La relación entre Màrius y Lorena duró una cantidad inverosímil de años y resistió un increíble número de crisis, los dos eran bastante infieles y no se tocaban el corazón antes de enredarse con otro, o con muchos otros como sucedía en las temporadas de alta fogosidad. Todo esto me lo ha contado recientemente Màrius, porque en aquella época, como ya he dicho, lo que se sabía era que el hijo de Puig era amigo de Lorena y que llevaba una vida misteriosa y llena de desapariciones en la que a nadie le apetecía indagar. Los republicanos habían puesto un cerco a la información de Màrius, habían corrido un velo para proteger a su amigo que se sentía más tranquilo ignorando las andanzas de su hijo y, como suele pasar en las comunidades pequeñas, las cosas eran como lo decían los mayores y dentro de la plantación Màrius era solamente un tío raro, y no el maricón con el que todos cachondeaban en Galatea. Durante años Màrius y Lorena se toleraron las infidelidades, aunque el negro sobrellevaba muy mal la leonera que Màrius había montado y con frecuencia irrumpía en el mercado y le hacía unos tangos famosos y muy sonados que, entre otras cosas, dieron origen a un son que han grabado muchos grupos, entre ellos el de Arcadio Betancourt y sus ursulinas, de título Las muinas del negro, y que estrofa por estrofa cuenta cómo el protagonista de la canción, que no es otro que el mismo Lorena, llega al mercado vestido de mujer (esto es una licencia del autor) y grita desde abajo una serie de improperios a su novio español, que en esos momentos retoza con un amante chino, un detalle étnico que parece otro invento del autor pero que es una verdad rigurosa y comprobable. El son es original de un tal Adalberto Uzueta, aunque en realidad no tiene nada de original porque todo lo que hizo Adalberto fue calcar esa escena que vio y después, y éste es su mérito, la ordenó en versos y le puso música, una originalidad similar a la de estos folios que escribo, que no son más que una calca de lo que sucedía en aquella selva, no son más que la realidad ordenada de manera que pueda leerse y entenderse como una historia que va de aquí para allá como la vida misma. Cada vez que Màrius bebe de más en nuestras tardes de jueves en Guixers, pone un CD con una versión hip-hop de Las muinas del negro que hicieron Los Fatal, una banda sevillana que, según la información que aparece en el cuadernillo, viajaron de promoción al puerto de Veracruz y ahí se engancharon con el son que transformaron en hip-hop con bastante fortuna. Màrius ostenta esa canción como un trofeo y cada vez que la pone sube el volumen a tope para que su pareja, que cuando estoy yo en la casa no hace más que bufar por los rincones, la oiga y se enfade y se amohíne «por el pasado oscuro de su novio», y esto lo dice Màrius con mucho orgullo, pero a mí me parece, y se lo he dicho en dos o tres ocasiones, que lo que es verdaderamente oscuro es su presente porque en Barcelona, donde nadie está al tanto de su pasado, Màrius pasa por ser un vecino respetable de Sant Gervasi que tiene un restaurante y que desayuna en Baixas y toma café en Tívoli, como lo hacen nuestros vecinos, una comarca de burgueses vetustos que ignoran desde luego que entre otras cosas Màrius es un pedófilo que nació en la selva y que es el personaje psicológico de importancia en Las muinas del negro, canción que, por otra parte, ninguno de nuestros vecinos burgueses y vetustos conoce.
