Nota editorial:
Me disculpo sinceramente por incluir el siguiente extracto, pero pienso que resultaría interesante incluir una perspectiva más amplia de la situación táctica que la típica perspectiva egocéntrica de Cain. Ojalá hubiera sido capaz de encontrar algo más legible. Si encuentran el estilo (o más bien la falta de él) tan infumable como yo, siéntanse libres de saltárselo.
Extracto de Como un fénix de entre las llamas: la fundación del 597.º, por la general JENIT SULLA (retirada), 097.M42
La marea verde se estrelló contra el baluarte de nuestras defensas con el mismo ímpetu que una ola de mar contra un rompeolas. Ya que eso es lo que éramos, protegiendo la pequeña isla de civilización que estaba a nuestras espaldas del monstruoso mar de brutalidad que amenazaba con destruirlo todo. Para mayor orgullo fue a nosotros, la Tercera Sección, Segunda Compañía, a los que encomendaron la tarea de suma importancia de mantener una fortificación construida a toda prisa en el mismo centro de nuestra línea de vanguardia, y ni uno de nosotros eludió tal responsabilidad. Mientras estaba parapetada bajo un muro de hielo, examiné mi placa de datos táctica, haciendo caso omiso de los proyectiles que impactaban contra él y me rociaban con un refrescante polvo helado y observando satisfecha la disposición de los escuadrones bajo mi mando. Como era de esperar, todos estaban apostados con una precisión perfecta, y me permití un instante de orgullo ante el nivel de preparación para la batalla que demostraban.
—¡Aquí llegan! —gritó alguien. Una voz que expresaba, para mi gran satisfacción, júbilo en vez de miedo, y un rápido vistazo por encima del muro de hielo lo confirmó. Una horda de orcos corría hacia nosotros, gritando en su lengua bárbara, y di la orden de no abrir fuego. Siguieron acercándose, pisoteando los cuerpos de los caídos que ya habíamos dejado esparcidos sobre los campos de hielo inmaculados, levantando la nieve en polvo mientras avanzaban, con lo que parecía que las filas frontales estuvieran sumergidas hasta la cintura en la niebla. Al igual que la oleada que nos había atacado antes, parecían especímenes escuálidos, nada parecidos a las monstruosidades de fuerte musculatura que el comisario Cain había vencido tras el aterrizaje de nuestra lanzadera[18], pero no por ello morían tan fácilmente como era de esperar cuando se ponían al alcance de nuestras pistolas láser.
—¡Fuego! —ordené, y una devastadora ráfaga de láser aniquiló las filas de vanguardia. Cayeron por docenas, y siguieron cayendo los que los seguían cuando los muertos los hicieron tropezar: Inmediatamente, los cañones láser y los multiláser fijos, que habíamos colocado cuidadosamente, terminaban el trabajo, creando un fuego cruzado fulminante que los hacía pedazos. Tras un momento de indecisión, los supervivientes se dispersaban y huían en todas direcciones, dejando atrás algunos especímenes de tamaño más normal, que parecían haber estado dirigiéndolos cruelmente, expuestos ante nuestros ojos y nuestros disparos; y esto vino a ser su condena a muerte, ya que fueron aniquilados en una segunda descarga de artillería.
—Es como matar ratas dentro de una caja —dijo la joven cabo que estaba junto a mí. La reprendí, pero apenas pude disimular la satisfacción en mi propia voz.
—Dudo que se den por vencidos tan fácilmente —dije, y, por supuesto, tenía razón. El ataque frontal, tal y como había sospechado, era una distracción, y el rugido de los motores anunció un ataque por el flanco con un escuadrón de extraños vehículos que parecían motocicletas con ruedas de oruga. Llevaban armas pesadas, seguramente bólter, fijadas a los lados en una especie de grúas, y abrieron fuego con un estruendo que casi ahogó el ruido de sus motores.
—¡Fuego a discreción! —ordené, y la nieve que los rodeaba se levantó en surtidores con el fuego concentrado de nuestro valiente ejército—. ¡Muerte a los enemigos del Emperador!
Debo confesar que me emocioné al oír los vítores de respuesta de los héroes que estaban bajo mi mando, y la convicción de nuestra inevitable victoria me subió los ánimos hasta tal punto que, a pesar del peligro, en mi rostro se dibujó una sonrisa.