SEIS
Estoy seguro de que no era el único que le iba dando vueltas al repentino anuncio de Logash mientras nos adentrábamos aún más en el laberinto de pasadizos que conformaban la guarida de los ambulls. Pensar que estábamos compartiendo aquellos túneles con un número desconocido de depredadores de pesadas armaduras no resultaba precisamente tranquilizador. El laberinto era increíblemente extenso, tal y como había señalado el tecnosacerdote; si hubiéramos tenido que recorrerlo entero, probablemente habríamos permanecido allí abajo hasta que el Emperador se levantara del trono[25], pero por fortuna eso no sería necesario. Entre mis instintos de habitante de colmena, los conocimientos de xenología de Logash, y las lecturas de su auspex, estábamos empezando a hacernos una idea bastante aproximada de la distribución de aquel lugar.
—¿Alguna idea acerca de cuántas más de esas cosas puede haber aquí abajo? —le pregunté, tras asegurarme de que estábamos lo bastante lejos como para que el resto de los soldados no pudieran oírnos (excepto Jurgen, por supuesto, en cuya discreción sabía que podía confiar plenamente). No tenía sentido asustarlos aún más si la respuesta era tan mala como me temía. Logash se quedó unos instantes pensativo, como si se estuviera comunicando con alguna voz interior (cosa que bien podría haber estado haciendo. He conocido a muchos tecnosacerdotes con un implante interno de almacenamiento de datos conectado a lo que les queda de cerebro. Pero también podría ser que tuviera una indigestión).
—A juzgar por la extensión del sistema de túneles, y suponiendo que su teoría de que llegaron en el mismo armatoste espacial que los orcos… —comenzó (la teoría no era correcta, como descubriríamos más tarde, pero el momento de su llegada fue el mismo, así que, al final, no había ninguna diferencia).
Lo interrumpió el ruido de una ráfaga de disparos láser más abajo, y un sinfín de voces gritando que se superponían con los múltiples ecos de los retorcidos túneles adyacentes. Activé mi comunicador.
—Grifen, ¿qué está pasando? —pregunté.
—Contacto. Otra criatura. —Hablaba de manera concisa y tranquila, por lo que la situación parecía bajo control. Avancé apresuradamente, ya que no quería estar muy lejos del grueso de nuestra potencia de fuego si había más bestias que hubieran sido atraídas por el ruido del combate.
—No más de media docena —terminó Logash, jadeando detrás de mí. Sin duda sintió la misma necesidad que yo, sólo que más fuerte, al ser el único miembro de nuestro grupo que iba totalmente desarmado. El hecho de que le quedara suficiente carne para atraer a un ambull era discutible, por supuesto, pero decidí no pensar en ello en ese momento—. Probablemente menos, a estas alturas —añadió cuando se acabaron los disparos.
Bueno, era un alivio saberlo. Aquellas criaturas no eran tan duras comparadas con algunas de las cosas a las que me había enfrentado, y las noticias de que no era probable que nos encontráramos con muchas más era de agradecer.
El cadáver de nuestra última víctima estaba unos cuantos metros más allá, en un túnel más amplio que salía del que estábamos siguiendo. Estaba rodeado de soldados parloteando y acribillado por los agujeros cauterizados de los impactos de los rayos láser. Vorhees respiraba agitadamente, temblando por la tensión, y evitando las atenciones del sanitario del escuadrón. La parte frontal de su armadura antibalas estaba bastante mellada, y se veía a través de los desgarrones de su abrigo. Averigüé, por las conversaciones que estaban teniendo lugar a mi alrededor, que la criatura había conseguido acercarse antes de que finalmente consiguiera derribarla.
—Bien hecho —lo felicité, palmeándole la espalda. Demostrar a los soldados que me preocupaba por ellos no hacía ningún daño, aunque realmente no me preocupara.
—Son malditamente persistentes, ¿eh, señor? —dijo, sonriendo débilmente.
