CUATRO

CUATRO

—¿Y no tiene usted idea de lo que era? —preguntó Broklaw. Negué con la cabeza. En las tres o cuatro horas que habían pasado desde que habíamos vuelto de las profundidades de la mina me habían hecho esa pregunta a menudo.

—Ni la más remota. Pero le aseguro que no sería una buena mascota. —Algunos de los presentes en el centro de mando dejaron escapar una risita obsecuente. Aparte de mí y del mayor, Kasteen era la única otra persona que estaba sentada en lo que yo consideraba, sin poder evitarlo, la parte militar de la mesa de conferencias. Enfrente estaba Morel, cuyo interés en la situación era innegable y cuya reacción había estado entre la conmoción, al recibir la noticia de que sus peores miedos se habían hecho realidad, y la amarga satisfacción al ver sus premoniciones confirmadas. Junto a él había representantes del Administratum y del Adeptus Mechanicus. Nos rodeaba el resto de los oficiales de alto rango, que seguían controlando las posiciones de las tropas y los informes de inteligencia, ignorando lo mejor que podían al pequeño grupo de civiles mientras entraban y salían con placas de datos y tazas de tanna.

Recordando el consejo de Quintus, había solicitado que él y Logash fueran nuestros enlaces con sus respectivas órdenes, y me complacía comprobar que la decisión había sido la correcta. El joven amanuense era tan afable como recordaba, y Logash había demostrado ser un hombre ingenioso y de modales refinados; todo lo contrario que su superior, siempre a la defensiva. Para gran alivio de Kasteen, tenía pocos implantes visibles, aparte de un par de ojos metálicos irisados que reflejaban la luz cuando movía la cabeza, y aunque el Emperador sabe lo que llevaba oculto bajo la túnica, fue capaz de ocultar su repulsión. (Cuando le pregunté por qué encontraba tan inquietantes a los tecnosacerdotes, sencillamente se encogió de hombros y dijo: «Son raros, eso es todo.» Nunca reaccionaba de esa manera ante mí o algún otro miembro del regimiento con implantes, así que supongo que se debía a que ella los percibía como personas que se habían despojado parte de su humanidad voluntariamente, o incluso con avidez.)[16]

—He estado revisando el Codex Ferae —apuntó Logash—, y basándome en la descripción de la bestia que hizo el comisario, estoy bastante seguro de que, sea lo que sea, no es originario de Simia Orichalcae.

—Entonces, ¿cómo demonios llegó aquí? —preguntó Morel. Logash se encogió de hombros.

—Quizá lo trajeran los orcos.

—Eso es muy poco probable —intervino Kasteen, regocijándose abiertamente al contradecir al tecnosacerdote, pero él se lo tomó con calma y le cedió la palabra, ya que ella tenía más experiencia.

—Usted es capaz de juzgar eso mejor que yo. —Volvió a encogerse de hombros—. Quizá viajara de polizón en una de nuestras lanzaderas de carga, entonces.

Quintus asintió, mostrándose de acuerdo.

—Ciertamente no son demasiado grandes para que algo así pase inadvertido. Recuerdo hace un par de años, cuando algunos de los mineros pensaron que sería divertido esconderse en algún…

—¿A quién le importa cómo llegó hasta aquí? —lo interrumpió Morel—. La cuestión es: ¿qué vamos a hacer al respecto?

—Volver ahí abajo y matarlo —dije. Morel asintió satisfecho, pero Quintus entrecerró ligeramente los ojos.

—No quiero que parezca que dudo de su sentido de la prioridad, pero está claro que los orcos son la mayor amenaza. ¿Acaso esa cosa no puede esperar hasta que hayamos acabado con ellos?

—La criatura no es lo que nos preocupa —afirmó Kasteen—, sino los túneles que no aparecen en ningún mapa y que el comisario encontró allí abajo.

