30

De regreso en Los Ángeles, me detuve para comer a la hora del crepúsculo. Terminé mi viaje en Montevista cuando ya había oscurecido.

Vera contestó cuando llamé en lo de Jamieson. Tenía puesto su kimono color fuego y llevaba su cabello negro suelto sobre los hombros. No era tan tarde para eso. Sus actividades caseras parecían estar viniéndose abajo, calladamente.

—Está en el chalet de los huéspedes —me dijo— con ella.

A Vera le incomodaba otra mujer en sus dominios. La casa para los huéspedes era un chalet blanco al fondo del jardín. La luz se filtraba por sus ventanas cerradas a medias, reviviendo los colores diurnos de las flores que había en derredor. Flotaban en el aire dulces perfumes inidentificables.

Parecía el lugar para un idilio, en vez del final de una tragedia. La vida es corta y dulce, pensé, dulce y corta.

—¿Quién está allí? —gritó Peter.

Se lo dije y abrió la puerta. Tenía puesto un pesado sweater gris y una camisa blanca con el cuello abierto, revelando la fofa gordura de su cuello. Había en su mirada un brillo peculiar. Podría haber sido tan sólo inocente felicidad; podría haber sido euforia. Tuve también las mismas dudas sobre la chica que estaba tras de él, en la habitación tapizada de brillante quimón. Estaba sentada bajo la lámpara, con un libro en sus rodillas, perfectamente tranquila y derecha bajo su traje negro. Me saludó y eso fue todo.

—¿Quiere entrar? —me dijo Peter.

—Mejor, salga usted.

Salió, dejando la puerta entreabierta. A pesar de estar en mayo, la noche era calurosa y no había viento.

—¿Qué sucede, Mr. Archer? No me gusta dejarla sola.

—¿Ni siquiera por un minuto?

—Ni siquiera por un minuto —me respondió con cierto orgullo.

—He descubierto algunas cosas sobre la muerte de su padre. Dudo que ella quiera oír lo que tengo que decirle. No se suicidó. Puede haber muerto accidentalmente.

—Creo que Ginny querrá saberlo.

Contra mi voluntad entré y le conté mi historia un poco expurgada. Ginny la tomó con más calma que Peter, que balanceaba su pie continuamente, en un ritmo nervioso, como si una parte incontrolada de su cuerpo quisiera escapar de allí, huir de esa habitación junto con Ginny.

Le dije a ella:

—Siento haber tenido que desenterrar todo esto y ponérselo sobre los hombros, últimamente han puesto un montón de cosas sobre ellos.

—Está bien. Ya todo pasó.

Yo esperaba que fuera así. Su serenidad me preocupaba. Era la serenidad sin vida de una estatua.

—¿Quiere usted que tome alguna medida contra Mr. Ketchel?

Peter esperó su respuesta. Ella levantó sus manos un poco y luego las dejó caer sobre el libro:

—¿Qué ganaría con eso? Usted me dice que es un hombre enfermo, apenas algo más que un vegetal. Esto se parece a uno de los castigos merecidos que figuran en el libro del Dante. Un hombre y violento, queda trasformado en un inválido desamparado. ¿Pelearon por mi causa mi padre y él?

—Eso es lo que se cree.

—No lo comprendo —dijo Peter.

Ginny se dio vuelta y lo miró.

—Trató de propasarse conmigo.

—¿Y a pesar de eso no quieres que se le castigue?

—¿Por qué lo haría? Eso pasó hace años. Ya ni siquiera soy la misma persona —añadió sin sonreír—. ¿Sabe usted que cambiamos totalmente cada siete años? Químicamente, por supuesto —pareció reconfortada ante esa idea.

—Eres un ángel —dijo él. Pero no se acercó a ella ni la tocó.

—Existe otra posibilidad. Ketchel o Spillman puede no ser el responsable de la muerte de su padre después de todo. Alguien podría haberlo encontrado vagando por los jardines del Club, aturdido todavía por los golpes, y haberlo ahogado, deliberadamente, en la piscina.

