A Sara, ya que sin ella yo no estaría ni aquí ni escribiendo dedicatorias en libros.
Y, por supuesto, a Carmen y Alicia, para que puedan leerlo algún día y, tal vez, soñar con las mismas aventuras con las que soñó su padre.
A Miguel Cane, cuya voz aún resuena en mi cocina diciéndome: «¡Sí, tío, escríbelo! ¡Escribe!», como si fuera la voz del viejo capitán Flint gritando «¡piezas de a ocho, piezas de a ocho!».
Y, por supuesto, y quizá por encima de todo, a Robert Louis Stevenson: PERDÓN.