DOCE

DOCE

Darse prisa y descansar.

Resumen que hacen tradicionalmente los miembros de la Guardia del proceso de despliegue

El viaje de regreso a Glacier Peak fue tan aburrido como había supuesto, aunque relativamente corto, ya que el general supremo se había tomado la molestia de poner un vehículo aéreo a mi disposición. A los veinte minutos de nuestro despegue, el rectángulo de cielo que se veía por la portilla adquirió la oscuridad perpetua del lado frío, sólo aligerada por el brillo de las estrellas, y me limité a observar la tonalidad azulada del paisaje que sobrevolábamos con una sensación de tedio que no podía por menos que atribuir a la desazonadora conciencia de que por fin la crisis se había desencadenado. Ni siquiera el excelente amasec de la bodega del general supremo que había utilizado para llenar la petaca antes de partir bastó para levantarme el ánimo. Me sorprendí mirando el cielo en busca de alguna señal de movimiento, a pesar de que sabía muy bien que la flota enemiga estaba todavía demasiado lejos como para ver nada.

Sólo cuando empezamos a bajar hacia la plataforma de aterrizaje me senté y tomé conciencia de la escena que se desarrollaba por debajo de nosotros: la enorme masa familiar de una nave de desembarco que llenaba todo el campo de hielo compactado. No obstante, nuestro piloto parecía bastante competente e hizo una maniobra de aproximación describiendo un círculo alrededor del monstruo espacial para que pudiéramos tener una mejor vista de él. (Al menos ésa fue la impresión que dio, aunque sin duda sólo estaba tratando de encontrar un lugar para aterrizar). Bajo el brillo constante de los iluminadores pude ver un flujo inagotable de vehículos del tamaño de la uña de mi pulgar que avanzaban hacia las rampas de carga dirigidos por hormigas que agitaban los brazos. Al menos Kasteen ya se había puesto en acción. No tenía sentido esperar a la verdadera llegada de los traidores para tener preparada y esperando a nuestra fuerza de reacción. Iba haciendo gestos de aprobación cuando nuestros patines se posaron por fin en el permafrost y fui a despertar a un Jurgen de cara cenicienta (quien, fiel a su costumbre, no había disfrutado en absoluto de nuestro corto vuelo).

—La nave de desembarco llegó hace unas tres horas —confirmó Kasteen cuando entré en la relativa calidez del centro de mando, sacudí un par de centímetros de nieve de mi gorra y envié a Jurgen a traerme un poco de tanna.

—Como no sabíamos cuánto tardaría en volver, Ruput y yo pensamos que debíamos distribuir a las tropas sin esperar su parecer. —Por supuesto, estaba en su perfecto derecho de hacerlo. Desde el punto de vista técnico, se supone que el comisario del regimiento sólo tiene que supervisar decisiones de mando y sugerir cursos alternativos de acción si tiene motivos para creer que están en peligro las capacidades combativas de la unidad. La costumbre que habíamos tomado de hacerme participar en las discusiones preliminares y en las reuniones tácticas era un acuerdo puramente informal[65].

—Lo cual me parece perfecto —dije alegremente, ocultando una leve sensación de haber quedado fuera del juego que me sorprendió un poco—. ¿Qué compañía eligieron?

—La segunda —informó Broklaw, levantando la vista del hololito, que seguía dando los terribles saltos que yo recordaba. Presumiblemente nadie se había tomado la molestia de hacerlo bendecir por un tecnosacerdote en mi ausencia. (Claro que era probable que nuestros enginseers estuvieran demasiado ocupados en poner los vehículos en formación de combate como para pensar en semejante trivialidad)—. Ninguna de sus secciones estaba fuera de la base en el momento en que llegó la nave de desembarco, y ya han tenido aquí cierta práctica de despliegue rápido.

Me sonrió, y después de un momento me di cuenta de que se estaba refiriendo a nuestro precipitado rescate de los tallarnianos el día de nuestra llegada. Parecía que habían pasado tantas cosas desde entonces que me resultaba difícil creer que había sido sólo un par de semanas atrás.

—Buena elección —lo felicité, y me di media vuelta cuando el regreso del olor de Jurgen me avisó de que había llegado mi tanna. Cogí la taza agradecido y dejé que su calor reanimara un poco mis dedos no auménticos. (El piloto había tenido que dejar su aparato a cierta distancia y el paseo hasta el centro de mando había sido largo y frío)—. Supongo que Sulla ya ha embarcado los Chimera de su unidad.

