VEINTE
Entonces el profeta habló diciendo: «Al carajo, mi fe es un escudo contra tus súplicas».
Bueno, puede que no sea el tipo más inteligente de la armería, pero puedo sumar dos y dos tan bien como cualquiera.
—Esos sueños —dije lentamente—, no eran solamente sueños, ¿verdad?
—¿Qué sueños? —preguntó Beije, mirando a la aparición sobrecogido por el horror, tan incapaz de apartar los ojos de aquel rostro fascinante y a la vez repulsivo como el resto de la congregación. El demonio y yo no le hicimos ningún caso y continuamos con nuestra conversación como si estuviéramos completamente solos. Sólo Jurgen daba alguna señal de vida, aunque su habitual expresión de vago desconcierto lo ocultaba perfectamente, y yo intenté mantener la atención de aquella cosa fija en mí. Una vez se diera cuenta de lo que era, y de que todavía teníamos una oportunidad de estropearle los planes, fueran cuales fuesen, apenas tendríamos unos segundos para reaccionar, en el mejor de los casos, antes de convertirnos en una desagradable mancha sobre la cubierta, o en algún otro aperitivo improvisado.
—Tenemos una conexión —respondió el demonio con voz profunda y seductora mientras recordaba mi encuentro con la humana que solía ser—. Cuando las corrientes de la disformidad eran favorables, o cuando estaba físicamente presente en este pequeño y monótono mundo, podía acariciar tu mente de vez en cuando. —Volvió a reír mientras se pasaba la lengua larga y sinuosa por los labios como si fuera una grotesca parodia de una cortesana coqueta.
—No comprendo —dije, tratando de ganar tiempo. Si Jurgen pudiera acercarse un poco y anular el poder que aquella cosa tenía para mantener a nuestros compañeros embelesados, había una pequeña oportunidad de que la pudiéramos pillar por sorpresa. No esperaba que un par de pistolas láser representaran una gran diferencia, para ser sinceros, pero el melta de Jurgen podría bastar para herirla, y si podíamos hacerle suficiente daño como para trastocar su presencia física allí, podríamos hacerla volver a la disformidad. No sería exactamente inofensiva en aquel lugar, pero al menos estaría lejos de nosotros.
El demonio volvió a reír, y a pesar de mí mismo sentí que me recorría un escalofrío de placer, como la sensación que tienes en una fresca mañana de otoño cuando brilla el sol y el mundo parece estar lleno de pequeños placeres.
—Cuando nos encontramos la otra vez, pensé que eras humana.
—Y lo era, tonto. —El demonio se alejó de nosotros, deslizándose, justo cuando estaba a punto de hacerle una señal a Jurgen para que actuara, así que tuve que desistir y esperar el momento oportuno. Emeli, y que el Emperador me ayude, porque no podía dejar de pensar en aquella cosa como la mujer por la que había estado a punto de perder el alma en Slawkenberg, se movió sigilosamente entre sus acólitos, haciéndoles tiernas caricias con los dedos, la lengua y la ágil cola retorcida. Y al tocarlos, los cuerpos caían, y ella les absorbía el alma con gritos de éxtasis terminal—. Pero serví bien a mi príncipe en vida, y recibió mi alma con regocijo. Me hice más fuerte en la disformidad, y después de un tiempo también fui capaz de influir en las cosas del mundo material.
—Pero no durante mucho tiempo, gracias al Emperador —dije, y el demonio se enfadó con una ira terrible y descarnada que estropeó la sensual perfección de sus horrendas facciones por un instante.
—¿Te atreves a invocar el nombre de tu dios cadáver en este lugar sagrado? —Partió en dos a uno de los devoradores de mundos en un arranque de despecho, cosa que todavía parecía en cierto modo coqueto y entrañable hasta llegar a lo grotesco, e hizo pedazos su armadura de ceramita como si fuera de papel. Cogió al otro y lo arrojó contra la pared, haciéndole una abolladura de la profundidad de mi antebrazo, dejando que el cadáver rebotara de manera aleatoria y cayera al suelo de metal haciendo un ruido similar al de alguien dejando caer un montón de cubos (aplastó a un par de fieles en el proceso, pero no creo que le importara demasiado).
