CATORCE

CATORCE

Las cosas siempre pueden ir a peor.

Proverbio valhallano

—Bueno, eso no me lo esperaba. —Zyvan asintió con gesto adusto en el centro del hololito. Su cabeza, que tenía una cuarta parte de su tamaño original, estaba rodeada de otras, que orbitaban a su alrededor como si fueran las lunas de un gigante gaseoso: los comandantes de los demás regimientos de la Guardia, sus comisarios, Malden, Kolbe, y un par de caras que no reconocí, pero que probablemente tenían algo que ver con la FDP. Me sentí ligeramente aliviado al ver que no estaba Vinzand, así que las cosas irían algo mejor; sin duda Zyvan pensaba que estábamos tratando cosas que los civiles, por muy eminentes que fueran, no debían saber. Me fijé en la ausencia de lady Dimarco con sentimientos encontrados, ya que era lo bastante decorativa como para que su presencia hubiera resultado una agradable distracción frente a aquella colección de militares, pero su personalidad corrosiva se imponía por mucho a lo primero.

Hablando de personalidades corrosivas, Beije estaba allí, junto con Asmar, por supuesto, intentando desesperadamente que pareciera que comprendía lo que allí pasaba. Bueno, supuse que podría entretenerme pinchándolo si las cosas se ponían muy aburridas.

—¿Están absolutamente seguros de todo esto? —Como era de esperar, Beije no pudo resistirse a meter la nariz, sin importarle las opiniones del resto de los que estaban en el enlace de conferencia—. No es que dude de la palabra del comisario Cain ni por un momento —su tono claramente expresaba lo contrario—, pero estoy seguro de que no soy el único de entre los presentes que encuentra esa historia algo difícil de tragar.

Asmar asintió, mostrándose de acuerdo, a pesar de que la mayoría permaneció con cara de póquer y otros visiblemente molestos, especialmente el comandante de los tanques valhallanos y su comisario.

—Sé que tiene fama de ser una especie de héroe —siguió parloteando Beije con alegría inconsciente, sin reparar en cómo eran recibidas sus palabras—, pero la idea de un hombre derrotando a un miembro de las legiones de los traidores en combate singular es difícil de asimilar.

—Y verdaderamente lo sería —respondí—, si ése fuera el caso. Pero no puedo atribuirme el mérito de las acciones de otros. —Al menos no si había opciones de que no me saliera bien—. Sencillamente intercambié unos cuantos golpes con aquel tipo. Lo mataron mi ayudante y un par de pelotones de nuestros soldados, a quienes, dicho sea de paso —añadí, dirigiéndome a Zyvan—, me gustaría recomendar para una mención de honor.

Me vi recompensado por un campo de proyección lleno de gestos de asentimiento y sonrisas benévolas. Aquél era el truco que siempre me había funcionado mejor: mostrarme modesto con respecto a mi supuesto heroísmo. Ahora la leyenda crecería de un modo desproporcionado, hasta que la mitad de los soldados del planeta estuvieran realmente convencidos de que había vencido a un superhombre contaminado en un duelo de espadas. Las únicas excepciones, por supuesto, eran Asmar y Beije.

—Pero ¿estamos acaso seguros de que era uno de los malditos traidores? —preguntó Beije, que se agarraba a su razonamiento como a un clavo ardiendo, totalmente incapaz de captar que cuanto más tratara de desprestigiar mi supuesto logro, más consolidado quedaría éste en la mente de los demás—. Podría haber sido simplemente un enemigo excepcionalmente alto.

—Bastante seguros —replicó Zyvan con sequedad mientras la imagen del hololito cambiaba para mostrar el cadáver del marine del Caos. No necesitaba ver las expresiones en los rostros de los allí reunidos, ya que la inspiración de aire colectiva se oyó perfectamente. No había manera de confundir aquel monstruoso cadáver con ninguna otra cosa. Tras un instante, la imagen volvió a enfocar al grupo de cabezas—. Lo hemos identificado positivamente como miembro de la Legión de los Devoradores de Mundos.

—Entonces, ¿debemos deducir que la siguiente fase del ataque la llevará a cabo una legión traidora? —preguntó Kolbe, procurando mantener un tono de voz neutro, con un esfuerzo que para alguien menos aficionado a estudiar a la gente habría resultado difícil de detectar.

Zyvan negó con la cabeza.

—Por supuesto, con el Caos uno nunca puede estar seguro de nada, pero lo dudo. Si ése fuera el caso, estaríamos enfrentándonos a una flota mucho más grande y los Devoradores de Mundos estarían proclamándose abiertamente en vez de esconderse detrás del estandarte de los Recobradores.

