QUINCE
Nunca se tienen demasiados enemigos. Cuantos más tienes, más probabilidades hay de que unos se interpongan en el camino de los otros.
JARVIN WALLANKOT
Reflexiones Ociosas, 605.M41
Al final, Zyvan no iba tan desencaminado. Pasamos el resto del tiempo, hasta que llegó la flota enemiga, haciendo preparativos a un ritmo febril, sabiendo que el próximo asalto haría palidecer al que habíamos vencido con anterioridad. Por fortuna, no habíamos tenido demasiadas bajas, al menos en comparación con los tallarnianos y la FDP, con lo cual la labor de reorganización que tuvimos que llevar a cabo no fue tanta como temía.
—Detoi está lo bastante recuperado como para volver al servicio —me informó Broklaw, sirviéndose algo del tanna que Jurgen me había traído al despacho. Era muy distinto de los opulentos bufetes que había en las salas de conferencias del cuartel general, pero mi ayudante había hecho todo lo posible para hacer que la larga reunión nos resultara soportable, y dado su talento casi sobrenatural para gorronear, había conseguido comida y bebida más que suficiente. Aparté hacia un lado el plato que había contenido tres pastelitos de palovino para hacerle sitio a la placa de datos.
—Me alegra oír eso —dije, leyendo por encima el informe médico.
Bastante recuperado para volver al servicio era exagerar un poco, ya que había recibido el impacto de un rayo láser en el pecho y tuvo una suerte tremenda de que el chaleco blindado absorbiera prácticamente todo el daño, pero no había nada más que pudieran hacer por él salvo esperar que se recuperase de forma natural y las costillas volvieran a soldarse. Estar tumbado en la enfermería no haría que se curase más rápido, y sin duda pensar que cuánto más tardara en incorporarse más tiempo estaría Sulla al mando de su compañía era un buen incentivo para darse de alta.
—Bueno, simplifica la reasignación del personal —observó Kasteen, limpiándose una migaja de pastelito de la comisura de la boca. Mi despacho estaba atestado únicamente con los tres presentes, sin mencionar a Jurgen cuando pasaba por allí, pero era mucho más fácil trabajar allí que en el centro de mando. Lo que estábamos haciendo era delicado y, lamentablemente, necesario: reasignar personal para rellenar los huecos que los muertos y gravemente heridos habían dejado en nuestra organización.
En la mayoría de los casos, la mejor solución era no hacer nada, ya que un escuadrón al que faltaba un soldado o dos podía seguir funcionando casi igual de bien, y sacar o meter gente en un equipo que funcionaba bien perjudicaba más a su eficiencia y moral que dejarlo tal y como estaba. Sin embargo, en algunos casos, en los que faltaban NCO y oficiales, alguien tenía que llenar el hueco que habían dejado, o se tenía que designar a un nuevo líder hasta que el otro se recuperase. Y eso nos conducía a la delicada situación de la primera compañía.
—Al menos sólo hemos de buscar a un comandante de compañía —admití. El capitán Kelton había tenido la mala suerte de tropezar con un grupo de herejes que iban armados con lanzacohetes, y un par de ellos habían atravesado el blindaje del casco de su Chimera, con los consiguientes resultados inevitables. Los comandantes de sección se las habían arreglado bastante bien, pero ninguno de ellos había sabido aclarar quién estaba más arriba en la jerarquía, y al final Broklaw había tenido que hacerse cargo personalmente, dirigiéndolos por el canal de voz desde el búnker de mando. Aquello no había sido lo ideal, y constituía un llamativo ejemplo de por qué es demasiado arriesgado introducir VAC[82] en una batalla en plena ciudad.
—La pregunta es: ¿a quién asignamos? —dijo Broklaw—. Después de la última debacle, ninguno de los tenientes me parece adecuado para el trabajo.
—Coincido contigo en eso —asintió Kasteen—. Todos son buenos dentro de su sección, pero alguien debería haberse puesto al mando sobre el terreno tan pronto como Kelton cayó. Ninguno de ellos demostró tener confianza suficiente para hacerlo, y eso me preocupa.
—Bien —coincidí, de manera que fuera unánime—. Al menos Sulla demostró algo de iniciativa cuando Detoi cayó. También hizo un buen trabajo, dadas las circunstancias.
Cosa que era totalmente cierta. Aunque fuera la suboficial más irritante de todo el regimiento, y demasiado temeraria para mi gusto, lo cierto es que hacía las cosas bien y a los soldados parecía gustarles por alguna razón. Así que, a pesar de mis reservas, pensé que lo justo era reconocer sus méritos.
—Sulla —repitió Kasteen con tono pensativo. Broklaw y yo nos miramos recelosos, viendo adonde nos llevaba aquella línea de pensamiento. Pero, siendo sincero, no era capaz de pensar en otra alternativa viable.
Broklaw asintió lentamente.
—Ha estado manteniendo unida a la segunda compañía bastante bien —coincidió, cauteloso—, pero ha estado sirviendo con ellos desde la fusión y los otros comandantes de sección confían en su instinto. ¿Estaría igual de dispuesta una nueva compañía a trabajar con ella?