En 1974, al día siguiente de la invasión que marcó el principio del fin de La Portuguesa, llegó, como ya se ha contado, el secretario de gobierno Axayácatl Barbosa, acompañado por el secretario Gualberto Gómez, que iba fungiendo como el traductor de Ming, el delegado chino que había viajado hasta Veracruz con la misión de darle seguimiento al pago del material que se había usado en la pirotecnia, y de hacer valedera la oferta del alcalde Changó, aquella que había formulado frente al líder de la revolución, una oferta imprudente que consistía en donarle a China un terreno para que sus ingenieros agrónomos hicieran experimentos con hortalizas. Ming había llegado a la plantación acompañado por los dos gigantes chinos que lo protegían de las inclemencias del gobierno municipal, y entre todos formaban un contingente extrañamente homogéneo porque Axayácatl, Gualberto y el policía municipal que los acompañaba, aunque eran muy morenos, tenían los ojos achinados. No hubo forma de parar aquella expropiación impulsiva que ya venía consolidada en el acta que con orgullo agitaba el secretario de gobierno Axayácatl Barbosa, con un orgullo altanero en el que había bastante de revancha, y que le achinaba todavía más los ojos. El delegado Ming, temerariamente traducido por el secretario Gualberto (una traducción intrascendente pues el único destinatario era Axayácatl, que no lo oía por estar pensando en sus cosas y cogiendo briznas de yerba que se llevaba a la boca y luego escupía con inexplicable fogosidad), iba improvisando al vuelo su proyecto de hortaliza y dándoles instrucciones a los gordos, diciéndoles qué parte del terreno había que chapear, en cuál había que hacer un túmulo y con qué ángulo había que cavar las zanjas que servirían de desagüe. Uno de los gordos tomaba nota mientras Gualberto le comunicaba a Axayácatl, que por ir filosofando y masticando briznas no atendía con el rigor que la situación exigía, una delirante traducción del chino que probablemente no tenía nada que ver con lo que decía el delegado Ming. Lorena estaba aquel día en la plantación, había ido con Chabelo y su primera dama a presentar sus condolencias por la desgracia de la noche anterior, y como estaba al tanto de la hortaliza experimental que pretendían poner en funcionamiento los chinos, atajó al secretario de gobierno Axayácatl para decirle que estaba interesado en sumarse al proyecto, como parte de la cuadrilla de trabajadores que seguramente iban a necesitar. Lorena pretendía ganarse un dinero, pero también quería una coartada para estar todo el día en la plantación, siguiendo de cerca los movimientos de Màrius. Dos días más tarde ya estaba la cuadrilla dándole forma a esa hortaliza con la que el gobierno de la revolución pretendía expandir sus patentes de cultivo (un sistema parecido a la hidroponía) por América Latina, y también experimentar con ciertas semillas, porque sus científicos sostenían que, por ejemplo, una planta china de arroz desarrollada en otra latitud, podía dar una serie de pistas que serían fundamentales para las técnicas de transgénesis en las que empezaban a adentrarse. Con el delegado Ming y sus dos gordos, iban los tres ingenieros agrónomos de la revolución que se paseaban en bata blanca por el terreno y de vez en cuando cogían una muestra de tierra, una hoja, un trébol o una brizna de las que Axayácatl tenía a bien masticar; los ingenieros se desplazaban como si estuvieran dentro de un laboratorio y no en ese predio expropiado donde la cuadrilla de trabajadores nativos, con Lorena ya entre ellos, seguía las instrucciones imposibles del secretario Gualberto que, al traducir al español las tareas concretas que le iba diciendo Ming, se había dado cuenta de que él era mejor traduciendo conceptos volátiles y no tan comprometidos, porque a la que el chino decía cavar una zanja aquí, Gualberto daba la orden de levantar un túmulo, o si se trataba de dejar la vegetación tal cual estaba, cosa que Ming expresaba en su lengua y reafirmaba con un ademán de la mano sobre la yerba, Gualberto ordenaba dejarlo todo limpio, sin un solo yerbajo o brizna. Los malos entendidos no eran muchos, eran todo lo que había, y los chinos tenían que armarse de paciencia y al final de la jornada tenían que quedarse a rehacerlo todo, incluso los ingenieros, que habían hecho el viaje exclusivamente para supervisar, acababan las jornadas con la pala y el azadón entre las manos, y lo mismo pasaba con los gordos y también con Ming, lo cual era el colmo porque se trataba de un personaje con cierto nivel en el organigrama de la revolución. Al pasar de los días, mientras Lorena vigilaba las entradas y salidas de Màrius, y de paso cavaba una zanja donde había que levantar un túmulo, fue fraguándose una empatía con el secretario de gobierno Axayácatl Barbosa, que por tanto andar