—No es que los adoradores de Khorne sean precisamente sutiles —intervine amablemente, subrayando el hecho de que, quizá a excepción de Zyvan, probablemente yo era el que más experiencia tenía de lucha contra las diversas facciones del Caos en todo el planeta.

Kasteen me miró con curiosidad.

—¿Creí haberle oído decir que adoraban a algo llamado Slaynish?

—Los herejes contra los que hemos luchado hasta ahora parecen ser adoradores de Slaanesh —afirmé, haciendo hincapié en la correcta pronunciación de modo casi imperceptible—. Cosa que, como mínimo, es extraña.

—¿Cuál es la diferencia? —preguntó Beije con impaciencia—. Un hereje es un hereje. Sencillamente deberíamos matarlos a todos y dejar que el Emperador los clasifique.

—Estoy más o menos de acuerdo —dije, disfrutando con el breve destello de sorpresa e incertidumbre que apareció en su rostro—. Pero posiblemente no sea algo tan sencillo.

—Cierto —asintió Zyvan—. El comisario Cain es consciente, al contrario que algunos de ustedes, de que el Caos no es un enemigo único y cohesionado. Al menos no muy a menudo, gracias al Emperador. —Los pocos participantes en la conferencia que sabían de lo que estaba hablando parecían visiblemente perturbados, ya que sin duda estarían visualizando la Guerra Gótica de la última Cruzada Negra (quizá fuéramos lo bastante afortunados de no conocer la magnitud de la siguiente, que estaba acechando unos sesenta años más adelante en nuestro futuro colectivo).

—Eso es —corroboré. Volví a dirigirme directamente a Zyvan—: Supongo que todos los que estamos aquí tenemos el nivel de seguridad necesario para discutir acerca de este tema, ¿no? —Estaba claro que debía ser así, ya que de lo contrario él jamás habría sacado la cuestión, pero le encantaban las escenas melodramáticas tanto como a mí, y asintió con gesto adusto.

—Puede continuar —dijo.

Bueno, aquello resultaba algo chocante, ya que había esperado poder echarme una siestecita durante la reunión, despertándome únicamente para aguijonear a Beije si surgía la oportunidad, pero jamás me había disgustado ser el centro de atención, así que asentí como si hubiera estado esperando algo parecido.

—Hay cuatro Poderes Ruinosos principales —comencé—. Al menos por lo que sabemos hasta ahora. Los herejes los adoran como a dioses, y de todas las entidades de la disformidad que hemos descubierto hasta el momento sólo ellos son lo bastante fuertes para desafiar al mismísimo Emperador por el dominio del immaterium.

—¿Desafiar al Emperador? —Beije estaba fuera de sí—. ¡La sola idea es blasfema! —Se inclinó hacia delante, en apariencia hacia los controles de su proyector de imágenes—. No pienso seguir escuchando semejante montón de tonterías herejes. —Su rostro desapareció de la colección de cabezas sin cuerpo que flotaban en el hololito. La de Asmar permaneció allí, pero no parecía precisamente contento.

—El resto de ustedes quizá se dé cuenta —dije, ocultando mi regocijo no sin cierta dificultad— de que he dicho «desafiar», y no «derrotar». Eso sí que sería herejía y, por supuesto, es completamente impensable. —La mayoría de las cabezas asintieron con gesto adusto—. La naturaleza exacta de tales poderes es un tema que deben estudiar y examinar aquéllos más sabios que yo[77], pero lo más importante es que los cuatro son, en esencia, rivales. Puede que de cuando en cuando formen alianzas, pero al final todos buscan el dominio absoluto sobre el resto. —Eso lo sabía por experiencia propia; la hechicera Emeli, que por alguna razón últimamente invadía mis sueños, había formado parte de un culto a Slaanesh que había librado una batalla encarnizada con una facción nurglita por el control de Slawkenberg—. Y no hay dos rivales más encarnizados que Khorne y Slaanesh —concluí—. Si aquí están actuando conjuntamente, sería algo sin precedentes.

—Totalmente —confirmó Zyvan—. Los únicos ejemplos que se han documentado jamás han sido durante acontecimientos como la Cruzada Negra, cuando los miembros de las cuatro facciones son capaces de dejar sus diferencias a un lado. Afortunadamente, acaban volviéndose unos contra otros antes o después, con lo que todo se viene abajo.