—Y está dando útiles consejos a los comandantes de la otra sección —confirmó el mayor con sequedad[66].

—¿Cuáles son, pues, las noticias del cuartel general? —preguntó Kasteen.

—Estamos en esto hasta el cuello, como de costumbre. —Di un sorbo al tanna con fruición, sintiendo como el aromático líquido me calentaba por dentro—. ¿Han visto ya los últimos informes de situación?

La coronel asintió y la roja cabellera se balanceó suavemente sobre sus hombros.

—Llegada de la flota enemiga: tiempo estimado de llegada, unos tres días a partir de ahora. Los brujos heréticos hacen diabluras con la disformidad y posiblemente haya un demonio suelto. Ah, sí, y el Emperador sabe cuántas armas de contrabando están en manos de un número aún indeterminado de insurgentes que se ocultan entre la población civil. ¿Me he dejado algo?

—Realmente no —dije—, a menos que cuente el hecho de que la Armada no parece tener potencia de fuego suficiente para detener a la flota enemiga antes de que llegue aquí.

No le envidiaba a Zyvan el haber tenido que recurrir a aquello. Realmente no entendía el problema, ya que la táctica naval no es el tipo de cosa a la que suelo prestar atención, pero el impulso principal había sido, al parecer, que los traidores habían dividido sus fuerzas. En el tipo de guerra con la que yo estaba familiarizado, que tenía que ver con ocupar o mantener el terreno, aquello habría sido un error fatal, pero al parecer las cosas eran diferentes a escala de todo un sistema. Según parece, a una nave espacial le lleva tanto tiempo llegar a cualquier sitio que una vez que se ha retirado de su posición es imposible que vuelva en un tiempo razonable, de modo que el tipo de reservas móviles a las que por lo general recurríamos para reforzar una línea en peligro no eran una opción en este caso.

Cuando yo me marché, el general supremo todavía estaba discutiendo las cosas con sus capitanes, preguntándose si debían tratar de interceptar a un grupo por vez y arriesgarse a que alguno de ellos se colara o mantener a su puñado de naves de guerra en órbita, donde el enemigo pudiera atacar cómodamente y con casi toda seguridad abrirse paso a través de algún resquicio para concentrarse en un punto débil.

—Hasta el cuello suena bastante acertado —asintió Broklaw alegremente. Volvió al hololito, enfocándolo con el puñetazo acostumbrado que me hacía pensar que podía haber errado su vocación—. ¿Alguna idea sobre nuestras propias disposiciones aquí?

Bueno, realmente no la tenía, o al menos ninguna que él y Kasteen no hubieran tenido ya antes, pero la discusión se fue calmando, y en un momento dado me fui a la cama bastante más contento de lo que había pensado. Que venga lo que quiera, pensé, el 597.º estaba totalmente preparado para entrar en acción, y todo lo demás estaba en manos del Emperador.

Después del ajetreo del día no les sorprenderá que les diga que estaba agotado, e incluso mi espartano alojamiento en Glacier Peak me pareció muy confortable cuando me saqué la ropa y me tiré en la cama. Me quedé dormido casi de inmediato, pero mi sueño no fue nada apacible. Me desperté poco después con un espantoso dolor de cabeza, mareado y desorientado. Mi habitación estaba impregnada de un olor familiar.

—¿Está usted bien, señor? —me preguntó Jurgen desde la puerta, y con una curiosa sensación de déjà vu me di cuenta de que sostenía el rifle láser dispuesto a usarlo. Parpadeé para despegar los ojos, bostecé estentóreamente y de pronto reparé en que tenía la pistola láser en la mano (que, por el hábito de tanto tiempo, había guardado cuidadosamente donde pudiera alcanzarla sin salir de la cama[67]).

—Un mal sueño —dije, tratando de alejar de mí los esquivos fragmentos de imágenes que se escurrían de mi conciencia, y fui despertándome poco a poco.

Jurgen frunció el entrecejo.

—¿El mismo de la última vez, señor? —inquirió. La pregunta me golpeó como una descarga eléctrica. Asentí parsimoniosamente mientras el recuerdo borroso de unos ojos verdes y de una risa burlona empezaba a aflorar a través de la niebla palpitante en mi cráneo.

