ONCE

ONCE

No me importa lo malditamente reconocidos que sean, un psíquico es un psíquico, y cualquier cosa relacionada con la disformidad son más los problemas que trae que lo que vale.

General Karis

* * *

La sola visión de esta sala de conferencias estaba empezando a ponerme realmente malo. Daba la impresión de que cada vez que entraba mi vida se volvía más complicada. Hasta la perspectiva de una buena cena y una cama confortable, que había sido suficiente para mantenerme en Skitterfall esa mañana, empezaban a ser para mí magro consuelo al ir perdiéndose ambas en un futuro indefinido. Además, el maldito lugar estaba cada vez más atestado. Aparte de Zyvan y de mí mismo, y de un par de sus asistentes cuyos nombres no se me habrían quedado si alguien se hubiera molestado en presentármelos, Kolbe, Hekwyn y Vinzand estaban presentes, y todos habían decidido señalar lo urgente de la situación trayendo consigo a uno o dos lacayos. Malden también estaba allí, con el otro extremo de la mesa casi exclusivamente para él, como de costumbre, charlando con una mujer cuyos ojos hundidos habrían bastado para identificarla como astrópata aunque no llevara los ropajes distintivos de su cargo. El malestar que sentía la mayor parte de ellos a la vista de dos espías reunidos en la misma habitación era palpable, aunque de haberlo sabido, el sentimiento se hubiera agravado mucho más.

—¿Está usted bien, Ciaphas? —preguntó Zyvan, y yo asentí, tratando de sacarme de la cabeza la imagen de la cámara que habíamos encontrado. No era fácil, lo puedo asegurar, y eso me resultaba un poco extraño teniendo en cuenta el elevado número de horrores a los que me había enfrentado hasta entonces en mi carrera. Volvía a mí una y otra vez, superponiéndose al recuerdo de la cámara similar que habíamos encontrado en la cúpula y a aquella condenada risa que había oído mientras morían los soldados de la FDP. Aquello tenía un obsesionante aire de familiaridad, aunque no podía determinar exactamente cómo ni por qué.

—Estoy bien —respondí, cogiendo una taza de tanna de la mesa de refrigerio. Como de costumbre, yo fui el único que lo bebió. Paseé la mirada por la sala de conferencias que empezaba a llenarse (excepto en el extremo donde estaban los espías), y traté de cambiar de tema antes de que empezara a hacerme más preguntas—. Si ya están todos, supongo que deberíamos empezar.

—Casi todos —replicó Zyvan, sirviéndose un sándwich de grox ahumado. Antes de que tuviera ocasión de preguntar a qué se refería, se produjo una especie de revuelo al otro lado de la puerta. Se alzaron voces y me encontré llevando la mano instintivamente a mi espada sierra, pero el talante relajado del general supremo me contuvo. (No sin que él me echara una mirada divertida al observar mi reacción).

—¿Tengo el aspecto de tener que mostrarles mis credenciales a todos sus subordinados? —la pregunta iba dirigida a Zyvan, como si no hubiera nadie más en la sala, y para el caso habría dado lo mismo. Una mujer joven que, a pesar de ser increíblemente menuda, se las arreglaba para llenar todo el hueco de la puerta con la fuerza de su personalidad, pasó haciendo retemblar la madera tallada mientras las caras color ceniza de un par de los guardaespaldas personales del general supremo se asomaron apenas desde el corredor. Zyvan les hizo señas de que se retiraran, y se apresuraron a cerrar la puerta tras ella con asombrosa prontitud.

—Por supuesto que no —se excusó Zyvan con una reverencia formal—. Nos honra usted a todos con su presencia.

—Claro que sí —asintió ella con tono cortante e irritado—, y no esperen que esto se repita a menudo. —Tenía el pelo oscuro y lustroso, del color del espacio abierto, hasta los hombros, que su vestido de corte simple dejaba descubiertos. El vestido parecía tejido con fibras de oro puro y reflejaba la luz de una manera que me deslumbró, adhiriéndose a su figura de agradables curvas de tal modo que dejaba muy poco librado a la imaginación, y destacando a la perfección la piel de su escote, tan blanca que parecía sobrenatural.

Sin embargo, lo que atrajo mi mirada y la de todos los presentes en la sala fue el pañuelo que rodeaba su frente. Estaba tejido del mismo material que el vestido, pero exactamente en el centro tenía la imagen de un ojo que había sido bordado con hilos tan oscuros como sus cabellos. Sin pensarlo, hice el signo del aquila, y pueden creerlo si digo que no fui el único.