—Ese es el problema —reconocí con franqueza—. O está capacitada para el trabajo, o no. Y sólo hay una manera de averiguarlo —suspiré—. Además, ¿a quién más tenemos?
—Cierto —admitió Kasteen. Parecía pensativa—. Sin embargo, algunos de ellos van a tener problemas al recibir órdenes de otro teniente, sobre todo teniendo en cuenta que están a su nivel en cuanto a jerarquía.
—Asciéndala provisionalmente[83] a capitana —propuse—. Si no está a la altura de las circunstancias, siempre podrá volver a su vieja compañía cuando encontremos a otro.
—Me parece justo —asintió Broklaw—. ¿Qué hacemos mientras tanto con la tercera compañía? ¿Ascendemos a Lustig a teniente?
—No se lo va a agradecer, precisamente —dije, recordando algunos de los comentarios más mordaces del sargento acerca de los oficiales en general—. Será mejor decirle que por el momento tiene asegurada su plaza como sargento de la compañía, hasta que haya tenido tiempo de acostumbrarse a estar al mando, y ascenderlo a teniente en la próxima ronda de promociones. De ese modo, si tenemos que volver a poner ahí a Sulla, no desprestigiamos a nadie.
—Buen argumento. —Kasteen asintió, decidida—. ¿Y la cabo está capacitada para asumir el mando del escuadrón mientras tanto?
—Yo diría que sí —apunté—. Penlan es buena soldado. Ella y Lustig deberían ser capaces de escoger una nueva ASL por sí mismos, sin que nosotros interfiramos.
—¿Penlan? —Kasteen reflexionó un instante—. ¿No es ella a la que llaman Jinxie La Gafe?
—Sí —asentí—. Pero no es tan propensa a los accidentes como dicen. Reconozco que una vez cayó por el túnel de un ambull, y también estuvo aquel incidente con la granada de fragmentación y la letrina de la trinchera, pero las cosas suelen salirle bien. Los orkos de Kastafore se sorprendieron tanto como ella cuando el suelo de la fábrica se hundió, y habríamos caído de lleno en una emboscada de los hrud en Skweki si ella no hubiera activado la mina al arrojar al suelo una lata de conservas vacía… —Mi voz se fue apagando conforme fui escuchando mis propias palabras—. Ya sabe cómo tienden a exagerar las cosas los soldados —terminé débilmente.
—Vaya —dijo Kasteen, que permanecía increíblemente seria—. ¿Eso es todo?
Más o menos lo era. Pasamos unos minutos más asignando personal y tratamos algunos temas logísticos. Estábamos a punto de separarnos para cumplir con nuestras obligaciones cuando Jurgen entró en el despacho. Yo no me fijé demasiado, para ser sincero, ya que había entrado y salido varias veces a lo largo de la tarde para ocuparse de papeleo rutinario y proveernos de refrigerios. Entonces emitió una tos pegajosa, que era su inevitable preludio a la entrega de un mensaje cuando pensaba que no le estaba prestando atención.
—Disculpen, comisario, señora, señor, pero hay un mensaje urgente del cuartel general. La flota hereje ha atacado a los acorazados y el general supremo espera que las tropas comiencen a desembarcar en breve.
—Gracias, Jurgen —dije con toda la calma de que fui capaz, y me dirigí a coger mis armas. De un modo u otro, la batalla por el alma de Adumbria estaba a punto de decidirse, aunque no tenía ni idea de hasta qué punto.
A pesar de mis miedos, los primeros informes que llegaban del campo de batalla no mencionaban gigantes con armaduras rojas, así que parecía que al menos nos íbamos a evitar un ataque de marines del Caos. No era algo tan raro; según algunos informes de alto secreto que Zyvan me había proporcionado, el capítulo de los Devoradores de Mundos[84] enviaba a menudo algunas tropas para advertir a las hordas de los pretendientes a señores de la guerra que infestaban la galaxia (pero no logro entender qué otro consejo admitiría un seguidor de Khorne además del de «matadlos a todos»). Era muy probable que nos estuviéramos enfrentando a un par de escuadrones de las fuerzas de invasión, cosa que era ya bastante inquietante, se lo aseguro, pero mucho menos intimidatorio que un ejército de superhombres psicópatas, especialmente si no tenía que vérmelas con ninguno de ellos.
—Ocho lanzaderas aproximándose —dijo la operadora de auspex. Kasteen y yo nos miramos. Volví a sentir el cosquilleo en las palmas de las manos y se me secó la boca de repente.
—Estamos haciendo una apuesta muy arriesgada —dije.
La coronel asintió nerviosa.
—Bueno, ya es demasiado tarde para cambiar de parecer. —Observamos la disposición de nuestras fuerzas en el hololito de la mesa de mapas, y no pude evitar sentir algo de aprensión; si habíamos pulsado la tecla equivocada, las cosas estaban a punto de ponerse muy feas.