—Probablemente los excavara la bestia —dijo Logash. Sacó una pizarra de datos de entre los pliegues de su túnica y comenzó a tomar notas con un lápiz óptico que tenía incrustado en la punta de un dedo—. Eso coincidiría con el tamaño de las garras que vio el comisario…

—No importa quién los excavara —señalé—. Lo que importa es que son un agujero potencial en nuestras defensas. —Como para subrayar mis palabras, una luz brillante se recortó a través de la nieve, que caía de modo incesante, al otro lado de la ventana, seguida casi inmediatamente por el ruido sordo de una detonación de explosivos.

Los orcos habían sido tan amables de llegar a tiempo y estaban ocupados arrojándose (o más bien arrojando a su carne de cañón) contra nuestras líneas defensivas exteriores con una gratificante falta de éxito hasta el momento. Afortunadamente, Mazarin y sus acólitos habían conseguido que la lanzadera dañada levantara de nuevo el vuelo en cuestión de horas, y el resto de nuestro despliegue había transcurrido sin contratiempo, así que estábamos más que preparados para enfrentarnos a ellos, a pesar de mis miedos.

—Entiendo lo que quiere decir —dijo Quintus—. ¿Qué es lo que sugiere?

—Voy a volver ahí abajo —dije—, con un escuadrón de soldados. Haremos un mapa de los túneles mientras avanzamos, y mataremos a la criatura cuando la encontremos.

—¿Va a ponerse al mando del grupo usted mismo? —preguntó Logan.

Asentí.

—El comisario Cain es con mucho el mejor hombre para la misión —explicó Kasteen—. Tiene más experiencia de lucha en túneles que ningún otro miembro del regimiento.

Debo añadir que no es que yo lo hubiera elegido así, pero si me mantenía lejos del frío y de los orcos, no iba a poner objeciones.

—Me gustaría ir también, si se me permite —solicitó Logash. Creo que no exagero cuando digo que el resto de nosotros lo miramos atónitos—. La xenología es una de mis aficiones. Podría identificar lo que estamos buscando.

—Esta es una misión de búsqueda y exterminación, no un paseo por el zoo —replicó Kasteen, irritada.

Logash pareció algo alicaído, y pensé que estaba siendo demasiado dura con el muchacho. Al menos estaba intentando ayudar, no como sus superiores, y no parecía una idea tan buena aplastar ese entusiasmo. Además, yo no tenía objeción en cuanto a presentarle a la bestia otra comida potencial que se interpusiera entre ella y yo (por supuesto, si hubiera sabido cuántos problemas iba a ocasionar, lo habría dejado atrás, o incluso le habría disparado directamente; pero el arrepentimiento representa una pérdida de tiempo que de otro modo se podría aprovechar bebiendo, como solía decir mi viejo amigo Divas).

—Será bajo su propia responsabilidad —le dije—. Y estará usted bajo la autoridad militar. Eso quiere decir que hará usted lo que se le diga y cuando se le diga. ¿De acuerdo?

—De acuerdo —asintió ansiosamente—. ¿Me darán una pistola?

—Por supuesto que no —dijimos a la vez Kasteen y yo.

Después de que hubieran salido todos los civiles, Kasteen, Broklaw y yo volvimos al asunto de la guerra. Nuestra estrategia de mantener la línea principal del avance orco atascado en la parte más estrecha del valle parecía estar funcionando, al menos por ahora. La particular naturaleza de un mundo helado, y los conocimientos valhallanos de cómo sacar partido de ello, nos estaban proporcionando jugosos dividendos, cosa que las últimas descargas de los sensores del Puro de Corazón estaban dejando bastante claro. Eché un vistazo a la imagen borrosa que aparecía en el hololito táctico. Parecía como si alguien lo hubiera dejado caer en el trayecto desde el campo de aterrizaje, ya que la representación tridimensional del campo de batalla a veces saltaba un poco a la izquierda, se quedaba en blanco, y después se recargaba. Dejaba claro, lamentablemente, que quizá no deberíamos haber tenido tanta prisa por deshacernos de Logash (que prácticamente había salido dando brincos, ansioso por partir, y parloteando acerca de horribles formas de vida que probablemente no tenían nada que ver con nuestro intruso).

