TRES

TRES

El fuego entrante tiene derecho de paso.

Antigua máxima de los artilleros

Mi primera impresión al dejar la lanzadera fue de confusión, aunque debo reconocer que los soldados adoptaron la formación con la misma fluidez que si estuvieran en unas maniobras. Los pelotones se desplegaron, buscando problemas, sin hacer caso de un bandada de chillones anacoretas de rojas túnicas que revoloteaban por allí como si el cielo se les viniera encima (aunque, para ser franco, supongo que desde su perspectiva eso era exactamente lo que había sucedido). Sólo quedaba esperar que todos hubieran tenido la presencia de ánimo de salir corriendo en cuanto la lanzadera apareció sobre sus cabezas en vez de quedarse allí, parados, esperando a ser aplastados como aquella cosa pulposa sobre la que acababa de poner la bota[17].

—Tercer pelotón en formación y listo para entrar en combate —ordenó Sulla mientras un rugir de motores anunciaba la aparición de media docena de Chimera que salieron dando tumbos por la rampa de la compuerta trasera causando terribles estragos en los cultivos sobre los que acabábamos de aterrizar. Pude ver asomar su cabeza y sus hombros de la torreta del vehículo de mando, fácilmente identificable entre los demás por el conjunto de antenas que llevaba encima. Saludó vivamente en cuanto nos vio a Detoi y a mí. Yo alcé la mano a mi vez, aunque más para detener cualquier acción precipitada por su parte que para mostrarme sociable, mientras volvía a examinar la placa de datos del capitán.

—Al parecer, los hostiles están concentrados aquí y aquí —dijo él, haciendo aparecer unos iconos para indicar sus posiciones. Asentí. Los tallarnianos seguían encerrados, pero no dejaban de hacer intentos de salir, y los mensajes que recibíamos en su frecuencia eran un buen indicio de dónde el enemigo, fuera éste quien fuese, había montado sus posiciones de ataque—. Han pedido refuerzos, pero el grueso de sus fuerzas salió por la puerta principal, de modo que…

—Todavía están, por lo menos, a veinte minutos de distancia —acabé la frase. Detoi asintió.

Podían ganar unos buenos cinco minutos cortando por el centro del puerto estelar, pero se darían de bruces contra la maldita compuerta y se quedarían allí mirando. Estudié el trazado de las calles y, por el débil gruñido de satisfacción que emitió, me di cuenta de que Detoi había llegado a la misma conclusión que yo.

—Los cogeremos aquí y aquí —dije, indicando las dos calles principales que los herejes habían convertido en galerías de tiro. Podíamos apostar a que tenderían su trampa tratando de aniquilar a cualquier tallarniano que tratase de abrirse camino, y que no estaban en absoluto preparados para un contraataque en la otra dirección.

El capitán asintió.

—También tendremos que asegurar el flanco —señaló. Coincidí con él pues ya había advertido el peligro. Si se daban cuenta de que nuestras fuerzas se aproximaban por detrás, podían tratar de salir por la izquierda, internándose en la ciudad, para no verse cogidos entre nosotros y los tallarnianos. Tenían el otro camino totalmente bloqueado por la pared del puerto estelar, que en este caso nos favorecía.

—Envíe a Sulla —sugerí—. Su gente está preparada. —La fuerza del flanco tardaría un par de minutos más en llegar a su objetivo, de modo que lo lógico era enviar el pelotón que ya estaba en formación y listo para entrar en combate. Esperaba que eso ayudara a mantenerla en una vía lateral, donde su tendencia a las heroicidades inconscientes implicaría menor riesgo de que alguien resultara muerto.

—Por mí, vale. —Detoi asintió escuetamente y transmitió los datos desde su pizarra—. Tercer pelotón, asegure el flanco. Primero y quinto, a los bulevares principales. Segundo, las calles laterales por escuadrones, acaben con cualquiera que intente esquivar nuestro embate principal. Cuarto, a asegurar el perímetro. No dejen que salga nadie que no sea de los nuestros hasta que cese el ruido. Detengan a cualquiera que parezca un civil para interrogarlo. Disparen contra cualquiera que lleve un arma. ¿Alguna pregunta?