Tras muchas deliberaciones, habíamos decidido hacer caso del instinto de Kasteen y suponer que la cúpula sería su principal objetivo. Por consiguiente, habíamos desplegado las compañías cuarta y quinta al completo, formando un amplio anillo a su alrededor y camuflados en la nieve como sólo los valhallanos pueden hacerlo, esperando que cayeran en la trampa en cuanto tocaran tierra. La segunda compañía todavía estaba esperando a desplegarse desde el aire, lo cual dejaba a la primera para proteger la ciudad más o menos sin refuerzos, a menos que contáramos al puñado de gente de Hekwyn que había sido asignada allí. No fue la primera vez que me pregunté si Sulla estaría a la altura de la tarea que le habíamos encomendado, y deseé no recibir una pila de cadáveres de civiles por toda respuesta.
Esto nos dejaba con el problema de afianzar la seguridad de nuestro complejo. En teoría la segunda compañía bastaría para ello, al igual que la última vez, pero esta vez estaban embarcados en la lanzadera que estaba con los motores en marcha esperando las órdenes del general supremo para desplegarse, el Emperador sabe dónde, de un momento a otro.
Todavía teníamos unos doscientos componentes en la tercera compañía, y al formar parte de la Guardia eran capaces de disparar tan bien como cualquiera, pero la sola idea de depender de un variopinto puñado de cocineros, camilleros y la banda del regimiento para defender nuestro escondite de una horda de lunáticos rabiosos no resultaba precisamente tranquilizadora. (Aunque lo era más que la idea de proveer a los engineseers con pistolas láser y enseñarles hacia dónde debían apuntar; tratándose de mecanos podrían contarte cada detalle de su funcionamiento, pero no podrían darle a los flancos de una nave aunque estuvieran dentro de una de las bodegas. La visión de un grupo de tecnosacerdotes con bata blanca sosteniendo armas ligeras recién salidas de la fábrica como si fueran obras de arte increíblemente delicadas mientras el sargento Lustig les gritaba, tratando de explicarles lo básico acerca de su uso, me acompañará hasta la tumba).
—Contactos aproximándose a cincuenta kilómetros —dijo la operadora de auspex con voz monótona, tan carente de emoción como la de un servidor—. Descendiendo rápidamente, cuarenta y tres kilómetros y acercándose…
Los puntos rojos luminosos se deslizaban lentamente por el hololito, dirigiéndose directamente hacia nosotros, hacia Glacier Peak. Intenté calcular el número de soldados enemigos que podrían caber dentro de ocho lanzaderas civiles, pero después deseé no haberlo hecho. Si estaban muy apretados, cada una podría transportar a una compañía entera, lo que significaba que, en el peor de los casos, podríamos encontrarnos superados en número en una proporción de dos a uno.
—Con suerte se habrán olvidado de traerse el equipo para clima frío, igual que los anteriores —aventuró Kasteen, que claramente estaba haciendo los mismos cálculos mentales que yo.
—Ojalá sea así —dije. Parecía probable; según mi experiencia, las tropas del Caos solían lanzarse a la batalla sin prestar atención a la idoneidad del enfrentamiento o al equipo que llevaban, o incluso si eran adecuadas las armas que iban a utilizar. Y los cultistas de Khorne eran los más temerarios—. Con suerte, el frío hará la mayor parte de nuestro trabajo.
—Ya lo hizo antes —recordó esperanzado Broklaw.
—Treinta y ocho kilómetros y acercándose —intervino la operadora de auspex—, manteniendo vector de descenso…
—¿Puede calcular una zona de aterrizaje aproximada? —preguntó Kasteen con voz crispada.
—Todavía podría ser cualquiera de los objetivos —respondió la operadora—. Treinta y dos kilómetros y acercándose…
—Genial. —Kasteen cerró la mano sobre la culata de su arma, un acto reflejo como respuesta al estrés al que ya me había acostumbrado hacía tiempo; de hecho, yo solía echar mano a mis armas en momentos de inquietud.
—Veintinueve kilómetros y acercándose —siguió canturreando—. Vector de descenso estable…
—Regina, mira. —Broklaw señaló a la mesa de mapas claramente aliviado. La zona de aterrizaje potencial estaba proyectada sobre ella, un círculo que iba disminuyendo a un ritmo constante, reduciéndose a medida que las lanzaderas se iban acercando a nuestra posición—. ¡Tenías razón!
—Loado sea el Emperador —dijo fervorosamente Kasteen, cuyo alivio se dejó ver en su postura y tono de voz. Ahora ya no había ninguna duda de que el lugar donde estaba situada la cúpula era el objetivo principal de los herejes. Si seguían el mismo rumbo, aterrizarían justo dentro de nuestro nudo corredizo. Nuestra trampa estaba a punto de saltar.
—Tres contactos cambiando de rumbo —dijo la operadora de auspex—. El resto mantiene rumbo y velocidad, dieciocho kilómetros y acercándose…
—¿Cambiando de rumbo hacia dónde? —pregunté, comenzando a sentir que me invadía una ligera aprensión. Todo había salido a pedir de boca hasta ahora. Por toda respuesta, los círculos de una zona de aterrizaje secundaria comenzaron a reducirse en la mesa de mapas.
