SIETE
Había llegado la hora de tomar una decisión de vital importancia: ¿cuál era la mejor manera de mantener la moral? No creía que a ningún soldado se le ocurriera incurrir en un desafío abierto contra un comisario, ni siquiera a Vorhees, cuya preocupación por Drere parecía superar con creces a cualquier otra consideración, pero abandonar sin más a nuestros heridos no era una opción aceptable. Eso provocaría una desmoralización general, ya que todos se preguntarían si ellos serían los siguientes a los que se dejaría morir abandonados.
Eso no es algo a lo que uno quiere que empiecen a darle vueltas sus soldados en la cabeza. Una idea así los pone nerviosos y los hace inestables, y uno llega a convencerse de que están tan preocupados por cuidar de su propio pellejo que dejan de centrarse en lo realmente importante, que es cumplir los objetivos de la misión y cuidar del mío.
Procuré que todos me vieran y oyeran cuando consulté a Logash.
—¿Es probable que nos topemos con más de estas criaturas? —le pregunté. El tecnosacerdote frunció el ceño.
—Tal vez —respondió por fin—, pero lo dudo. Al parecer, éstos eran una pareja en época de reproducción y sus crías, y teniendo en cuenta el tamaño medio de un grupo familiar…
—Interpretaré eso como un no —dije con firmeza, interrumpiéndolo antes de que pudiera abrumarnos a todos con detalles que no venían al caso—, lo cual significa que podemos dividir nuestras fuerzas. —Tal como esperaba, en todas las caras que nos rodeaban se encendió una chispa de interés, exceptuando, como es lógico, a Drere y al sanitario, que estaban demasiado ocupados sangrando para prestar demasiada atención. Ah, y Jurgen, que no solía mostrar mucho interés por nada que no fueran pantallas pornográficas.
—¿Dividirnos cómo? —preguntó Grifen.
Señalé a los heridos y a Vorhees, que se inclinaba ansioso sobre su yacente amiguita.
—El segundo equipo ha quedado reducido a tres efectivos, y serán necesarios dos para transportar a Drere —dijo. Vorhees alzó la cabeza como un perro de caza al oír el chasquido de apertura de una lata de comida. En sus ojos había una chispa de esperanza—. Eso deja a uno libre para apuntar y derribar a cualquier criatura que podamos haber dejado escapar. —Grifen asintió, con una mezcla de entendimiento y de alivio.
—Los va a mandar de vuelta —dijo, y era más una afirmación que una pregunta.
—Cuanto antes mejor —asentí antes de volverme hacia Karta—. Será mejor que se ponga en marcha, cabo. Contamos con usted. —La verdad es que me importaba un bledo, como entenderán, pero sonaba bien, y era una buena manera de pasarle el muerto. Si alguien moría antes de llegar al hospital de campaña, al menos yo ya me había lavado las manos.
—Lo conseguiremos —dijo con decisión. Saludó y salió volando para organizar a los suyos.
—¿Debo entender que vamos a seguir adelante con la mitad de las fuerzas? —intervino Logash, evidentemente preguntándose qué disformidad me proponía hacer. Señalé el cráneo que él había desenterrado.
—Es lo que haremos el primer equipo, Jurgen y yo —dije—. Es evidente que hay una forma de bajar hasta aquí desde detrás de las líneas de los orcos, aunque los pielesverdes todavía no se hayan dado cuenta, y no vamos a volver hasta que la hayamos encontrado y cerrado la brecha en nuestras defensas. —De más está decir que yo no esperaba encontrarme realmente con ninguna de aquellas bestias, ni toparme allí abajo con alguna otra cosa capaz de atacarnos ahora que habíamos matado a los ambulls, de lo contrario, jamás se me hubiera ocurrido hacer tal cosa. No obstante, en ese momento sólo trataba de encontrar una excusa razonable para quedarme allí abajo y evitar al gargante.
—Ya veo. —Logash se quedó pensándolo, con aquella mirada medio perdida—. Entonces supongo que yo debería seguir acompañándolos.
