DIECISÉIS

DIECISÉIS

La vida es un viaje. La lástima es el destino.

Argun Slyter, Bueno, ¿y qué esperabas?

Acto 2, escena 2

Tal alivio sentí por habernos librado de una muerte segura que durante unos instantes no pude hacer otra cosa más que recobrar el aliento, desplomándome sobre el frío suelo de metal de la bodega de carga mientras la nave seguía aumentando su velocidad de ascenso. Sin embargo, apenas tuve tiempo para meditar sobre ello, ya que mi intercomunicador estaba lleno de voces que exigían saber qué disformidad estaba sucediendo.

—Estamos a bordo de la nave de transporte —le dije a Kasteen tan rápido como pude, consciente de que mi intercomunicador personal de corto alcance no podría mantener el contacto con ella durante mucho más tiempo—. Era el único modo de ponerlo a salvo. —Y a mí mismo, por supuesto, cosa que, debo admitir, era mi máxima prioridad.

—Es mejor que sigan en el aire —nos aconsejó—. Las cosas todavía están algo candentes por aquí. —Más tarde descubriríamos que la batalla que estaba teniendo lugar bajo nuestros pies estaba a punto de terminar, pero en aquel momento nadie contaba con la ventaja de la visión retrospectiva, y la discreción parecía la línea de acción más prudente. El transporte y los soldados que iban a bordo eran una parte vital de la estrategia defensiva de Zyvan, y perderlo ahora, después de haber conseguido escapar a la destrucción por tan poco, hubiera sido vergonzoso, por decir algo.

Pueden estar seguros de que me alegré de seguir ese consejo, ya que los traidores no se habían preocupado de traer apoyo aeroespacial, por lo que todo lo que volaba, salvo sus lanzaderas, nos pertenecía; un hecho que los pilotos de caza de la FDP no parecían agradecer demasiado, ya que disfrutaban enormemente a costa de las pesadas lanzaderas y, como era de esperar, se quedaron sin objetivos demasiado pronto, con lo cual se dedicaron a ametrallar a los traidores que avanzaban por tierra con no menos entusiasmo.

—Eso sería lo mejor —admití, con tanta reticencia como me fue posible fingir—, aunque debo reconocer que es bastante fastidioso estar sentado en el banquillo mientras ustedes hacen todo el trabajo.

Kasteen soltó una risita.

—Estoy segura de que el general supremo no tardará en encontrar algo que lo mantenga ocupado.

Tal cortesía me hizo perder el buen humor, pueden estar seguros; hasta aquel momento había estado demasiado preocupado por sentirme aliviado al haber escapado de la peor parte de la lucha como para pensar en lo que vendría después, pero, por supuesto, ella tenía razón. En cualquier momento viajaríamos hacia una zona en conflicto. Bueno, no tenía sentido torturarse con aquello, sencillamente tendría que afrontar las cosas tal y como vinieran, como siempre hacía, y confiar en mi aguzado instinto de supervivencia una vez llegáramos allí.

El piloto todavía seguía parloteando por otro canal, exigiendo saber qué estaba pasando exactamente, así que lo siguiente que hice fue responderle, aunque sólo fuera para que se callara.

—Manténgase en el circuito de espera por ahora —dije—. Estoy de camino hacia la cubierta de vuelo para informarle. —No es que necesitara verlo en persona, por supuesto, pero estaba muy incómodo en la bodega de carga, y además tenía que volver a sintonizar mi intercomunicador para utilizar el sistema de voz de la nave y transmitir desde allí en vez de usar el del cuartel general, que estaba perdiendo la señal rápidamente. Esto hizo que se sintiera importante, cosa que siempre resulta útil a la hora de conseguir lo que quieres de la gente.

Como era de esperar, mi presencia en la nave causó una tremenda impresión en los soldados junto a los que pasábamos Jurgen y yo mientras recorríamos los compartimentos de los pasajeros. Las noticias corrían más rápido que nosotros, así que para cuando llegamos al grupo comandado por Detoi, que estaba sentado junto a la cubierta de vuelo, igual que en nuestro memorable descenso a bordo de la Benevolencia del Emperador, el capitán nos miraba sonriente.