—Cuesta un poco cargárselos —coincidí. Cosa que por supuesto le recordó a todo el mundo que yo me había cargado al mío cuerpo a cuerpo. Dirigí la vista hacia el cadáver, preguntándome si sería el mismo al que había disparado la otra vez, pero Vorhees lo había destrozado tanto al dispararle con la automática que no quedaba demasiado de él para averiguarlo.
—También son rápidos —afirmó Vorhees. Al parecer aquella cosa lo había atacado en el túnel principal. Apenas le había dado tiempo a levantar el arma antes de que se abalanzara sobre él.
—Interesante —dijo Logash. Estaba mirando las paredes del túnel mientras manoseaba de nuevo su auspex. Tras un instante, se volvió hacia mí—. Creo que hemos encontrado una de las vías principales. —Bueno, era cierto que parecía bastante más ancho que los túneles que habíamos estado siguiendo hasta ahora.
—¿Y eso qué significa? —pregunté. El tecnosacerdote se encogió de hombros. Me di cuenta de que su túnica blanca empezaba a tener un aspecto bastante mugriento. No era el atuendo más adecuado para luchar en un túnel, pero era evidente que no se le había ocurrido cambiarse antes de salir. O eso, o no tenía más ropa que ésa. En cualquier caso.
—La estancia principal debería estar en uno de los extremos de este túnel. —Lo recorrió con la vista, lleno de incertidumbre. Medité sus palabras cuidadosamente.
—¿Y estancia principal significa… —pregunté…
—El nido o guarida principal —respondió Logash con la avidez de un entusiasta—. Los ambulls son criaturas sociales, con fuertes instintos familiares, y tienen tendencia a reunirse cuando no están cazando o…
—Vorhees —lo interrumpí—. ¿De dónde venía la criatura? —Logash parecía algo dolido por haber sido interrumpido tan bruscamente (sin duda debía de pensar que estaba llegando a la parte interesante). El soldado señaló con el pulgar más allá de aquel trozo de carne que estaba empezando a congelarse rápidamente, y que ahora estaba rodeado de un nimbo color granate de sangre congelada.
—Por ahí —indicó.
Mi sentido de la orientación se puso en funcionamiento y me fijé distraídamente en que iba casi directamente a las líneas orcos de asedio. Me invadió un presentimiento.
—Si estuviera regresando a la guarida, hubiera llevado alguna presa para compartirla con los otros —interrumpió Logash amablemente.
El área cubierta por nuestros iluminadores no mostraba nada, aparte del ambull desmembrado. Ahí estaba la respuesta. No íbamos a poder completar nuestra misión de reconocimiento sin pasar por una caverna llena de aquellas monstruosidades. Maravilloso. Pero aunque la perspectiva no era nada halagüeña, aún lo era menos la de una horda de orcos entrando en tropel por estos túneles para matarnos a todos.
—Agrúpense —ordené—. Prepárense para concentrar su potencia de fuego. —Grifen asintió, y fue a gritarles a Hail y a Simia, que estaban mellando sus cuchillos de combate tratando de cortarle la cabeza al ambull. Hasta ese momento pensaba que bromeaba cuando hablaba de llevarnos un trofeo, pero al parecer dos de sus soldados se lo habían tomado al pie de la letra.
—Moveos —ordenó—. Por equipos, cubriendo al comisario y al mecano[26]. Logash hizo gala de más sentido común del que había mostrado hasta entonces y fingió no haberla oído. Debo confesar, sin embargo, que me sentí algo mejor sabiendo que todos los demás estarían cubriéndome las espaldas (por si se preguntan por qué Grifen debía preocuparse por mi bienestar y el de Logash: me consideraban como el más capacitado para valorar cualquier información que pudiéramos obtener, y Logash… bueno, digamos que Kasteen no quería tener más tratos con el Adeptus Mechanicus de los que ya tenía).