Para ser sincero, no lo había pensado. De habérseme ocurrido, con gusto me habría desembarazado de él, pero pensándolo mejor, si se unía a los heridos, lo único que haría sería retrasar su marcha, y suponía que su auspex podría resultarnos útil. En suma, decidí que era marginalmente preferible mantenerlo a nuestro lado.
—Supongo que sí —dije. Dejé que Jurgen lo vigilara y me volví para observar la partida de los heridos. Intercambié una última palabra con Karta, asegurándome de que llegara a oídos de Kasteen lo del cráneo de orco que habíamos encontrado y reforzara la entrada a la mina hasta que volviéramos. A continuación les deseamos la velocidad del Emperador y nos quedamos mirando cómo se balanceaban las luces de sus iluminadores a medida que se alejaban por el túnel.
A pesar de que confiaba en que estábamos solos allí abajo, avanzamos en plena formación de combate. Hail abría la marcha, sosteniendo su rifle láser con la displicencia propia de una veterana, lo cual me resultaba tranquilizador. Simia la seguía. Los dos trabajaban bien juntos, había entre ellos un entendimiento intuitivo que probablemente era el fruto de una relación personal, como era lógico en una unidad mixta. Detrás iba Lunt, el especialista en armas pesadas del escuadrón, portando un lanzallamas. Ésa era otra de las cosas que me gustaba ver delante de mí y no detrás, aunque Lunt había dado muestras de prudencia al no haberlo utilizado durante el encuentro en la guarida de los ambull, limitándose en cambio a usar la pistola láser que llevaba en una cartuchera al cinto[32]. (Muy conveniente, realmente, ya que lo más probable era que hubiese asado a todo su escuadrón junto con aquellos animales.) Su aventajada estatura y su fornida constitución le permitían transportar los depósitos de promethium con facilidad, y el líquido que contenían se movía plácidamente de un lado a otro mientras iba andando.
A continuación iba yo, junto con Logash, Jurgen y Grifen, que iba un poco rezagada y lo más alejado posible de mi ayudante, mientras la soldado Magot, una pelirroja menuda, de ojos inquietantemente duros, ocupaba la retaguardia. En todo el escuadrón, ella era la única que trataba a Grifen con cierta familiaridad, y que se movía con la gracia de un soldado experimentado. (Más tarde descubrí que habían servido juntas algún tiempo, y que había pedido el traslado al escuadrón de Grifen cuando ésta fue promovida. No consideré prudente hacer más indagaciones.)
A pesar del callado temor que teníamos todos, no volvimos a encontrar ambulls, lo cual, pueden creerme, fue un inmenso alivio, y las únicas pisadas que se oían eran las nuestras. Como todos los demás, yo mantenía los oídos atentos al sonido áspero y gutural de las voces orcos y al crujido de las botas con puntera de hierro sobre la escarcha, pero lo único que se oía era el ruido casi subliminal del hielo que se agrietaba lentamente. Creo recordar que ya llevábamos algún tiempo de marcha, pues los mensajes de voz del segundo equipo se habían vuelto prácticamente inaudibles, cuando Logash se paró a examinar las paredes del túnel.
—Qué curioso —dijo.
—¿Qué es? —pregunté, anteponiendo la prudencia a la súbita irritación que sentí al chocar contra él y clavarme su codo metálico en las costillas. A modo de respuesta, extrajo un puñado de hielo de la pared, que al caer dejó a la vista la oscura superficie gris de algún tipo de roca, todavía con los surcos de las garras de los ambull marcados en ella.
—Estamos por debajo de la capa de hielo. En realidad, en la base rocosa del planeta. Es fascinante.
—Me alegro de que encuentre el paseo tan interesante —dije, pero el tecnosacerdote era casi tan impermeable al sarcasmo como Jurgen, y por toda respuesta hizo un gesto afirmativo con la cabeza.