—Esto no tiene ni con mucho las dimensiones de una Cruzada Negra —señaló tímidamente uno de los comisarios kastaforeanos. Había pasado un tiempo en su compañía a bordo de la Benevolencia del Emperador, y era de la opinión de que al muchacho podría esperarle un futuro bastante bueno. No se pasaba el día cantando loas al Emperador, le gustaba beber y jugar a las cartas, y tenía una idea bastante acertada de cuándo debía mirar hacia otro lado en vez de castigar cualquier pequeña infracción cometida por sus soldados—. Más bien parece una «escaramuza negra».

—Precisamente —dije, sonriendo ante la ocurrencia hasta que algunos de los otros decidieron que también debían hacerlo—. Lo cual nos deja con dos posibilidades, al menos que yo vea. La primera es que hay algo en Adumbria que codician ambas facciones.

—¿Y qué podría ser eso? —preguntó Kolbe, que parecía inquieto ante la perspectiva, lo cual era comprensible. Ya debía de ser bastante duro hacerse a la idea de que uno de los Poderes Ruinosos se tomaba un interés especial por su mundo de origen, y para qué hablar si se trataba de dos.

—¡Quién sabe! —exclamó Zyvan—. Adumbria ha estado habitada durante milenios. Eso es mucho tiempo para que alguien esconda o pierda algún poderoso artefacto. O quizá sea algo que ha estado aquí incluso más tiempo que el Imperio. —Reprimí un escalofrío ante tal idea, ya que me acababa de acordar sin pretenderlo de las tumbas de necrones con las que habíamos tropezado en Interitus y Simia Orichalcae. Aun así, me obligué a recordar que las monstruosidades de metal no eran la única fuente de tecnología arcaica, y era posible que alguna reserva secreta de dicho material, que llevara perdida mucho tiempo, permaneciera enterrada en algún lugar de aquel peculiar planeta.

—¿Qué hay de la otra posibilidad? —preguntó Kasteen.

—Los de Khorne están aquí para evitar que los de Slaanesh hagan algo que rompa el equilibrio de poder entre ambos —dije.

—Como criar demonios y andar jodiendo con las corrientes de la disformidad —concluyó el coronel.

—Viendo lo que ya sabemos acerca de las actividades del culto a Slaanesh aquí, ésa sería mi apuesta —asentí—. Aunque no tengo ni idea, de qué esperan conseguir, o por qué los de Khorne estarían tan desesperados por impedirlo. —Mejor así. Si hubiera tenido la más remota idea, ya estaría farfullando bajo la mesa en vez de hablar acerca de ello.

—¿Alguna idea más de lo que está pasando con las corrientes de la disformidad? —le preguntó Zyvan a Malden.

El joven psíquico negó con la cabeza.

—Tal y como hemos dicho antes, se están volviendo los unos contra los otros. Es como si quienquiera que esté detrás de todo esto estuviera intentando desencadenar una tormenta de disformidad muy pequeña e intensa que se centre en el planeta. El cómo o el por qué aún es difícil de averiguar.

—Gracias —dijo secamente el general supremo. Se encogió de hombros—. Estoy abierto a sugerencias.

—¿Qué hay del patrón que siguen los ataques? —preguntó Kasteen. Cogió el visor de la mesa de mapas del hololito—. La primera oleada atacó a los tallarnianos. Después atacaron Glacier Peak.

—Atacaron en casi todos los frentes —señaló Asmar, aferrándose a la posibilidad de desmontar cualquier teoría que ella estuviera desarrollando.

Pero Kasteen sencillamente asintió.

—Así es, lo que en cierto modo resulta sorprendente, dado que al menos uno de sus transportes fue destruido antes de que pudiera desembarrar a la mayor parte de sus tropas. Sus fuerzas se estrellaron en mayor medida de la que aterrizaron.

—Buen argumento —concedió Zyvan—, pero no veo adonde quiere llegar exactamente.

—He estado observando los movimientos del enemigo aquí, en Glacier Peak. —Kasteen amplió el mapa de la ciudad y sus alrededores—. Cinco lanzaderas descendieron sobre este punto. Dos de ellas se estrellaron contra la ciudad, otra se estrelló contra nosotros y las otras dos se desviaron. Una aterrizó aquí, al sur, y la otra se estrelló al oeste, cerca de la cúpula que descubrió el comisario.

—He leído los IPA[78] —dijo Zyvan con un tono de voz que denotaba tanto curiosidad como un leve reproche.

Kasteen hizo un gesto de asentimiento.

