Seguí al Corvette de Peter tierra adentro, hasta el pie de las colinas, cuya masa había sido absorbida a medias por la sombra azulada de las montañas. Unas pocas luces, tan brillantes como las estrellas del anochecer, estaban diseminadas en sus laderas. Una de ellas estaba encendida en la casa de Martel.
Peter se detuvo cerca del buzón, donde el nombre, grabado en letras negras, apareció a la luz de los focos delanteros: Mayor General Hiram Bagshaw, U.S.A. (R.). Apagó los focos, saliendo del coche. El silencio de la noche vibraba como un cristal. Un grito descarnado y agudo nos llegó desde la casa. Podría haber sido un pavo real, o el alarido de una muchacha.
Peter corrió hacia mí:
—¡Es Ginny! ¿La oyó?
—Oí algo.
Traté de persuadirlo que esperara en su coche. Pero insistió en subir a la casa conmigo. Era un edificio sólidamente construido, con piedra y vidrio, sobre una plataforma excavada en el suelo del cañón. Un reflector colocado sobre la puerta, iluminaba el patio de lajas donde estaba estacionado el Bentley. La puerta de la casa se encontraba abierta.
Peter hizo ademán de entrar y lo detuve:
—Tranquilícese. Va a conseguir que lo maten.
—Ginny es mi novia —dijo, sin recordar que ese era un hecho que pertenecía ya al pasado.
La muchacha apareció en el vano de la puerta. Tenía puesto un traje gris del tipo del que las mujeres usan para viajar. Sus movimientos eran vacilantes, y sus ojos un poco apagados, como si acabara de llegar de un viaje demasiado lejos y demasiado precipitado. Tal vez porque la luz que le daba sobre la cara era muy fuerte, su cutis aparecía gris y como granuloso. Tenía la clase de belleza —forma de la cabeza, declive de los pómulos y de la barbilla, curva de la boca— frente a la cual cualquier otro detalle perdía importancia.
Se detuvo en los escalones de cemento con una especie de elegancia descuidada. Peter se acercó a ella y trató de rodearla con un brazo. Soltándose, Ginny le dijo:
—Te dije que no vinieras aquí.
—¿Fuiste tú la que gritaste, no es cierto? ¿Te hizo mal?
—No seas tonto. Vi una rata —se dio vuelta y me miró con sus ojos sin brillo—. ¿Quién es usted?
—Mi apellido es Archer. ¿Está Mr. Martel?
—No creo que quiera verlo.
—De todos modos, dígale que estoy aquí. Todo lo que quiero es que me dé la oportunidad de hablar con él.
Ginny se dirigió a Peter:
—Por favor, vete y llévate a tu amigo contigo. No tienes ningún derecho a inmiscuirte en nuestros asuntos —tuvo un pequeño estallido de ira—: ¡Vete ahora mismo, o no te volveré a hablar nunca más!
La enorme cara de Peter se contorsionó por sí sola bajo la luz, como si quisiera trasformar su vulgaridad adoptando una expresión de hombre cabal:
—No me importaría Ginny, siempre que estuvieras a salvo.
—Estoy perfectamente a salvo con mi marido —dijo, adoptando un aire modesto a la espera de la sorpresa de Peter.
—¿Te casaste con él?
—Nos casamos el sábado. Y en mi vida he sido más feliz —dijo, sin evidenciar ningún signo de felicidad.
—Puedes anular ese matrimonio.
—Parece que no te das cuenta: amo a mi marido —su voz era suave pero había en ella un tono hiriente que lo hizo retroceder—: Francis tiene todo lo que yo he soñado en un hombre. Tú no puedes cambiar nada. Y, por favor, deja de intentarlo.
—Gracias, ma chérie —era Martel, hablando con su acento francés más neto. No cabía duda de que había estado esperando el mejor momento para hacer su entrada. Apareció detrás de Ginny y la tomó del brazo. Su mano, contra la manga gris clara de ella, parecía tan oscura como un brazalete de luto.