Así que nos pusimos en marcha con cautela, en dirección al centro del laberinto, con todos los sentidos alerta por si detectábamos cualquier movimiento en la oscuridad. Habíamos discutido la posibilidad de apagar algunos de nuestros iluminadores con la esperanza de pasar un poco más desapercibidos, pero según Logash no supondría ninguna diferencia, ya que, de todos modos, aquellas criaturas podían ver en la oscuridad. Comenzó a explicar cómo[27], pero no tenía ningún sentido para mí y dejé de escuchar poco después.
El segundo equipo aún iba en cabeza. Grifen ya daba muestras de tener el sentido común de un viejo comandante a la hora de quedarse rezagada para tener una visión objetiva de todo el escuadrón, a pesar de que Karta (el ASL[28] y cabo al mando del equipo de artillería) había cambiado a Vorhees a un lugar donde el sanitario pudiera vigilarlo, y había puesto a Drere en cabeza. Tenía cierto sentido, supongo, ya que Vorhees todavía estaba algo nervioso tras su encuentro cara a cara con el ambull, pero yo lo hubiera dejado donde estaba; si era de gatillo fácil, era mejor dejarlo donde no hubiera más que objetivos frente a él. En cualquier caso yo estaba más atrás, así que a mí me daba igual.
Jurgen, Logash y yo íbamos juntos en el centro, manteniendo una distancia de seguridad entre el grupo que iba en cabeza y el que nos cubría las espaldas, ya que si alguno hacía contacto, yo quería estar lo más lejos posible del peligro. Por supuesto, todavía me inquietaba la habilidad de los ambulls para abrirse paso directamente a través del hielo y llegar hasta nosotros, pero me mantuve alerta con mi paranoia al máximo nivel, y por ahora no había notado ninguna de las reveladoras vibraciones que parecían indicar que otra de esas bestias se acercaba.
—¿Y qué tal saben? —preguntó Jurgen. Volví a prestar atención al parloteo de Logash, y averigüé que su monólogo acerca del ciclo vital de los ambulls, su estructura social y su hábitat, finalmente había proporcionado una información útil. Por lo visto se habían hecho algunos intentos para domesticar a aquellas cosas como fuente de carne en mundos desérticos[29].
—Me han dicho que saben más o menos como los grox. —Logash parecía algo incómodo, y le di una palmadita en la espalda.
—Excelente —dije—. Enviaremos de vuelta a un grupo de recolectores para que recuperen los cadáveres una vez hayamos limpiado el nido. —Toda la comida que la refinería tenía para ofrecer consistía en una docena de variedades distintas de lentejas verdes que ya habían empezado a resultar pesadas, a pesar de que eran frescas y provenían de sus propios almacenes. Naturalmente, habíamos traído nuestras propias provisiones, pero pensé que un buen filete fresco me animaría bastante. Además, las criaturas se habían estado comiendo a los mineros, así que parecía justo devolverles el favor.
—Buena idea, señor —exclamó Jurgen, entusiasmado. Logash tenía un aspecto un tanto verdoso para tratarse de alguien con tal cantidad de implantes. Quizá fuera vegetariano, si es que aún se molestaba en seguir comiendo.
—Oigo algo que se mueve —dijo Drere, con la voz ligeramente aplanada por el intercomunicador.
—Agrupaos. Preparados para el contacto. —Griffen dio la orden con tranquila autoridad, y me encontré en el centro de un pequeño grupo de soldados mientras el primer equipo nos alcanzaba. Nosotros seguimos caminando hasta que nos juntamos con ellos y nos reunimos bajo las luces de los iluminadores del segundo equipo.
—Aquí hay una caverna. —La voz de Drere sonó algo tensa a través del intercomunicador.
—Mantengan la posición —ordenó Karta con voz tranquila, aunque visiblemente forzada—. Esperen al resto.