filosofando y masticando briznas del campo, terminó reparando en la musculatura de Lorena y adelantando un pronóstico sobre su príapo, que debía tener como mínimo las dimensiones de su lanza. Más que homosexual Axayácatl era un ilimitado, el poder municipal se le había subido a la cabeza y consideraba que un hombre como él debía tener derecho absolutamente a todo, a una esposa con hijos y a una recua de amantes de varias denominaciones, así que un buen día se acercó a Lorena y le dijo que en su furgoneta tenía cerveza helada, pero el negro negó con la cabeza y le dijo que su religión se lo prohibía; «¿y qué religión es ésa?», preguntó Axayácatl legítimamente extrañado porque en Veracruz no había religión ni dios que prohibiera al rebaño ponerse hasta las trancas, «la religión africana», contestó Lorena, e inmediatamente agregó, porque en el secretario de gobierno veía una oportunidad dorada para sus propósitos, que en vez de cerveza le aceptaría con gusto un Sabalito Risón. Cuando iban llegando al sitio donde tenía que estar la furgoneta Lorena se percató de que no había ni cervezas ni Sabalitos, y de que la invitación era una cita exclusivamente galante, y como eso coincidía al dedillo con sus propósitos, se puso a sacarle aullidos al secretario con su príapo, y tuvo que sacárselos al amparo de unos arriates porque tampoco había furgoneta. El propósito de Lorena era darle celos a Màrius, y ya que se estaba metiendo con el segundo de a bordo de la alcaldía, empezar a darle a su futuro una proyección política. La vida sexual de Lorena se tomaba a chunga y a guasa, era una fuerza descarriada de la naturaleza que, por eso que ya expliqué más arriba, ninguno asociaba con las desapariciones misteriosas de Màrius, y a sus méritos comprobables había que agregar lo que en la plantación se decía de él, anécdotas exageradas o de plano inventadas, si es que puede cuantificarse la exageración y la invención en ese hombre que poseía un príapo de cuento. Lauro y El Chollón aseguraban que una tarde se habían llevado a Lorena con las vacas, y que la pobre anfitriona de aquel cipote había caído desmayada y acometida por «hartas tembladeras», y también juraban que un día habían tenido que ayudarlo a hacerse un pajote, porque lo habían hallado desesperado, debajo de un árbol lele, tratando de alcanzarse la punta y los dos niños, conmovidos por ese hombre que estaba siendo tiranizado por su propio cuerpo, se habían puesto a liberarlo a cuatro manos de su tortuosa calentura. «¡Ya no le inventen cosas al negrito, carajo!», gritaba el caporal cada vez que oía a los niños contar estas historias, que por otra parte eran innecesarias porque a todos nos quedaba claro que Lorena había llegado al mundo con la misión de fertilizar a cuanto ser vivo se lo permitiera, «¿si no para qué Dios le dio ese pitote?», sentenciaba Teodora, que hasta en las manifestaciones más pedestres veía la mano del Creador. Bastaron unos cuantos días para que el secretario de gobierno Axayácatl Barbosa se enamorara perdidamente de Lorena; el primer síntoma fue que en lugar de llevárselo debajo de los arriates, tuvo a bien alquilar una habitación en el Motel El Alborozo. Lo del alquiler es un decir porque el propietario tenía negocios con la alcaldía y le quedaba claro que a Axayácatl había que tratarlo a cuerpo de rey, así que no sólo ponía a su disposición la más lujosa de sus habitaciones, también se la llenaba de fruta y bebidas y había dado instrucciones al gerente para que subsanara con eficacia y prontitud cualquier necesidad, por descabellada que fuera. Las necesidades del secretario eran pocas y siempre las mismas, una botella de ron Batey, un puro de San Andrés Tuxtla, y un aislamiento hermético para dejarse amar sin interrupciones por su negro; en cambio Lorena de inmediato tuvo necesidades complejas que empezaron por las lociones, los afeites, los jaboncitos de colores y las cumbias colombianas en el hilo musical, y que fueron creciendo hacia la solidaridad con su tribu, cuya manifestación más notoria era el patriarca Chabelo, con alguna de sus primeras damas emergentes, pasándose un domingo de aúpa en la piscina de El Alborozo. Dos meses más tarde la relación entre Lorena y el secretario alcanzó su punto de inflexión, Axayácatl propuso montarle un piso junto a la alcaldía para ir formalizando el romance, y también porque sus encerronas en El Alborozo empezaban a ser del dominio público, y esta intención de formalizar sembró cierto estrés en la existencia relajada de Lorena, y una mañana llegó atribulado a la plantación a contarle a Teodora y a doña Julia, y más tarde a Laia y a Carlota, de los avances vertiginosos que empezaba a experimentar su relación; las mujeres lo confortaron y lo aconsejaron, pero lo verdaderamente relevante de aquellas sesiones fue su veloz