—¿Quién podría haber hecho eso? —me preguntó.

—La mejor apuesta sería a su difunto marido. A propósito, tengo más datos sobre él. Era un panameño, que se hizo en una escuela bastante dura…

Me interrumpió:

—Ya lo sé. Tappinger vino a verme esta tarde y me contó todo lo que sabía sobre Francis. ¡Pobre Francis! —dijo con un aire remoto—. Ahora me doy cuenta que no era completamente cuerdo, ni tampoco lo fui yo, al dejarme engañar así por él. ¿Pero qué razones podría tener para matar a Roy? Yo ni siquiera lo conocía en aquellos días.

—Puede haberlo ahogado para tenerlo a Ketchel en sus manos. O puede haber visto a otro ahogándolo y convencerlo a Ketchel de que la culpa era del mismo Ketchel.

—Tiene usted una imaginación horrible, Mr. Archer.

—Así era la de su difunto marido.

—No. Usted está equivocado con respecto a él. Francis no era así.

—Me temo que usted sólo conoció una parte de su vida. Francis Martel era todo un carácter. ¿Le dijo Tappinger que su verdadero nombre era Pedro Domingo y que era un producto bastardo de los bajos fondos de Panamá? Eso es todo lo que sabemos de ese hombre real y de su vida real, que lo forzó a meterse en una vida irreal, junto a usted.

—No quiero hablar de eso —se ciñó el cuerpo como si a través de sus ropas negras de viuda, sintiera el escalofrío de la realidad—. Por favor, no hablemos de Francis.

Peter se levantó de la silla.

—Estoy de acuerdo. Ya todo quedó en el pasado. Hemos conversado bastante por esta noche, Mr. Archer.

Fue hacia la puerta y la abrió. El aire dulcemente perfumado llenó la habitación. Me quedé sentado donde estaba.

—¿Puedo hacerle una pregunta en privado, Miss Fablon? ¿Se sigue usted llamando Miss Fablon?

—Supongo que sí. No lo había pensado.

—No será Miss Fablon por mucho tiempo —dijo Peter con una estúpida zalamería—. Un buen día de estos, se va a convertir en Mrs. Jamieson, como debía de haber sido siempre.

Ginny parecía resignada y muy cansada.

—¿Qué quiere preguntarme? —me dijo suavemente.

—Es una pregunta privada. Dígale a Peter que se retire por un momento.

—Peter. Ya oíste lo que dijo el señor.

Se encogió de hombros y salió, dejando la puerta abierta de par en par. Lo sentí moviéndose por el jardín.

—¡Pobre viejo Peter! No sé qué haría ahora sin él. Tampoco sé qué es lo que voy a hacer con él.

—¿Se casarán?

—No tengo más remedio. Esto suena a cínico, ¿no es cierto? Pero no quise decirlo en esa forma. Y, en estos momentos, nada parece valer la pena.

—No sería honesto casarse con Peter, a menos que usted lo aprecie.

—Lo aprecio más que a cualquier otro. Siempre ha sido así. Francis fue sólo un episodio en mi vida.

Detrás de sus palabras de mujer de mundo, descubrí su inmadurez. Me pregunté si habría crecido emocionalmente desde la muerte de su padre. Y pensé que Kitty y Ginny, a pesar de ser mujeres de diferentes extremos de la ciudad, tenían mucho en común, después de todo. Ninguna de las dos había podido dominar por completo el accidente que es la belleza. Las había convertido en cosas, en zombies de un mundo mortalmente desamparado, tan doloroso para contemplar como si nos enfrentara con crucifixiones carentes de sentido.

—Usted y Peter estuvieron siempre muy juntos. Él me lo dijo.

—Es cierto. Durante casi todos los años de la escuela superior. No era tan gordo entonces —añadió como queriendo dar una explicación.

—¿Eran ustedes amantes?