—Confirme eso —solicitó Drere, algo más tranquila. Me dio la impresión de que las luces que se movían delante de nosotros estaban ahora más juntas, reflejándose con mayor intensidad en los fragmentos de cristal que cubrían las paredes irregulares del túnel—. No pienso pegar mi… ¡Por las entrañas del Emperador!
Se oyó el estampido de una pistola láser que arrancó destellos a todo lo largo del túnel, y los iluminadores que estaban delante de nosotros se balancearon aún más frenéticamente que antes cuando los que los llevaban comenzaron a correr. Nosotros hicimos lo mismo, haciendo crujir los cristales de hielo al aplastarlos con nuestras botas. Logash se resbalaba de vez en cuando, cuando perdía adherencia. Los valhallanos, por supuesto, no tenían esas dificultades, y yo había adquirido la suficiente experiencia en correr por el hielo con ellos a lo largo de los años como para evitar resbalones. Saqué mi pistola láser.
—¡Janny! —gritó Vorhees, y una segunda arma comenzó a disparar en apoyo. Un instante después oímos un alarido que resonó por los túneles y me puso los pelos de punta, y un aullido que me dejó medio sordo pidiendo apoyo a través del intercomunicador.
—¡Sanitario! ¡Soldado herido! —gritó Karta. Para entonces todos habíamos llegado al escenario de la carnicería. El túnel, de hecho, se había ensanchado hacia una gran sala central, de unos treinta metros de largo, y con un puñado de pasadizos que salían de la pared a intervalos irregulares. Drere había caído, y su sangre humeante estaba empezando a congelarse, formando una capa dura y resbaladiza sobre una herida abierta que había recibido en el pecho. Tenía el rostro contraído por el dolor y estaba muy pálida por la impresión. Vorhees estaba inclinado sobre ella, disparándole rayos láser a la monstruosidad que obviamente le había infligido la herida y haciéndola retroceder entre gritos de ira y frustración[30].
La caverna era un verdadero torbellino de cuerpos que se retorcían y disparos por todas partes. Los haces de los iluminadores y los rayos láser emitían multitud de destellos cuando los soldados giraban las armas para enfrentarse a la amenaza que percibieran más cerca. Decidí que no era lugar para mí, y me hice a un lado para permitir que el equipo de Grifen se uniera a la batalla. Le puse un brazo en el pecho a Logash como si pretendiera protegerlo del peligro (de hecho, como sería de esperar, si alguna de aquellas bestias se hubiera acercado lo más mínimo a nosotros, podría habérselo llevado con mi bendición; y si hubiese sabido la cantidad de problemas que estaba a punto de causar, probablemente se lo hubiera lanzado a la más próxima, deseándole buen provecho).
Los refuerzos arrimaron el hombro con muy buena voluntad, apuntando a la oleada de monstruos furiosos que surgían de entre las sombras para atacarnos. Había demasiados para contarlos, o al menos eso parecía en aquel momento. Cuando las esquirlas de hielo finalmente se asentaron, pudimos comprobar que las estimaciones de Logash no eran tan descabelladas, pues eran cinco las criaturas tendidas en el suelo. Pero si me hubieran pedido que hiciera un cálculo aproximado entre tanta confusión, probablemente habría dicho que había docenas de ellas.
—¡Elijan los blancos! ¡Disparen con tino! —gritó Grifen, dando ejemplo con sus propias acciones. Apretaba el gatillo de forma metódica, realizando un único disparo a la cabeza del ambull más cercano con una precisión encomiable, apuntando a los ojos y a la boca. Un rayo láser impactó contra el paladar de la bestia haciendo saltar hacia atrás un trozo de masa cerebral, que se quedó colgando de la pared helada y se solidificó como una excrescencia obscena mientras la criatura caía de espaldas. Se desplomó con un estruendo que pude oír por encima de la cacofonía de la batalla.