—¿Adónde cree? —dijo Broklaw amargamente, y yo reprimí un par de selectos exabruptos de la colmena. Había dos lanzaderas que se dirigían hacia la ciudad, y era innegable que una nos tenía en el punto de mira. Parecía que el enemigo había aprendido algo de su primer ataque, probablemente gracias a haberse infiltrado en nuestras comunicaciones, y pretendía inmovilizarnos mientras se ocupaba de su objetivo principal. Bueno, se iban a encontrar con una desagradable sorpresa, por supuesto, pero eso no nos iba a ayudar ni a nosotros ni a los habitantes de Glacier Peak.
—Primera compañía, permanezcan a la espera. Se les acercan dos lanzaderas. Tiempo estimado para el ataque… —Kasteen miró a la operadora de auspex para confirmarlo antes de continuar— tres minutos. Abran fuego en cuanto los vean.
—Comprendido. —La voz de Sulla sonaba seca y confiada, pero siempre era así cuando había un combate a la vista. Bueno, no valía la pena preocuparse por ello en ese instante; tendría que hacerlo lo mejor que pudiera. Simplemente recé al Emperador para que no cometiera ningún error grave—. Estaremos listos para recibirlos. —Cambió de frecuencia, al canal de mando de su sección, y comenzó a dar órdenes a sus subordinados. Me quedé un instante escuchando, pero parecía saber lo que estaba haciendo, así que volví a dirigir mi atención a la mesa de mapas.
—¿Cuánto tiempo tenemos? —pregunté.
—Cuatro minutos, más o menos —dijo Broklaw. Asentí nervioso. Podría haber sido peor.
Me recordé a mí mismo que una única lanzadera no podía transportar más que una compañía de enemigos, así que, aunque fueran muy apretados, el combate estaría nivelado. Eso suponiendo que nuestros soldados de la red de espionaje, que estaban en la retaguardia, cumplieran con su cometido, cosa de la que estaba seguro. Y si las cosas se ponían feas, todavía teníamos a una compañía de primera línea de combate en reserva.
—¿Debería desembarcar a la segunda compañía para reforzar las defensas aquí? —preguntó Broklaw, casi como si me hubiera leído el pensamiento.
Kasteen negó con la cabeza.
—Déjalos a bordo de la nave. —Señaló hacia el hololito principal, donde los iconos de los contactos se multiplicaban por todo el planeta—. Los infiernos se han desatado. Sólo el Emperador sabe dónde los necesitaremos dentro de nada.
Era difícil no estar de acuerdo. Por lo que podía ver, una encarnizada lucha comenzaba a desarrollarse en todos los núcleos de población, y las FDP parecían estar en serias dificultades en la zona oscura, incluso en los lugares donde tenían el apoyo de los kastaforeanos. Era cuestión de tiempo que Zyvan pusiera en acción a sus reservas móviles, y no le iba a gustar nada que le dijeran que acudirían en cuanto pudieran, pero que había surgido algo más.
—Deberíamos poder ocuparnos de ellos —coincidí, deseando no equivocarme.
—Contacto en zona de aterrizaje uno en un minuto —intervino la operadora de auspex—. Contacto en zona de aterrizaje dos en dos minutos. —Esos éramos nosotros, y observé el punto que se movía en la mesa de mapas con algo parecido al hastío y la resignación—. Contacto en zona de aterrizaje tres en cuatro minutos y medio.
—Cuarta y quinta compañía, esperen órdenes —ordenó Kasteen—. Cinco lanzaderas se acercan. Tiempo estimado para el ataque cuatro minutos. Se han tragado el anzuelo.
—Puede que aterricen, pero no lograrán levantar el vuelo de nuevo —prometió el comandante de la quinta compañía, y Kasteen asintió, satisfecha.
—No lo dudo. —Nos miró a Broklaw y a mí—. Buena suerte, caballeros.
—Esperemos no necesitarla —respondí.
Lo que realmente necesitábamos era mucha potencia de fuego, pero los Sentinel estaban todos desplegados con los que tenderían la emboscada en la cúpula, por lo que lo mejor que pudimos reunir fueron armas ligeras y algunas armas pesadas de mano. Por desgracia, el número de personas capaces de utilizar las armas pesadas en la base, aparte de los especialistas de la segunda compañía, que estaban atados a sus arneses protectores a bordo de la nave desde la primera alerta, eran pocos y estaban muy dispersos. Comencé a pensar, y no era la primera vez, que las cosas podrían ir mejor en otro sitio.
O quizá no. Un pensamiento preocupante estaba empezando a corroerme, y cuanto más insistente se volvía, más trataba de no hacerle caso. Me volví hacia el operador de voz más cercano.
—Necesito una línea directa con el despacho del general supremo —dije—. Prioridad absoluta. —Y para asegurarme le di mi código prioritario de comisario.