—No es exactamente la palabra que elegiría, pero sin duda es mejor que recalibrar los interociters —respondió alegremente. Por supuesto, no tenía la menor idea de lo que quería decir, de modo que sonreí y le sugerí que volviéramos a ponernos en marcha. Por desgracia, conseguir que moviera las piernas no fue suficiente para hacerlo callar, y siguió charlando sobre la geología subyacente de la cadena montañosa de extensión desmesurada.
—Las montañas están ahí, sin más, ¿no es cierto? —dijo Jurgen después de un tiempo, parpadeando perplejo. Logash negó con la cabeza antes de responder.
—Sí, para nuestra limitada percepción del tiempo, pero a escala geológica, es decir, del orden de millones de años, la corteza de un planeta es tan fluida como una cazuela llena de estofado sobre el fuego. —Bueno, había que reconocer que sabía qué metáforas podían atraer a Jurgen—. Los estratos inferiores suben a la superficie y se van desgastando gradualmente por los procesos de la erosión.
—¿Lo que usted está diciendo —preguntó Jurgen lentamente— es que estas montañas son como una zanahoria muy grande? —Con gran esfuerzo conseguí no reírme, aunque a Magot, que estaba detrás de mí, se le escapó un bufido.
—Es una manera de hablar. —Era evidente que Logash no estaba seguro de que Jurgen hubiera entendido la idea—. Flota en la superficie de la cazuela. Tal vez hace unos cuantos millones de años toda esta zona fuera una planicie abierta, o el fondo de un océano.
—¿Cómo puede haber un océano cuando todo está congelado? —insistió Jurgen con absoluta inocencia, pero Logash asintió como un profesor ante un estudiante que promete.
—Una buena pregunta —prosiguió, tras pensárselo un momento y pasando por alto la expresión de sorpresa complacida de mi ayudante—. En sus comienzos, éste debió de haber sido un mundo mucho más hospitalario, pero está demasiado lejos del sol y se fue enfriando gradualmente. El punto en el que nos encontramos ahora es una plataforma continental, por eso hemos penetrado tanto en su capa rocosa. El hielo llega a decenas de kilómetros de profundidad desde la cadena montañosa, que por entonces debió de haber sido una cadena de islas. O tal vez esto fuera una planicie costera que se inundó cuando los océanos se congelaron y aumentaron de volumen[33].
—Hay algo ahí delante —informó Hail un momento después, y yo me apresuré a reunirme con ella, agradecido por tener una excusa para librarme de aquella charla interminable. Puede que parezca grosero, pero pueden creerme, después de varias horas de verborrea interminable hubieran sentido lo mismo. Mientras me adelantaba empecé a sentir un cosquilleo en las palmas de las manos.
—¿De qué se trata? —pregunté, poniéndome a su lado. Lila se había detenido junto a la entrada de un túnel lateral y asomaba la cabeza. El iluminador adosado al cañón de su rifle láser paseó su cono de luz por las paredes y el suelo.
Fue entonces cuando me di cuenta. A diferencia de los irregulares túneles de los ambulls por los que habíamos venido hasta aquí, éste corredor era cuadrado, de líneas y ángulos regulares bajo su revestimiento de hielo. No había forma de saber quién podría haberlo construido ni obtener algún tipo de información, ya que la epidermis congelada ocultaba todo detalle.
—Lunt —ordené después de un momento de meditación—. Venga aquí. —El fornido soldado se acercó a nosotros y apuntó hacia el misterioso túnel con su lanzallamas, buscando un objetivo.
Se perdía en la distancia, engullendo los rayos de nuestro iluminador como si fueran la tenue luz de una vela. Después de un momento, disparó el arma, lanzando corredor adelante un chorro de promethium ardiente que hizo desaparecer las sombras de los rincones y las reemplazó por parpadeantes espectros anaranjados. El vapor humeó y de las paredes empezó a caer agua cuando el chorro de combustible ardiendo cayó al suelo y derritió el hielo a su alrededor.
