Nota editorial:

A pesar de mi comprensible resistencia a recurrir otra vez a esta fuente secundaria, me temo que es necesario llenar un vacío en la narrativa de Cain, que se interrumpe en este punto y sólo retoma la acción después de que ha transcurrido algún tiempo. No cabe duda de que tenía La sensación de que no había ocurrido nada importante mientras tanto, a pesar de que habían pasado varias horas.

Como siempre, pido perdón por el estilo (o falta de él), y me tranquiliza saber que los lectores con un gusto refinado por la lengua gótica son perfectamente libres de saltárselo.

A pesar de todo, es afortunadamente corto.

Extracto de Como un fénix de entre las llamas: la fundación del 597.º, por la general JENIT SULLA (retirada), 097.M42.

Innegablemente vital como era la tarea que se nos había confiado, no podría decirse que fuera un reto. En cuanto los mineros hubieron dirigido a los zapadores del capitán Federer a la parte de las explotaciones donde las fallas y tensiones del hielo garantizaban que la trampa que habíamos planeado haría más efecto, poco podíamos hacer nosotros, soldados más prácticos, como no fuera desplegarnos por las galerías para asegurar nuestro perímetro contra la remota posibilidad de infiltración de los orcos. Eso hicimos, y aunque debo admitir que la tarea era tediosa, debo decir en reconocimiento a las mujeres y hombres bajo mi mando que permanecían tan alerta después de que hubiera transcurrido medio día como al comienzo de nuestra vigilia.

Esto se vio perturbado por fin por un mensaje de voz que llegó de las profundidades de las galerías inferiores, tan atenuado por las capas de hielo que había en medio que a duras penas pude distinguirlo; y un momento de examen de la pantalla táctica bastó para confirmar lo que ya había deducido. El origen del mensaje venía de profundidades mucho mayores que aquéllas donde se encontraban las más alejadas de nuestras patrullas.

Sólo cabía una explicación, y llevando mi escuadrón conmigo, me apresuré a responder, descubriendo mientras descendíamos y la señal de voz se hacía más clara que mis sospechas eran correctas; se trataba realmente de un mensaje nada menos que del propio comisario Cain que volvía con noticias de vital importancia, y pedía, en cuando las comunicaciones fueran suficientemente fiables, que lo pusieran en seguida en contacto con la coronel Kasteen.

Mientras mi operador de voz se apresuraba a complacerlo, siendo el potente transmisor que llevaba en su mochila capaz de ampliar la débil señal del intercomunicador del comisario, dirigí a mis tropas en su ayuda lo más rápido que pude. Aunque la conversación había pasado a una frecuencia de mando de nivel mucho más alto al que yo, una simple teniente, no tenía acceso, era evidente, por el tono perentorio de su voz, que las noticias que traía eran de tal importancia que debían ser transmitidas a la mayor brevedad.

No obstante, la onda portadora bastó para conducirnos hasta el grupo del comisario, y debo confesar que me produjo una gran conmoción ver el estado desastroso en que se encontraban los supervivientes de lo que sin duda había sido un recorrido de resistencia épica. Por supuesto, el comisario Cain era la viva imagen del heroísmo marcial que siempre representaba, con su porte erguido y su mirada firme, imperturbable ante los horrores, fueran de la índole que fueren, a los que se había enfrentado, aunque sus compañeros mostraban claramente los estragos de los peligros que habían tenido que superar. El ayudante del comisario, en particular, daba la impresión de haber pasado por el infierno, más desaliñado que cualquier soldado vivo que haya visto jamás[58]. Los demás soldados que los acompañaban se tambaleaban de agotamiento, con el horror reflejado en sus caras, sólo el tecnosacerdote que cerraba la marcha parecía animado, seguramente porque sus aumentos lo habían protegido de todo lo que había afligido a los demás.

—Ayudadlos —ordené, y mis soldados se apresuraron a obedecer, proporcionándoles a todos el tan necesario apoyo.

Sólo después de que hube hablado dio el comisario muestras de haberme reconocido, mirando hacia donde yo estaba por primera vez, y debo confesar que me embargó el orgullo cuando pronunció mi nombre, emocionada por la confianza que de forma tan evidente tenía en mis cualidades como oficial.

—Sulla —dijo, con una voz que evidentemente estaba destinada a ser oída sólo por sus propios oídos—. Por supuesto. ¿Quién podía ser, si no?