—Estaba seguro de que no podría resistirse a acompañarnos —dijo, llegando a la conclusión que mi reputación solía fomentar—, así que le guardé un sitio. —Y, de hecho, los asientos que Jurgen y yo habíamos ocupado durante nuestra llegada a Adumbria seguían desocupados (lo cual no resulta tan sorprendente como parece. Los transportes estaban diseñados para llevar a una compañía completa, lo cual en algunos regimientos significa seis secciones en vez de las cinco que el 597.º solía llevar, al menos durante el tiempo que estuve con ellos, y nuestras secciones normalmente se componían de cinco pelotones en vez de los seis que teóricamente estaban permitidos por la PO y E[86]).

—Muy amable por su parte —respondí con una sonrisa cuidadosamente estudiada, y dejé a Jurgen en uno de los asientos vacantes.

—Así que, ¿adónde nos dirigimos? —preguntó Detoi. Parecía bastante en forma, dadas las circunstancias, pero supongo que la perspectiva de entrar en acción lo había animado. Eso, o el darse cuenta de que se había librado de Sulla para siempre.

—No estoy del todo seguro —admití—. Ahora iba a hablar con el piloto.

La cubierta de vuelo era muy estrecha, por supuesto, y aquélla era la razón por la que había decidido dejar fuera a Jurgen. Aparte de que no quería tener que estar apartando su codo o el melta de mis costillas cada cinco minutos, estar en un espacio pequeño con él ya era un gran reto en el mejor de los casos, y ya estaba acostumbrado, pero, por lo que sabía, podría ser suficiente distracción para el piloto como para hacer que nos estrelláramos contra una montaña o algo así.

—Comisario. —Levantó la vista del panel de madera pulida, que tenía unas runas centelleantes de gran complejidad incrustadas, y ajustó una gran palanca de latón que supuse tenía algo que ver con nuestra altitud, ya que cuando lo hizo sentí como la cubierta se movía ligeramente bajo mis pies—. ¿Qué está pasando?

Lo puse al corriente mientras uno de los tecnosacerdotes que estaban sentados frente a unos paneles laterales le hacía los ajustes necesarios a mi intercomunicador (el otro seguía con las constantes plegarias y encantamientos que al parecer eran necesarios para que los motores siguieran funcionando con suavidad). Cuando terminé mi relato, resistiendo la tentación de adornarlo, ya que sabía por mi dilatada experiencia que una historia sencilla, contada de manera igualmente sencilla, impresiona más a la gente que cualquier gesta heroica, el piloto hizo un gesto de asentimiento.

—Es una suerte que estuviera usted allí —dijo—. Si un proyectil llegara a atravesar la bodega de carga, nos haría papilla a todos, eso seguro. —Se estremeció, desechando la idea—. Aun así, sigo necesitando un destino.

—Será mejor que siga en el circuito de espera —dije, tratando de ganar tiempo. Había pocos objetivos realmente importantes en la zona fría, lo cual significaba que estábamos lo más lejos posible del combate, dadas las circunstancias, y quería prolongar ese momento lo más posible—. Odiaría incomodar al general supremo para que nos enviara a alguna loca persecución.

Por supuesto, fue en ese momento que el destino quiso intervenir. Tan pronto como me puse el intercomunicador de nuevo en la oreja comencé a oír una voz familiar que me llamaba.

—Cain —respondí, todavía tratando de colocarlo.

—Comisario, me alegra oír que sigue usted de una pieza. —La voz se perdió un momento bajo el estruendo de lo que parecía una explosión—. Perdón. Están tratando de atravesar el puente que está junto al puerto estelar. —Hubo una ráfaga de disparos—. De todos los cuellos de botella de Skitterfall, he tenido que acabar en éste. ¿No resulta irónico?

—Kolbe —dije por fin al reconocer al joven pretor—. ¿Qué puedo hacer por usted?

—Pensé que sería al contrario. Discúlpeme un segundo… —Lo interrumpió un estallido de gritos sin sentido que sonaba como el aullido de batalla de un fanático de Khorne, y que terminó bruscamente con el golpe seco de un poderoso martillo en plena carga y un gorgoteo que no sonaba muy saludable—. Bueno, no va a conseguir la mía… disculpe, comisario, ¿por dónde íbamos?