—Creo que sí —respondí, cada vez más convencido de que realmente había estado soñando otra vez con Emeli. Supuse que esto no tenía nada de sorprendente después de haberme topado con otra de su clase, pero aun así la idea me llenó de desasosiego. Traté de recordar los detalles, pero cuanto más lo intentaba, más esquivos se volvían—. Fue otra vez la hechicera. —Me encogí de hombros. Es cierto que era inquietante, pero después de todo había sido sólo un sueño. De todos modos, no me apetecía nada volverme a dormir—. ¿Me puede conseguir algo de recafeinado?

—Por supuesto, comisario. —Jurgen se echó el fusil al hombro y salió de la habitación mientras yo me arrastraba a la ducha.

Por fin, apenas un poco más despejado, me dirigí al centro de mando. Realmente no había nada que pudiera hacer allí, pero como siempre resultaba desesperante esa sensación de estar esperando a que el enemigo hiciera el primer movimiento, el ir y venir de los soldados ocupándose de sus cosas y el clamor constante de mensajes que entraban y salían me tranquilizó un poco. Significaba que estábamos preparados para cualquier cosa que estuviera a punto de suceder. (O al menos lo pensaba en ese momento, ya que nadie en su sano juicio podría haber previsto la magnitud de la amenaza a la que nos enfrentábamos realmente, lo cual era una bendición, porque si en algún momento hubiera tenido la menor sospecha, me habría quedado catatónico de terror).

Tampoco era yo el único reacio a descansar: al servirme una taza de tanna del termo que había en una esquina y volverme a mirar la sala, un destello de cabello rojo me llamó la atención y me dirigí a la oficina de Kasteen. La encontré repantigada en su butaca, con los pies sobre el escritorio, roncando levemente. Como no quería despertarla, me di la vuelta, con la intención de ponerme al día con algunos de los informes disciplinarios de rutina que seguramente se estaban apilando sobre mi mesa, pero ella era demasiado buen soldado como para que no la despertara una pisada cercana.

—¿Qué? —Se incorporó, apartándose el pelo de los ojos con la mano izquierda mientras la derecha rozaba la culata de su pistola bólter—. ¿Ciaphas?

—No pasa nada —dije—. Lamento haberla despertado. —Le alargué la taza de tanna, convencido de que lo necesitaba más que yo—. ¿No tiene una litera para eso?

—Creo que sí —respondió con un enorme bostezo—. Sólo estaba descansando la vista un momento. Debo de haberme traspuesto. —Sonrió—. Supongo que ahora tendrá que fusilarme por quedarme dormida en horas de servicio.

—Técnicamente —repliqué—, usted debería haber dejado el servicio hace horas, de modo que supongo que podemos dejarlo pasar por esta vez. —Me encogí de hombros—. Además, ¿se imagina el número de formularios que tendría que rellenar?

—Lamento causarle tantas molestias —se disculpó Kasteen con gesto serio. Se estiró y se puso de pie—. Entonces, ¿me he perdido algo?

—No tengo ni idea —admití animadamente—. Acabo de llegar. —Y en vez de iniciar una conversación que prefería evitar, le conté una media verdad—. No podía dormir.

—Entiendo cómo se siente —intervino Broklaw, apareciendo de detrás de un biombo con un sándwich a medio comer en la mano—. Es la espera lo que lo pone a uno nervioso. —Parecía tan crispado como el resto de nosotros, en ese curioso estado alimentado por la adrenalina en que uno está demasiado cansado para descansar.

A mi pesar sentí que una sonrisa se abría camino en mi cara.

—Bueno, somos un magnífico ejemplo para los grados inferiores —dije—. Más nerviosos que un puñado de adolescentes en la víspera del Día del Emperador.

—Sí, pero en este caso son los herejes los que van a recibir los regalos —observó Broklaw sin disimular su entusiasmo—. Muerte y maldiciones, envueltos para regalo por el 597.º —Supongo que era la falta de sueño porque la observación nos resultó a todos hilarante, y cuando el hololito tomó vida con la imagen del general supremo, la primera imagen que vio fue la de nosotros tres riéndonos a carcajadas como un grupo de imbéciles borrachos.

