21

La cajera del Hospital de la Misericordia tenía ojos parecidos a calculadoras. Me miró fijamente a través de las barras de su jaula como si estuviera estimando mis entradas, restando mis gastos y alcanzándome el balance en rojo.

—¿Cuánto valgo? —le pregunté alegremente.

—¿Vivo o muerto?

—Eso me contuvo.

—Quiero pagar otro día por el señor Harry Hendricks.

—No es necesario —me dijo—. Ya se hizo cargo de eso su señora.

—¿La pelirroja? ¿Estuvo aquí?

—Vino y lo visitó unos minutos esta mañana.

—¿Puedo verlo?

—Tiene que preguntarle a la enfermera jefe en el tercer piso.

La enfermera jefe era una almidonada mujer de labios finos que me tuvo esperando mientras ponía las fichas al día. Eventualmente me permitió decirle que yo era un detective y que trabajaba para la policía. Entonces se volvió más amistosa.

—No veo por qué no podría hacerle algunas preguntas. Pero no lo canse y no diga nada que pueda disgustarlo.

Harry estaba en una habitación privada, cuyas ventanas miraban hacia la ciudad. Con las vendas en la cabeza y la cara, parecía una momia sin terminar. Yo llevaba el sombrero gris perla, y sus ojos lo enfocaron.

—Ése es mi sombrero.

—Es el que usaba usted ayer. El nombre que está adentro, es Spillman. ¿Quién es él?

—No sabría decirle.

—Usted tenía puesto su sombrero.

—¿Sí? —Se quedó pensando—. Lo compré en una liquidación.

No le creí, pero no había porqué decírselo. Así que tiré el sombrero sobre un mueble.

—¿Quién lo golpeó así, Harry?

—No lo sé con seguridad, porque no alcancé a verlo. Estaba medio oscuro y me golpeó de atrás. Después zapateó sobre mi cara, según dice el médico.

—Lindo sujeto. ¿Fue Martel?

—Por supuesto. Sucedió en su casa. Yo estaba hurgando por los alrededores de su casa. El viento hacía tanto ruido, que no lo sentí llegar detrás de mí —sus dedos se aferraron a la sábana que cubría su cuerpo—. Me debe de haber golpeado bárbaramente. Me duele todo.

—Estuvo en un accidente de auto.

—¿De verdad?

—Martel lo encerró en el baúl de su coche y luego lo estacionó en la avenida costanera. Unos vagos lo robaron y lo chocaron.

—¡Y no es mío! —Gruñó Harry—. A pesar de que sabía que estaba mal hecho, lo tomé en préstamo del negocio de autos. No tiene seguro ni nada. ¿Está completamente arruinado?

—No vale ni lo que costaría el arreglo de la carrocería.

—Es para no creerlo. Bueno, otro empleo que se va —se quedó un momento en silencio, mirando para afuera, hacia el cielo—. He estado pensando en mí mismo esta tarde. Apuesto… no, no voy a apostar. Me basta con decirlo. Soy el fracaso más grande al oeste del Missisipi. Ni siquiera merezco vivir.

—Todo el mundo merece vivir.

—Gracias por decirlo. De paso: me dijeron que un tal Mr. Archer pagó mi internación aquí. ¿Fue usted?

—Fiché veinte dólares.

—Muchísimas gracias. Usted es un gran tipo.

—Ni lo mencione. Fue a expensas de mis ganancias.

Estaba conmovido:

—Creo que tengo suerte, además de la suerte de estar vivo. También mi mujer vino a verme, lo que me hizo pensar que estaba, como antiguamente, en casa.

—¿Kitty está aún en la ciudad?

—Lo dudo. Dijo que se iba —permaneció por un momento con su cabeza apoyada, inerte, sobre la almohada—. No sabía que la conocía.

—Estuvimos conversando, anoche. Es una mujer hermosa.

—Si lo sabré yo… Cuando la perdí, créame amigo, fue como perder la luna y las estrellas.

—¿Fue Ketchel el que se la robó?

—¿Lo conoce a él también? —dijo, después de una pausa.

—Sé algo de él. Y lo que sé, no me gusta.

—Cuanto más sepa de él, menos le gustará. El más estúpido error de mi vida ha sido dejarme atrapar entre sus garfios. Me hizo perder a Kitty.

—¿Cómo fue?

—Soy jugador. No sé por qué, pero lo soy. Tengo pasión por el juego. Me hace sentir vivo. Debo de estar loco —parecía que sus ojos miraban dentro de un pozo—. Así fue como una madrugada, salí del Club Escorpión hacia la calle Freemont sin nada, ni mujer ni nada. ¿Qué le parece? Jugué a mi propia mujer en un juego crápula. Kitty se enfureció tanto conmigo que se fue con él y con él se quedó.

—¿Con Ketchel?

Harry yacía, mirando el sombrero gris perla.

—Su verdadero nombre es Leo Spillman. Ketchel es sólo el nombre que usa. Es su apellido de los tiempos de boxeador. Entonces se hacía llamar Cayo Ketchel. Era un peso mediano bastante bueno antes que dedicara todo el tiempo a diferentes juegos.