Sentí que se me erizaban los pelos de la nuca. Es una sensación extraña que no he experimentado demasiadas veces. Me volvieron a la cabeza recuerdos terribles de hacía años, y reconocí la arquitectura de obsidiana que nos rodeaba, piedra finamente pulida de negrura absoluta que en cierto modo parecía tragarse la luz, tanto más oscura e impresionante por el leve brillo que la recubría.
—Que Omnissiah nos proteja —exclamó Logash a mi lado con voz entrecortada, y por un momento creí que él también lo había reconocido, pero las palabras que siguieron revelaron una ignorancia que casi agradecí—. Debemos presentar un informe completo de esto inmediatamente. No teníamos la menor idea de que el planeta hubiera estado habitado antes…
—Todo el mundo fuera —ordené—. Activen las cargas de demolición y dispónganse a sellar esto ahora mismo.
—¡Comisario! —Grifen parecía un poco confundida. Supongo que se le podía perdonar que pensara que me había vuelto un poco sigmi[34], pero en esos momentos lo que menos me preocupaba era lo que pudieran pensar de mí los demás—. Se supone que son para cerrar los túneles a los orcos.
—Hay cosas peores que los pielesverdes —dije.
Grifen parecía un poco escéptica al respecto, al fin y al cabo los orcos habían sido el enemigo proverbial y acérrimo de los valhallanos (y no me interpreten mal, no vacilarían en lanzarse contra cualquiera de los enemigos del Emperador que se les pusiera en el camino, pero puestos a escoger, preferirían matar a los pielesverdes), pero dio por buena mi palabra.
—¿Está usted loco? —exclamó Logash, alzando la voz en un intento claro de desafío—. El conocimiento aquí encerrado podría ser valiosísimo. No sabemos por qué se construyó esta estructura, ni quiénes lo hicieron.
—Yo sí —afirmé mientras señalaba una de las paredes, iluminada por las llamas mortecinas del charco de promethium, donde podía verse un curioso diseño de líneas y círculos parcialmente visible a través de una cortina de hielo semiderretido—. La construyeron los necrones.
El nombre no significaba demasiado para la mayoría, por supuesto. Aparte de mí, sólo Jurgen se había topado con ellos, y su encuentro había sido mucho menos próximo y personal que los terrores de los que yo había escapado en Interitus Prime. No obstante, los soldados parecían dispuestos a aceptar mi palabra. Me hubiera gustado decir lo mismo respecto del tecnosacerdote.
—¡Pero no puede hacer desaparecer sin más un descubrimiento de semejante magnitud! —Logash estaba prácticamente fuera de sí—. ¡Piense en la arqueotecnología que podría ocultarse ahí abajo! ¡Destruirlo sería un crimen contra el Omnissiah!
—Al diablo con el Omnissiah —dije por fin, cerrándole la boca—. He jurado servir al Emperador, no a un montón de tornillos, y eso es exactamente lo que pretendo hacer. ¿Tiene la menor idea de lo que sucedería en caso de que hubiera necrones durmientes ahí abajo y de que hiciéramos algo que pudiera molestarlos?
—Estoy seguro de que sus soldados se ocuparían de ellos, sean quienes sean —replicó Logash con gesto envarado.
—Pues yo no —repliqué sin pensarlo. Entonces recordé quiénes más estaban allí y seguí adelante como si hubiera pensado agregar lo siguiente desde el principio—. Yo respondería por este regimiento ante cualquier cosa, desde eldars a demonios, pero ni siquiera los mejores soldados de la Guardia podrían aguantar mucho contra una incursión de necrones a escala real. Estas cosas ni siquiera son seres vivos en el sentido en que nosotros lo entendemos. No se puede razonar con ellos, no se los puede intimidar, y reunidos en número suficiente, simplemente son imparables. ¡No dejarán de atacar hasta que no quede nada vivo en este planeta! —Cuando terminé, tuve la incómoda certeza de que el tono de mi voz había ido subiendo. Procuré recuperar una apariencia tranquila.