—Me alegra ver que la moral sigue alta en el 597.º —comentó secamente mientras nos calmábamos y los dos oficiales de la Guardia se alisaban los uniformes. Enarcó una ceja inquisitiva—. Aunque me sorprende encontrarlos despiertos a esta hora. —No era cierto, por supuesto; había participado en campañas suficientes para saber exactamente cómo nos sentíamos todos.

—La sorpresa es mutua —respondí, siendo el único de los tres que podía conversar con él sin las trabas del protocolo. Otra vez sentía aquel cosquilleo en las palmas de las manos. No sabía qué podía querer a esta hora de la noche, pero evidentemente aquélla no era una llamada social—. ¿Qué ha sucedido?

Para mi sorpresa, la imagen se dividió y apareció el coronel Asmar en la esquina opuesta de la pantalla. Sin duda nosotros habíamos aparecido en la suya al mismo tiempo, ya que su cara dejó traslucir un atisbo de hostilidad rápidamente enmascarado antes de que pudiera adoptar otra vez una apariencia de compostura.

—Comisario —saludó con una única inclinación de cabeza, haciendo caso omiso de los demás, por lo que al menos adiviné con cuál de nosotros quería hablar Zyvan.

—El 229.º tallarniano ha descubierto algo inquietante en su sector —empezó el general supremo mientras su rostro reflejaba una exasperación mal disimulada—. Fue un poco tarde, pero supongo que debemos estar agradecidos por lo que podamos conseguir.

—El Emperador provee lo que necesitamos —citó Asmar desde alguna parte—, no lo que queremos[68].

Zyvan apretó los dientes de forma apenas perceptible.

—Lo que quiero son comandantes de regimiento que emprendan misiones de búsqueda y destrucción cuando se les ordena, en lugar de andar metiendo las narices en lo que no les importa y enredando con comisarios que no tienen miedo de ensuciarse las manos. —Pueden estar seguros de que me zumbaron los oídos al oír esas palabras. No tenía idea de qué había sido lo que lo había molestado tanto, pero estaba claro que Asmar, y tal vez Beije, habían sido responsables en parte de haberlo sacado de sus casillas.

Tal vez enredando con su jerigonza de alabanzas al Emperador en lugar de cumplir órdenes, a mi juicio. Pero si los tejemanejes de los tallarnianos contaban con el respaldo de su comisario, el general supremo no podía hacer gran cosa, por supuesto.

—Colaboraremos con gusto en todo lo que podamos —dije, aprovechando la oportunidad para meter toda la cizaña que pudiera, como es de imaginar.

Zyvan asintió.

—No me cabe duda. —El varapalo implícito para Asmar tenía tanta sutileza como un orko andando contra el viento, y la cara del coronel tallarniano enrojeció levemente—. Esperaba ansioso su aportación al respecto, ya que parece ser el que más experiencia ha tenido en las actividades traicioneras del enemigo. —Vi con deleite perfectamente disimulado que Asmar se ponía nervioso al oír eso y hacía la señal del aquila.

—He matado a unos cuantos herejes y asaltado un par de sus guaridas —dije, consciente de la inmerecida reputación de modesto heroísmo que Zyvan esperaba que yo mantuviera—, pero creo que todo el mérito es de las tropas que me acompañaban. Ellos llevaron el grueso del ataque, y no todos tuvieron tanta suerte como yo.

—Bien —respondió el general supremo, comprando todo el lote—, pero usted tiene la experiencia en evaluación de la información y ha combatido antes con el Gran Enemigo.

—Cierto —asentí, con un gesto afirmativo—. ¿Cuál es, pues, la información que nuestros valientes camaradas de Tallarn han descubierto? —Asmar me miró con un poco de desconfianza, dándose cuenta de que hablaba con sorna, pero dispuesto a admitir la pregunta al pie de la letra. (Sin duda también tenía alguna cita piadosa adecuada para aquello).

—Una de nuestras patrullas de domadores de caballos encontró esta mañana a un cazador de naugas[69] —comenzó—. Menciono que había visto signos de actividad cerca de algunas cavernas al norte de nuestra posición, de modo que fueron a echar un vistazo. —Noté que la expresión de Zyvan se endurecía cada vez más—. Lo que encontraron allí era…

Al parecer, a Asmar le faltaban las palabras, e hizo otra vez la señal del aquila.

—Impío —dijo por fin, palideciendo.