Era bueno, forzoso era reconocerlo. Los comandantes de los pelotones respondieron, aunque con una leve nota de decepción apenas evidente en la voz de Sulla, y Detoi se volvió hacia mí.

—¿Y usted, comisario?

—Yo tomaré el flanco —dije tras haber considerado atentamente mis opciones y elevando la voz para hacerme oír por encima de los ronquidos de los motores de los Chimera del tercer pelotón, que salía campo traviesa de los huertos del monasterio. No había el menor vestigio de una puerta, pero tampoco quedaba mucho del muro, ya que el pequeño terremoto causado por un par de kilotones de la nave de desembarco al caer al suelo había dado buena cuenta de él. No obstante, daba la impresión de que la mayor parte del santuario estaba intacta, lo cual me satisfizo, ya que cuando uno se mete con el clero suele tener que aguantar más sermones de los que yo estoy dispuesto a aceptar. Las orugas del vehículo de mando de Sulla mordieron los escombros y los lanzaron hacia todos lados.

Después desapareció, seguida de su quinteto de transportes del escuadrón que avanzaba tras ella dando tumbos.

Detoi no parecía muy convencido.

—¿Está seguro de que eso es prudente? —preguntó.

—Claro que sí —lo tranquilicé—. Sulla es una buena oficial, aunque con inclinaciones un tanto impetuosas. —Detoi asintió, consciente de esa tendencia—. No digo que no sea capaz de hacer algo precipitado, pero es vital que mantenga la posición en caso de que el enemigo ataque. Mi presencia en las inmediaciones puede tener un efecto moderador. —Además, iba a ser mucho más seguro de lo que parecía ver las cosas desde el flanco si nuestra evaluación del estado de preparación del enemigo era erróneo. ¿Cargar directamente por una estrecha vía de fuego? No si podía evitarlo.

—Tendrá que darse prisa si no quiere quedarse atrás —apuntó Detoi, evidentemente de acuerdo conmigo.

—Eso no va a ser un problema —repliqué mientras daba un golpecito a mi intercomunicador—. Jurgen, nos vamos.

El eco del rugido de un potente motor llegó desde el interior de la bodega de carga y un Salamander salió disparado rampa abajo, esquivando a los Chimera como un depredador entre un rebaño. Jurgen frenó en seco a mi lado, salpicando barro y restos de vegetación a diestro y siniestro y haciendo que los monjes más cercanos corrieran de nuevo a buscar refugio justo en el momento en que habían reunido el valor necesario para acercarse a nosotros y preguntar qué demonios estaba ocurriendo. No se quedó en eso, sino que hizo trizas bajo sus orugas lo que quedaba de un pequeño invernadero.

—Aquí estoy, comisario —anunció, con su flema habitual. Una ligera mueca podría haber sido el esbozo de una sonrisa que traslucía su alivio por encontrarse otra vez en tierra firme.

—Bien —dije, trepando al compartimento trasero y comprobando que estaba allí el bólter montado sobre su soporte que normalmente trato de que me coloquen en todos los vehículos que me asignan. Puede que no parezca gran cosa, pero la potencia extra de fuego que me aporta me ha salvado el cuello en más de una ocasión, y aunque sólo sea eso, me da la impresión de estar haciendo algo positivo mientras evito los problemas tan rápido como puedo—. Vamos a unirnos al tercer pelotón.

—Los alcanzaremos —prometió Jurgen, poniendo en marcha el potente motor y lanzando al pequeño vehículo de exploración a todo gas con toda la viveza de una ardilla. Habituado a su estilo peculiar y entusiasta de conducción por años de experiencia, me mantuve firme, adoptando una pose heroica ante el bólter para ejemplo de los soldados que todavía estaban por montar en sus vehículos.

