DOCE

DOCE

Como ya habrán podido apreciar, todo lo que quería hacer cuando por fin llegamos a la refinería era comer, dormir y disfrutar de una ducha caliente (preferiblemente a bordo del Puro de Corazón mientras nos encaminábamos a las profundidades del espacio a todo lo que daban los motores), pero los acontecimientos se desarrollaron con tal rapidez que no pude darme semejantes lujos. De Sulla, que se enteró de mis intentos cada vez más frenéticos de contactar con la superficie y, como era de prever, no pudo resistir la tentación de meter las narices, conseguí librarme pidiéndole que se ocupara de que Grifen y Magot llegaran a los sanitarios lo antes posible (lo cual, por otra parte, no desmentía mi reputación de ocuparme de las tropas, y eso es bueno), y tambaleándome acudí al encuentro de Kasteen y Broklaw. Al menos había conseguido que Sulla me pusiera al día desde el punto de vista táctico antes de marcharse, de modo que pude concentrarme en el problema inmediato, seguro de que los orcos seguían contenidos en nuestra línea defensiva exterior y de que el gargante estaba todavía demasiado lejos para abrir fuego sobre nosotros. Al menos por el momento.

—Tiene usted un aspecto desastroso —dijo el mayor con aire alegre cuando entré en el puesto de mando, pero tuvo la amabilidad de ofrecerme una jarra de infusión de tanna mientras lo decía, por lo cual le perdoné la vida[59].

—Debería verme desde este lado —le repliqué, y me dejé caer en una butaca junto a la mesa de conferencias. Ahora que estaba de vuelta en el clima cálido y relativamente seguro de la refinería, todo el miedo y la fatiga acumulados a lo largo de poco menos de un día se me asentó entre los omóplatos y tuve que hacer un esfuerzo para no dejar caer la cabeza sobre la superficie de madera lustrada. Al inclinar la cabeza hacia atrás para tratar de aliviar la tensión del cuello, algo me llamó la atención en el techo—. ¡Emperador Bendito! ¿No me diga que los pielesverdes llegaron hasta aquí? —Broklaw siguió la dirección de mi mirada hasta los orificios de bólter que había en el cielo raso, justo encima de mi cabeza.

—Sólo un pequeño problema de control de la multitud —afirmó, sonriendo al recordar algo gracioso. Bueno, si a él no le preocupaba demasiado, a mí tampoco, y hacer más preguntas podría complicarme aún más la vida, de modo que volví a prestar atención a lo que tenía entre manos.

—Debería descansar un poco —dijo Kasteen, mirándome con evidente preocupación.

—Debería —asentí—. No antes de que nos hayamos ocupado de la situación actual. —Bebí con avidez y sentí que las telarañas empezaban a desvanecerse un poco de mi mente a medida que el tanna empezaba a surtir efecto—. ¿Consiguió los antiguos informes de la encuesta que le pedí?

—Aquí están. —Deslizó una placa de datos sobre la superficie de la mesa. La miré, pero los gráficos y datos técnicos no significaban nada para mí—. El amanuense Quintus ha sido de gran ayuda. —Broklaw sonrió y me guiñó un ojo, pero en el estado en que me encontraba no tenía ni idea de a qué se refería.

—¿Qué significa todo esto en gótico llano? —pregunté.

Kasteen se encogió de hombros.

—Hice que la revisara un par de ingenieros supervisores de transporte. —Había sido un riesgo calculado; por supuesto, eran mecanos, de modo que respondían en primer lugar al Adeptus Mechanicus, pero eran nuestros mecanos, y llevaban combatiendo a nuestro lado el tiempo suficiente para sentir cuando menos tanta lealtad para con el regimiento como para con sus colegas tecnosacerdotes. Siempre y cuando no los obligáramos a tomar partido, nos dirían lo que necesitábamos saber, o eso esperaba—. No es realmente su campo, pero al parecer piensan que tiene usted razón. Hay otros depósitos de hielo refinable en Simia Orichalcae mucho más ricos que éste.