—Ciaphas —Zyvan parecía agobiado, algo inevitable dadas las circunstancias—, no es muy buen momento.
—Lo sé —dije—. Y lo siento, pero esto es importante.
—No lo dudo —suspiró—. ¿Cuál es el problema? —Más allá de su voz pude oír el inconfundible estruendo de las detonaciones de artillería pesada. Parecía que las cosas se ponían feas en Skitterfall.
—Kasteen tenía razón —le dije—. Los herejes definitivamente tienen como objetivo el emplazamiento del ritual… —el chasquido lejano de las armas láser se hizo audible, filtrándose entre las paredes que nos rodeaban—, principalmente —añadí, por respeto a las circunstancias reinantes.
—Interesante. —Por supuesto, Zyvan no era tonto, y podía ver lo que aquello implicaba tan claramente como yo—. Lo consultaré con los tallarnianos y la gente de Kolbe que hay en la ciudad. Sólo para comprobarlo. Pero parece algo relevante.
—Sigue siendo la mejor ocasión para averiguar qué traman los brujos y ponerle fin —señalé—. Si los invasores se están concentrando en un sitio en particular, debemos acudir rápidamente. A ser posible, antes que ellos.
—Pensaré en ello —prometió Zyvan. Me quedé mirando el planeta que rotaba suavemente en el hololito, sorprendido por la cantidad de iconos enemigos que se concentraban en la orilla del mar más grande. De hecho, en algunas zonas parecía como si toda la costa estuviera rodeada de sangre.
—Yo me concentraría en la orilla —sugerí—. Debe de haber algo ahí, piense lo que piense Malden.
—Lo tendré en cuenta —dijo Zyvan con diplomacia, lo cual era lo mismo que decir «Ya sacaré yo mis propias conclusiones, muchas gracias».
—Hay algo que se nos escapa —dije, volviéndome hacia Kasteen. El ruido de los disparos era ahora mucho más fuerte.
—Toda la inteligencia militar que tenemos está en el hololito —señaló. De repente lo vi claro, y me volví hacia el operador de voz tan rápido que el hombre se encogió de miedo.
—¿Qué hay de los canales civiles? —pregunté.
—Lo siento, comisario, no he estado monitorizando…
—Por supuesto que no —dije pacientemente—. No es su cometido. Pero ¿me puede conectar con alguien que sí lo haya estado haciendo?
—Hekwyn. —El arbitrator parecía estar en la calle, hablando por el intercomunicador. Se oían disparos de fondo, cosa que no me sorprendió en absoluto—. ¿Qué puedo hacer por usted, comisario?
—Necesito saber si ha habido algún incidente fuera de lo normal en el área del mar ecuatorial —le dije.
Rió brevemente, sin humor.
—Me han dicho que uno o dos enemigos de los que causan estragos en la humanidad.
—Algo más específico —lo urgí, informándolo rápidamente de la situación.
Su tono cambió.
—Contactaré con usted de nuevo —me prometió—. Pero puede que me lleve un rato.
—Esperemos que tengamos tiempo todavía —dije, cortando la conexión.
Me di la vuelta al notar un aroma familiar por encima de mi hombro, y vi a Jurgen ahí de pie, con el melta en las manos, como siempre que había problemas. Lo había disparado recientemente, ya que el cañón despedía un penetrante olor actínico a metal chamuscado. Enarqué una ceja inquisitivamente.
—Pensé que quizá querría salir al exterior otra vez, señor —dijo. Bueno, no era probable, teniendo en cuenta que el complejo estaba siendo atacado por soldados de infantería herejes y todo eso, pero asentí de todos modos, por si alguien de los que nos rodeaban se daba cuenta.
—Me temo que me necesitan aquí por el momento —le expliqué, fingiendo lo mejor que pude un fervor marcial lleno de frustración. Fue en ese momento cuando me di cuenta de que el sonido de disparos ahí fuera realmente había aumentado mucho de volumen y que la gorra y el capote de Jurgen estaban cubiertos de nieve—. ¿Qué está ocurriendo ahí fuera, exactamente? —pregunté.
Antes de que mi ayudante pudiera contestar, hubo una enorme explosión proveniente de la puerta principal, la cual implosionó, llevándose consigo a un par de soldados cercanos. Kasteen, Broklaw y yo desenfundamos las armas tan rápido que hubiera sido imposible saber quién lo había hecho primero, y nos volvimos para enfrentarnos a aquella amenaza inesperada. Un grupo de fanáticos con uniformes rojos y negros asaltaron la habitación, haciendo caso omiso de la ráfaga de rayos láser y relámpagos que los abatía mientras se lanzaban a por nosotros.
—¡Sangre para el Dios de la Sangre! —gritó uno que había tenido más suerte que la mayoría, cargando hacia delante mientras los disparos láser le iban arrancando trozos del chaleco antibalas y de la carne que había debajo, tan enajenado que apenas pareció darse cuenta de sus heridas. Cambié de objetivo disparándole a la pierna, y se desplomó sobre el suelo frente a mí, tratando de alcanzarme con un machete manchado de rojo—. ¡Sangre para el Dios de la Sangre!