—No lo dudo —admití, agarrándome un poco más fuerte al soporte del arma mientras atravesábamos a trompicones la franja de escombros de lo que antes había sido un muro y llegamos a la calle, ya más transitable.

Sólo entonces tuve tiempo para hacerme cargo de lo que nos rodeaba y echar mi primera mirada a la capital de Adumbria.

Mi primera impresión fue sombría, lo cual no tiene nada de sorprendente teniendo en cuenta el permanente crepúsculo reinante en el lugar. Los edificios daban la impresión de cernirse sobre nuestras cabezas, con sombras profundas entre unos y otros acentuadas por el cálido resplandor de la luz que brotaba de algunas ventanas. Hasta que me habitué a las condiciones imperantes no fui capaz de apreciar lo elegantes y bien proporcionados que eran, lo que los hacía comparables a los de cualquier otra ciudad imperial, ni de darme cuenta de que era la penumbra permanente la que producía esa ilusión.

Las calles me parecieron sorprendentemente vacías hasta que consulté el cronógrafo y me di cuenta de que, a pesar de la media luz que lo bañaba todo, estábamos en plena noche de acuerdo con las costumbres locales[18]. Al menos eso ya era una ventaja, pues habría pocos civiles que pudieran ser sorprendidos en el fuego cruzado. Bien mirado, cualquiera que no hubiera huido de la zona después de haber oído el fragor de la batalla en la distancia probablemente participara en la insurrección, de modo que no tendríamos que preocuparnos demasiado por las víctimas colaterales. Sentí que eso me levantaba el ánimo; cualquier servidor inocente del Emperador muerto por error es una pérdida para todo el Imperio, y lo que es peor hace que se acumule un montón de papeleo sobre mi escritorio.

—Ahí están. —Jurgen aceleró, dejando atrás a un pretor local de aspecto sorprendido que circulaba en una moto y que, encomiable pero estúpidamente a mi entender, parecía ansioso por identificar la fuente de semejante perturbación. Lo saludé informalmente con la mano al adelantarlo. No cabe duda de que la vista de un vehículo blindado de aspecto desmañado que lo adelantaba, y más aún, con un comisario imperial a bordo, debió de haber sido un choque. No es que el Salamander de exploración fuera en absoluto mi vehículo favorito, pero su potente motor le permitía alcanzar una velocidad muy respetable, lo cual, unido a la formidable habilidad de Jurgen para la conducción, podía sacarme de apuros casi con la misma rapidez con que mi reputación podía meterme en ellos en los momentos menos oportunos.

Por fortuna, al parecer no había mucho tráfico de otro tipo y la mayoría circulaba en sentido opuesto a velocidades que, a no dudar, habrían atraído la atención de nuestro amigo el pretor en cualquier otra circunstancia, pero quedarían cercados por el cuarto pelotón antes de que pudieran llegar muy lejos, de modo que no les dediqué más que un pensamiento. En cualquier caso, dudaba de que pudieran ser algo más que lo que aparentaban, trabajadores locales y vehículos de transporte del último turno que habían observado lo que sucedía y trataban de alejarse lo más rápido posible. Un par de vehículos civiles habían sido expulsados de la carretera, y las abolladuras que presentaban en la carrocería así como las expresiones de enfado de sus conductores eran mudo testimonio de la determinación implacable de Sulla de acortar distancias con el enemigo, lo cual me hizo pensar que había tomado la decisión acertada al ocuparme personalmente de mantenerle las riendas cortas.

Jurgen se colocó a la cola del convoy, reduciendo la marcha para adaptarse a la de los Chimera, y un momento después el pretor pasó a toda marcha a nuestro lado con la sirena aullando. Durante un momento angustioso pensé que se iba a cruzar delante del vehículo de mando de Sulla tratando de cortarle el paso, lo cual acabaría con él convertido en una desagradable mancha sobre la calzada, pero vi con alivio que seguía adelante, ateniéndose sin duda a las órdenes que había recibido de informar sobre todo lo que sucedía.