—No está actuando racionalmente con respecto a esto —insistió Logash—. Si hubiera necrones activos aquí abajo, ¿no habrían matado a los ambulls?
—Sólo para empezar —dije. Mi antigua pesadilla sobre orcos que salían como un torrente por estos pasadizos estrechos para saquear y destruir me parecía ahora decididamente tranquilizadora.
Combatí los recuerdos de aquellas caras metálicas e inexpresivas que parecían calaveras avanzando a través de ráfagas de fuego de rifles infernales como si fuera una refrescante lluvia primaveral y el horror me recorrió el cuerpo. Supuse que Logash podría tener razón. El templo, o lo que fuera, podría haber sido abandonado, claro que eso mismo habíamos pensado allá, en Interitus Prime, y mira cómo salieron las cosas. Entrar en un lugar tan profano era una perspectiva demasiado peligrosa, y si Logash y sus muchachos tenían tanto empeño en asumir un riesgo tan descabellado, bien podrían hacerlo una vez que nos hubiéramos ocupado de los orcos y nosotros estuviéramos ya lejos.
No es que pensara quedarme en esta bola de hielo hasta que nos hubiéramos librado de los pielesverdes. El hallazgo de un artefacto necrón lo cambiaba todo, y lo mejor que podíamos hacer era evacuar nuestras fuerzas y volver al Puro de Corazón, ponerlo todo en manos de la Inquisición y dar el asunto por terminado. Puede que incluso tuviera ocasión de renovar mi relación con Amberley, lo cual al menos sería un aspecto positivo de todo este asunto… Siempre y cuando ella no me arrastrase a otra escapada suicida en nombre del Ordo Xenos, claro está.
Grifen no necesitó que se lo repitiera y empezó a activar las cargas de demolición. Una vez más, mi inmerecida reputación obraba en mi favor, y ella sin duda pensó que si una cosa era tan mala como para hacer que un héroe del Imperio tuviera que cambiarse la ropa interior, seguro que era algo con lo que ella no querría toparse.
—¡No puede hacer esto! ¡Simplemente no se lo permitiré! —gritó Logash como un niño petulante mientras Simia y Hail colocaban las cargas. Dio un paso adelante, como dispuesto a interferir, pero Jurgen le cerró el paso con el rifle de fusión y negando con la cabeza.
—Será mejor que no se interponga, señor —le dijo. Logash alzó una mano hacia el cañón como si fuera a apartarlo de un manotazo. De repente tomé conciencia, no sin cierta inquietud, de la fuerza que podría tener en sus extremidades potenciadas, y sólo el Emperador sabía qué otras pequeñas alteraciones ocultaría aquella holgada túnica. Di un paso adelante, liberando ostensiblemente la pistola láser que llevaba al cinto.
—Me permito recordarle —le advertí en un tono definitivo— que este mundo está actualmente bajo ley marcial. Eso significa que usted está sometido a mi autoridad como cualquier miembro de la Guardia, y estoy en todo mi derecho de resolver sumariamente cualquier intento de interferir con la protección de esta instalación. —Captó de inmediato lo que quería decir y, aunque de mala gana, se sometió. Me miró con una expresión de disgusto malintencionado que en nada se parecía a la actitud de idiotez despreocupada que yo me había acostumbrado a esperar. Supongo que habría resultado intimidatorio de no haber recibido ese tipo de miradas de los expertos en otros tiempos (y pueden creerme, hasta que no se ha sacado uno de encima a un daemon, no se tiene la menor idea de lo que es realmente una mirada furiosa), de modo que le sostuve la mirada hasta que bajó la vista.