—Permítanme presentarles a lady Gianella Dimarco, navegatriz de la Indestructible —dijo Zyvan, dirigiéndose a la sala en general, como si existiera la menor posibilidad de que alguno de los presentes no se hubiera dado cuenta de quién era (bueno, tal vez el astrópata, supongo).

Dimarco suspiró.

—Vamos allá si les parece. —Se dejó caer en un asiento libre en el extremo de la mesa que ocupaban los psíquicos, sintiendo sin duda que tenía algo más en común con Malden y con la mujer ciega que con el resto de nosotros[60]. Todos los demás se deslizaron torpemente en sus sillas, lo más lejos posible de los psíquicos.

—Por supuesto. —Zyvan inclinó la cabeza con cortesía—. Estoy seguro de que tomos apreciamos que dedique su tiempo a reunirse con nosotros en persona.

Bueno, tal vez él. A mí me habría bastado con un informe escrito y habría prescindido gustoso de ese aire de superioridad, suponiendo que tuviera algo útil que proporcionarnos. (Y lo tenía, por supuesto. Y de haber pensado yo en ese momento con un poco más de claridad me habría dado cuenta de que ella debería haber estado aterrada ante la idea de someterse a la compañía de unos insignificantes y desaliñados proletarios como nosotros).

—No me cabe la menor duda —dijo Dimarco, irritada. Paseó sus ojos oscuros por la sala, y a pesar de saber racionalmente que no podía hacerme ningún daño y que era el otro, oculto por el pañuelo, el que podía matar instantáneamente, me estremecí y rehuí su mirada—, pero no les va a gustar lo que tengo que decir.

Eso habría sido verdad si el tema de la conversación hubiera sido la música o el tiempo, teniendo en cuenta lo que había visto de su personalidad (que, para ser justos, casi podía decirse que era amigable tratándose de un navegador), pero aun así sentí el familiar cosquilleo premonitorio en las palmas de las manos.

—A pesar de todo —insistió Zyvan, inclinando la cabeza.

Dimarco suspiró.

—Lo diré de la forma más sencilla posible, de modo que hasta un puñado de zotes[61] pueda captarlo. —Se inclinó hacia delante, con los codos sobre la brillante mesa de madera, y apoyó la barbilla sobre los dedos cruzados, dejando al descubierto un escote impresionante al hacerlo—. Las corrientes de disformidad en torno a Adumbria son fuertes, pero predecibles. Por lo general.

—¿Por lo general? —preguntó Vinzand con una nota evidente de alarma en la voz.

Dimarco lo miró con la expresión de un eclesiarca que acaba de oír a uno de la congregación tirarse un cuesco en medio de la bendición (algo a lo que uno llega a acostumbrarse si asiste a los servicios acompañado de Jurgen[62]).

—Ya vamos a eso —le respondió secamente—. Yo no le digo a usted cómo debe contar los clips sujeta papeles. —Tras un momento de embarazoso silencio, continuó—: Por lo general forman un torbellino complejo pero estable, con centro en el propio planeta. Esto, en parte, explica la posición del sistema como importante puerto comercial.

Los adumbrianos presentes asintieron con claro aire de suficiencia. Dimarco se encogió de hombros, lo cual produjo efectos interesantes en su vestido y en lo que pude ver de su contenido.

—No sabría explicarles, sin embargo, por qué es así. —Echó una mirada casi imperceptible a los demás psíquicos.

—Creo que tiene algo que ver con la dinámica orbital —fue la seca acotación de Malden—. El hecho de que el mundo esté rotacionalmente fijo tiene una resonancia en la disformidad que inclina las corrientes.

—Ésa es una especie de sobresimplificación —intervino la astrópata con voz sorprendentemente joven—, pero a menos que podamos sentirla de forma directa, es probable que sea lo más aproximado que se pueda conseguir.

—Un minuto —interrumpió Kolbe—. ¿Quiere decir que estas corrientes están cambiando?

Dimarco lanzó un ostensible suspiro.

—¿Qué acabamos de decir? ¡Por supuesto que son malditamente cambiantes! —Cuando su voz subió de tono, empecé a darme cuenta de que no era que tuviera un supuesto dolor en el trasero, estaba realmente preocupada; tal vez más de lo que había estado en mucho tiempo (y teniendo en cuenta que había estado sirviendo en una nave de guerra, que sin duda habría sido atacada unas cuantas veces, eso ya era decir algo)—. Tres veces desde que estamos aquí. Cambios importantes, repentinos, que, por si no habían reparado en ello, es algo que decididamente no tendría que estar pasando.