Peter empezó a morderse los labios. Me puse cerca de él. Fuera aristócrata francés o aventurero barato, el marido de Ginny era un hombre al que sería peligroso golpear.
—Felicitaciones por su casamiento —dije, sin mucha ironía.
Se inclinó, tocándose el pecho:
—Merci beaucoup.
—¿Dónde se casaron?
—En una sala de juzgado; nos casó el juez en persona. Esa es la forma legal, según creo.
—Quise decir en qué población…
—La población no interesa. Usted sabe que la vida tiene momentos íntimos y le confieso que a mí me apasiona la intimidad, pasión que mi querida mujer comparte —la miró sonriente, inclinado hacia su rostro. Cuando dirigió su mirada a mí, su sonrisa había cambiado. Ahora era amplia y burlona—: ¿No nos encontramos hoy, en la piscina?
—Así es.
—Este hombre estuvo aquí antes —comentó Ginny— cuando aquel tipo quiso fotografiarte. Lo vi en el auto del tipo.
Martel dio vuelta por detrás de su mujer y se me acercó. Yo pensaba si entraría en juego su pequeño revólver. También me preguntaba qué líquido negro era el que había dejado la huella incompleta de un pie en la escalinata de concreto. Otro poco de ese líquido brillaba en el tacón del zapato derecho de Martel.
—¿Puede saberse quién es usted, monsieur? ¿Y qué le da derecho a hacer preguntas?
Le dije mi nombre.
—Soy detective y estoy contratado para hacerlas.
—¿Contratado por ese?
Y lanzó sobre Peter una perversa mirada de desprecio.
—Es cierto —dijo Peter—. Y nos mantendremos detrás de usted hasta saber qué es lo que quiere.
—Ya tengo lo que quiero —se volvió hacia Ginny, extendiendo un brazo. Parecía una pequeña escena de una ópera ligera, más que dramática. Era como si estuvieran por entrar enseguida los alegres aldeanos, para agruparse en la danza nupcial.
Como para alejarlos, yo le dije:
—Permítame una pregunta que me interesa en este momento… ¿lo que tiene en el tacón, es sangre?
Se miró el zapato, encarándose luego, rápidamente conmigo:
—Espero que sea sangre.
Los dedos curvados de las dos manos de Ginny se habían alzado hasta su boca, como si otro grito parecido al de un pavo real estuviera por brotar de su garganta. Martel, con entonación suave y tranquila, contestó:
—Una rata asustó a mi mujer, como ella ya les ha contado. La maté.
—¿Con el tacón?
—Sí —golpeó con los pies en el asfalto—: Soy esgrimista y tengo pies bastante rápidos.
—Apostaría a que dice la verdad. ¿Puedo ver la rata muerta?
—Será muy difícil encontrarla, casi imposible. La tiré entre la maleza, para que la comieran los gatos monteses. Aquí, en la montaña, hay animales salvajes, ¿no es cierto, ma chérie?
Ginny bajó sus manos, asintiendo. Miraba a Martel con una mezcla de respeto y temor. Quizá esta es una forma del amor, pensé, pero no una de las formas habituales. La voz de Martel llenó de nuevo el silencio:
—A mí y a mi mujer nos encantan los animales salvajes.
—Pero no las ratas.
—No. Las ratas no —me mostró su ancha sonrisa sarcástica. Sobre ella, sus ojos y su fuerte nariz parecían estar sometiéndome a prueba—: ¿Puedo ahora persuadirlo de que se vaya, Mr. Archer? Ya he tenido bastante paciencia con usted y sus preguntas. Y por favor, llévese a ése consigo.
Señaló con la cabeza a Peter, como si el joven gordo no perteneciera del todo a la raza humana.
—¿Por qué no le hace las cinco preguntas? —me dijo Peter.
Martel levantó las cejas:
—¿Cinco preguntas? ¿Sobre mí?
—No se trata precisamente de eso.