—Parece tener algún tipo de mensaje para mí —le recordé.

—Ah, sí. El arbitrator Hekwyn me dijo que quería que lo informáramos si veíamos algo fuera de lo normal en la zona del mar ecuatorial. Revisé muy por encima los informes, pero no hay nada inesperado, dado el actual estado de emergencia. Justo estaba empezando con los temas marítimos cuando nos movilizaron aquí para reforzar a la FDP.

—¿Qué temas marítimos? —pregunté, sintiendo una débil punzada de aprensión que comenzaba a abrirse camino por mi columna vertebral. También me picaban las palmas de las manos, cosa que siempre era mala señal.

—Hay bastante movimiento de barcos en ambos mares —anunció Kolbe, que parecía sorprendido—. ¿No lo sabía?

No se me había ocurrido, ya que había nacido y crecido en una colmena; simplemente había supuesto que los mares eran grandes extensiones abiertas de agua, sin una utilidad real, y los deseché como si fueran tierra muerta. Pero, por supuesto, ya que ambos estaban situados entre la zona fría y la cálida, especialmente el ecuatorial, que estaba justo enfrente de Skitterfall, y los cargamentos más grandes no se trasladaban por aire o en vuelos suborbitales. En pocas palabras, los habitantes de Adumbria utilizaban barcos, y eso quería decir que los brujos podían ir a donde necesitaran para completar sus planes sin apenas ningún problema.

—¿Me puede transferir los últimos archivos de datos? —pregunté, dirigiéndome apresuradamente hacia el compartimento de pasajeros y quitándole la placa a Detoi, que se sobresaltó. Afortunadamente, el joven Kolbe no estaba demasiado ocupado matando herejes como para transmitirme la información, así que ésta comenzó a desplazarse por la pantalla con una rapidez asombrosa.

—¿Qué estamos buscando? —preguntó el capitán.

—Cualquier anomalía —le dediqué una sonrisa atribulada—. No es de mucha ayuda, lo sé.

—Si está ahí, lo encontraremos —me prometió Detoi, y comenzó a revisar la lista con la ayuda de su subalterno. Yo volví a toda prisa a la cubierta de vuelo y le di un golpecito en el hombro al muchacho que me había ajustado el intercomunicador.

—Necesito un canal directo con el despacho del general supremo —le dije. Para mi gran sorpresa no discutió, e introdujo los códigos prioritarios que le había dado como si fuera una operación puramente rutinaria.

—Ciaphas —me saludó Zyvan con el tono ligeramente abstraído de un hombre que espera que no le des malas noticias porque ya tiene bastantes de las que preocuparse—, he oído que ha secuestrado una de mis naves de transporte.

—Es una larga historia —le respondí—, pero creo que podríamos necesitarla. Hay barcos en el mar ecuatorial. Los brujos podrían utilizar uno para llegar al lugar que necesiten y completar el patrón del ritual.

—Lo crea o no, eso ya se nos había ocurrido —dijo Zyvan—, pero Malden dijo que no funcionaría. Tiene que haber algún tipo de conexión física con la superficie sólida del planeta. Cosas de psíquicos. —Su voz sonó divertida por un momento—. Me temo que esta vez está soplando en la flauta equivocada.

—Si usted lo dice —repliqué sin mucha convicción. El patrón era demasiado perfecto, y confiaba en mi paranoia; después de todo, me había mantenido vivo hasta ahora.

El tono de voz de Zyvan se volvió más duro.

—Pues sí. Nuestra prioridad más inmediata debe ser la defensa de la capital. Los voy a convocar a todos ustedes, y a las compañías de reacción rápida de los tallarnianos y los kastaforeanos, y también voy a enviar un escuadrón de tanques del 425.º blindado. Si se pueden desplegar por detrás de los invasores y cortarles el paso podremos ponerle fin a esto.

—Hasta que los de Slaanesh vuelvan a levantar a su demonio de nuevo y terminen de hacer lo que fuera que estaban haciendo con las corrientes de la disformidad —repuse. Todavía no tenía ni idea de lo que podía ser, y probablemente fuera lo mejor, pero estaba bastante seguro de que eso sería nuestro final, en cualquier caso—. No me puedo creer que sencillamente vaya a hacer caso omiso de esa posibilidad.