—¿Tres veces? —pregunté sin poder contenerme, y los ojos negro noche de la mujer volvieron a fijarse en mí, lanzando desprecio como el cañón de un rifle infernal. Antes de que pudiera decir algo trillado y obvio, como preguntar si estaba sordo, asentí con aire caviloso y seguí hablando, abortando cualquier comentario sarcástico que pudiera estar a punto de hacer—. ¿Puede darnos un momento preciso? —Debo decir que el efecto fue bastante satisfactorio: un destello de perplejidad brilló en sus facciones y se tragó las palabras que había estado a punto de lanzarme con un sonido ahogado.

—No, no con precisión. —Se volvió hacia la astrópata—. ¿Facilitadora Agnetha?

La mujer ciega asintió.

—Desde el primero hemos estado incomunicados con el resto de la flota[63], puedo decirlo al segundo. Los otros tendría que comprobarlos si quieren una precisión de más de una o dos horas.

—Eso bastaría —dije con el presentimiento cada vez más acuciante de que acababa de dar un salto intuitivo sobre el que no me interesaba tener razón. Por desgracia había acertado: el cambio más reciente en las corrientes de la disformidad se había producido más temprano ese mismo día, poco antes de nuestra accidentada incursión a la casa Sejwek. (Por supuesto, los demás ataques se habían producido sin el menor contratiempo, incluso el del almacén que yo había puesto tanto cuidado en evitar: los herejes ya habían trasladado las armas y el lugar estaba desierto cuando llegó la FDP. El único consuelo era que al menos había sobrevivido al jaleo en que me había metido, y además había acrecentado mi fama de sagacidad y coraje).

—Entonces —intervino Zyvan, más inquieto de lo que lo había visto jamás—, los herejes están haciendo algo para afectar a las corrientes de disformidad. El gran interrogante es por qué.

—Con todo respeto, señor —dijo Malden—, la gran pregunta es qué. Si realmente son los causantes de esto, nos enfrentamos a un nivel de poder mucho mayor que el que pueda tener cualquier psíquico mortal.

La creciente sensación de aprensión hizo que se me revolvieran las tripas. Eso tenía una respuesta obvia, y no quería ser yo quien la enunciara. Sin embargo, nadie más parecía dispuesto a poner voz a la idea, a pesar de que los rostros cenicientos que me rodeaban presumiblemente habían llegado a la misma conclusión.

—Cuando examinaron la habitación que encontramos en la cúpula —dije por fin—, dijeron que algunos de los sigilos que allí había podían formar parte de un ritual de invocación. ¿Encontraron otros similares en la casa Sejwek?

—Así es —asintió Malden—. Casi idénticos. —Se permitió esbozar una sonrisa—. Es difícil decir si eran exactamente los mismos, ya que su método de entrada eliminó unos cuantos, junto con la pared en la que habían sido pintados, por supuesto.

—En su opinión —intervino Zyvan, evidentemente reacio a oír la respuesta—, ¿podrían haber despertado a algún tipo de entidad de la disformidad con poder suficiente para afectar a las corrientes?

—Es posible —admitió el joven psíquico—. Hay demonios lo bastante fuertes como para hacerlo. —Un respingo audible de horror recorrió la sala cuando empleó la palabra que todos habíamos puesto tanto cuidado en evitar. Dimarco pareció a punto de descomponerse, y pude oír a Hekwyn musitar entre dientes uno de los catecismos—. Sin embargo, dudo que se pueda mantener el contacto con uno tan poderoso, al menos durante mucho tiempo.

—A lo mejor no tuvieron necesidad —sugirió Agnetha—, si estaba cooperando con ellos voluntariamente… —No terminó la frase, dejándonos a todos pendientes del poco reconfortante pensamiento. ¿Qué se podía ofrecer para tentar a un demonio a trabajar con cultistas humanos, y qué objetivo blasfemo podrían tener en común?

—¿Significa eso que la cosa todavía anda suelta por alguna parte? —preguntó Hekwyn con un esfuerzo evidente para mantener la compostura.

—No pueden permanecer en el mundo material durante mucho tiempo —le recordé—. Ahora ya estará de vuelta en la disformidad, que es donde debe estar. —Me volví hacia Kolbe—. Probablemente gracias al heroico sacrificio de sus soldados —añadí—. Por lo que tengo entendido, tuvieron un comportamiento ejemplar.