—Comisario. —La voz de Sulla sonó en mi intercomunicador sorprendida y complacida. Desde esta distancia no pude distinguir su expresión facial cuando se volvió en la torreta para mirarme, con su rubia coleta flotando al viento como un estandarte de guerra, pero pude imaginarme perfectamente su sonrisa llena de dientes—. Supongo que, estando usted por aquí, vamos a ver algo de acción después de todo.

—Eso está por verse —le respondí secamente—, pero si los herejes se abren paso, sólo les quedará un lugar a donde ir. Nuestra máxima prioridad es asegurarnos de que no se escapen.

—Puede contar con nosotros —me aseguró, dando a su voz ese tono engreído que había aprendido a temer. Suspiré ostensiblemente. Estaba claro que iba a tener que vigilarla de cerca.

Al acercarnos a la zona de despliegue que nos habían asignado, los vehículos de transporte de tropas empezaron a apartarse, uno tras otro, dirigiéndose hacia calles laterales y atravesando explanadas para ocupar sus puestos, hasta que nuestro convoy quedó reducido a tres: el de Sulla, el nuestro, y un pelotón de soldados.

—Hemos llegado —dije por fin, y Jurgen imprimió un giro al pequeño Salamander sobre sus orugas que lo llevó a detenerse de lado bloqueando eficazmente toda la carretera y apuntando con el cañón automático más o menos en la dirección en que supuestamente estaba el enemigo. El vehículo de Sulla se detuvo de una manera mucho más reposada, a unas docenas de metros por delante de nosotros, y empezó a dar marcha atrás con el motor casi en punto muerto. El transporte de tropas se puso de lado y ocupó el lugar central, bloqueando la carretera en el sentido opuesto y haciendo rotar el arma montada en su torreta para ocuparse del tráfico que pudiera llegar (que afortunadamente no existía en ese momento). Enseguida, el conductor de Sulla cubrió limpiamente el hueco que quedaba, impidiendo así el paso por completo.

—Por aquí no va a pasar nadie —dijo Sulla con cierta satisfacción.

—Lo iban a tener muy difícil —coincidí, echando un vistazo a la posición que ocupábamos. Estábamos en un tramo elevado de autopista, y el terreno de más abajo era un baldío accidentado lleno de cascotes y basura. Se veían varias hogueras que revelaban la presencia de una tribu de Carroñeros[19] o algún equivalente local, pero al margen de eso, no había más señales de vida.

—Primer pelotón listo para marchar. —Una nueva voz irrumpió en la red táctica, la voz familiar del teniente Voss, tan feliz como si estuviera pidiendo una ronda de cervezas en un bar de cualquier parte. Un momento después le hizo eco el informe bastante más contenido del teniente Faril, comandante del quinto pelotón, quien confirmó que sus soldados también estaban listos.

—Bien, adelante. —Detoi sonó tan vivaz como de costumbre—. Que el Emperador nos proteja. —Esperé con gran tensión, reorientando el bólter en el que seguía apoyado hacia donde esperábamos que apareciera el enemigo.

—Será mejor desembarcar a las tropas —le sugerí a Sulla, y a pesar de la distancia pude ver la leve expresión de perplejidad en su rostro.

—¿No sería mejor que permanecieran a bordo de los Chimera? —preguntó—. Por si tenemos que desplazarnos a dar apoyo a los demás. —De eso se trataba, precisamente. Si marchaban a pie, ella no podría ordenar una carga impetuosa en un arranque momentáneo, pero hice como si estuviera considerando sus palabras.

—Es cierto —dije—, pero sólo tardaríamos unos segundos en volver a embarcar, y si el enemigo realmente trata de superarnos, quiero que todos estén listos.

—Tiene razón, por supuesto —asintió, consiguiendo casi disimular su decepción, y los soldados empezaron a desplegarse, ocupando posiciones detrás de los vehículos y de cualquier otra cosa capaz de ofrecerles cobertura. Me cuidé especialmente de hacer una señal a Lustig, el sargento que los encabezaba y de cuya profesionalidad tenía sobradas pruebas como para confiar en él absolutamente.

