Nota editorial:
Dado el desinterés proverbial de Cain por los entresijos de la situación política imperante en Adumbriay o, a decir verdad, por todo lo que no le atañe personalmente, pensé que lo siguiente podría resultar útil para poner en contexto todo lo que viene a continuación.
A diferencia de la mayor parte de las historias populares de este tipo, es bastante precisa, ya que el autor ha tenido acceso a todos los registros oficiales que se consideraban necesarios para el consumo público como parte de la conmemoración, en el ámbito del mencionado planeta, del vigésimo aniversario de estos acontecimientos, y se tomó el tiempo y el trabajo de entrevistar a todos los participantes todavía vivos que pudo.
De Sablist[20] en Skitterfall: una breve historia de la incursión del Caos,
de DAGBLAT TINCROWSER, 957.M41
La muerte del gobernador Tarkus en 245.936.M41 no podría haberse producido en peor momento, ya que expiró poco más de un año antes de que el Gran Enemigo nos atacara. A decir verdad, muchos cronistas han dado a entender que esto fue demasiado fortuito como para atribuirlo a una simple coincidencia, y se han empleado mucho tiempo y tinta en infructuosas especulaciones sobre si realmente había en marcha una conspiración para asesinarlo, sobre quiénes fueron los participantes y por qué no se ha descubierto prueba alguna para culpar a nadie en las dos décadas transcurridas desde los acontecimientos. Precisamente esto último fue considerado por los más tenaces teóricos de la conspiración como una especie de prueba en sí misma de sus especulaciones más disparatadas, ya que parecen creer que la total ausencia de algo concreto que confirme sus sospechas sólo prueba lo eficaz que fue el encubrimiento posterior[21].
Por lo tanto, limitándonos a lo incontestable, deberíamos señalar simplemente que el gobernador Tarkus murió de lo que en aquel momento se consideraban causas naturales, o sea la forma de vida de un hombre de su edad que tenía una esposa y dos amantes conocidas, a todas las cuales les llevaba más de un siglo, y que todo lo hacía con la mayor discreción.
En la mayoría de los casos de este tipo, la sucesión de su heredero habría sido una mera formalidad. Por desgracia, Tarkus murió sin dejar descendencia, lo que dio lugar a una discreta pero feroz rebatiña entre las casas nobles de Adumbria, situación exacerbada por el hecho de que, gracias a casi dos siglos de entusiasta fornicación por parte del susodicho gobernador, todas podían presentar candidatos con cierta posibilidad de tener con él algún lazo de sangre.
Para evitar que los asuntos cotidianos del mundo sufrieran un colapso total, se llegó por fin a una especie de solución de compromiso: el miembro de mayor rango del Administratum de Adumbria fue nombrado regente planetario, con amplios poderes ejecutivos, pendiente de la resolución del cúmulo de pretendientes y contrapretendientes al trono vacante. Puesto que el Administratum realizaba la mayor parte del verdadero trabajo, esto dejó la situación casi tal como estaba, excepto que se suponía que el regente decía presentar para su aprobación todas las cuestiones políticas ante un comité ad hoc formado por todos los aspirantes rivales antes de tomar una decisión final. Teniendo en cuenta que eran pocos los que se avenían a ponerse de acuerdo en nada y que sentían una profunda antipatía los unos por los otros, no es difícil imaginar que conseguir algún avance significativo se hizo prácticamente imposible.
Y en este lodazal de inercia llegó la noticia de que una flota del Caos estaba a punto de atacar el planeta, a lo que siguió poco después la llegada de cinco regimientos de la Guardia Imperial y una escuadra de naves de guerra.
No creo que sea una exageración afirmar que se desató el pánico.