—Yo también. Y fue mientras los cotejaba que me chocó una cosa. Una vez aterrizaban, los herejes sólo avanzaban en una dirección: hacia el oeste. En ese momento supusimos que pretendían tomar la ciudad o reforzar a las unidades que atacaban nuestro complejo, pero comencé a preguntarme si sería ése el verdadero objetivo.

—Y si no era ése, entonces, ¿cuál era?

Kasteen resaltó la cúpula.

—¿Y si era el emplazamiento del ritual? La lanzadera que casi lo consiguió no sobrepasó el objetivo, como pensamos en aquel momento. Las demás se quedaron cortas.

—¿Y qué sentido tendría eso? —preguntó Asmar en tono desdeñoso—. Los herejes ya habían llevado a cabo sus repugnantes brujerías mucho antes incluso de que los renegados penetraran en el sistema.

—Pero quizá no lo sabían —dije, y las piezas del razonamiento de Kasteen de repente encajaron perfectamente, induciéndome a pensar que ella podía tener razón. E incluso si no la tenía, no estaba dispuesto a permitir que Asmar la dejara en ridículo delante del general supremo—. A usted también lo atacaron, ¿verdad? Y prácticamente está sentado sobre el emplazamiento de otro templo hereje.

Tal y como esperaba, el hecho de recordárselo lo hizo sentir tremendamente incómodo.

—¿Alguno de ellos parecía dirigirse hacia allí?

—Es posible —admitió el coronel tallarniano tras unos instantes, visiblemente descontento ante tal perspectiva—. Tendría que comprobarlo. Nuestras tácticas tradicionales se basan en gran medida en ataques rápidos y maniobras ágiles, así que los herejes se dispersaron en todas direcciones.

—Si nos lo pudiera hacer saber lo antes posible… —dijo Zyvan, que hizo que la simple petición sonara más como una orden sin necesidad de ejercer visiblemente su autoridad. Estaba claro que el intercambio de palabras que había oído antes no había acabado ahí.

Asmar asintió.

—Así se hará, por la gracia del Emperador.

—Bien. —Zyvan dirigió su atención hacia Kolbe—. ¿Alguna actividad hostil aproximándose al emplazamiento de Skitterfall?

—Algunos consiguieron atravesar las defensas —respondió Kolbe—. En ese momento pensamos que esperaban encontrar refuerzos allí.

—Ya veo. —Zyvan asintió una vez—. Es evidente que tendremos que mejorar nuestros canales de enlace con su gente.

—Lo cual plantea una posibilidad interesante —intervino Malden con su habitual voz apagada—. La situación geográfica de los emplazamientos realmente parece importante, tal y como ha sugerido la coronel Kasteen hace un momento, y este nuevo enemigo es tan consciente de eso como el que hemos estado intentando rastrear.

—¿Y eso cómo nos ayuda exactamente? —preguntó Kolbe.

Malden extendió las manos.

—Está claro que los brujos no han sido aún capaces de alcanzar sus objetivos. Esto implicaría que necesitan realizar su ritual al menos una vez más, probablemente en un lugar o lugares específicos. Si analizamos el patrón de los aterrizajes a lo largo de las líneas que la coronel ha señalado, quizá podríamos localizarlos.

—Excelente —asintió Zyvan—. Haré que nuestra gente de inteligencia se ponga a ello ahora mismo.

Sin embargo, los resultados fueron decepcionantes. Tras casi dos días de actividad febril por parte de los analistas, durante los cuales nos dedicamos a aburrirnos y a reorganizarnos para llenar los huecos que los recientes enfrentamientos habían dejado en nuestras filas, Zyvan nos llamó en persona para comunicarnos las malas noticias.

—Parece ser un callejón sin salida —nos dijo con expresión sombría—. La coronel Kasteen tenía razón sobre que los invasores se dirigían hacia los emplazamientos para rituales, pero eso no parece ayudarnos a localizar el siguiente.

—¿Por qué no? —pregunté. A modo de respuesta, la imagen de su rostro en el hololito, que finalmente había sido estabilizada por uno de los tecnosacerdotes (gracias al Emperador), fue reemplazada por la de Adumbria, que ahora resultaba muy familiar y apenas vibraba. Al igual que antes, estaba cubierta de iconos que representaban los contactos, y la mayoría se encontraban en la cara oscura.

—La mayor parte de los intrusos no parecen haberse movido con un propósito aparente —explicó Zyvan—, aparte de los grupos que ya señaló ella —los racimos que rodeaban Glacier Peak, a los tallarnianos y Skitterfall brillaron con mayor intensidad—. Los demás simplemente comenzaron a atacar a la FDP, unidades de la Guardia o poblaciones civiles más cercanas.