—Entonces, ¿por qué construir aquí la refinería? —preguntó Broklaw. Me encogí de hombros.

—Los magos indudablemente aducen una docena de razones diferentes por las cuales este depósito particular era más fácil de procesar, o bien que la topografía del valle hacía que la construcción fuera más simple, o bien que fue la voluntad de ese reloj de cuerda que tienen como emperador. Incluso podrían llegar a creérselo, pero si huele como una rata de alcantarilla y chilla como una rata de alcantarilla…

—Alguien del Adeptus Mechanicus sabía que la tumba estaba allí —afirmó Broklaw—. Alguien que ocupa un puesto lo bastante importante como para asegurarse de que se construyera la refinería encima[60].

—Pero ¿por qué? —Kasteen estaba horrorizada—. No pueden estar tan locos como para pensar que pueden invadir un planeta lleno de necrones.

Pensé en Logash, al que el deseo de examinar una reserva tan abundante de arqueotecnología lo había vuelto completamente loco, y traté de imaginar a una camarilla de tecnosacerdotes de alta jerarquía moviendo los hilos para instalar una refinería sobre una presa tan tentadora. No era nada difícil. Si sospecharan siquiera que tal cosa existía, serían capaces de asumir cualquier riesgo, por grande que fuera, para poner sus pequeñas y pegajosas mecadendritas encima. Al menos eso había aprendido en el desastre de Interitus Prime.

—Tal vez pensaron que la tumba estaba abandonada —apunté. No sería tampoco la primera vez que cometían ese error, como averigüé a mi propia costa.

—La verdadera cuestión —dijo Broklaw—, es saber en cuántos de los tecnosacerdotes de aquí podemos confiar. Hubiera o no una conspiración, ahora todos saben lo que hay en ese maldito agujero.

Al menos eso era cierto. Si hubiera estado en plenitud de facultades, habría hecho que Sulla detuviera a Logash en cuanto nos condujo de vuelta a la superficie, pero, por supuesto, ella ni siquiera había reparado en él (no era más que un civil, y tecnosacerdote para colmo), de modo que para cuando me di cuenta de lo que estaba pasando, ya había desaparecido. Sin duda a estas alturas estaría llenándole a Ernulfph la cabeza con visiones de un regalo mágico como no se había visto otro desde hacía milenios.

—Ninguno —dije. Me dolía la cabeza, esa migraña sorda y pertinaz que acompaña a la absoluta fatiga, y no miraba con entusiasmo las horas que seguirían.

Por supuesto, las superé, debido en gran parte a la habilidad de Jurgen para evitar interrupciones indeseadas. Para cuando Kasteen convocó una reunión plenaria para hablar de la situación, me las había arreglado para dormir un poco, tomar cantidades de recafeinado y una comida caliente (sólo lentejas verdes otra vez, ya que por alguna razón había desechado la idea de consumir un filete de ambull) y empezaba otra vez a sentirme tolerablemente humano. Un baño habría sido la culminación ideal, pero dormir era todavía más urgente, y tuve que resignarme a la posibilidad de empezar a oler tan mal como mi ayudante. Jurgen, como es lógico, no tenía peor aspecto que de costumbre, probablemente como resultado de una siesta corta en algún lugar. Me acompañó, en parte para poner de relieve mi jerarquía y en parte para que recayera sobre él la culpa en caso de que mis sospechas sobre mi fragancia personal fueran fundadas.

Por supuesto, había hecho mucho más que atender a mis necesidades personales. Incluso antes de dirigirme con paso vacilante al comedor y a la cama, en ese orden, había despertado al astrópata residente de la refinería y había enviado un comunicado de la máxima urgencia tanto a la oficina del general como a los canales más protegidos que Amberley me había dicho que podía usar en caso de que algo mereciese la atención de la Inquisición. Pues bien, si había algo merecedor de la atención inquisitorial, sin duda era una tumba llena de necrones, pero noté con cierta decepción (aunque nada sorprendido teniendo en cuenta el desfase temporal incluso en las comunicaciones interestelares más urgentes) que ni unos ni otros habían respondido en el momento en que estaba previsto que empezara la reunión.

