Nota editorial:

En este punto nos encontramos una vez más con que debemos recurrir a otras fuentes para apreciarlo todo con más perspectiva. La primera al menos resulta legible.

La segunda resulta tan nefasta como el resto de las patadas de Sulla al lenguaje gótico, pero la he incluido con el fin de conocer lo que estaba pasando en el resto del regimiento mientras Cain estaba ocupado en otros asuntos. Ya que Tincrowser hace un buen resumen de los hechos, los lectores que posean una refinada sensibilidad pueden saltársela si lo desean, aunque sí que nos proporciona un relato de primera mano de un aspecto del conflicto que él, junto con muchos adumbrianos y desconocía hasta hoy.

De Sablist en Skitterfall: una breve historia de la incursión del Caos,

por DAGBLAT TINCROWSER, 957.M41.

Mientras el acorazado enemigo proseguía sus ataques contra la flotilla de naves mercantes y la desafiante Indestructible, que parecía ser lo único que se interponía entre ellas y una destrucción segura, las naves de transporte que quedaban permanecían en órbita, dejando caer su carga de traidores y herejes sobre el planeta que había debajo.

Muchos de los defensores asediados todavía albergaban esperanzas de que la poderosa nave imperial interviniera, pero ésta permaneció inamovible. Realmente no podía hacer mucho más por el momento, ya que lanzarse a la persecución de un puñado de objetivos dispersos no haría más que exponerla a las armas enemigas. Además, también había que tener en cuenta a las naves mercantes, que debían sumar más de mil, y que estaban indefensas ante el depredador que se les estaba acercando.

A pesar de que nadie estaba dispuesto a admitirlo, la protección de las naves mercantes era la principal prioridad del acorazado. Iban a necesitarlas si ocurriera lo peor y fuera necesaria una evacuación, así que debían ser defendidas, mientras que las naves de transporte, que ya estaban vacías al haber tenido éxito en su vil propósito, no representaban una amenaza real.

Sin embargo, todavía se puede apreciar la frustración que sintió la tripulación de la Indestructible y el miedo de las tripulaciones mercantes a medida que el leviatán del Caos se acercaba.

Si el combate espacial se había convertido en un juego de esperas, la batalla por el planeta había llegado a su punto álgido. Los invasores habían atacado en casi todas partes a la vez, concentrando una considerable proporción de sus tropas contra la capital, como era de esperar.

Skitterfall se convirtió en un tétrico campo de batalla en el que la Guardia y la FDP luchaban por el control de las calles contra lo que parecía una avalancha interminable de herejes fanáticos, cuyo único imperativo parecía ser causar tanta muerte y destrucción como fuera posible. Daba la impresión de que no hacían distinción entre soldados y civiles, y se abrieron paso hasta el centro de la ciudad masacrando a unos y a otros, mientras los valientes defensores se retiraban para reagruparse en los suburbios de la zona norte. Allí la lucha se tornó más encarnizada, ya que los aliados de los invasores salieron de sus escondrijos para crear aún más confusión.

Y este patrón se repetía por todo Adumbria. En la zona fría aparecieron renegados que habían permanecido escondidos, decididos a obstaculizar la defensa de Glacier Peak, a pesar de que los valhallanos los superaron tan fácilmente como lo harían los mismos invasores.

En la zona cálida, los tallarnianos estaban en graves apuros, igual que antes, a pesar de la falta de objetivos claros de valor estratégico, ya que sus rudos jinetes tenían que acudir al galope en auxilio de los habitantes de las dispersas aldeas del desierto. Y a lo largo de toda la zona sombría, la batalla para limpiar el suelo de nuestro planeta natal de la contaminación de los impuros seguía igual.

De Como un fénix sobre el ala: Las primeras campañas y gloriosas victorias del 597.º valhallano,

por la general JENIT SULLA (retirada), 101 M42.

A pesar de la apariencia imperturbable que tanto me esforcé por mostrarles a mis subordinados, estoy segura de que mis lectores comprenderán fácilmente la inquietud que sentí ante la advertencia de la coronel. Apenas había tenido tiempo para hacerme a la idea de mi repentino e inesperado ascenso, por no hablar de llegar a conocer a mis subordinados más allá de lo que habían sido hasta ahora: simples conocidos de la sala de oficiales. Sin embargo, todos éramos soldados de la Guardia, los mejores y más nobles ejemplares de la humanidad, así que confiaba plenamente en sus habilidades, y por mi parte estaba decidida a brindarles la clase de liderazgo que merecían mujeres y hombres tan heroicos.

En los pocos minutos de los que dispuse antes del ataque enemigo revisé la disposición de las distintas secciones bajo mi mando en la pantalla táctica del Chimera de la compañía, y la rutina me resultó reconfortante y familiar. De hecho, si no hubiera sido por la información adicional y los enlaces de voz que me rodeaban, casi podría haber pensado que estaba de vuelta al mando de mi vieja compañía.

Comprobé con gran alivio que nuestras unidades estaban respondiendo bien a la alerta, los oficiales al mando eran tan eficientes como se podía esperar, y al observar la imagen del hololito no me cupo duda de que estábamos todo lo preparados que se podía estar para enfrentarnos a la amenaza hereje. Todo lo que podíamos hacer ahora era esperar que sus lanzaderas aterrizaran y movernos tan rápido como pudiéramos para contenerlos.