—¡Que el Omnissiah nos proteja! —Logash temblaba, conmocionado, lo cual me sorprendió dada la gran cantidad de metal que había en él. Era evidente que mirar hologramas de especies exóticas en la comodidad de sus habitaciones era mucho más divertido que tener a la realidad ensangrentada tratando de arrancarle a uno la cara.
—Aquí. Ocho en punto. —Jurgen hizo un gesto familiar con las manos y arrojó por encima de las cabezas de los monstruos más cercanos una granada de fragmentación que estalló en medio de los que estaban atrincherados en la parte de atrás (las crías que acababan de salir del nido, tal como dijo Logash cuando tuvo la oportunidad de examinarlas, pero a mí me parecían bastante peligrosas avanzando sedientas de sangre, igual que las otras con las que nos habíamos encontrado).
Un grito a mi derecha me hizo volver la cabeza justo a tiempo para ver un par de horribles mandíbulas cerrándose sobre el brazo del sanitario con un fuerte crujido que me hizo pensar en huesos rotos o algo peor. Mientras la criatura lo levantaba del suelo, yo me volví, con la espada sierra chirriando, y avancé de un salto para cortarle aquella enorme mandíbula. Él sanitario cayó pesadamente, agarrándose el brazo herido, y rebuscó en su bolsa un autoinyectable con la mano sana. Eso debería haber sido suficiente para demostrar mi participación en la batalla y permitirme volver a hacerle de niñera a Logash, pero, como era de esperar, aquella cosa vino a por mí. Hice oscilar de nuevo el arma, maldiciéndome por mi estupidez. Jurgen levantó el melta, vacilante, incapaz de disparar sin matar a tantos de los nuestros como criaturas, y tuve un instante para preguntarme si alguna vez tendría la oportunidad de sugerirle que la próxima vez eligiera algo más manejable, como un rifle infernal o un lanzallamas. Entonces, una línea de cráteres ensangrentados apareció en el pecho del ambull.
—¡Gracias! —le grité a Karta, y le di el golpe de gracia a mi enemigo, que apenas se mantenía en pie, separándole la cabeza de los hombros mientras caía de rodillas (cosa que probablemente era innecesaria, pero era un gesto sumamente teatral para un héroe del Imperio, y a los soldados que me rodeaban pareció gustarles).
De repente me fijé en que se hacía el silencio a nuestro alrededor, interrumpido sólo por el ruido del hielo al volverse a congelar y por los gemidos de los heridos.
—¿Bajas? —pregunté, volviendo a mi apariencia preocupada por los soldados. Grifen me dio un rápido informe.
—Dos de gravedad. Unos cuantos cortes y cardenales entre el resto, pero sobrevivirán. —Volvió su atención al sanitario, que estaba tratando a Drere lo mejor que podía con la mano buena. Vorhees lo ayudaba con expresión compungida.
—¿Cómo está? —pregunté, acercándome a ellos.
—Se pondrá bien —dijo Vorhees secamente, dejando claro que no estaba de humor para aceptar ningún otro resultado; me acordé de cómo había pronunciado su nombre de pila cuando empezó la lucha, y me olí problemas. Estaba claro que su relación no era simplemente profesional. Y si ella moría, sin duda él se culparía por no haber ido en cabeza en su lugar. De cualquier modo, estaba claro que sus pensamientos ya no iban dirigidos a los objetivos de la misión—. ¿Verdad, doc[31]?
—Claro que sí —respondió el sanitario, y todos menos Vorhees percibimos la incertidumbre presente en su voz—. Sólo habrá que implantarle un pulmón y un hígado y quedará como nueva.
Eso suponiendo que consiguiéramos llevarla de vuelta a tiempo. Yo lo dudé. Nuestra misión estaba lejos de haber acabado, pero no habíamos visto señales de presencia orca en aquellos túneles, y los pielesverdes no eran exactamente sutiles. Y ya que hablamos de ello, tampoco habrían dejado a ningún ambull con vida ahí abajo. Lo más probable era que el sistema de túneles fuera completamente seguro, y no ganaríamos nada llegando hasta el final.