Sus ojos se oscurecieron, del mismo modo que se oscurece el océano bajo las nubes arrastradas por el viento. Por primera vez, me pareció, había captado el sentido de su propia vida. Se dio vuelta, para que no pudiera mirarla a los ojos.

—No veo que eso le importe —su negativa era, en el fondo, una afirmación.

—¿Quedó usted embarazada de Peter?

—Si le respondo a eso —me dijo, manteniendo su rostro desviado—, ¿me promete no repetir a nadie mi respuesta? ¿A nadie, ni siquiera a Peter?

—Está bien.

—Entonces se lo puedo decir, íbamos a tener un bebé cuando yo era estudiante de primer año en el colegio. No quise decirle nada a Peter. Era muy joven, demasiado joven para su edad. No quise asustarlo. No se lo dije a nadie, excepto a Roy y, eventualmente, a mi madre. Pero ni siquiera a ellos les dije quién era el padre. No quería por nada que me sacaran del colegio y me obligaran a llevar a cabo uno de esos horribles matrimonios de adolescentes. Roy estaba muy desilusionado conmigo a causa de ese niño, pero pidió prestados mil dólares y me llevó a Tijuana. Me proveyó de todo lo necesario. Un aborto de lujo, con servicio completo de médico, enfermera y atmósfera higiénica. Poco después de esto, pareció sentir que yo le debía dinero.

Su voz no tenía inflexiones. Podría haber estado hablando de una salida para hacer compras. Pero esa misma chatura de sentimientos indicaba el trauma que había mantenido sus emociones fijas. Añadió, sin curiosidad:

—¿Cómo descubrió lo de mi embarazo?

—No interesa cómo lo supe.

—Pero yo se lo dije a Roy y a mamá.

—Y ambos están muertos.

La sacudió un leve temblor. Lentamente, como luchando en contra de su resistencia física, se volvió y me miró a la cara.

—¿Usted piensa que los mataron porque estaban enterados de mi embarazo?

—Es posible.

—¿Y qué me dice de la muerte de Francis?

—No tengo ninguna teoría aún, Miss Fablon. Estoy manoteando en las sombras. ¿A usted no se le ocurre algo?

Movió la cabeza. Su brillante cabello cayó, tocándole sus pálidas mejillas, como una caricia narcisista.

Peter, desde la puerta, preguntó impaciente:

—¿Puedo entrar ahora?

—No. Aún no. Vete y déjame sola.

Se paró, incluyéndome a mí también en su invitación a dejarla.

—Pero no puedes quedarte sola —contestó Peter—. El doctor Sylvester me dijo…

—El doctor Sylvester es una vieja y tú eres otra. Vete. Si no lo haces, me voy esta misma noche.

Peter retrocedió y yo lo seguí. Ginny cerró la puerta de un golpe detrás de nosotros y la aseguró. Cuando estuvimos lejos del chalet, donde ella ya no podía oírnos, Peter me encaró:

—¿Qué le dijo usted a Ginny?

—Realmente, nada.

—Debe de haberle dicho alguna cosa, para que ella reaccionara de esta manera.

—Le hice sólo una o dos preguntas.

—¿Sobre qué?

—Me dijo que no se lo contara a usted.

—¿Ella le pidió a usted que no me lo contara a mí? —Su cara se aproximó a la mía. Lo podía ver bien. Estaba realmente enojado y belicoso—: Me parece que usted ha dado vuelta las cosas, ¿no es cierto? Usted es mi empleado, y ella mi novia.

—Es una especie de novia al instante, según veo.

Tal vez no debía haberlo dicho. Peter me dijo que era un bruto inmundo y amagó un golpe. Vi su puño llegándome por entre la oscuridad, demasiado tarde para poder esquivarlo completamente. Aparté mi cabeza del golpe, disminuyendo así su fuerza.

No le devolví el golpe, pero alcé mis manos para detener un segundo golpe, si es que éste llegaba. No lo hizo, por lo menos, físicamente.

—Váyase —me dijo como con un sollozo en la voz—. Usted y yo hemos terminado. Usted ha terminado aquí.