—Nunca hay un tecnosacerdote cerca cuando lo necesitas —murmuró Broklaw, obviamente pensando lo mismo que yo. Miró de reojo a la coronel, que fingió no haberlo oído.

El terreno congelado nos había permitido fortificar a fondo con una facilidad que hubiera sido imposible en casi cualquier otro lugar. Yo estaba observando (cuando me lo permitía el hololito) una extensa red de trincheras y fosos de artillería que nos hubiera llevado semanas excavar en terrenos más normales, pero que habían sido vaciados en cuestión de horas gracias al buen uso de nuestros lanzallamas pesados y multiláser. Por supuesto, la mitad de las tropas habrían muerto allí si no hubieran sido valhallanos, y las temperaturas congelantes que había fuera eran como las de un centro vacacional, en lo que a ellos concernía. Incluso tuve que detener un par de peleas de bolas de nieve antes de que los orcos aparecieran para aguarnos la fiesta[17].

—Hasta aquí hemos llegado —dije, bastante satisfecho con la conducta de nuestros soldados. Las líneas se mantenían bien, y la observación desde la órbita mostraba que el avance orco se había detenido casi por completo a la vista de aquella resistencia inesperada. Por lo que sabía, la topografía del valle nos estaba beneficiando tanto como esperábamos, con el numeroso frente orco en el cuello de botella de la entrada y precipitándose hacia nuestra zona de exterminio. Por supuesto, como eran orcos, aquello no disminuía su entusiasmo, sino todo lo contrario. Algunos fogonazos de disparos en los bordes de la turba indicaban que se habían desatado tiroteos fratricidas al haberse impacientado los grupos que estaban más lejos de la batalla, que habían empezado a abrirse paso a tiro limpio a través de sus camaradas para llegar hasta nosotros. Bueno, a mí me parecía bien, cuanto más se mataran entre ellos mejor, pero todavía había muchos en el lugar del que habían venido.

—¿Qué es eso? —preguntó Broklaw, señalando hacia un punto en el radar que estaba algo más atrás del grueso del ejército orco. Fuera lo que fuese era enorme, y se movía lenta pero inexorablemente hacia nosotros. Una fuerte premonición hizo que se me formara un nudo en el estómago mientras lo miraba. Tenía una horrible sospecha de lo que podía ser, pero recé fervientemente al Emperador para estar equivocado (no es que pensara en ningún momento que él me pudiera estar escuchando realmente, pero nunca se sabe, y alivia el estrés).

—Según parece, es enorme —dijo Kasteen, algo confusa. Antes de expresar mis miedos, lo cual haría que se concretaran aún más, llamé a Mazarin, que estaba a bordo de la nave en órbita, para solicitar un análisis más detallado. De ese modo podría seguir aferrándome a la esperanza de estar equivocado unos pocos minutos más.

—Único contacto, a unos doscientos kloms… kilómetros hacia el oeste —dije—. ¿Podría darnos más detalles?

—Si es la voluntad del Omnissiah —dijo alegremente la tecnosacerdotisa, y tardó unos instantes en realizar los rituales apropiados. Después de una breve pausa, su voz volvió a sonar, algo más áspera—. Es un único artefacto, de aproximadamente ochenta metros de alto. Propulsado por sus propios medios, con una señal térmica bastante elevada que indica algún tipo de proceso de combustión. Carcasa metálica, principalmente ferrosa en su composición —vaciló—. Lo siento, comisario, no tengo ni idea de lo que es. Puedo meditar sobre ello pero…

—No es necesario, gracias —respondí—. Acaba usted de confirmar lo que ya sospechaba. Es un gargante. —Kasteen y Broklaw se miraron horrorizados. El artefacto que se acercaba era el equivalente orco de un titán de batalla, y aunque pareciera tosco, seguro que tendría suficiente potencia de fuego a bordo para atravesar nuestras líneas defensivas sin apenas detener su marcha—. Cualquier sugerencia que tengan acerca de las vulnerabilidades que podamos aprovechar será muy bienvenida.