La sala de conferencias estaba más llena de lo que jamás había visto, y el parloteo de voces enfrentadas era casi tan alto como para amortiguar las explosiones del campo de batalla, al otro lado del gran ventanal. En seguida atrajo mi atención y empecé a buscar alguna señal del gargante. A pesar de los constantes remolinos de nieve contra el cristal, como una pantalla desconectada, estaba seguro de poder distinguir una figura enorme y oscura recortada a lo lejos, contra las montañas, que antes no estaba allí. ¡Emperador clemente!, estaba casi tan cerca como para abrir fuego sobre nosotros, apenas a unos kilómetros de distancia. Pensé en la destrucción que causaría la enorme y ventruda arma, volando edificios y depósitos, y me estremecí. Por supuesto, los pielesverdes estarían tratando de tomar las instalaciones relativamente intactas, o al menos las enormes reservas de promethium refinado que contenía, de modo que no podía esperarse lo peor, pero nadie dijo jamás que los orcos fueran racionales[61]. Si el princeps orco, o como quiera que se llamase[62], se excitaba demasiado, todo este asunto podía acabar estrepitosa y repentinamente.

—Comisario. —La coronel Kasteen alzó la vista desde el lugar que ocupaba a la cabecera de la mesa y señaló un asiento libre junto a ella. Me dejé caer en él agradecido, mientras Jurgen iba a traerme más infusión de tanna, y saludé a Broklaw, que estaba sentado al otro lado de la coronel—. Me alegra verlo tan recuperado.

—Gracias —respondí al ver a Jurgen aparecer detrás de mí con un gran tazón humeante de la olorosa infusión. Miré a uno y otro lado de la mesa y vi todas las caras que recordaba de la reunión anterior y muchas más—. ¿Empezamos ya?

—Por supuesto. —Hizo un gesto a Broklaw, que carraspeó ostensiblemente, y vi con sorpresa que todos callaban y lo miraban con gesto expectante.

—Gracias por acudir tan precipitadamente. —Empezó sin el menor sarcasmo—. Como casi todos ustedes saben, sin duda, el grupo de exploración del comisario ha descubierto un problema mucho mayor que los orcos. —Al decir esto miró significativamente al pequeño grupo de tecnosacerdotes reunidos en torno a Ernulfph.

Logash estaba sentado a su lado, luciendo todavía la sonrisa imbécil que no se le había borrado desde que lo encontramos en la tumba situada debajo de nuestros pies. Había invocado mis prerrogativas como comisario para abrir algunos archivos clasificados, de modo que todo el que lo necesitara pudiera saber precisamente contra qué nos enfrentábamos, pero ahora que se había plantado la semilla de la sospecha era difícil no preguntarse si los magos no lo conocerían todo de antemano.

—¿Hasta qué punto estamos seguros de que se trata de un problema? —preguntó Ernulfph con tono ciertamente codicioso—. Si los necrones están en estasis sin duda podemos concentrar nuestros esfuerzos en repeler la amenaza inmediata. —Lo cual significaba que los pobres guardias se sacaran de encima a los orcos mientras él y sus secuaces saqueaban la tumba.

—Ellos son la amenaza inmediata —repliqué, con toda la ecuanimidad de que fui capaz. Di unos sorbos a mi tazón de tanna mientras se desvanecía de mi interior el súbito acceso de aprensión por el solo hecho de pensar en esos asesinos mecánicos—. Si estuviéramos hasta las orejas de orcos, con un ejército colateral de kroot y eldar respaldándolos, yo les daría la espalda a todos ellos para enfrentarme a un solo necrón. He combatido antes con ellos y son la mayor amenaza de cuantas existen en toda la galaxia.

—Seguro que exagera —repuso Pryke, mirándome con severidad, como si yo me lo estuviera inventando todo—. He tenido acceso a los registros de encuentros anteriores con estos… lo que sean, y prácticamente no existen informes sobre ellos.

