VEINTIUNO
La venganza es un plato que se sirve mejor con mayonesa y esa especie de palitos con sabor a queso.
OSRIC EL DESCABELLADO, gobernador planetario de Corania
(nombrado en el 756.M41, destituido por el Officio Assassinorum en el 764.M41)
Tal como resultaron las cosas, no tuve que esperar mucho para acudir al tribunal. Dadas las circunstancias, Zyvan permitió graciosamente al Comisariado que lo convocara en sus oficinas de Adumbria una vez las corrientes de la disformidad se estabilizaron lo suficiente como para que los astrópatas pudieran volver al trabajo, y un dinámico intercambio de tráfico de señales dejó claro que nadie se iba a molestar en realizar el viaje desde la oficina del subsector en Corania para atender un caso que todos los involucrados consideraban ya cerrado.
Por aquel entonces, el resto de nuestra flota había llegado por fin, con el rostro congestionado y jadeante, metafóricamente hablando, justo a tiempo para jugar un par de rondas rápidas de caza al hereje. Los últimos supervivientes de los invasores de Khorne fueron atrapados en muy poco tiempo tras la llegada de nuestros refuerzos, permitiendo que los cinco regimientos que habían sufrido lo peor de la lucha pudieran disfrutar de unos merecidísimos días de descanso y que Kasteen y Broklaw encontraran tiempo para reunirse conmigo en Skitterfall y acudir al juicio.
—Se lo agradezco —dije, poniéndome tan cómodo como me fue posible en el banco que había fuera de la sala de conferencias donde los dos comisarios kastaforeanos y el valhallano del 425.º estaban terminando de deliberar. Beije estaba al otro lado del vestíbulo, acompañado sólo por Asmar, y todavía frotándose con expresión ausente el lugar donde el demonio lo había lamido; sospecho que durante la experiencia adquirió un tic nervioso que le duraría toda la vida.
—Era lo menos que podíamos hacer —me aseguró Broklaw, haciendo crujir los nudillos y sofocando un bostezo—. Usted puso toda la carne en el asador por nosotros en múltiples ocasiones. —Aquello era cierto, aunque no había sido por voluntad propia.
—Cierto. —Kasteen le lanzó una mirada venenosa al otro comisario—. ¿Es cierto que lo retó a un duelo por insultarme?
—Me lo tomé más como un insulto a todo el regimiento —dije, quitándole importancia, como solía hacer.
Kasteen asintió, sin creérselo ni por un momento.
—Gracias de todos modos —dijo.
—Entonces, ¿cómo van las cosas con el general supremo? —preguntó Broklaw, rompiendo aquel silencio tan incómodo.
Me encogí de hombros.
—Prácticamente igual que siempre. Todavía no juega demasiado bien al regicida.
Sin embargo, la tarde que habíamos pasado juntos el día anterior había sido agradable, aunque algo ensombrecida por la posibilidad de que pudiera ser la última. Ninguno de nosotros esperaba que las ridículas acusaciones de Beije prevalecieran, especialmente después de que Zyvan se hubiera ocupado secretamente de que los tres comisarios que formaban el tribunal tuvieran acceso a información de alto secreto que no les dejara ninguna duda acerca de lo que habría pasado si no hubiera actuado como lo hice, pero siempre existía la posibilidad de que alguno de los kastaforeanos aplicara el reglamento en vez de una dosis de sentido común (que, por lo que he podido observar, es bastante poco común).
—Pensé que le apetecería un refrigerio —dijo Jurgen, materializándose a pocos pasos detrás de su inconfundible aroma y tendiéndome una bandeja llena de tazas de tanna.
—Gracias, Jurgen. —Cogí una, agradecido, y tomé un sorbo del aromático líquido.
—Comisarios. —Un miembro de la guardia personal del general supremo apareció en la puerta de la sala de conferencias—. El tribunal está listo para anunciar su veredicto.
—Típico —solté de mal humor—. Esperas toda la tarde una bebida decente y entonces… —Volví a poner la taza en la bandeja.
—Mantendré la tetera caliente para usted, señor —dijo Jurgen, que había llegado tan cerca como le era posible de desearme suerte o expresar preocupación, y yo asentí.
—No tardaré mucho —afirmé, acallando un repentino nerviosismo que me tomó completamente por sorpresa. Maldita sea, acababa de vérmelas con un demonio, y no era la primera vez, pero unos pocos minutos escuchando a mis colegas imbuidos de presunción no podía compararse ni remotamente con aquello. Así que, al menos de cara al exterior, permanecí completamente impasible mientras entraba en la sala de conferencias junto a Beije y me detenía en posición de descanso frente al trío de comisarios vestidos de negro que estaban sentados tras la mesa de madera pulida.
Dravin, el comisario de los tanques valhallanos, dirigía el tribunal en virtud de sus largos años de servicio (casi el doble que cualquiera de sus colegas), y tenía los codos apoyados sobre la mesa y la barbilla sobre las manos.