trascendencia, porque en la tarde de ese mismo día Màrius ya se había enterado de que los acostones de su novio con el secretario de gobierno iban en serio, y en ese mismo instante, para joderlo, había tomado la determinación de acostarse con el delegado Ming, que seguía tratando de concluir la infraestructura de la hortaliza de la revolución y que al principio fue esquivo y refunfuñón pero unos días más tarde ya se encerraba con Màrius en otra habitación del mismo Motel El Alborozo. Entonces la batalla entre Lorena y Màrius fue campal y acabó, luego de unos meses, destruyendo su larguísima relación y, simultáneamente, dando origen a dos relaciones que serían mucho más largas, porque lo que empezó Màrius como una estrategia para darle celos a Lorena, fue convirtiéndose en una relación sostenida que pasó de El Alborozo a la leonera del mercado, y en aquel escenario purulento, entre moscas, vísceras sanguinolentas y frutas podridas, donde el chino se entregaba a Màrius jalonado por el asco y la pasión, tuvieron lugar escenas de vodevil, estelarizadas por los cuatro interesados, que no perderé el tiempo en describir, quizá nada más el eje argumental que era inmutable: Lorena llegaba a gritarle a Màrius cosas de su amante chino (exactamente igual que en el son Las muinas del negro) y detrás de él venía el secretario de gobierno Axayácatl Barbosa, gritándole al negro que no se rebajara, que no hiciera esas escenas y preguntándole a gritos que si el amor y el piso que le daba no le bastaban para que se olvidara de ese putarraco. Mientras tanto el proyecto de la hortaliza de la revolución comenzaba a dar sus frutos, aunque no los esperados, los ingenieros habían tenido que reorientar sus cálculos porque en ese terreno había factores que no habían contemplado, como la alta mineralidad de la tierra y una bacteria benéfica para las plantas de café pero no para las del arroz, y aquella reorientación de cálculos arrojaba un resultado demoledor, decía que dadas las condiciones del terreno, cualquier transgénesis sería imposible antes de una década. Màrius y Ming, pese a las escandalosas infidelidades de mi paisano, construyeron una pareja sólida, tanto que cuando el señor Puig decidió que no podía más con los follones de su hijo y que lo mejor era que se fuera yendo de avanzada a Barcelona, en lo primero que pensó Màrius fue en llevarse a Ming, que es el chino con quien montó el restaurante La vasta China y el mismo con el que comparte hoy su vida y que bufa y resopla cada vez que aparezco yo en la casa de Guixers.
El delegado Ming desertó de la hortaliza revolucionaria justamente cuando los ingenieros volvían a reorientar sus cálculos y enviaban un informe a China donde comunicaban que la transgénesis del arroz en esas tierras era imposible y que lo recomendable era dar por concluida la misión y volver a casa, cosa que, hasta donde se sabe, hicieron, aunque según Lorena, a quien cualquier tema relacionado con Ming pone viperino, los gordos y los ingenieros se quedaron en el puerto de Veracruz y montaron una papelería en el barrio chino, y gracias a la distribución nacional de cromos de Pokemon, que les fue cedida por una compañía japonesa, hoy viven una jauja económica que Lorena, ese negro amoral y entrañable, no duda en calificar de inmoral.
La relación entre Lorena y el secretario de gobierno Axayácatl Barbosa también fue asentándose, Lorena superó, parcialmente, los celos enfermizos que sentía por la relación de Màrius con el chino y se concentró en su pareja y en su futuro político. Aquellos celos lo habían llevado al extremo de hacerle vudú a su exnovio, había montado una ceremonia, que Chabelo había visto con malos ojos, donde le había dado el «soplo» al muñeco, y después le había ido a contar a Laia sus intenciones, pero mi madre, que había comprobado una y otra vez que la magia de los negros era chambona, ni siquiera le había prestado atención. Lorena, siguiendo el proyecto que había pensado y repensado en la intimidad, fue colocándose en la alcaldía de Galatea; Axayácatl, gracias a sus habilidades políticas, había podido sortear, sin perder su posición, tres alcaldes al hilo y cuando se avecinaba el cuarto, en 1998, decidió que había cumplido cabalmente su encomienda frente a la ciudadanía y pidió su jubilación, un trámite innecesario pues había robado dinero a dos manos durante más de cuatro décadas. Lorena, que era mucho menor que su amante y mentor, fue escalando posiciones y llegó a diputado de Ñanga con representación en el parlamento de Veracruz, y recientemente, en 2004, ya viudo de Axayácatl, que murió in coitu una tarde tórrida de agosto, fue nombrado secretario de Obras Públicas en el ayuntamiento de Galatea, un cargo que hasta hoy desempeña con el nombre que se puso cuando vio que su carrera política iba en serio: Laureano Ñanga.