—Sargento.

—Comisario. —Me devolvió la señal y siguió con lo suyo, comprobando la disposición de sus subordinados con la callada eficiencia que tan tranquilizadora me resultaba.

—Sargento. —La cabo Penlan asintió y empezó a dispersar a su equipo de tiradores. Había sido promovida recientemente, al mismo tiempo que lo había sido Magot, y se desempeñaba muy bien como ASL a pesar de su propensión a los accidentes que le había valido su sobrenombre. La verdad, teniendo en cuenta cómo son los soldados, la moral en su equipo era inusualmente alta. Al parecer, sus subordinados estaban convencidos de que ella atraería sobre sí toda la mala suerte dejándolos a ellos intactos.

Sin nada más que hacer, nos dedicamos a esperar mientras en la distancia se intensificaba el traqueteo de las armas de fuego y mi nerviosismo iba en aumento. El tráfico de señales en mi intercomunicador me decía que las cosas iban bien al parecer, ya que los pelotones primero y quinto habían tomado a los traidores totalmente por sorpresa y a los tallarnianos les había insuflado nuevos ánimos nuestra intervención. Por un momento pensé que las cosas habían salido tal como yo esperaba y que serían aniquilados sin que fuera necesaria para nada mi participación, pero no había contado con los veleidosos giros de la suerte.

—Contacto, moviéndose rápido —comunicó Penlan, y yo giré el bólter unos grados para apuntar directamente al punto que se desplazaba velozmente en la distancia.

Sulla alzó un amplivisor, miró a través de él un momento y negó con la cabeza al dejarlo.

—No es más que el pretor.

—Y tiene compañía —añadí yo al divisar una línea de vehículos que avanzaban igualmente rápido un poco más atrás.

Sulla volvió a usar el amplivisor y se puso tensa.

—Hostiles, acercándose rápidamente. Preparados para entablar combate.

Qué bonito. Lo que había pasado era evidente: el pretor había metido las narices en la línea de fuego, lo habían visto y habían despachado una unidad del enemigo para evitar que pudiera informar. Y ahora venían directos hacia mí.

—Traten de no dispararle al pretor —advertí. Si tenía información útil, a lo mejor la compartía con nosotros.

Para entonces se había acercado lo suficiente como para verlo con claridad, y ya podíamos enfocar también a sus perseguidores. Eran algo así como una docena, un conjunto variopinto de transportes civiles y pequeños vehículos de carga en su mayor parte, y empecé a tranquilizarme, convencido de nuestra capacidad para hacerles frente. No sólo teníamos una amplia superioridad numérica sino que, además, nuestra potencia de fuego era abrumadoramente superior.

—Fuego a discreción —ordené, y yo mismo abrí fuego con el bólter sobre la línea de vehículos que perseguía al pretor. Los otros me imitaron con entusiasmo, y una andanada de disparos de bólter describió arcos en la semioscuridad, relumbrando a lo largo de su trayectoria. Un segundo más tarde, el ronco rugido del cañón automático se sumó a nosotros cuando Jurgen subió junto a mí para dispararlo.

Los resultados fueron altamente satisfactorios. Los vehículos de primera línea del veloz convoy rompieron filas y se dispersaron, lanzando uno de ellos una columna de humo. Por supuesto que todavía estaban al límite de nuestro alcance, de modo que tuvimos suerte de darle a algo, pero se trataba de vehículos civiles y no de los objetivos blindados a los que por lo general disparábamos, de modo que hasta un leve rasguño debía bastar para dejarlos fuera de combate.

—Eso les dará algo en qué pensar —dijo Sulla con cierta satisfacción mientras el pretor se detenía a nuestro lado, blanco como el papel. Me incliné hacia él y me presenté.

—Soy el comisario Cain, adjunto al 597.º valhallano —dije, tratando de dar una impresión de lo más amistosa—. Si tiene alguna información sobre lo que está sucediendo, me gustaría oírla.