—Por supuesto que no voy a hacer caso omiso. —El general supremo comenzaba a sonar frustrado—. Pero todavía no tenemos nada que nos permita continuar. Una vez lo tengamos, los derrotaremos. Pero soy un soldado, no un maldito inquisidor. ¡Sólo puedo luchar contra los enemigos que veo!

Realmente no podía discutírselo. Después de todo era su ejército, y estaba claro que estábamos de lunáticos de Khorne hasta las orejas. Y después de todas esas semanas desenmascarando a los enemigos ocultos, probablemente él no fuera el único que se sentía algo aliviado de tener por fin un objetivo al que disparar.

—Transmita las coordenadas —le pedí—. Nuestro piloto se pondrá en camino.

Volví a mi asiento sorprendentemente preocupado. Por un lado, la misión parecía bastante sencilla, y nunca había tenido problemas para disparar a los enemigos por la espalda. De hecho, lo prefiero: es más seguro. Pero no podía quitarme de encima la sensación de que el peligro real estaba en otra parte, y si no tomábamos pronto la iniciativa, jamás tendríamos la oportunidad.

—¿Qué es una draga de minerales? —preguntó Detoi, levantando la vista de la placa de datos, en la que todavía revisaba los informes que le había dado.

—No tengo ni idea —respondí—. En las colmenas no tenemos de eso, seguro.

—Ni en los mundos helados —afirmó el capitán. Se puso a trabajar durante un instante, revisando los informes acerca de las costumbres y la cultura locales que yo no había tenido interés alguno en leer a bordo de la nave de desembarco—. Oh, esto es interesante. Son plantas procesadoras flotantes que recogen depósitos de mineral del fondo del océano y los procesan in situ. Aparentemente lo pueden hacer aquí porque los mares son muy poco profundos.

—Contacto físico con la superficie del planeta —dije, notando como un miedo incontrolable me recorría la espina dorsal.

Detoi asintió.

—Supongo, al menos técnicamente… —Dejó de hablar cuando vio mi expresión.

—¿Qué le llamó la atención sobre las dragas? —le pregunté con toda la calma que pude.

—Los arbites captaron una llamada de socorro desde una de ellas, más o menos cuando empezó la invasión. Dadas las circunstancias, no tuvieron tiempo de acudir.

—Muéstremelo —dije.

La transmisión había sido corta y la habían interrumpido bruscamente, pero el que estaba al otro lado del canal de voz había tenido tiempo de mencionar algo a cerca de piratas antes de que la comunicación se interrumpiera. Señalé la transcripción.

—¿Lo ve? Piratas. Ni soldados ni invasores. O bien alguien los abordó, o hubo un motín entre la tripulación.

—Ya veo. —Detoi asintió lentamente—. Podría referirse a los adoradores con los que estuvimos luchando antes. —Se encogió de hombros—. A menos que realmente fueran piratas que quisieran saquear el lugar.

—Ese tipo de cosas no pasan en Adumbria —señalé—. ¿Adónde irían a vender el mineral? Sólo hay un puerto estelar, y suele estar muy controlado. —Encontré las coordenadas desde donde se había enviado el mensaje de socorro y noté un cosquilleo más fuerte de lo normal en las palmas de las manos. Estaban justo en la parte opuesta a Skitterfall. Justo donde Malden había dicho que tendría que tener lugar el ritual final si los brujos culminaban con éxito sus malvados planes.

Di un golpecito en el intercomunicador y contacté con el piloto.

—Cambiamos de rumbo —dije—. Aquí tiene las nuevas coordenadas. —Esperaba que discutiera, pero era evidente que había tenido contactos con la Guardia las suficientes ocasiones como para saber que la autoridad de un comisario es incluso superior a la de un general supremo[87]. Tras una breve confirmación, noté el sutil cambio en mi oído interno que me indicaba que la nave estaba dando la vuelta. Jurgen, que tenía el rostro ceniciento, tragó con fuerza.

—Anímese —le dije—. Estaremos en tierra antes de lo que cree. —Y enfrentándonos a una de las experiencias más terribles de toda mi vida. Pero en aquel momento, por supuesto, no tenía ni idea.