—Conducta característica de un saco de carne[35] —escupió con gesto despectivo, perdiendo una oportunidad de recuperar la dignidad—. Pasan por encima de todo lo que no entienden. No son mejores que los orcos. —Considerando que estaba rodeado de valhallanos fuertemente armados, no era exactamente lo más prudente que podría haber dicho, aunque hay que decir a favor de los soldados que siguieron trabajando sin que decayese su eficiencia, si bien dedicaron un segundo a echarle una mirada amenazadora. Se debió dar cuenta de que se había pasado de la raya, porque después de eso permaneció callado a pesar de no privarse de vez en cuando de farfullar comentarios apenas audibles sobre los ignorantes sacos de carne.
—Si le sirve de consuelo —lo tranquilicé—, no estamos destruyendo nada. —No es que hubiera decidido no hacerlo, pero si podía guiarme por la arquitectura necrónica con que me había topado antes, la extraña piedra negra era demasiado resistente como para que la magra cantidad de explosivo de que disponíamos pudiera ocasionarle un verdadero daño—. Simplemente la estamos aislando a modo de precaución. En cuanto la refinería esté a salvo, puede volver a bajar y escarbar para dar contento a su corazón. —En ese momento yo ya estaría por lo menos a un sector de distancia. Logash todavía parecía malhumorado, pero su expresión se había suavizado un tanto.
—¡Preparadas! —bramó Magot, tal vez con demasiado entusiasmo para mi gusto, y nos retiramos a lo que nos pareció una distancia segura antes de que pulsase el detonador.
La explosión fue satisfactoriamente ruidosa e hizo caer un trozo del techo del corredor, que resultó estar construido de bloques cúbicos de esa extraña piedra negra que tenían la longitud aproximada de mi antebrazo. Cayeron de manera desordenada, seguidos por trozos de hielo y de roca que formaron un cierre de aspecto sólido sobre la boca del corredor, reduciendo la pista por la que habían venido los ambulls a la mitad de su ancho original.
—¡Genial! —dijo Magot con evidente satisfacción—. A ver quién se atreve a atravesarlo.
—No, espero que no lo veamos —repliqué. Por sólida que pareciera la barrera, si realmente había necrones al otro lado, no tardarían en abrirse camino para salir. Esos cuerpos metálicos eran incansables e implacables y sus armas y equipo era tan poderosos que hacían que los juguetes más refinados del Adeptus Mechanicus parecieran palillos aguzados. Procuré apartar de mi cabeza la imagen de antiguos horrores.
—Bueno, si ése era el camino por el cual los ambulls hacían bajar a un orco, está muy bien cerrado —dijo Grifen. Asentí. Parecía probable, pero supuso que era mejor asegurarse. Con gran esfuerzo me obligué a centrarme otra vez en la misión que teníamos entre manos.
—Haremos un barrido final antes de emprender el regreso —decidí con gran alivio de todos—. Tenemos que informar de esto. Tiene prioridad respecto a todo lo demás.
—¡Comisario! —llamó Simia desde el otro lado de la pila de escombros—. ¡Eche una mirada a esto!
Maldiciendo entre dientes, rodeé la pila de escombros guiándome por la luz de su iluminador, y llegué donde el soldado de aguzadas facciones se había acuchillado junto a algo metálico que evidentemente estaba congelado en el suelo del túnel y había sido desplazado por la explosión: un bólter de burda factura cuyo cargador había sido arrancado por lo que parecían unas marcas de garras.
—Un arma de los orcos —dije, haciendo explícito lo evidente—. Debe de haberla dejado caer uno de los ambulls que mataron mientras lo arrastraban hacia su guarida —Simia asintió.
—O sea que debe de provenir de un punto más avanzado del túnel.
Fantástico. La brecha en nuestras defensas seguía abierta de par en par. Titubeé un momento, pero al fin y al cabo no había otra opción. La amenaza de los necrones, por terrible que fuera, sólo era una amenaza potencial, y por ahora estaba contenida. Sin embargo, los orcos eran un peligro claro e inminente, y seguiría siéndolo hasta haber completado nuestra misión. Me puse de pie, lentamente y sin muchas ganas.
—¡Sargento! —llamé—. Reúnalos a todos. Seguimos adelante.