—Kolbe, división de tráfico. —El pretor se recompuso con visible esfuerzo—. Hay importantes disturbios junto al puerto estelar. Creo que es una especie de lucha de bandas. Nuestros escuadrones antidisturbios están respondiendo, pero…

—Es peor que eso —le dije—. Insurgentes herejes han atacado a una unidad de la Guardia, pero todo está bajo control.

Al menos eso esperaba. Daba la impresión de que había mucha más actividad en el otro extremo del puente de la que yo había previsto, y con un estremecimiento de aprensión me di cuenta de que cada uno de los vehículos civiles que habían estado persiguiendo a Kolbe llevaba varios pasajeros. No era fácil estar seguro a esta distancia, y especialmente en la penumbra, pero parecían vestidos para una especie de carnaval. Revisé al alza mi estimación inicial triplicándola por lo menos. Empezaron a contraatacar con fuego esporádico y con una puntería desastrosa en su mayor parte, pero un disparo láser impactó contra el blindaje de protección de nuestro compartimento para la tripulación. Me agaché por reflejo, arrastrando a Kolbe a una protección más sólida.

—Jurgen, si es tan amable…

El cañón automático volvió a rugir, acompañado de los proyectiles pesados de los dos Chimera. Esto hizo que los herejes se lo pensaran y corrieran en busca de cobertura con satisfactoria velocidad. Satisfactoria pero preocupante. Este no era el comportamiento previsible de confederados de los Devastadores que, si mi cálculo sobre sus patrones de conducta no fallaba, habrían cargado sin pensárselo, siendo aniquilados por nuestro fuego masivo.

—Ya son nuestros —dijo Detoi de repente. Su voz sonó alta y clara en mi intercomunicador—. Sorpresa absoluta en ambas calles. Los tallarnianos están barriendo a los supervivientes.

—Bien. —Al menos ya era algo, aunque era consciente de la ironía: de haber ido con el grueso del ataque, a estas horas ya estaría a salvo. Claro que no era momento para lamentaciones, ya que los herejes parecían estar recuperando en parte su valor y empezó a granear otra vez el fuego sobre nuestro blindaje. Jurgen respondió con entusiasmo un segundo o dos antes de que yo pudiera contestar—. Estamos encontrando una ligera resistencia aquí, en el flanco.

—No hay problema, comisario —intervino Sulla—. Voy a hacer que los escuadrones primero y quinto los rodeen. —Fue un alivio oír aquello. Si conseguíamos mantener a nuestros atacantes a raya un poco más, los tendríamos totalmente rodeados.

En ese preciso momento Kolbe se dio la vuelta con un cráter sangrante en el pecho, y al volverme vi a una figura estrafalaria que amenazaba el compartimento abierto de la tripulación del Salamander con una pistola láser. Era un hombre joven. El corte de su ropa dejaba pocas dudas al respecto. Estaba cubierto de prendas de seda de un rosa vivo que no le iba nada bien a su tez. Lo acompañaban una mujer joven armada de forma similar, con el pelo teñido de verde y cuya ropa parecía consistir en poco más que unas correas de cuero (y sumamente escasas, además), y un tipo mayor armado con una ametralladora que iba vestido con un traje de color carmesí y cuya gomina hacía pensar en una guerra química. En la oscuridad, detrás de ellos, había otras tres figuras tenebrosas que salían de debajo del puente.

—¡Nos han flanqueado! —grité, girando el bólter, pero a esas alturas ya estaban demasiado cerca y no pude bajar el cañón lo suficiente. Me tiré a un lado en el momento en que el trío abría fuego, pero por suerte no tenían la menor idea de cómo manejar un arma y sus disparos salían desviados. Caí contra el asfalto de la calzada e instintivamente me puse de pie con una voltereta mientras sacaba mi fiel espada sierra. Podría pensarse que no era una buena elección para enfrentarse a armas de fuego, pero me pareció lo mejor en esas circunstancias. Desde tan cerca tenía pocas posibilidades de hacer puntería al vuelo con mi pistola láser, y cuanto más cerrara la distancia, menos ocasiones les daría a mis adversarios para hacerlo.