Por otro lado, no he llegado a vivir doscientos años siendo complaciente. Teníamos que asegurarnos de que los orcos no conocían la existencia de los túneles, y la más mínima duda podría echar al traste por completo nuestros planes de defensa de la refinería. Pero esa certeza sólo podríamos adquirirla con tiempo; un tiempo que estaba claro que Drere no tenía si queríamos salvarle la vida.
Odio ese tipo de elecciones. No suelen terminar bien, y lo único que se puede hacer es elegir la menos mala, lo cual me ponía muy nervioso. ¿La certeza de que aquello era así, o la pérdida potencial de mi cuidada imagen de líder que se preocupa por los soldados con los que sirve? La ilusión de que era uno de ellos me había salvado la vida muchas veces, al pagarme con la misma lealtad que creían que yo sentía por ellos.
Fue Jurgen el que me sacó del punto muerto en el que estaba mi vacilante cerebro. Tal y como le había ordenado, se había quedado cerca de Logash, quien, como era de esperar, hizo caso omiso de la carnicería que lo rodeaba. Ahora estaba entreteniéndose en agitar el auspex por toda la estancia y arrancar trozos de hielo de las paredes con sus dedos potenciados por razones que se me escapaban.
—Comisario, debería echarle un vistazo a esto. —Como era habitual, la voz de mi ayudante no daba muestras de excitación, pero lo conocía lo bastante bien como para reconocer el trasfondo de urgencia en su tono. Me dirigí hacia la esquina donde estaba agachado el tecnosacerdote, escarbando en el hielo como un niño en la arena de la playa.
—¿Qué es lo que ha encontrado? —pregunté, y después de que haber echado un buen vistazo por encima de su hombro, deseé no haberlo hecho.
—Parece un vertedero —dijo, y su voz parecía la de un joven comparando estadísticas de scrumball. Cogió un fragmento de hueso que parecía inquietantemente humano.
—¿Un qué? —preguntó Jurgen, frunciendo el ceño.
—Un montón de restos —explicó Logash—. Los ambulls están bastante bien organizados y dejan sus desperdicios en una parte concreta de la guarida… —Di un paso atrás cuando me di cuenta de lo que eran aquellas partes descoloridas en el hielo en las que estaba escarbando tan alegremente. El tecnosacerdote siguió parloteando—. Analizándolos de forma adecuada podríamos determinar qué estaban comiendo…
—Ya sabemos lo que estaban comiendo: Mineros. —Grifen se unió a nosotros y bajó la voz—. Drere está muy mal, comisario. ¿Seguimos adelante, o volvemos? —Estaba claro cuál era la alternativa que prefería.
—Dudo que eso hubiera constituido una fuente de alimento suficiente —dijo Logash, que seguía cavando, respondiendo distraídamente a la única parte del comentario de Grifen que suscitaba su interés. Comenzó a sacar algo grande del hielo—. ¿Qué tenemos aquí?
—Es un cráneo —respondió Jurgen amablemente, incapaz de reconocer una pregunta retórica aunque saltara y lo mordiera. Me quedé mirando el cráneo, preguntándome ociosamente a cuál de los desafortunados mineros pertenecería, y de repente me quedé helado cuando algo en su forma hizo saltar alarmas en mi mente. El cráneo era de frente prominente y parecía bastante pesado. Tenía la mandíbula prognática, y cuando Logash le quitó el hielo de alrededor, pudimos ver unos colmillos que sobresalían de la parte inferior.
—Es de un orco —añadí innecesariamente.
Así que ahí estaba mi respuesta. Aunque los pielesverdes fueran o no conscientes de ello, había un camino hasta aquel laberinto más allá de sus líneas, y cualquier elección que hubiera podido hacer era ahora discutible. Me volví hacia Grifen.
—Seguimos adelante —dije.