—Eso se debe a que casi nunca dejan supervivientes que puedan informar de algo —argumenté mientras me empezaba a temblar la mano al volver los viejos recuerdos. Una pequeña gota de infusión escapó del cuenco y cayó sobre la lustrosa mesa de madera, y Jurgen se inclinó para secar la salpicadura con un pañuelo que dejó la superficie más sucia que antes—. Dentro de la galaxia, todos los combates se libran por alguna razón, por territorio, por honor o por almas para los Dioses Oscuros. —Oí un satisfactorio respingo al decir esto, ya que había invocado deliberadamente la imagen que más podía conmocionar a cualquier objetor—. Pero en el caso de los necrones no es así. Sólo existen para matar, y ahora saben que estamos aquí.

—¿Está seguro de eso? —insistió Ernulfph—. Sin duda saben de la presencia de los pielesverdes, pero por lo que tengo entendido, usted escapó ileso. —Miró a Logash en busca de confirmación.

—El Omnissiah guió nuestros pasos —declaró el joven tecnosacerdote—, para que pudiéramos reclamar el regalo dispuesto para nosotros.

—La única noticia que tendrá de los necrones es si a uno de ellos se le antoja usar su pellejo como chaleco —dije, disfrutando de la ligera satisfacción de verlo palidecer un momento antes de que su fanatismo volviera a enardecerlo.

—El comisario está convencido de que el grupo con el que se encontraron no eran más que exploradores —intervino Kasteen, decidida a mantener vivo el tema de la reunión—. Y mientras el portal de disformidad permanezca activo allí abajo podemos esperar una incursión a gran escala en cualquier momento.

—Lo que no entiendo —declaró Morel, interrumpiendo los comentarios generalizados de consternación— es por qué ahora. Llevan ahí abajo lo que sólo el Emperador sabe. ¿Qué es lo que los ha activado tan de repente?

—Creo que puedo responder a eso. —Quintus carraspeó con cierto nerviosismo cuando todos se volvieron a mirarlo.

—Si puede encontrarle sentido a todo este embrollo, me gustaría escucharlo —lo animó Kasteen después de un momento. Quintus enrojeció aún más, sonriendo nervioso a la coronel. Sacó una placa de datos de debajo de su túnica y proyectó una página en el hololito principal, que todavía daba molestos saltos mientras yo trataba de interpretar lo que estaba viendo.

—Éstos son registros de los sensores del sistema de control del tráfico —empezó antes de que Ernulph lo interrumpiera.

—Son documentos técnicos que están bajo la supervisión del Adeptus Mechanicus. ¡Usted no tiene por qué hurgar en las cuestiones teológicas!

—Creo que se dará cuenta —prosiguió Pryke con igual ímpetu— de que se trata de material de archivo y, por lo tanto, es evidente que es responsabilidad del Administratum.

—¡Tal vez lo sean su atención y mantenimiento —insistió Ernulph—, pero la interpretación y la consulta corresponden a los designados para comulgar con lo sobrenatural, no a cualquier escribiente con los dedos manchados de tinta! —Pryke parecía a punto de responder con igual mordacidad, cuando Broklaw volvió a carraspear y el silencio se hizo nuevamente en la sala.

—Podría recordarles a todos —dijo Kasteen con tono apaciguador— que yo estoy al mando aquí y decido quién hace cada cosa. Y quiero oír lo que el amanuense tiene que decir. ¿Hay alguna objeción? —Por sorprendente que parezca no la hubo, lo que podría tener algo que ver con la forma en que ambos oficiales habían apoyado la mano displicentemente en la culata de sus pistolas láser; empecé a sospechar que debían de haberme estado observando demasiado en los últimos tiempos. Kasteen le sonrió a Quintus, que por un momento se ruborizó bastante y asintió con aire juicioso—. Sírvase continuar.