—Primero había sido suyo —señalé. Bueno, técnicamente supongo que había sido del Omnissiah primero, pero ya había discutido bastante sobre el tema con Beije.
Emeli dejó escapar una risita, un eco grotesco de lo coqueta que solía ser, y volvió hasta donde estábamos, de nuevo con una sonrisa. Provocarla era una apuesta arriesgada, pero si tan sólo pudiera mantener su atención fija en mí el tiempo suficiente para ponerla al alcance de las extrañas habilidades de Jurgen, tal vez pudiéramos salir de allí con vida.
—El que lo encuentra se lo queda —dijo ella, deslizándose alrededor de otro grupo de adoradores delirantes y moribundos—. Ahora es mío, y pronto seré la reina de todo el mundo. —Puso cara de desagrado durante un instante—. Es un sitio pequeño y horrible por ahora, lo sé, pero pronto podré arreglarlo. ¿Qué te parece el color morado para el cielo? O quizá rosa. —Esbozó una sonrisa beatífica en aquel rostro tan horrendo—. Me encanta la decoración.
—¿Estás segura de que tendrás tiempo? —pregunté, todavía tratando de provocarla—. Creo recordar que los de tu especie no permanecen en el mundo físico durante mucho tiempo.
Un maremoto de risa meliflua me inundó, haciéndome sentir tremendamente feliz, y, a pesar del terrible peligro en el que nos encontrábamos, sentí que una sonrisa afloraba a mis labios al oír aquel sonido.
—Pobre Ciaphas. Realmente no lo entiendes, ¿verdad? —Me dirigió una mirada traviesa, tan cautivadora como tantos años atrás, cuando había sido una mujer tremendamente seductora que casi me había arrastrado a la perdición—. Esta vez no voy a volver a la disformidad. Me voy a quedar, y mis amigos vendrán también a jugar. La energía que he absorbido de estos juguetes será suficiente para romper la barrera entre los reinos para siempre.
El estremecimiento de terror que me recorrió al oír esas palabras fue suficiente para hacer que se disipara aquel glamur antinatural que el demonio había sido capaz de ejercer sobre mí, y sentí que el aire se me solidificaba en los pulmones. Ahora estaba más cerca de lo que había estado jamás, y el aroma de su cuerpo me invadió, irresistible y tentador, amenazando con embelesarme de nuevo.
—Vas a abrir un portal hacia la disformidad —conseguí balbucear, y detrás de mí pude oír a Beije gimiendo aterrorizado de sólo pensarlo. El aroma de Emeli se extendió y volvió a pasarse aquella lengua inhumana por los labios.
—No, tonto. Voy a convertir el planeta entero en un portal. La mitad dentro y la mitad fuera de la disformidad, por donde mis amigos puedan ir y venir cuando les plazca, y así podremos modelar la realidad a nuestro antojo. ¿No crees que será divertido?
—Quizá para ti —repliqué, comenzando a perder la cabeza por culpa de la cercanía de su presencia física.
A pesar del miedo y el asco que seguían consumiéndome, el deseo que una vez sentí por su forma humana también había comenzado a despertar, y la sensualidad inhumana de su cuerpo demoníaco conseguía multiplicarlo de alguna manera. Luché contra el impulso de abrirle mis brazos, mientras sentía un cosquilleo en la piel anticipándome a su contacto. Pero mi instinto de supervivencia siguió aferrándose a mí, como había hecho en su habitación la primera vez que trató de seducirme y reclamar mi alma. Sabía que rendirse significaba la muerte.
—Para nosotros quizá no tanto.