En realidad, daba la impresión de que eran presas del pánico y se enfrentaban a una muerte horrible, que era lo previsible en esas circunstancias, pero si era verdad que nos enfrentábamos a una amenaza tan terrible, cuanto más levantara la moral, tanto mejor.

—Hasta la próxima vez que lo invoquen —recalcó Dimarco sin ambages. Había desaparecido toda su arrogancia tras haber caído en la cuenta de aquello a lo que nos estábamos enfrentando. (Pero no por mucho tiempo, por supuesto. Al fin y al cabo era una navegatriz).

—Suponiendo que lo hagan —opinó Zyvan.

—Por supuesto que lo harán —volvió a intervenir Dimarco, seguramente reconfortada por poder contradecir a alguien—. Si realmente hubieran tenido éxito en lo que estaban tratando de hacer, no estaríamos sentados aquí hablando de ello, ¿no le parece? —Lo que decía me parecía razonable.

—¿Alguno de ustedes tiene alguna idea de qué podría tratarse? —pregunté, tratando de proyectar un aire de calma tal como me habían enseñado en la schola.

La verdad, yo no me sentía ni calmo ni tranquilo, pueden estar seguros, pero la rutina familiar de mantener la moral me ayudaba al menos a dar esa impresión.

Agnetha entrecerró sus ojos sin vida con aire pensativo.

—Evidentemente, interrumpir nuestras comunicaciones —afirmó—, pero eso lo consiguieron la primera vez.

—Dejarnos físicamente aislados del resto de la flota —apuntó Dimarco, a la que obviamente le costaba mantener el tono tranquilo—. Cuando examino las corrientes directamente es como si se estuvieran generando en una tormenta de disformidad localizada, centrada sobre el planeta. Ya se están volviendo demasiado turbulentas para navegar con facilidad.

—Pero eso no tiene sentido —objetó Kolbe—. También nos están aislando de su propia flota invasora.

—Puede que de eso se trate —sugerí—. Darles acceso y luego cerrar la puerta antes de que lleguen nuestros refuerzos.

Malden no parecía demasiado convencido.

—Eso requeriría una sincronización muy precisa —señaló—, y la disformidad no ayuda en absoluto.

—Bueno, puede que sepan algo que nosotros no sabemos —le espetó Dimarco, que parecía ir recuperando su talante habitual a medida que pasaba el tiempo.

—Sin duda así es —observó Zyvan—, pero nosotros sabemos cosas que ellos desconocen. —Se volvió hacia Hekwyn y Kolbe—. Necesitamos seguir el rastro de todas las pistas que surjan de los lugares que han asaltado ustedes. El resto del culto debe de haberse metido bajo tierra en algún lugar.

—Ya estamos siguiendo las pistas —le aseguró Hekwyn. Intercambió una mirada con Kolbe—. Los encontraremos, no se preocupe.

—Estoy seguro de ello —asintió Zyvan—, pero se nos está agotando el tiempo. Si realmente están tratando de desatar una tormenta de disformidad para dejarnos encerrados en ella, nos encontrarán como un ave acuática esperando la invasión de su flota.

Tal vez no fuera lo más oportuno que podría haber dicho, teniendo en cuenta las circunstancias. Vinzand y sus asesores civiles empezaron a cuchichear, y Dimarco dejó escapar un graznido estrangulado.

—Bueno, asegurémonos de que eso no suceda —dije. Que el Emperador me ayudara; estaban empezando a agotárseme los lugares comunes tranquilizadores, y daba la impresión de que la reunión iba a durar horas todavía. Aunque en realidad estaba a punto de acabar abruptamente.

—Con su permiso, señor. —Uno de los asistentes de Zyvan se acercó. Llevaba un intercomunicador en el oído y una placa de datos en la mano—. Creo que debería ver esto.

—Gracias. —Zyvan la cogió y estudió la pantalla con expresión inescrutable. Otra vez sentí el cosquilleo en las palmas de las manos. Fuera cual fuese la noticia, tenía que ser mala. Un momento después me pasó la placa.

—¿De qué se trata? —le pregunté, pero las palabras se me atragantaron cuando empecé a leer y me faltó la respiración como si me hubiera metido bajo una ducha valhallana.

—Señoras y señores —dijo con tono grave el general supremo—. Me acaban de informar de que nuestra flotilla de naves está combatiendo con el enemigo en el sistema exterior. A partir de este momento Adumbria está bajo la ley marcial. Toda la Guardia y las unidades de la FDP deberán entrar en alerta de invasión total.

Maldición, pensé. Después de todo lo que había pasado ese día, ni siquiera iba a tener ocasión de disfrutar de la tan ansiada cena.