—Bien, que sea la tuya —le espeté con brusquedad al mismo tiempo que le daba un pisotón en la garganta y le rompía la laringe. No fue una forma muy elegante de matarlo, pero al menos lo hizo callar.
—Están por todo el complejo —dijo Jurgen. Eché un vistazo a mi alrededor mientras Kasteen reunía a todos sus variopintos operadores de voz y de auspex y comenzaba a hacer retroceder a nuestros asaltantes. Estaba claro que el centro de mando ya no era un buen refugio; incluso si pudiéramos expulsar a los enemigos estaría abierto de par en par, y no me sentía del todo cómodo con la idea de permanecer en un espacio cerrado bajo el asedio de una multitud de locos suicidas. Me volví hacia Broklaw, que parecía más o menos ileso, aparte de un corte en la frente.
—Debería salir fuera —apunté— y reunir a nuestra gente.
—Buena idea —asintió, al parecer sin darse cuenta de que la sangre le caía por la cara—. Si perdemos ahora las comunicaciones con la cuarta y la quinta, nos habrán fastidiado la trampa.
—Los mantendremos fuera —le aseguré, acallando un poco mi conciencia pensando en que al menos alguien lo haría si dependía de mí. Me volví hacia mi ayudante—. Vamos, Jurgen, tenemos trabajo.
—Estoy con usted, señor —respondió, tan flemático como siempre. Saqué mi espada sierra y comencé a abrirme paso hacia la puerta, dando gracias a lo que fuera que hacía que aquellos fanáticos de Khorne se abalanzaran sobre uno blandiendo armas blancas y gritando como posesos en vez de disparar como haría cualquier oponente inteligente, mientras abatía a alguno que otro siempre que se me presentaba la oportunidad. Aunque, para ser sincero, eso no ocurría a menudo. Era evidente que Kasteen estaba disfrutando la oportunidad de ensuciarse las manos por una vez, en lugar de dirigir operaciones a distancia a través de una cadena de subordinados, disparando alegremente con su pequeña pistola de rayos como si estuviera acumulando premios en una de las barracas de la feria. Los proyectiles explosivos estaban acabando rápidamente con los soldados herejes a pesar de sus armaduras, dejando las paredes decoradas con diseños abstractos que no me apetecía mirar muy de cerca.
—¿No hay bastantes aquí dentro para usted? —preguntó cuándo Jurgen (que había cambiado a su pistola láser estándar debido al reducido espacio en el que nos encontrábamos y a la gran cantidad de los nuestros que había cerca) y yo pasamos junto a ella. Esbocé mi mejor sonrisa temeraria.
—Sería de mala educación quitarle los suyos, viendo lo mucho que se divierte —bromeé—. Además, a usted y a Ruput se los necesita aquí. —Me hice a un lado para permitirle a Jurgen disparar con más facilidad a un soldado de rojo y negro que atravesaba corriendo la puerta, y me di cuenta, cuando éste cayó abatido, que tras él no venían más.
Kasteen volvió a enfundar su arma, algo decepcionada.
—Lo cual me deja a mí con la misión de evitar que entren más —terminé.
—Supongo. —La coronel se volvió de nuevo hacia el banco de unidades de voz, asimilando ya los informes sobre otros frentes. Algunos de los nuestros habían caído, pero dadas las circunstancias habían sido más bien pocos, y varios de ellos estaban heridos. Broklaw estaba reuniendo a los demás para que volvieran al trabajo.
Mientras recorría rápidamente el pasillo, con Jurgen pisándome los talones, nos cruzamos con un grupo de sanitarios que iba en dirección contraria. Me sentí enormemente aliviado al verlos. Cierto era que llevaban pistolas láser, pero colgadas del hombro, y si eran capaces de responder tan rápido a una llamada de auxilio del centro de mando, quería decir que no eran tan necesarios para ayudar a defender el lugar. Comencé a sentirme más animado.
—¡Comisario! —Un joven cabo nos recibió cuando salimos al exterior, y me cubrí la nariz y la boca con la bufanda sin aminorar el paso (me di un golpe en un lado de la cara con la pistola mientras lo hacía, pero dadas las circunstancias no iba a renunciar a ninguna de mis armas). Su cara me sonaba ligeramente, y tras un instante logré recordar que lo había hecho azotar en Kastafore por comenzar una bronca con algunos civiles por los favores de una prostituta. Rescaté su nombre de las profundidades de mi memoria.
—Albrin —lo saludé, asintiendo, y el muchacho pareció absurdamente complacido de que lo hubiera reconocido—. ¿Quién está al mando aquí?
—Creo que yo, señor. —Señaló vagamente hacia la oscuridad que había más allá de la luz que se filtraba desde la entrada a nuestras espaldas, donde los restos chamuscados y ennegrecidos de la gruesa puerta de metal que solía protegerla ofrecía un mudo testimonio de que no todos los herejes estaban tan cegados por la sed de sangre como para olvidar cómo se coloca una carga explosiva—. Mi sección vio a un grupo de traidores que se dirigían hacia aquí, así que los perseguimos y los pillamos por la espalda.