—Ah, sí, claro. —Quintus se volvió a aclarar la voz y señaló algo en el centro de la pantalla que parecía una mancha de zumo de bayas de acken—. Ésta es la estela de energía de la disformidad soltada cuando el ingenio espacial de los pielesverdes emergió en el materium. —Ernulph hizo un gesto displicente al ver la forma en que el joven amanuense usaba la terminología técnica, y en la cara de Quintus apareció una fugaz sonrisa que hizo que me diera cuenta de que lo había hecho a propósito para irritar a los magos—. Y hubo otra casi de la misma potencia cuando volvió a la disformidad.

—Eso ya lo sabíamos —dijo Ernulph displicentemente—. Nuestro instrumental quedó prácticamente sobrecargado. Así fue como nos enteramos de que venían.

—Precisamente —replicó Quintus—, y debido a la potencia de la estela pasamos esto por alto. —Señaló otra cosa con un aire triunfal que decayó un poco por la incapacidad casi total de todos los demás para ver lo que su dedo tapaba.

—¿Podría ampliarlo un poco? —preguntó Kasteen. Quintus se sonrojó y obedeció, dejando ver otra mancha casi imperceptible de acken. Un murmullo de voces se extendió alrededor de la mesa, y Ernulph al menos, se dignó parecer sorprendido.

—Lo pasamos por alto —admitió a regañadientes.

—Es comprensible —lo tranquilizó Kasteen con mucha diplomacia—, pero ¿puede decirnos qué es?

—Puedo conjeturarlo —admitió el mago de mala gana. Entonces hizo una mueca, como si hubiera mordido una raíz amarga que alguien le había dicho que estaba llena de almíbar[63], y le hizo a Quintus un gesto para que continuara—. Pero estoy seguro de que el joven ya lo ha descubierto. Parece muy brillante para ser un burócrata, y jamás habríamos notado esta anomalía de no ser por su diligencia. —Supongo que a pesar de sus bravatas era un hombre justo, aunque debió de haberle costado tragarse el orgullo de esa manera. Sus colegas parecían decididamente dispépticos, y Pryke lo miraba con la boca abierta por la sorpresa. Kasteen se limitó a asentir fríamente.

—Gracias, mago. Me alegra ver que por fin parece que todos estamos del mismo lado. ¿Quintus? —Por algún motivo, el joven amanuense volvió a ponerse colorado cuando ella lo miró, y tartamudeó un poco antes de continuar.

—Bueno, queda fuera de mi campo de conocimiento, tal como el mago ha señalado, pero parece lógico suponer que la estela de energía de disformidad activó de algún modo el portal durmiente en la tumba.

—Eso mismo interpreto yo —reconoció Ernulph.

—¡Por supuesto! —Logash se lanzó con el entusiasmo obcecado del fanático—. ¡Así fue como llegaron ahí abajo los ambulls! ¡Vinieron a través del portal y salieron de la tumba excavando! Eso explica lo anómalo del hábitat… —Se interrumpió de pronto, consciente de que a ninguno de los presentes les importaba lo más mínimo.

—Y de alguna manera los necrones notaron que se había reactivado —continuó Broklaw—. Entonces enviaron una partida de reconocimiento. Tiene sentido.

—Pero falta saber desde dónde —preguntó Pryke, ansioso por demostrar que su departamento participaba activamente en las cosas.

—Podría ser desde cualquier lugar de la galaxia —apunté—. Algún lugar donde haya ambulls, por lo que parece, pero eso no nos ayuda demasiado a precisar[64].

—En este momento, no es ésa la cuestión —declaró Kasteen, haciendo volver a todos al meollo de la reunión—. Lo que tenemos que decidir ahora es qué hacer por lo que respecta a ellos.

—Sólo podemos hacer una cosa —dije con toda la calma y la autoridad de que fui capaz—: Evacuar el planeta cuando todavía tenemos la posibilidad de escapar.

—¿Evacuar? —se extrañó Kasteen, evidentemente atónita.

Asentí, consciente de que estaba arriesgando toda mi fraudulenta reputación, pero precisamente esa fama heroica era la que podía hacer que la treta funcionara. Adopté una expresión de frustración apenas contenida.