—¿A qué juegos se dedica, Harry?

—Nómbrelos y en todos tiene parte o la ha tenido. Empezó con máquinas traga-monedas en el Medio Oeste y engordó sacándoles plata a los reclutas de las bases militares. Es el dueño principal del Club Escorpión en Las Vegas.

—Es extraño que no haya oído nunca el nombre Ketchel.

—Es un dueño disimulado, según creo se les dice. Aprendió a dejar su nombre tranquilo cuando viaja bajo el de Ketchel. Leo Spillman es un nombre que tiene muy mal olor. Por supuesto que ahora está semi retirado. Hace años que no lo veía.

—¿Cómo fue que se apoderó de su sombrero?

—Kitty me lo dio cuando vino a visitarme la semana pasada. Leo es mucho más corpulento que yo, pero tenemos la misma medida de cabeza, siete y cuarto. Y yo necesitaba un sombrero para aparentar, frente a la gente de Montevista.

—¿Dónde podré encontrar a Leo?

—Podría tentar en el Club Escorpión. Solía tener allí un departamento, al lado de su oficina. Sé que él y Kitty tienen un escondite en algún lugar del sur de California, pero nunca me dio el menor dato de dónde puede ser.

—¿Qué me dice de su establecimiento ganadero?

—Lo vendió hace tiempo. A Kitty no le gustaba ver marcar el ganado.

—Usted ha estado bastante en contacto con ella.

—En realidad no. Pero la he visto en el transcurso de los años. Cuando se encuentra metida en algún lío, o tiene necesidad de algo, vuelve al viejo Harry —alzó la cabeza unos centímetros de la almohada y me miró—. Estoy franqueándome con usted, Archer y ¿sabe por qué? Necesito una ayuda, un socio.

—Así me lo dijo ayer.

—Hoy lo necesito con más urgencia —con un leve movimiento de su barbilla aludió a su invalidez y dejó que su cabeza cayera sobre la almohada—. Usted ha sido un verdadero camarada. Le voy a ofrecer compartir por igual un asunto verdaderamente grande.

—¿Como producto de una concusión?

—Hablo en serio. Puede haber más de cien mil de a mil para repartir. ¿Es como para reírse?

—¿Usted se refiere al dinero que robó Martel-Cervantes?

—¿Martel, qué?

—Cervantes. Ése es el otro nombre que usaba Martel.

—¡Entonces él es el hombre! —Harry llevado por su excitación, se sentó en la cama—. ¡Lo tenemos!

—Desgraciadamente, no lo tenemos. Está en fuga con cien mil contantes y sonantes. Aunque nosotros nos apoderáramos de ese dinero, ¿no lo querría recuperar Spillman?

—¡Bah! —Hizo un gesto desorbitado con la mano—. Cien mil o doscientos mil, para Spillman son cacahuetes. Nos dejaría quedarnos con ellos. Kitty dijo que nos dejaría. El dinero tras el cual andan Kitty y él, son millones.

Alzó su brazo hasta ponerlo totalmente estirado, como saludando. Luego se dejó caer sobre la almohada.

—¿Martel le robó millones?

—Así dijo Kitty.

—Está exagerando. No hay forma de robar un millón de dólares, a menos que uno robe el camión blindado de algún banco.

—Sí. Hay una forma. Y ella no miente. Nunca lo ha hecho conmigo. Tiene que comprender que es la oportunidad que se presenta sólo una vez en la vida.

—Sí. Pero también con oportunidad para la muerte, Harry.

Ante esta idea, se serenó un poco.

—Sí. Eso también.

—¿Por qué, si no, Leo lo pondría todo en sus manos?

—Kitty lo hizo. Ella confía únicamente en mí —debe de haber visto la duda en mi mirada, porque añadió—: A usted le parecerá raro, pero es un hecho. Yo amo a Kitty y ella lo sabe. Ella dice que si yo soluciono esto, hasta puede ser que vuelva a mi lado.

Alzó su voz, como para hacerlo más cierto. Sentí los suaves y rápidos pasos de la enfermera acercándose por el corredor.

—Kitty me dijo que solía vivir aquí, en la ciudad.

—Es verdad. Kitty era de la localidad. Por cierto que pasamos nuestra luna de miel aquí, en el Hotel Breakwater —bajó los vendajes, hizo girar sus ojos.

—¿Cuál era su nombre de soltera?

—Sekjar —me contestó—. Su viejo era algo así como polaco. También su madre, que me odiaba a muerte por haberle robado su bebé, como ella decía.

La enfermera abrió la puerta, asomando la cabeza.

—Ya es suficiente. Usted me dijo que lo mantendría tranquilo.

—Harry se excitó un poco.

—No podemos permitir eso —abrió del todo la puerta—: Ahora, váyase.

—¿Está usted de mi lado, Archer? —Gritó Harry desde la cama—. Ya sabe lo que quiero decir.

No estaba ni con él ni en contra de él. Hice un círculo con el pulgar y el índice y se lo mostré, como una señal de estímulo.