—Buen trabajo —lo felicité, mientras observaba algunos promontorios en la nieve que probablemente habían sido soldados enemigos hacía unos instantes. Tenía sentido: los fanáticos de Khorne estarían tan concentrados en asaltar el edificio y masacrar a todos los que estaban dentro que probablemente ni se les había ocurrido vigilar su retaguardia, ni siquiera cuando el equipo de Albrin abrió fuego sobre ellos.
El cabo se ruborizó.
—Una vez acabamos con ellos, comenzamos a reforzar la brecha. Parecía lo mejor.
Volví a asentir. Para ser administrativo de intendencia tenía buenas nociones de táctica.
—Así es —dije. Habían comenzado a apilar contenedores de carga y artilugios varios hasta formar una barricada improvisada, que parecía bastante defendible. Traté de encontrar más defensores a través de mi intercomunicador, pero ninguno de ellos tenía un equipo de comunicaciones tácticas, por lo que resultó ser un gesto inútil. Al final tuve que conformarme con informar al centro de mando de lo que estaba ocurriendo.
—¿Se va a quedar con ellos? —preguntó Kasteen
—No —respondí, consciente de que los defensores sólo oirían mi parte de la conversación—. Parecen lo bastante competentes. —Como era de esperar, el pequeño grupo de hombres y mujeres se sintió orgulloso y con fuerzas renovadas—. Avanzaré un poco más para tratar de encontrar un pelotón o dos a los que enviar hacia aquí para ayudarlos. —Aquello no era sólo buen sentido táctico; tenía muchas más probabilidades de evitar al enemigo que si me quedaba en un lugar que era un blanco evidente.
—Buena caza —dijo Kasteen, malinterpretando por completo mis razones, y tras un par de comentarios alentadores a los defensores, Jurgen y yo avanzamos hacia la oscuridad.
Lo cierto era que para entonces la batalla por el complejo no había hecho más que empezar, y el entrenamiento superior y las habilidades de los defensores, combinados con aquel frío que te calaba hasta los huesos, sirvieron para segar a los atacantes como cae el grano al paso de la segadora. Pero en aquel momento, tal y como podrán apreciar, no tenía manera de saberlo, por lo que mis movimientos eran lo más prudentes posible. Tuve tiempo para escanear las frecuencias tácticas, descubriendo entre otras cosas que nuestra trampa en la cúpula había funcionado tan bien como esperábamos, ya que la cuarta y la quinta compañías habían rodeado a su presa y estaban acabado con ella rápidamente, mientras que la nueva compañía de Sulla estaba haciendo, para mi sorpresa y alivio, un trabajo ejemplar defendiendo la ciudad de la depredación de los invasores (aunque no sin algunos daños colaterales, por supuesto).
—Comisario. —Jurgen era poco más que una silueta en aquella noche interminable, aunque mis ojos ya se habían acostumbrado lo suficiente como para distinguirlo sin dificultad. Era un alivio, ya que las bajísimas temperaturas y la bufanda que llevaba sobre la nariz me estaban impidiendo utilizar mi habitual método de localizar a mi fiel compañero en la oscuridad—. Movimiento.
Seguí la dirección que me indicaba, preguntándome por un instante qué sería aquel chirrido que se oía, hasta que recordé que los motores del transporte de tropas aún funcionaban. Bien, al menos todavía podríamos responder cuando llegara la llamada del general. Pensé que probablemente ésa era la razón principal por la que nuestra base allí había sido atacada. Si la primera oleada había informado sobre la presencia del transporte orbital a sus superiores en la flota invasora, alguien con algo de sentido común, probablemente uno de los marines traidores, se habría dado cuenta de por qué estaba allí.
Sin embargo, no había tiempo para pensar más en ello, ya que el movimiento que Jurgen había detectado comenzó a transformarse en una masa de oscuridad en movimiento que ocultaba las pocas estrellas que podían verse entre los edificios. Al principio pensé que sería un pelotón de soldados, pero a medida que fue avanzando hacia terreno abierto me di cuenta de que era demasiado grande para eso.
—¡Por el Emperador! —exclamé mientras comenzaba a sentir una leve vibración bajo los pies, aparte de oír los tan familiares chirridos y sonidos metálicos que comenzaban a superponerse al penetrante ruido que hacían los motores de los transportes—. ¡Han traído un maldito tanque!
—¿Puede repetir eso? —dijo Kasteen con voz sorprendida.
—Es un Leman Russ —dije—. O al menos es lo que fue. —La familiar silueta había sido deformada con iconos y trofeos que me alegré de no reconocer en la oscuridad que nos rodeaba, así como lo que parecía un trozo de verja que le habían acoplado sin una razón aparente—. Debe de haberles llevado un buen rato descargarlo de la lanzadera.