—Analizaré los datos y veré qué puedo encontrar —prometió.

—No podemos pedir más —dije, y me volví hacia los demás oficiales. Estudiamos el hololito juntos, con el ceño fruncido—. Supongo que tenemos menos de un día antes de que llegue… —comencé, pero la voz de Mazarin volvió a interrumpirme.

—Disculpe la interrupción, comisario, pero el capitán quiere hablar con usted.

—Éste no es exactamente el mejor momento —repliqué, pero cambié de opinión a continuación. Si las cosas iban terriblemente mal, lo que parecía bastante probable en ese momento, el Puro de Corazón era mi mejor opción para salir del sistema y poner mi culo a salvo. Y cabrear a Durant no sería muy buena idea—. No, pásemelo.

—¿Por qué mi nave está llena de terrícolas? —preguntó el capitán con el mismo tono áspero de siempre—. Acabo de librarme de sus soldados y ahora me está enviando en las lanzaderas a la mitad de la población de esa miserable bola de hielo.

—Estamos enviándole a más de la mitad —dije, tratando de parecer razonable—. Pensaba que el Administratum lo había arreglado con usted.

—¿Se refiere a Pryke? —Al otro lado del comunicador se oyó un gruñido asqueado—. Es una mujer imposible, no escucha nada de lo que le digo. ¿Cómo consiguió que cooperara con usted, en el nombre del Emperador?

—Resultó sorprendentemente fácil después de que el comisario amenazara con dispararle —dijo Kasteen con una media sonrisa. Durant se quedó sin habla durante unos instantes.

—Hum. Supongo que merece la pena intentarlo. —Su voz sonó ligeramente divertida—. Pero eso no contesta a mi pregunta.

—Estamos evacuando tantos civiles como podemos —explicó Broklaw—. En especial a las familias de los trabajadores. Estarán mucho más seguros con usted que aquí abajo.

—Y podremos luchar con mayor eficacia si estamos seguros de que no se meterán en medio —añadió Kasteen, siendo algo más sincera.

—Querrá decir si no se les meten a ustedes por medio. —El capitán pareció aplacarse—. Supongo que podemos ubicarlos en un par de muelles de carga, ahora que no están abarrotados con su chatarra militar.

—Se lo agradeceríamos —dije.

—Sin problemas. Estoy seguro de que el Administratum puede permitirse el precio de los billetes —cortó la conexión bruscamente.

Por supuesto, había otra razón que no le habíamos contado para evacuar a los empleados de la planta, ya que ninguno de nosotros quería pensar en ello. Si éramos incapaces de mantener el lugar, y yo estaba menos seguro de ello que hacía veinte minutos, los orcos querrían hacer uso de él. No tenía sentido dejarles un montón de mano de obra esclava altamente cualificada que mantuviera la producción de promethium en los niveles actuales. Sus propios mecánicos averiguarían cómo funcionaba el proceso con el tiempo, por supuesto, pero no serían ni la mitad de eficientes. Y, con suerte, tendríamos tiempo para lanzar un contraataque o llamar a los Astartes para esterilizar el lugar antes de que pusieran a funcionar la planta de nuevo a pleno rendimiento.

Me quedé mirando al hololito y el punto en el radar, que apenas se movía, que representaba al gargante. No teníamos nada en nuestro inventario capaz de luchar contra algo como aquello: ni tanques ni artillería, y, por supuesto, ni siquiera nuestros propios titanes. Broklaw se fijó en la trayectoria de mi mirada.

—Anímese —dijo—. Pensaremos algo.

—Mejor que sea rápido —apuntó Kasteen.