—No tienes ni idea —susurró el demonio, y un olor cálido y almizclado se extendió por mi rostro y me nubló los sentidos—. Los placeres que podría mostrarte, y la dicha que compartiríamos. Ya te lo dije una vez, podrías ser uno de nosotros y tener poderes que ningún mortal puede concebir, experimentar una eternidad de éxtasis. Todo lo que tienes que hacer es cogerlo. Tómame…
—¡A la mierda! —le espeté, y un súbito olor que me resultaba familiar vino a sustituir al que me había hechizado de aquella manera, y di gracias al Emperador por la presencia de Jurgen. Se había acercado un poco mientras Emeli estaba concentrada en seducirme, aunque desconozco por qué estaba tan empeñada en reclamar mi insignificante alma mientras había todo un mundo repleto de ellas. Quizá no era más que una triste perdedora y quería demostrar algo tras nuestro desafortunado encuentro—. ¡Mi alma es mía, y me la quedo! —Por puro reflejo saqué mi pistola láser y disparé.
—Eres realmente fastidioso —dijo el demonio con aire petulante, al parecer impávido ante la detonación del rayo láser, que no hizo más que chamuscar su pálida piel—. Haz lo que quieras, entonces. —La marca desapareció del todo en cuestión de segundos—. Veamos qué te parece morir, para variar. ¿De acuerdo?
Cargó hacia mí, hermosa y terrible, dispersando a los pocos acólitos que le quedaban mientras avanzaba. Volví a disparar repetidas veces, pero los rayos láser le hacían tan poco efecto como antes, y me encogí cuando extendió los brazos para atraparme…
Pero entonces se echó hacia atrás, con una expresión confusa y vacilante que nubló aquellos extraños ojos almendrados.
—¿Qué? —Miró a su alrededor, perpleja, y comenzó a retroceder—. ¿Qué estás haciendo? —Volví a disparar, y esta vez el rayo láser le dejó una herida de verdad, una pequeña pústula que supuraba un fluido viscoso. Cogí a Jurgen del brazo y lo hice avanzar. Teníamos que permanecer cerca de ella.
—¡Vamos! —exclamé—. ¡Ahora o nunca! —Esgrimí mi espada sierra, haciendo brotar una gota de líquido viscoso de una de sus manos extendidas, y en mi cráneo retumbó un chillido de indignación, como el de una cantante de ópera que sostiene una sola nota perfecta. Mahat y Karim salieron de su estupor y comenzaron a disparar, probando ser buenos tiradores, por suerte, para darle al enorme objetivo que tenían delante sin ponernos en peligro a Jurgen o a mí. Comenzaron a aparecer más heridas en su piel sensual.
—¡No puedes hacer esto! ¡No es justo! —aulló el demonio, lanzándose de nuevo contra mí. Me agaché frenéticamente, haciéndole un tajo en la pierna con la espada sierra, y Jurgen saltó hacia un lado levantando el melta, pero antes de que pudiera disparar, la cola larga y sinuosa lo golpeó en un lado de la cabeza y mi ayudante cayó al suelo, aturdido, junto con la preciada arma pesada—. ¡Detente, detente horrible hombrecillo!
Le dio un bofetón con el dorso de la mano a Karim que lo lanzó de espaldas por los aires, en una maraña de miembros y pistolas láser, pero Mahat siguió disparando obstinadamente. Me di cuenta de que Beije seguía allí de pie, con la boca abierta, como un estúpido maniquí de tienda.
—¡Dispara, estúpido! —exclamé, lanzándome a por el melta, que estaba en el suelo, y pidiéndole al Emperador que pudieran mantener al demonio ocupado el tiempo suficiente para que pudiera alcanzarlo y que se mantuviera dentro del radio del aura de Jurgen. Mi ayudante se despertó, poniéndose en pie con dificultad y sacudiendo la cabeza, atontado. Avanzó un paso tambaleándose y tratando de desenfundar su pistola láser.
—¿Qué? —Beije pareció darse cuenta de repente de que todavía tenía una pistola láser en la mano y disparó un par de veces con muy mala puntería, aunque al menos atrajo la atención de Emeli. Su cabeza se volvió bruscamente hacia él y la lengua larga y sinuosa salió disparada para agarrarlo por el brazo. Beije chilló aterrorizado mientras ella lo arrastraba inexorablemente hacia sus mandíbulas abiertas.