—Confírmelo. —Kasteen habló con los capitanes de las otras compañías durante unos instantes—. También tienen un par de unidades acorazadas en la cúpula. No hay ninguna en la ciudad, gracias al Emperador.
—Podemos con él, comisario —me aseguró Jurgen mientras sacaba su apreciado melta. Era lo más probable, ya que el arma estaba diseñada para eso, después de todo. El fallo en aquel plan, al menos desde mi punto de vista, era que llevarlo a cabo probablemente atraería la atención de su tripulación, lo cual desembocaría posteriormente en una lluvia de proyectiles pesados provenientes de la nave más cercana.
Me libré de tener que encontrar una razón convincente para seguir agachados por una súbita intervención a nuestra izquierda, donde un pelotón de valhallanos salió de su escondite sin avisar para descargar una salva de rayos láser, que resultó inútil, contra el casco de metal. El motor rugió y la torreta giró, apuntando con el cañón principal.
—¡Oh, a la mierda! —exclamé, cuando una ráfaga de munición pesada comenzó a agujerear la nieve a nuestro alrededor, haciendo boquetes en los edificios antiaéreos y provocando un enorme desastre con todo lo que nos rodeaba—. Dispare, maldita sea. —Realmente era nuestra mejor opción de sobrevivir, ya que no había manera de poder escapar sin que nos hicieran pedazos.
—Muy bien, señor. —Jurgen apretó el gatillo apuntando al flanco, donde la coraza era más fina, y los idiotas que habían atacado en primer lugar empezaron a vitorear salvajemente (al menos los que no estaban agonizando, desangrándose sobre la nieve). La onda de plasma recalentado atravesó los bordes laterales haciendo pedazos las ruedas, y el leviatán metálico se detuvo con un chirrido del motor.
—¡Venga, soldados! ¿Es que queréis vivir para siempre?
Pensé que el que estaba al mando del escuadrón, que no era un oficial, debía de estar drogado o algo así. Nadie hablaba de ese modo fuera de las novelas baratas de guerra. Sin embargo, pareció funcionar: con un aullido propio de una banshee, todos ellos se levantaron y echaron a correr, abalanzándose sobre aquella cosa e intentando abrir las escotillas para lanzar granadas de fragmentación al interior.
Buena suerte, pensé. La torreta volvió a girar, como si estuviera intentando sacudírselos de encima, pero después me di cuenta de que estaba tratando de apuntar hacia algún lugar. Miré a mi alrededor y vi el lateral del transporte de tropas.
—¡Jodida disformidad! —exclamé—. ¡Están apuntando a la nave de transporte! —Comencé a agitar los brazos, haciéndoles señas a los soldados que aún se agolpaban sobre el maltrecho tanque—. ¡Apártense!
Jurgen no podía volver a disparar con todos aquellos idiotas en medio, y si los traidores conseguían disparar a aquella distancia, harían un blanco seguro en la nave orbital. Intenté hacerme una idea acerca de la magnitud de la consiguiente explosión si conseguían penetrar en el casco, y fui incapaz; lo único de lo que estaba seguro era de que quedaría poco del complejo y yo sería una pequeña nube de vapor a la deriva.
No había manera de evitarlo. Cogí a Jurgen por el cuello de la camisa y comencé a correr hacia la nave, cambiando frenéticamente de frecuencia en mi intercomunicador para encontrar la del piloto[85].
—¡Despegue ahora mismo! —exclamé.
—¿Puede repetirlo? —Al menos el piloto estaba conectado, pero parecía desconcertado—. ¿Con quién hablo?
—Con el comisario Cain —dije, con una ligera carraspera provocada por el frío—. Están ustedes en grave peligro. ¡Despegue ahora mismo!
Era incluso peor de lo que pensaba. La rampa principal de carga estaba extendida y de ella salía una cálida luz amarilla. Si el tanque traidor conseguía disparar a ese punto, no habría ninguna esperanza de que el casco detuviera el proyectil. Redoblé mis esfuerzos, y tras lo que me pareció una eternidad arrastrándome por la nieve traicionera, aunque probablemente no hubieran transcurrido más que unos pocos segundos, al fin sentí la solidez del metal bajo mis pies. Jurgen, por supuesto, no se encontró con tantas dificultades y me había superado con facilidad. Al volverme para mirar atrás ya estaba en los controles, pulsando la runa de cierre con los dedos.
La rampa comenzó a elevarse con un zumbido chirriante, sacando de mi campo de visión aquel mortífero cañón de batalla. Lo último que vi del tanque fue a los valhallanos que lo habían asaltado dispersándose, aparentemente tras haber encontrado un lugar vulnerable en el que colar una granada. Si tuvo algún efecto o no, lo desconozco, ya que una súbita sacudida bajo mis pies me hizo caer de rodillas.
Para bien o para mal, ahora estábamos en el aire, y Jurgen y yo nos dirigíamos a el Emperador sabe dónde. Sin embargo, si hubiera sabido cuál era nuestro destino y lo que encontraríamos allí, probablemente hubiera cargado yo mismo contra el tanque sintiéndome la mar de afortunado.