encima del hombro mientras corríamos a través de una cortina de nieve. No obstante, tuve la impresión de que el aterrorizador ingenio estaba rodeado de pequeñas estructuras, que apenas le llegaban a la rodilla, que habían aparecido por obra y gracia de una magia tan arcana que no sabría cómo explicarlas. Eran pirámides metálicas sin rasgos identificadores, rodeadas por un permanente relampagueo que difuminaba su contorno aún más; relámpagos mágicos, sin duda, porque alcanzaban la superficie de aquella montaña de metal haciendo saltar chispas tan brillantes que hacía daño mirarlas. Trozos de metal más grandes que carros de combate caían lentamente sobre la nieve, y los cuerpos ardientes de la infortunada tripulación correteaban a su alrededor, de modo que, por mi vida que no soy capaz de concebir cómo podría haber prevalecido. Pero si lo hizo o no, realmente no puedo decirlo, porque la nieve se arremolinó en torno a aquella épica confrontación y ya no pude ver nada más.