—Bueno, así son los seguidores de Khorne —comenté con sarcasmo, percibiendo la mal disimulada decepción de Kasteen y tratando de animarla—. Muéstrales algo que matar y enseguida se distraen.

—Cierto —asintió Zyvan, que parecía tan decepcionado como la coronel; una vez más, una pista prometedora se había convertido en polvo delante de nuestros propios ojos—. Qué desconsiderados.

—Lógicamente —intervino Broklaw apoyando a su coronel, como era de esperar—, el próximo emplazamiento para rituales debería completar el patrón. Seguro que sus psíquicos pueden predecir dónde será.

Volvió a aparecer la cara de Zyvan con expresión conmiserativa.

—No ha tenido usted mucho contacto con los psíquicos, ¿verdad, joven? —Broklaw negó con la cabeza, al parecer satisfecho de que así fuera.

El general supremo suspiró.

—Entonces crea lo que le voy a decir. Obtener de ellos una respuesta sensata no siempre es tan fácil como usted piensa.

Recordé las últimas conversaciones que había mantenido con Rakel y asentí, comprensivo.

—Malden parece bastante equilibrado para ser un spook —dije.

Zyvan volvió a suspirar.

—Demasiado, si es que eso es posible. No se compromete si no se le proporcionan más datos, mientras que el resto de los de mi equipo son… más típicos. La única otra persona que tiene una opinión es lady Dimarco, que parece pensar que la única línea de acción prudente es dejar el sistema mientras todavía se puedan navegar las corrientes por los márgenes, y me lo dice una y otra vez.

—¿Acaso es eso una opción válida? —pregunté con un tono lo más despreocupado posible. Y empecé a cavilar cual sería la mejor manera de subir a bordo del buque insignia si eso era así.

Zyvan negó con vehemencia, tomándose la pregunta como una broma.

—Por supuesto que no. Estamos en este lugar para defenderlo, y eso es lo que haremos, sea lo que sea lo que nos arroje la disformidad.

—Algunas de esas unidades parecían estar moviéndose —dijo Kasteen, que todavía estudiaba el despliegue de los herejes en la mesa de mapas. Resaltó unas cuantas, que al parecer bordeaban el mar interior de mayor tamaño—. Quizá deberíamos inspeccionar la orilla.

—¿Los dieciséis mil kilómetros? —preguntó suavemente Zyvan. Kasteen se ruborizó ligeramente, lo cual, según mi experiencia, nunca era buena señal, así que intervine rápidamente.

—El mar está justo enfrente de Skitterfall —señalé—. Un cuarto emplazamiento en ese lugar completaría una figura geométrica.

—Ya nos lo habíamos planteado —dijo Zyvan, sonriendo con expresión cansada—. No soy tan tonto, ¿sabe, Ciaphas?

—Estaba empezando a preguntármelo después de la última partida de regicida —bromeé. Para ser uno de los mejores tácticos de su sector, era sorprendente lo fácil que resultaba ganarlo, cosa que aprovechaba para tomarle el pelo constantemente. Supongo que el juego abstracto le resultaba demasiado simple comparado con mover ejércitos enteros alrededor del vacío, pero era un anfitrión atento y una buena compañía.

—Por lo que dice Malden, un lugar cerca de la costa se saldría demasiado del alineamiento con el resto de los emplazamientos. Un par de los otros sugirieron que los polos podrían ser una posibilidad, pero ninguna de las unidades enemigas pareció tener demasiado interés por ellos. —Cosa que, por otro lado, no era ninguna sorpresa: uno estaba ocupado por una ciudad de provincias que parecía subsistir únicamente a base de cultivar reventones, y la otra por unas instalaciones de entrenamiento de la FDP llenas de soldados que habían acabado con el único cargamento de cultistas cuya lanzadera aterrizó allí en muy poco tiempo.

—¿Qué hay de una isla? —sugirió Broklaw.

Zyvan se encogió de hombros.

No hay ninguna, al menos a suficiente distancia de la costa como para marcar la diferencia.

—Bueno, entonces no hay más que hablar —dije—. Estamos donde empezamos.

—No exactamente —intervino Kasteen. Le dirigí una mirada inquisitiva y ella sonrió sin asomo de alegría—. Todo lo que tenemos que hacer es esperar a que los invasores ataquen de nuevo y ver adonde se dirigen.

—Si no nos tomamos pronto un descanso —dijo Zyvan con expresión sombría—, es posible que lleguemos a eso.