No tuvimos que esperar mucho tiempo. En cuestión de segundos escuché el chirrido de sus motores, incluso a través del grueso casco blindado del Chimera, un ruido que finalizaría poco tiempo después con el impacto de su aterrizaje sobre el hielo. Al menos una lanzadera no regresaría a la nave llena de alimañas de la que procedía, ya que tuvo la mala suerte de volar sobre las cabezas de la tercera compañía, que le dieron una bienvenida tan calurosa como podría esperarse con la potencia de fuego combinada de sus armas pesadas y los cañones de rayos de sus Chimera.

—Ha caído y está en llamas —informó el teniente Roxwell, incapaz de ocultar la satisfacción de su voz, y dadas las circunstancias no pude reprochárselo. Incluso antes de que pudiera dar la orden, comenzó a mover a sus escuadrones para rematar a los supervivientes, de los cuales había más de lo esperado. Al igual que los que nos habían atacado con anterioridad, lucharon como si estuvieran poseídos, sin prestar atención a su propia seguridad o a las nociones tácticas básicas. La batalla se volvió sangrienta, pero su exceso de confianza era nuestra mejor baza, aparte de nuestra fe en el Emperador, por supuesto, y no pasó mucho tiempo antes de que nuestra superior habilidad y nuestro espíritu de lucha comenzaran a notarse.

La segunda lanzadera aterrizó a unos dos kilómetros de distancia, cerca de las minas, pero ya nos habíamos anticipado y la primera compañía los estaba esperando, lista para darles el recibimiento sangriento que tanto merecen todos los que se atreven a levantarse en armas contra el Emperador, y que siempre reciben. Sin embargo, cargaron ferozmente y nuestras líneas cedieron terreno en algunos puntos, permitiéndoles penetrar en la ciudad antes de que la cuarta compañía pudiera acudir en ayuda de aquellos valientes guerreros de la primera.

Así sucedió que nos encontramos cara a cara con dos hordas de fanáticos provenientes de direcciones opuestas que iban arrasando Glacier Peak a su paso, disparando indiscriminadamente a los soldados de la Guardia, a los pretorianos de los escuadrones antidisturbios y a ciudadanos desarmados por igual. De hecho, algunos incluso parecían preferir la masacre de víctimas inocentes antes que enfrentarse a nuestras pistolas, de tan cobardes como eran.

Era el momento de llevar a cabo una iniciativa atrevida, por lo que ordené a mis unidades desocupadas que consolidaran sus posiciones alrededor de mi vehículo de mando en la plaza de la ciudad, donde podríamos enfrentarnos a las ofensivas gemelas del enemigo a la vez y al mismo tiempo mantenerlas separadas. Y es que si se encontraban y se mezclaban, la horda resultante habría sido capaz sin duda de causar más daños que por separado. Nos asistieron dos circunstancias imprevistas; la determinación del enemigo, que primero permitió que la primera y la tercera compañías lo flanquearan y lo acosaran a lo largo de todo el camino, y la inesperada intervención del culto clandestino, al que llevábamos tratando de suprimir desde que llegamos a Adumbria.

Valdría la pena recordar que, tal y como había señalado el comisario Cain en primer lugar, los invasores y los insurgentes contra los que habíamos estado luchando antes de su llegada parecían estar adscritos a poderes caóticos rivales, y esto quedaría confirmado de la manera más inesperada, ya que diversos grupos de civiles armados salieron a la calle para acosar a los invasores. Me complace informar que nuestros hombres y mujeres no hicieron distinción entre ellos, disparando a este tipo de herejes nada más verlos con el mismo entusiasmo que a los soldados de infantería de uniforme rojo y negro. Pero los insurgentes nunca actuaban en consecuencia, ya que estaban más concentrados en matar a los seguidores de sus odiados rivales, incluso mientras caían abatidos por los rayos láser de la Guardia. Por mi parte, debo decir que me sorprendió lo inamovible de su determinación, que tomé como una prueba de lo perturbados que estaban aquellos que decidían apartar la vista de la luz del Emperador.

Sin embargo, sirvieron a un noble propósito, a pesar de lo infame y corrupta que era su alma, ya que su intervención aceleró sin duda la inevitable victoria de los héroes a los que tenía la suerte de dirigir.

Aunque me arriesgo a parecer presuntuosa, debo decir que mi estrategia funcionó: los dos brazos de la fuerza invasora se encontraron con nuestro sólido centro y fueron repelidos con éxito. Al ser incapaces de atravesar nuestras defensas, a las compañías primera y tercera, que iban tras ellos, les resultó fácil rodearlos, ya que se valieron de la movilidad superior que les proporcionaban los Chimera, y los aniquilaron por completo en muy poco tiempo.

Debo admitir que nuestra increíble buena suerte quiso que todos los invasores que atacaron Glacier Peak fueran a pie, mientras que muchas otras de sus unidades llevaban vehículos propios. De hecho, el grupo que asaltó nuestra base llevaba como apoyo un carro de combate, al que el comisario Cain inutilizó con una sola mano durante su inspirado liderazgo de nuestras tropas en aquel lugar, y la fuerza principal, que fue recibida por el grueso de nuestras tropas, llevaba un par de tanques y un puñado de transportes blindados. Estos últimos fueron inutilizados en poco tiempo por la cuarta y quinta compañías, que habían ocultado sus equipos de armamento pesado para tender una emboscada antes de que los traidores aterrizaran. Además, me complace informar de que su victoria no fue menos completa que la nuestra, a pesar de que en ambos bandos el número de tropas era superior.