Ahora que había llegado el momento de hacerlas, las preguntas me parecían infantiles, casi ridículas. La nota ligera con la que había empezado la función, se estaba trasformando en ópera bufa. El patio, bajo la luz, rodeado por el anfiteatro del cañón, parecía un escenario donde nada real podía suceder.
—Las preguntas son sobre cultura francesa —le dije de mala gana—. Me aseguraron que un francés bien instruido debería saber contestarlas.
—¿Usted duda de que yo sea un francés instruido?
—Esta es la ocasión para probarlo de una vez para siempre. ¿Quisiera darle un vistazo a estas preguntas?
—¿Por qué no? ¿Pour quoi pas? —dijo, encogiéndose de hombros.
Saqué las dos hojas de papel.
—Primera: ¿Quién escribió originalmente Les Liaisons dangereuses y quién hizo la versión moderna cinematográfica?
—Les Liaisons dangereuses —dijo lentamente, corrigiendo mi pronunciación—. Choderlos de Laclos escribió la novela. Roger Vadim hizo la versión cinematográfica. Tengo entendido que Vadim colaboró con Roger Vailland, en el libreto. ¿Le basta con eso o quiere que amplíe el informe contándole el argumento? Es bastante complejo, una mezcla de diabólica intriga sexual y corrupción de la inocencia.
Su tono era sarcástico.
—Por el momento no le vamos a prestar atención a ese argumento. Segunda pregunta: Complete la frase: Hypocrite lecteur…
—Hypocrite Lecteur, mon semblable, mon frére… Hipócrita lector, mi hermano, mi… comment-á-dire?… ¿mi doble? —dijo, apelando a Ginny.
—Imagen en un espejo —dijo ella, con una sonrisa a medias—. En el comienzo de Les Fleurs du mal.
—Si quiere, puedo recitar le muchos de esos poemas.
—No es necesario. Tercera: Nombre un gran pintor que creía que Dreyfus era culpable.
—Dégas es el más importante que yo recuerdo.
—Cuarta: ¿Qué glándula designó Descartes como residencia del alma humana?
—La glándula pineal —Martel tuvo una sonrisa—: Es un tema oscuro, pero da la casualidad que leo a Descartes casi todos los días de mi vida.
—Quinta: ¿Quién fue el mayor responsable de que Jean Genet saliera de prisión?
—Creo que usted se refiere a Jean-Paul Sartre. Cocteau y otros también dieron una mano. ¿Eso es todo?
—Todo. Ha ganado cien puntos.
—¿Me premiarán ahora, desapareciendo?
—Contésteme una pregunta más, ya que es tan bueno contestando. ¿Quién es usted y qué hace aquí?
Se puso tenso.
—No tengo ninguna obligación de contestarle.
—Pensé que le gustaría terminar con los rumores.
—Los rumores no me molestan.
—No es el único que ahora los provoca, ya que se ha casado con una chica de la localidad.
Entendió mi punto de vista:
—Muy bien. Le voy a decir por qué estoy aquí, como cambio en un quid pro quo. Dígame: ¿quién es el hombre que intentó fotografiarme?
—Su nombre es Harry Hendricks. Es un vendedor de coches usados, que proviene del Valle de San Fernando.
Martel se mostró intrigado:
—Nunca oí hablar de él. ¿Por qué quería retratarme?
—En apariencia alguien le pagó para que lo hiciera. No me dijo quién había sido.
—Puedo adivinarlo —dijo Martel enigmáticamente—. Sin duda ha sido pagado por los agentes de le grand Charles.
—¿Quién?
—Mi enemigo, el presidente De Gaulle. Me echó de mi patrie… patria… Pero mi exilio no le basta. Quiere mi vida.
Su tono era bajo y escalofriante. Ginny se estremeció. Hasta Peter parecía impresionado.
—¿Qué tiene De Gaulle en contra suya? —le pregunté.
—Soy una amenaza para su poder.
—¿Usted forma parte de la banda argelina?