—A ver si lo adivino —confirmé yo—. ¿Cuerpos retorcidos de una forma espantosa y sigilos peculiares en las paredes? —Asmar asintió—. ¿Encontraron los soldados alguna resistencia?

—No —respondió Asmar—. El lugar estaba desierto. —Hizo otra vez la señal del aquila y me pareció que con más vehemencia, como si sus dedos volaran—. Pero el miasma del mal era palpable.

—Tuvieron suerte de que el demonio ya se hubiera marchado —dije, incapaz de resistir a la tentación de asustarlo otra vez. Me vi recompensado por una expresión de terror inconfundible en sus ojos. Dirigí mi atención a Zyvan—. Da la impresión de que hemos encontrado el emplazamiento del tercer ritual.

—Es la misma conclusión a la que llegué yo —coincidió el general supremo.

—Podría ser la pista que estábamos buscando —continué—. Si Malden puede examinar un lugar no contaminado por los daños que produce la lucha, podría ser capaz de determinar con precisión en qué andan metidos los herejes.

—Podría —reconoció Zyvan—, si el coronel Asmar y el comisario Beije no se hubieran encargado personalmente de destruir el lugar antes de que tuviéramos ocasión de hacerlo.

—Era lo único que se podía hacer —insistió Asmar—. ¿Acaso no está escrito en las Meditaciones de los Santos que los santuarios de lo impío deben ser purificados con el fuego de los justos?

—¿Y no está escrito en el manual del sentido común que arrasar las instalaciones de un enemigo que se ha tenido la suerte de capturar intactas antes de poder examinarlas debidamente para buscar información útil es la acción de un cretino? —respondí, sin poder dar crédito a que alguien, ni siquiera Beije, pudiera haber sido tan imbécil.

Asmar se puso rojo de ira.

—Sé cuál es mi deber para con el Emperador. Cuando me encuentre ante el Trono Dorado para enfrentarme a su juicio, mi conciencia estará limpia.

—Estupendo —le espeté—. Me alegro por usted. —Volví a centrar mi atención en Zyvan—. En suma, todo lo que sabemos sobre las actividades del enemigo en el lado caliente es que definitivamente estuvieron allí.

El general supremo asintió.

—Eso es —reconoció.

—¿Dónde es «allí» exactamente? —preguntó Kasteen.

A modo de respuesta, Zyvan se inclinó hacia delante para manipular algunos controles que no podíamos ver, y la cara de Asmar quedó reemplazada por una vista rotatoria del planeta desde la órbita.

Una única runa de contacto marcaba la posición del santuario hereje que, en esta escala reducida, parecía estar exactamente en el punto del planeta opuesto a aquél donde se encontraba Glacier Peak. Kasteen asintió.

—Hummm, interesante.

—¿De qué se trata? —preguntó Zyvan.

—Tal vez sea mera coincidencia, pero forman un triángulo. Mire. —Señaló Skitterfall, donde había estado el otro santuario. Era indudable que la capital planetaria estaba equidistante de los otros dos puntos.

—No existe la coincidencia cuando se trata de brujería —dije—. Tiene que tener algún significado.

—Sólo si se traza la línea desde nosotros a los tallarnianos directamente atravesando el núcleo del planeta —apuntó Broklaw—. ¿Representaría eso alguna diferencia?

—Sólo el Emperador lo sabe —respondió Zyvan—. Nos enfrentamos a una manipulación de la disformidad, detalles tan nimios como encontrar un planeta en su camino tal vez no tengan importancia para ellos. Voy a hablar con Malden y los demás para ver qué piensan. —Hizo un gesto de asentimiento con la cabeza con aire pensativo—. Bien pensado, coronel.

Parecía a punto de cortar la conexión, de modo que intervine rápidamente.

—Una cosa más —dije—. ¿Alguna noticia de la flota?

Zyvan sacudió la cabeza.

—La disformidad todavía está demasiado revuelta para que los astrópatas puedan transmitir un mensaje. Cuándo lleguen o que consigan llegar depende del Emperador.

—Eso suponía —dije. Cortó la conexión. Kasteen, Broklaw y yo nos miramos en silencio. Después de un momento, el mayor expresó con palabras lo que todos estábamos pensando.

—Creo que ahora estamos en esto hasta la barbilla —dijo.