—¡Bien! ¡Mantenla ocupada! —exclamé para animarlo, mientras el comisario rechoncho se revolvía frenético tratando de coger su espada sierra. Me puse de pie y levanté la pesada arma, maravillándome por un instante ante la facilidad con la que Jurgen parecía manejarla, y disparé.
Un brillante destello actínico me abrasó los ojos cerrados, lo cual me dejó imágenes residuales danzando en la retina. Pestañeé para ver mejor y vi como el demonio se tambaleaba, con un enorme agujero atravesándole el torso. Una herida como ésa habría resultado fatal para cualquier criatura mortal, pero Emeli simplemente se tambaleó, consiguió recobrarse y se volvió para mirarme.
—Esta vez no —rugió, con una expresión de absoluta maldad en aquel rostro inhumano, mientras dejaba caer a Beije. Se dirigió hacia mí a una velocidad sobrehumana, sin darse cuenta de la presencia de Jurgen en su afán de cerrar las manos alrededor de mi cuello.
—Ya voy, comisario —dijo mi ayudante, todavía aturdido y enredado con la correa de su pistola láser. Tropezó con la pierna del demonio y éste chilló como si fuera incandescente, apartándose de un salto con una expresión en el rostro que sólo puedo describir como de terror.
Aquélla era la oportunidad que necesitaba. Volví a disparar el melta arrancándole un trozo de cabeza. El demonio aulló, abandonado ya todo fingimiento de civilización, y se abalanzó sobre mí, decidido a matarme. Hice un esfuerzo frenético por girar la pesada arma, maldiciendo su peso y volumen, ya que no me dio tiempo…
Y se tambaleó, estallando en multitud de salpicaduras de líquido viscoso. El chasquido de las pistolas láser retumbó por toda la sala, dejándome sordo y ahogando incluso el chillido de la condenada entidad de la disformidad. Durante un instante se retorció de dolor, atormentada, incapaz de decidir hacia dónde ir, después se desvaneció con el ruido atronador del aire, implosionando. Recorrí la habitación con la mirada, sorprendido al encontrármela llena de uniformes valhallanos.
—Se olvidó de contactarnos —dijo Detoi, lacónico, desde cerca de la puerta—. Así que vinimos a ver qué tal le iba.
—No tan bien como para no estar contento de verlos —suspiré, dejándome caer aliviado. Señalé al puñado de acólitos que todavía se retorcían débilmente en el suelo, dispersos por toda laestancia—. Tráiganlos y salgamos de este maldito lugar. Intenten no mirar a las paredes, les pueden freír el cerebro.
—Sin problemas. —El capitán hizo señas a dos soldados que llevaban lanzallamas—. Quemadlo todo.
—A mí me parece bien —afirmé, preguntándome por un instante qué diría Malden y decidiendo que no me importaba un bledo. Me volví hacia Jurgen, que estaba tan alerta como siempre, y le di el melta, que aceptó con algo parecido al entusiasmo—. Se le ha caído esto —dije.
—Lo siento, señor —respondió.
—¿Creéis que habéis ganado, verdad? —Uno de los herejes se volvió hacia mí, mirándome desafiante unos instantes antes de que Magot lo empujara con muy pocos miramientos con la culata de su pistola láser para que siguiera avanzando. Había algo en su rostro que me resultaba familiar, y tras unos segundos lo reconocí como uno de los bastardos aristocráticos que infestaban el Consejo de Pretendientes, aunque si alguna vez supe su nombre, no era capaz de recordarlo[104]—. Pero ella volverá. Slaanesh es eterno, y también lo son sus sirvientes.
—Sí, pero tú no lo eres —le repliqué con brusquedad, luchando contra el impulso de meterle un rayo láser entre ceja y ceja en ese mismo momento—, y a ti te ahorcarán mucho antes que a mí. —Me volví hacia Beije, que observaba con expresión ausente la baba de demonio que tenía en la manga, como si estuviera a punto de levantarse y morderlo—. Nos veremos en el tribunal —le dije.