—No somos una banda —me replicó, con calor—. Somos… ¿Cómo podría decirle?… una sociedad de patriotas. Charles de Gaulle es el verdadero enemigo del pueblo. Pero ya he hablado bastante, incluso demasiado. Si sus agentes me han seguido hasta aquí, debo alejarme de nuevo.
Se encogió de hombros aparatosamente. Miraba las colinas oscuras y el cielo estrellado. Fue una mirada de despedida, conscientemente dramatizada, como si las estrellas formaran parte de su auditorio. Entrando en el círculo de sus brazos, Ginny dijo:
—Me voy contigo.
—Ya sabía que no me permitirían quedarme en Montevista. Hubiera sido demasiado hermoso. Pero me iré llevándome una parte de su belleza conmigo.
Martel besó los cabellos de Ginny, que caían como un pálido velo de seda. Ella se apoyó contra él, y las manos del hombre fueron hasta la cintura de la muchacha. Peter, exhalando un gemido, se apartó, encaminándose a mi coche.
—Le pido que nos excuse —me dijo Martel—. Tenemos que hacer nuestros planes. Ya he contestado a todas sus preguntas, ¿no es así?
—Para terminar, ¿no podría mostrarme su pasaporte?
—Quisiera poder hacerlo —dijo, extendiendo sus manos a ambos lados de Ginny—. Pero no puedo. Dejé Francia… diremos… en una forma nada oficial.
—¿Cómo pudo sacar su dinero?
—Dejé buena parte. Pero mi familia tiene propiedades en otras partes del mundo.
—¿Martel es su nombre de familia?
Levantó sus manos, con las palmas hacia arriba, como un hombre capturado:
—Mi mujer y yo hemos tenido bastante paciencia con usted. No querrá que me ponga impaciente. Buenas noches.
Hablaba tranquilamente, pero con toda su fuerza sustentando sus palabras.
Entraron a la casa, cerrando tras ellos la pesada puerta. Mientras me dirigía a mi auto, eché un vistazo al frente del Bentley. No estaba visible ninguna tarjeta de registro. Las cosas que Martel había sacado de la cabaña estaban apiladas en el asiento trasero. Esto indicaba que proyectaba salir pronto.
No había nada que yo pudiera hacer. Me senté al lado de Peter. Retrocedí hasta el camino. Peter, con la cabeza agachada, se mantenía en silencio. Cuando me detuve frente al buzón, se dirigió a mí con una especie de violenta embestida:
—¿Creyó lo que dijo?
—No lo sé. ¿Y usted?
—Pero Ginny lo cree —dijo pensativa mente—. Y ella lo conoce mejor que nosotros. Es un hombre muy convincente.
—Demasiado convincente. Tiene una respuesta para todo.
—¿No significa eso que está diciendo la verdad?
—Habla demasiado. Un hombre en su posición, perseguido por el gobierno francés por complotar contra De Gaulle, no divulgaría sus secretos con nosotros. Si fuera inteligente, ni siquiera se lo diría a su mujer. Y Martel es inteligente.
—Me di cuenta por la forma con que contestó las preguntas del profesor. ¿Cuál es la explicación de esto, si está mintiendo? ¿A quién trata de engañar?
—Tal vez a Ginny. Se ha casado con ella.
Peter suspiró.
—Tengo hambre. En realidad no he comido nada desde el desayuno —saliendo de mi coche, se dirigió hacia su Corvette. Pateó algo que hizo un ruido metálico. Busqué, en medio de la oscuridad. Era la cámara fotográfica que Martel había aplastado con su automóvil. La levanté y me la metí en el bolsillo.
—¿Qué está haciendo? —dijo Peter.
—Nada. Curioseando un poco.
—Estaba pensando que esta noche sirven comida en el Club. Si come conmigo, podemos decidir qué hacemos.
Su lúgubre compañía estaba volviéndose un poco cansadora. Pero también yo estaba hambriento.
—Allá me reuniré con usted —le dije.