—Ya sé cómo se sienten. Jamás he rehuido un combate (lo cual no era totalmente cierto, por supuesto, pero nadie tenía por qué saberlo), y va contra mi naturaleza empezar ahora, pero aquí hay cosas más importantes en juego. Los necrones de esa tumba nos superan por cien a uno, y eso suponiendo que pudiéramos desembarazarnos de los orcos.

»No dudo del espíritu combativo de los integrantes del regimiento, pero si ahora nos quedamos y combatimos, todos moriremos. Eso es un hecho, claro y simple. Nos arrasarán en cuestión de horas. —Más bien de minutos, si los que había visto antes andaban por ahí, pero si lo decía, jamás me creerían—. Y eso no es más que el comienzo.

—El portal —dijo Kasteen, encajándolo todo.

Asentí una vez más.

—Cientos de miles de ellos quedarían sueltos por la galaxia. Sencillamente no podemos permitir que eso ocurra. —Hice una pausa para que pudieran asimilar las implicaciones—. Tenemos que llamar a la Flota Imperial para esterilizar todo el lugar desde órbita. Es la única manera de asegurarnos.

—¡No puede hacer eso! —gritaron al unísono Pryke y Ernulph antes de parar en seco y mirarse, completamente atónitos al comprobar que por una vez estaban de acuerdo.

—Puedo y lo haré —afirmé—. Estas instalaciones están bajo ley marcial, lo que significa que el comisariado es el árbitro supremo sobre lo que puede o no hacerse.

—¿Tiene usted la menor idea del valor económico de estas instalaciones? —preguntó Pryke, que fue la primera en recuperarse.

—No, en absoluto, y me importa todavía menos —respondí—. Por lo que a mí concierne, no valen la vida de un solo soldado. —Por supuesto, el soldado al que me refería era yo.

—¡Pero el arqueotech! —estalló Ernulph—. Piense en el conocimiento, en el progreso espiritual de la especie humana que estaría sacrificando…

—Todo lo que estaríamos sacrificando en caso de dejar la tumba intacta serían nuestras vidas —les advertí—. Y eso por no mencionar los millones que serían masacrados si los necrones de ahí abajo revivieran y escaparan por el portal.

—Pero están en estasis —insistió el mago—. Mientras estén dormidos podemos examinar sin peligro…

—Eso no lo sabemos —intervino Kasteen—. Que sepamos, ahora están por todas partes, y aunque no sea así, sus amigos podrían estar entrando por el portal desde otro lugar. No podemos correr el riesgo de enviar a alguien allí abajo, y eso es definitivo.

—Todo lo contrario —replicó Ernulph—. No creo que pueda arriesgarse a no mandar a alguien de vuelta.

—Explíquese —le exigió Kasteen.

Aunque sintiéndome al borde del pánico, me di cuenta de adonde quería llegar el mago. Y lo peor de todo es que tenía razón, maldita sea, y el nudo que se me hizo en el estómago me dijo quién era el candidato más probable para que le encomendaran el trabajo.

—Usted misma lo dijo —exclamó con tono triunfal—. El portal sigue activo. Aunque llamara a la Flota Imperial, seguiría intacto y en funcionamiento durante meses antes de que llegara aquí una flotilla, tal vez años, incluso. Durante este tiempo los necrones se habrían marchado.

—Por las entrañas del Emperador, tiene razón. —Jamás había visto a Broklaw tan conmocionado—. Tenemos que volar el portal antes de marcharnos.

Sentí que los ojos de todos los que estaban alrededor de la mesa estaban fijos en mí, como la mirilla auspex de una batería hidra. Se respiraba la tensión mientras mi mente buscaba afanosamente algún motivo creíble que demostrara que ésta era una idea realmente terrible. Pero por una vez la inspiración me había abandonado. Por fin asentí con la cabeza. Tenía la boca seca.

—No veo otra alternativa.

—Yo tampoco. —Kasteen se volvió hacia mí, pronunciando solemnemente lo que yo interpreté como mi sentencia de muerte—. ¿Puede usted comandar un equipo de vuelta a la tumba, comisario?