Por pura chiripa estaba lo bastante cerca para levantar la hoja mientras pulsaba el activador al tiempo que me ponía de pie y me llevé al pasar la pierna de la chica, cercenándosela a la altura del muslo. Cayó al suelo, lanzando un chorro de sangre arterial mientras reía tontamente. No tenía tiempo para preocuparme de eso. Al fin y al cabo la gente hace unas cosas muy extrañas en circunstancias extremas, y yo ya me había fijado otro objetivo: el chico de rosa estaba apuntando a Jurgen con su pistola. Mi asistente ya había descartado el cañón automático y sacaba su pistola láser de reglamento para disparar desde la cadera. No iba a llegar a tiempo, de modo que le di el segundo extra que necesitaba cortando la mano de su atacante a la altura de la muñeca. Este dejó caer el arma al suelo.

—¡Oh, sí! —El hombre estaba evidentemente desquiciado. En su cara apareció una espasmódica expresión de éxtasis—. ¡Otra vez! —exclamó antes de que su cabeza explotara cuando Jurgen le disparó certeramente.

—¡No! ¡Me toca a mí! —gritó el del pelo verde, resbalando en el charco de su propia sangre mientras se arrastraba hacia mí. Levantó su pistola láser, pero antes de que pudiera disparar, la bomba de gomina se interpuso con el stubber alzado.

—¡La vejez tiene prioridad ante la belleza, mi amor!

—Maldita sea. ¡Estáis todos locos de remate! —Le di un puntapié en el estómago que lo hizo caer desmadejado encima de la chica y saqué mi pistola láser con la otra mano. Una andanada de fuego rápido dio cuenta de los dos y luego me volví, esperando encontrarme con el fragor de la batalla, pero de repente todo se había calmado. Aproximadamente una veintena de cuerpos vestidos de la forma más estrafalaria yacía sobre la calzada, la mayor parte presentaba los legendarios cráteres cauterizados de disparos láser. Los disparos esporádicos desde el otro extremo del puente y el rugido familiar de los motores de la Chimera bastaron para confirmarme que los pelotones primero y tercero habían llegado y se habían puesto con entusiasmo a la tarea de barrer al resto de nuestros atacantes.

—¿Cómo está Kolbe? —pregunté después de asegurarme de que ninguno de los nuestros había muerto.

La sanitaria del escuadrón alzó la vista hacia mí con expresión impaciente y siguió atendiéndolo.

—Vivirá. Su armadura se llevó la peor parte.

—Bien. Vamos a necesitar la información que pueda proporcionarnos. —Pasé revista a los cadáveres esparcidos a nuestro alrededor—. No creo que queden muchos de estos descerebrados a quienes interrogar. —Como para poner de relieve mis palabras, los disparos en el otro extremo del puente cesaron de repente. Sulla me saludó con los pulgares hacia arriba.

—Todo despejado —informó—. No hay bajas.

—Bien. —Empezaba a relajarme otra vez cuando reparé en que la calzada retumbaba bajo mis pies. Levanté la vista y por la autopista vi otra docena de Chimera que se aproximaba a gran velocidad—. ¿Y ahora qué?

El vehículo que abría la marcha disminuyó la velocidad al acercarse y una figura conocida apareció en la escotilla, indicándonos imperativamente que nos apartáramos.

—Despejen la carretera —gritó Beije—. Están atacando a nuestro coronel.

—Ya nos hemos ocupado —le dije, saliendo de la sombra del Salamander para que pudiera verme con claridad y así poder saborear la expresión de sorpresa absoluta que se extendió por su rostro—. Comprueba tu canal de mando. —Escuchó un momento su intercomunicador con los dientes apretados. Sonreí—. No es necesario que nos des las gracias —añadí.