—Este ha sido un caso poco convencional —comenzó sin preámbulos—, y uno que mis colegas y yo hemos tenido que contemplar con la más absoluta seriedad. Afortunadamente, nuestro veredicto ha sido unánime en todos los aspectos. —Hizo una pausa, para darle un efecto dramático. Beije se pasó la lengua por los labios, nervioso, y yo permanecí impasible, con la práctica que da el estar siempre fingiendo; uno no juega tan bien al póquer como yo sin aprender a ocultar las emociones. Dravin hizo un gesto hacia la placa de datos que tenía frente a sí—. No hemos tenido ninguna duda al encontrar todos los cargos presentados contra el comisario Cain como carentes de base o fundamento.
Incliné la cabeza, en lo que calculé que sería una respuesta lo bastante comedida para un hombre de mi reputación, y saboreé el quejido de decepción que escapó de los labios apretados de Beije.
Dravin me devolvió el gesto.
—Sin embargo —continuó—, dadas las circunstancias, no hemos tenido más opción que añadir nuevos cargos. Unos cargos que, debo decir, nos causan una gran decepción y que influyen negativamente en la reputación de conducta escrupulosa por la que el Comisariado siempre ha apostado. —Debo admitir que esto era una sorpresa, y bastante desagradable. Pero eliminé todo vestigio de emoción de mi rostro tan fácilmente como antes e hice todo lo posible por hacer caso omiso a la mirada triunfal de Beije, asintiendo con gesto adusto. No había por qué preocuparse todavía.
—Espero su veredicto con interés —dije con voz tranquila.
—Sin duda. —Dravin volvió a dirigir la vista hacia su placa de datos—. Tomas Beije, este tribunal lo acusa de conducta impropia de un comisario. Su injustificada interferencia para con el comisario Cain en el ejercicio de su deber podría haber tenido consecuencias realmente catastróficas, no sólo para el mundo de Adumbria, sino para todo el sector.
Miré de reojo a Beije. Parecía estar hiperventilando, incapaz de proferir ningún otro sonido que no fuera «pe… pe… pe…».
—Dadas las circunstancias, no nos queda más remedio que recomendar su inmediato relevo de las labores de campo mientras se profundiza en la investigación. Estoy seguro de que comprende que se le pueden aplicar las sanciones más duras una vez se formulen correctamente los cargos.
Así que, como podrán entender, me reuní con Kasteen, Broklaw y Jurgen en el pasillo con una tremenda alegría. Beije salió detrás de mí un rato después, tambaleándose, con cara de estar viendo ya al pelotón de fusilamiento apuntándole, y lo cogí suavemente por el brazo.
—Si te sirve de ayuda —dije con toda la sinceridad que pude reunir—, pretendo testificar que en mi opinión actuaste en todo momento movido por el más noble de los motivos. Estoy seguro de que tú habrías hecho lo mismo por mí.
—Por supuesto —respondió con una total falta de sinceridad. Comenzó a apartarse—. Ahora, si me disculpas, tengo que comunicarle las noticias al coronel Asmar…
—Por supuesto —asentí, comprensivo—. Con respecto a nuestra otra reunión, Jurgen actuará como mi testigo. Cuando hayas tenido tiempo para nombrar a alguien, quizá serías tan amable de proponer un lugar y una hora que te resulten convenientes.
—Eso… bueno, no será necesario. —Beije se pasó la lengua por los labios y bajó la vista hacia mi espada sierra, sin duda recordando que la última vez la había usado contra un marine del Caos y contra un demonio. Se volvió hacia Kasteen—: Es posible que haya hecho algunos comentarios en caliente. Si le he causado alguna ofensa, deseo transmitirle mis más sinceras disculpas.
—Ninguna ofensa, se lo aseguro —replicó Kasteen cortésmente.
—Bien. Bueno, entonces… —Beije se alejó dando tumbos y yo sonreí satisfecho. Dejaría que sudara un par de días antes de tirar de algunos hilos para que se librara. Realmente no soy un hombre vengativo, ya que tengo muchos otros defectos, y no tenía ningún sentido permitir que le disparasen. Podría haber aprendido algo de la experiencia, e incluso si no lo había hecho, iba a ser mucho más divertido verlo encogerse de vergüenza cada vez que recordara que le había salvado el cuello.
—Bien, entonces —repetí, volviéndome hacia mis amigos. A pesar del daño que había causado en nuestras tropas el luchar contra el culto del Caos, la vida en Skitterfall estaba volviendo a la normalidad, y sentí que tenía algo que celebrar—. Creo recordar que había un pequeño restaurante bastante agradable por aquí cerca. ¿Les apetece comprobar si todavía sigue en pie?
[En este momento de satisfacción personal termina el relato del incidente de Adumbria de Cain.]